martes, 29 de diciembre de 2009

NARRATIVAS



Y no lo quise publicar ayer porque más de uno pensaría que se trataba de una inocentada. Pero no, señora, no lo es. Tengo el gusto de anunciar que un nuevo relato de este pobre hombre, rebautizado para la ocasión, el relato, ha sido publicado en el número 16 de tan prestigiosa Revista.




Gracias a Carlos Manzano por hacer feliz a este niño en estas fechas tan señaladas.



miércoles, 23 de diciembre de 2009

I CONCURSO "DE CIENTO A VIENTO"




Me complace anunciar que he quedado finalista de la primera edición del concurso de relatos mencionado que giraba alrededor del tema "La celda".

El ganador ha sido un tal José María Morales con su texto "El hermano de la celda", que espero pronto puedan disfrutar en
http://unodetellerda.blogspot.com/

Aquí les dejo mi humilde aportación a tan prestigioso evento, animándoles a que den sus opiniones y establezcamos un provechoso debate acerca de las virtudes y defectos del mismo.

Su seguro servidor


P.D. Se me olvidaba, sólo éramos dos participantes. La votación acabó cuatro a cero.



LA CÁRCEL DEL ALMA


En Tellerda siempre me miraron como a un bicho raro.

Miradas detrás de una puerta, al volver la esquina, miradas que se clavaban en mi espalda las pocas veces que mis padres me llevaban a misa, miradas acompañadas de sonrisas cuando iba a la plaza a comprar el pan al colmado de Ciprián, miradas de pena y vergüenza desde que nací hasta que escapé de allí.

No debe ser fácil para unos padres criar a una persona como yo, menos en un pueblo con tan pocos habitantes, en un lugar alejado de la mano de Dios y por supuesto de la de los hombres. El menor de cinco hermanos, el único varón al que pronto se le adivinaron las pocas ganas de serlo, un niño tímido, apocado, excesivamente rubio para aquella época y escandalosamente hermoso para pasar desapercibido y hacer lo que todo el mundo esperaba que hiciera. Ni la tierra ni el ganado eran para mí, lo tuve claro desde muy pronto.

Un chico delgado, de acuosa mirada azul, labios rojos gordezuelos como racimos preñados de uvas, manos delgadas con largos dedos que pronto descubrieron la belleza de los otros cuerpos, de los cuerpos equivocados, compañeros de juegos infantiles a los que pronto vi como príncipes de cuento bien alejados de los piratas con las rodillas lastimadas de rodar por las cuestas. Por eso me gustaba jugar con mis hermanas, ser una más, peinar a las muñecas hasta dejarlas calvas, saltar a la comba, contarnos secretos por las noches, que me hicieran coletas y me pusieran aquellos rancios trajes de comunión que tanto me gustaban y con los que me creía una novia de película americana.

Todavía me duele el recuerdo de mi padre con el cinturón en la mano, sujetándose los pantalones como podía, rojo de ira y qué dirán, a este niño le quito yo la tontería como que me llamo Marcial, mi madre llorando en la cocina, mis hermanas echadas en el suelo del piso de arriba con las manos en los oídos, el carmín de mis labios en el dorso de su mano después del primer sopapo. Pero no le guardo rencor, hizo lo que debía hacer, lo que le habían enseñado que debía hacer y me imagino que se sintió orgulloso de ello en el lecho de muerte, cuando no dejó ni que entrara en la habitación del hospital para darle un último beso.

En un pueblo como el mío, rodeado de montañas, lleno de gentes rudas de buen corazón, con nieve en los tejados hasta bien entrada la primavera, con poco más que hacer que sentarse en el bar a mirar el fuego y el fondo de un vaso de vino tinto, condenado a cadena perpetua, agarrado a las rejas siguiendo el vuelo de un ave, masticando mendrugos de compasión, no es necesario explicar que escapar se convirtió en una obligación. Cuando bajé a estudiar a Zaragoza, juré que no volvería más. Fue un alivio para mis padres según me contaron mis hermanas, una forma de alejarse de mí sin moverse de la mecedora.

Le conocí en la Facultad, imposible no enamorarse de él nada más verlo, un chico de los que hacen raya, tan distinto a los que tuve que soportar en la mili, no es nada fácil aguantar la disciplina en un cuartel en el que siempre fui el raro, a pesar de la uniformidad verde y de los vivas y toques de corneta. Miguel era distinto. Cierro los ojos y casi puedo tocar su forma de mirar, de encender un cigarrillo y echar la cabeza hacia atrás riéndose de aquella forma tan suya, clavándome la mirada mientras me echaba el humo a la cara y se acercaba tanto que ya no podía hacerlo más. Aquí tengo todo el tiempo del mundo para hacerte como a mí me dé la gana, para cogerte de la mano a las cinco de la tarde, para besarte en espiral a la puerta de cualquier iglesia de barrio.

Si fuera tan fácil escapar de un cuerpo como lo es hacerlo de un pueblo, de un cuartel, de una cárcel… Me miro en el cristal y no reconozco lo que veo, un hombre acabado al que la barba se empeña en seguir saliendo, un hombre al que le cuelga el pellejo de la barriga, un hombre que esconde entre las piernas lo que más de una vez a punto estuvo de extirpar, un hombre peludo y cansado que llora bajito por las noches, que sigue manchando las sábanas con sombra de ojos. Me alegra que Miguel no pueda verme. A veces me parece escuchar su voz llamándome de lejos, diciéndome que cada día estoy más guapa. Y me gusta recordarte así, lleno de vida, haciendo planes, besándome la espalda mientras me aplastas la cara contra la almohada. Déjame, bruto, me haces daño. Ahora me tumbo solo en la cama, la espalda sobre el colchón, mirando al techo para olvidar lo que pasó afuera, para olvidar lo que me hacen cada día, para soñar que nada de esto es real, que nunca me dijiste que ya no me querías y que dejara de llorar como una histérica. Te echo tanto de menos… Sé que ya me has perdonado, reconoce que me hiciste daño y que te lo ganaste a pulso, no se pude jugar con la gente, dejarla tirada en la cuneta como una muñeca sin cabeza, provocar una explosión en un bosque lleno de hadas y marcharse sin ni siquiera un beso. Te juro que no era yo cuando te golpeé, hasta que me sangraron los nudillos, con el reloj de bronce del recibidor. Quiero decirte algo que nunc

- ¡Silencio! ¡Apaguen las luces! Todo el mundo a dormir, ya basta de malgastar el dinero de los contribuyentes. Y tú, ¡maricona! Como te vuelva a pillar escribiendo otra mierda de las tuyas, te juro que te la meto por el culo. ¿Entendido?

domingo, 13 de diciembre de 2009

SEXO, CÁRCELES Y UN SOPLO EN EL CORAZÓN.

Este texto aparecerá próximamente en el libro Gente Abollada (Certeza. 2011). Rogamos disculpen las molestias y corran a su librería favorita en el momento que se indique. Gracias.

FAMILY

Aramburu y Gametxogoikoetxea sólo hicieron un disco, allá por 1993, para muchos entendidos uno de los mejores del pop español.

Hablar de The Smiths, New Order, La Mode, Golpes Bajos, Dinarama... como nombres que se vienen a la cabeza al escuchar el cd, debería ser suficiente para invitar a la escucha de quien no les conozca.

Precursores del Donosti Sound, con guitarras acústicas o eléctricas tocadas con timidez, cajas de ritmos, teclados que imitan trompetas, percusiones mínimas... consigueron crear un ambiente musical imprescindible para integrar las intimistas letras desgranadas por la voz hipnótica de Javier.

Se esfumaron igual que aparecieron, Aramburu convertido en uno de los diseñadores más prestigiosos del país, Ubé no me dejará por mentiroso, de sus manos surgieron algunas de las mejores portadas de la música española. Sí, el Super 8 sobre fondo naranja que habéis disfrutado algunos sobre mis pectorales, es suyo. Quién os iba a decir que estabais ante una obra de arte.

Alguien debería hacer un relato con alguna canción suya, Rubentxo, tío, espabila.

Os dejo un enlace a Nadadora, o el ejemplo de cómo hacer una canción perfecta con cuatro acordes. No he localizado ningún vídeo de los muchachos, apenas dieron algún concierto, así que nos contentaremos con estos 2´56´´ de pura magia. Me viene a la cabeza una peli, La sonrisa del bolchevique, y unas cuantas mañanas de mi juventud en la piscina, viendo las chicas pasar

sábado, 12 de diciembre de 2009

domingo, 6 de diciembre de 2009

EFEMÉRIDES

Nada mejor para celebrar un día que cambió nuestras vidas que la publicación de un texto, sin puntos y aparte, en el nunca bien ponderado Diario del AltoAragón. Hace ya unos cuantos y espero que sea para toda la vida.

Hoy hace seis años que nació nuestro hijo. ¡¡Felicidades, Julio!!

Y no dejen de leer Garrapinillos Blues, imprímanlo si es necesario porque sus ojillos se agotan con la luz de la pantalla. Espero les guste.

http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=603793

GARRAPINILLOS BLUES

Dieron las siete y cuarto en el reloj de la torre. Termina de vestirte que vamos a llegar tarde como siempre, dijo J reprimiendo el mal humor que no podía empañar una tarde de fiesta. Baja con Jaime, Natalia ya debe estar esperando y yo estoy en un minuto. J no tenía ganas de discutir y aunque aquellas palabras ya las había escuchado en más de una ocasión, decidió hacer caso a su mujer y cogiendo de la mano a su hijo dio un suave portazo mientras esperaba el ascensor.

Al salir a la calle, Natalia emergió entre los coches del aparcamiento con el móvil en la mano. ¿Llevas mucho esperando?, una pregunta entre dos besos. No, acabo de llegar, como la cortesía aconseja. María me ha dicho que no tardará, ya deben estar esperando los demás en la Plaza Roma. Hace buena tarde, Rubén anda por Granada, esta mañana hemos jugado nuestro primer partido de la temporada, ¿has marcado algún gol?. Y cosas así para entretener la espera. Por fin aparece María, perfectamente conjuntada, con una bolsa llena de empanadillas marca de la casa, otra con regalos y una tercera que cuelga en equilibrio imposible de su antebrazo, llena de cajas con los chuches para los niños, y la de plásticos para reciclar. Venga, en marcha que no llegamos.

Natalia ocupa con una sonrisa el puesto de copiloto, J no sabe conducir y piensa que por si la intuición le falla a su mujer, qué mejor que una experta conductora, Fuentes-Zaragoza-Fuentes en lo que tardas en rezar un rosario, para ayudar en la navegación del grisáceo vehículo hacia el chalet de Garrapinillos, oculto a los letreros. Cuando llegan al punto de reunión los demás ya están allí. Sólo falta Maika, siempre hay alguna que llega más tarde, les gritan Darío, Estrella, Raquel y Dora mientras bajan las ventanillas para saludar con la mano. Las conductoras descienden de la doble fila e inician el ritual de besos. J y Jaime siguen en el asiento de atrás, vamos a saludar a la reina madre, poniendo cara de circunstancias ante el motorista que casi araña la aleta delantera y el viejito del seiscientos que les corta la salida. Por fin llega Maika y cada uno ocupa su lugar para emprender la marcha interrumpida. Seguidme que yo sé cómo llegar. Oscurece un poco y refresca ligeramente, nadie diría que estamos en octubre.

Al llegar a la autovía es tan sencillo como tomar la carretera del aeropuerto y esperar a que la intuición empiece a funcionar. Natalia, ten a mano el móvil para llamar al 112. Muy gracioso, J, muy gracioso. Camino Barbolés. Por aquí no era, ¿no?. Hay que pasar Fuentes Claras y en el desvío en el que no han rebajado la acera, ahí, no tiene pérdida según me ha explicado Gloria. Pues sí la tenía. El segundo coche de la mini caravana hacia la merienda intuye que algo va mal cuando el guía gira en una rotonda y deshace el camino hecho para aparcar en la parada del autobús. Yo, a la vuelta, me voy en el casetero. Como si te quieres ir andando, rico. Una llamada, dos explicaciones y tres minutos de confusión después retomaron la senda correcta y llegaron a la esquina en la que unas manitas se agitaban indicando por aquí, por aquí. El hijo de los dueños, Luquitas, empujó los portalones de acceso a la explanada empedrada y los dos coches aparcaron al lado de los otros dos que allí esperaban, dentro del recinto vallado del chalet.

Los que estaban y los que llegaban se fundieron en besos y apretones de manos, en caricias en las cabezas de los niños, en sonrisas después de tanto tiempo. Juan, el pequeño de la reunión, pasaba de brazo en brazo, cógelo, hombre, que no muerde. No, que todo se olvida y seguro que se me cae. Jacques, su padre, el amigo francés, se afana en cerrar la puerta de entrada, ¿comansavá?, le dicen uno tras otro en su más que menguado francés. Él sonríe y asiente con la cabeza. Su mujer, Amaia, presiente otra velada de traducciones y equívocos. ¿Trajiste las trenzas?, no sabía que había que traer nada, ve sacando las cosas del maletero, es igual que tú, qué grande está, ¿qué bolsa saco?, muy chulo el Peugeot, se va a quedar buena noche, en cuanto venga Lucas prepararemos la brasa, ¿y los perros?. Luquitas y Jaime escapan de allí a la búsqueda de algo divertido, los gatos se enredan entre las piernas, blancos y pequeños. ¿Y los perros?. Me está llamando Irene, que se han perdido. ¿Por dónde andan?. Dice que ha visto un letrero con no sé qué de Barbolés. Pásamela, que le explico. Al cabo de un rato, antes de que se deshiciera la improvisada reunión en el patio de la casa, al lado de la piscina, llegó el coche con los que faltaban. Al volante Sandra, a su lado Chusé y detrás las niñas, Jara y Alma, la del cumpleaños, con la madre de ésta, Irene.

De nuevo besos, abrazos, la luz menguante y cada vez más difícil reconocerse en la penumbra. Poneos debajo de la farola que vete tú a saber a quién terminaremos abrazando. A ti ya te he besado, ¿no?. Todos se dirigieron hacia la casa en animada conversación. Los niños entraron primero, ávidos exploradores de mundos desconocidos, al menos para los tres pequeños invitados. Dos ventanas con mosquitera daban al porche, otra al lateral en el que se desmayaba el césped y la vieja chimenea de la barbacoa. Les recibió un amplio salón-comedor con cocina americana. En el centro una mesa rectangular con mantel y a su alrededor las necesarias sillas. Una televisión encendida al fondo, a la que nadie hace caso, y un sofá algo arrinconado tras el que se esconden varios gatos pequeños. La luz es tenue y la temperatura agradable gracias a la corriente de aire que se escapa por la puerta del fondo que da a la parte trasera, a un lado el baño, en el centro un pequeño distribuidor y al otro lado las habitaciones de invitados desde la que arranca la escalera que conduce a la segunda planta. Desde las ventanas de arriba se puede ver un viejo cobertizo y una pequeña explanada convertida en cancha de baloncesto junto a la que aguardan diversos árboles que sobresalen ampliamente por encima del seto que rodea el jardín y separa la finca de los ojos de los curiosos.

Depositaron poco a poco los alimentos y bebidas que habían llevado para la celebración, las bolsas con los regalos en las habitaciones del fondo. Los dos chicos salieron a jugar a fútbol mientras preparaban la merienda de los pequeños, bocadillos de chorizo, tortilla de patatas y cosas así entre el plástico de platos y vasos. Las niñas iban y venían por toda la casa, jugando a princesas, pintándose las caras con el maquillaje de mamá, convirtiéndose en piratas cuando agarraban por el pescuezo al más pequeño de los gatos y se esforzaban en darle tormento sin apenas darse cuenta. Vosotros podéis ir hinchando los globos, una fiesta sin globos… Tened cuidado con los gatos. ¿Qué ha pasado con los perros?. El macho murió ahogado en la piscina, un día que el abuelo no vino a dar vuelta. Yo me tomaría una cerveza, de tanto soplar... Yo también. La mía sin alcohol. Hacen trocitos con la tortilla y van repartiendo palillos pinchados en cada uno. El bebé lo mira todo sin pestañear, cómodamente sentado en el regazo de su madre, cabeceando de vez en cuando, poco acostumbrado a mantener el cuello en posición. La televisión escupe dibujos japoneses. Tenía sed y como estaba acostumbrado a beber de la piscina debió resbalarse con el hielo de la noche. La habitación comienza a llenarse de globos de distintos tamaños y colores. Yo creo que ya vale, ¿no?. Somos hombres y hasta que no nos dé la contraorden la persona que hizo el encargo, no pararemos. Por favor, diles que paren. Los niños entran envueltos en ruido y sudor. Se entretienen en explotar los globos. No los explotéis, ¿me habéis oído?. No le pongas coca-cola, no le gusta. Es igual que a su padre aunque por distintos motivos. Ya podéis parar, para el caso que les han hecho… pom, pom, pom. Cuidado con el gato, se está comiendo el plástico y se puede ahogar. La madre, gorda blanca hermosa, da una vuelta por allí y parece agradecer el intento de que las crías sobrevivan a la fiesta. El abuelo lo encontró al día siguiente, flotando, parecía un peluche. Venga, lavaos las manos, ya está la merienda. Las conversaciones se entrecruzan, cómo chillan estos chicos. El baño está ocupado, chicas, abrid la puerta. Las niñas salen una detrás de otra y los chicos pasan sin mirar a su lado. Por fin se sienta alguno de ellos y come sin ganas. Otros revolotean sin decidirse a empezar. La hembra cambió de carácter, se volvió más agresiva, más desconfiada. El veterinario le descubrió un bulto. No están comiendo nada, ¿os queréis sentar de una vez?. Déjales, mujer. No tendrán hambre. Y ahí estaba yo, en primera fila, con mi cartel pidiendo la canción. Bruce me miró y me dijo que no con la cabeza. ¿Esto qué es?. Empanada, prueba un poco que está muy buena. No me gusta. En el trabajo todo bien, Mickey y Minnie siguen juntos. Estamos preparando la Navidad. Las niñas llevan de acá para allá a los gatitos, cogidos del pellejo como si fueran muñecos. Uno parece que cojea. ¿Otra cerveza?. Vale, creo que conducirá mi mujer. Tendrá valor… Como siempre. Tuvimos que sacrificarla, lo pasamos fatal, sobre todo los niños. Hasta que un día mi suegro alimentó a una gata llena de huesos. Y cuando pidió un voluntario para subir a cantar con él, aupamos entre todos a la que te digo. La eligió a ella. Una ráfaga de luz dibuja luces en la pared. Lucas ha llegado dispuesto a hacer la brasa para la chuletada de los adultos. ¡¡¡Sorpresa!!! Vaya, no os esperaba. Podría haberme venido antes, total para veinticinco euros en toda la tarde. Me parece que los niños han terminado de comer. Salen corriendo a jugar con las pelotas y los patinetes. Cuidado con la piscina. Ponte la camiseta que empieza refrescar. ¿Os sabéis el del gangoso y la madre Teresa de Calcuta?. Recogen la comida sobrante y preparan la mesa para los mayores. Las empanadillas del horno, los quichés de la nouvelle cuisine, un poco de jamón, pan de pueblo para untar con tomate. Vino del Somontano y sidra.

La pira de leña tardó poco en arder bajo las expertas manos de Lucas, más que acostumbrado a este tipo de rituales. Un poco de papel, la llama justa, el hueco necesario para que corra el aire. La chimenea comienza a dar síntomas de agotamiento, muchos fuegos cobijados en noches tan parecidas a ésta, pero cumple a la perfección con su cometido mientras J apura otra cerveza y Lucas y Chusé paladean la sidra escanciada por el pulso firme de Darío. Con la vista fija en los futuros rescoldos hablan de cine porno, de sexo y de cine gore, tal vez sean variaciones de la misma cosa. El momento invita a la conversación, como en los campamentos de verano alrededor de las guitarras y de las estúpidas canciones tantas veces coreadas. Por la ventana que da a la zona de la barbacoa se asoman cabezas supervisando la operación, empanadillas salen y latas de cerveza vacías entran, risas ahogadas en la garganta de los hombres, miradas de incomprensión bajo la sombra de ojos de las mujeres. ¿De qué os reís? Lucas prepara la parrilla, la limpia con un trozo de periódico para acto seguido ir colocando las brochetas de cerdo. Hacedlas bien hechas, recordad que no son de ternera.

En el salón, Maika dice que no se encuentra bien, lleva unos días con jaqueca y con el jolgorio que se ha montado parece que una tribu de caníbales está tocando el tambor dentro de su cabeza. Sube a alguna de las habitaciones y acuéstate, mujer, le dice cariñosamente Gloria. Sí, creo que te haré caso, si no os importa me tumbaré un rato y espero estar de vuelta enseguida. Claro, claro. Maika sube a oscuras las escaleras, abre la primera puerta de la derecha, entra a la habitación y antes de que pueda darse cuenta, un globo terráqueo de mármol impacta en su cabeza. Nunca sabrá qué es lo que la ha matado. Una mancha de sangre y un trozo de pelo emborronan el continente africano.

La carne empieza a entrar para regocijo de los asistentes a la fiesta, tenían ganas de probar la especialidad de la casa y revolverla en el estómago con el alcohol ingerido. El pequeño Juan por fin duerme en la cuna de viaje y sus padres pueden reponer fuerzas. Platos, tintineos, vasos, descorches, cubiertos al aire, gestos de aprobación, recetas descubiertas, costumbres ancestrales girando con la gastronomía. Comen y beben con ganas, con fuerza, con prisa, como si fuera la última cena. Darío pide permiso para salir afuera a fumar un cigarrito, briznas de manzanilla liadas con maestría unas horas antes, cosecha propia. En el porche inspira a pulmón completo, se desabrocha el botón del vaquero, anda hacia el borde de la piscina oscura como la mala conciencia. Se acuerda de la película en la que un ahogado contaba la historia desde la superficie. Agachado intenta tocar el agua pero no llega a sentirla con los dedos. De repente tiene medio cuerpo dentro, no puede moverse, patalea sin encontrar la salida, sus fosas nasales son el mar abisal que sabe a podrido. El submarinismo mejor con botella. En poco más de un minuto todo ha acabado, un cuerpo cae como un fardo de algodón en un río americano.

Las conversaciones se trocean, se multiplican, se repiten, suben y bajan de volumen, se hacen íntimas en un rincón, cómo me alegro de que al fin nos hayamos juntado todos. Los niños entran y salen, en silencio, maquinando algo en contra de los gatos. Irene tiene que ir al baño y el de abajo está ocupado. Sube por la escalera y se acuerda de Maika, a la vuelta irá a ver qué tal se encuentra. Entra en la habitación con olor a pino, cierra la puerta de un manotazo y antes de que pueda correr el pestillo oye cómo su garganta se quiebra bajo la presión de una venda que le hace una innecesaria herida en el cuello. La empresa farmacéutica europea al servicio de la salud de los ciudadanos. Ya no huele a nada, ni siquiera a miedo. Abajo sigue la celebración algo disminuida.

Parece que van a hacer corto con la carne y por eso Lucas se ofrece a avivar lo que quede de la brasa para asar un poco de chorizo y longaniza. No te levantes, no te preocupes, en un momento estoy con vosotros. La vieja barbacoa sigue humeando, el techo y las paredes algo resquebrajadas, restos de un pequeño terremoto. El anfitrión se agacha y hace una cueva con las manos para que la llama viva, para que sea ondulante testigo de un certero golpe con un ladrillo cuidadosamente envuelto en un calcetín. Se desploma sobre el fuego y un acre olor a carne quemada se dirige a la casa de los vecinos. Careta asada y morro sin manzana. Un asiático cerdo agridulce.

Hace mucho tiempo que se conocen, hablan de lo bien que lo solían pasar, brindis de anuncio de televisión, humo gris que se cuela disimuladamente por la rendija de la ventana. Un gato maúlla cuando le atrapan la pierna con la puerta del frigorífico. A María no le sienta bien la bebida, duda entre acercarse al baño para vomitar o ver qué tal anda Maika. Decide subir la escalera e inspeccionar los dormitorios. Tiene que empujar levemente la puerta con el hombro, la madera en las casas de campo ya se sabe. A oscuras llama en un susurro a su amiga. ¿Estás ahí? Un golpe seco amortiguado por el ruido de la fiesta del piso de abajo, tropieza con algo que se interpone entre la puerta y la cama, ciento setenta y cinco centímetros de amiga muerta en horizontal. Ni siquiera un destello para saber que ya no se volverá a levantar, el continente oceánico manchado por una sangre simétrica, un planeta de mármol reutilizado para matar y que nunca más servirá para sujetar los libros de la estantería.

En ese justo momento Chusé se da cuenta de que hace tiempo que no ve a Irene, su mujer y su afición a los cuartos de baño, esa cistitis perpetua. Voy a ver dónde anda esta chica, no sea que se la haya tragado la dimensión entre azulejos. Abajo no hay nadie, debe andar por la planta superior. Tres leves golpes y la pregunta de rigor preceden a la tímida apertura, no está bien violentar la intimidad de las personas, pocas cosas tan indecorosas como algunas prendas por los tobillos. Irene yace en el suelo como una marioneta absurda manchada, ahora, por la sangre chirriante que expulsa un cuello rebanado por la mitad de un afilado cedé con canciones infantiles con las que amenizar el baño de los niños. Un charco rojo se desliza por debajo de una puerta que se cierra con el viento.

A Estrella nunca le gustó la carne asada y el vino le ha dejado seco el paladar. No le vendría mal un poco de hierba alrededor de la boca. Sale al porche y se cruza la chaqueta sobre el pecho, anda decidida en busca de Darío sin volver la vista hacia la barbacoa y el repugnante aroma a chamuscado. Ni rastro de su compañero. A la luz de la luna el agua de la piscina parece el espejo de la mala del cuento. Pelotas hinchables, barcas de remos, muñecos que bailan la danza de las olas. A menos que. Eso no es un muñeco. Al correr tropieza con la manguera que riega el césped, se despista a punto de caer al suelo. No tiene que preocuparse puesto que un bidón lleno de cloro hace el resto. Nunca sabrá que terminó sus días boca abajo en una piscina junto a un cuerpo helado que olvidó su equipo de buceo.

¿Dónde está todo el mundo? La mitad de los invitados han desaparecido, no se oye a los niños, algo estarán tramando, ni siquiera el maullido de los pobres gatos, si es que aún siguen con vida. Subo un momento a ver qué están haciendo, dice Gloria, espero que no sea nada indecoroso. Risas. Amaia explica a Jacques lo que está pasando, las fiestas en otro idioma son un auténtico engorro. Raquel, Natalia, Sandra y Dora se encogen de hombros cuando J, desde la puerta, vocea el nombre de sus amigos fumadores a la negra noche con los pulmones llenos de un extraño humo procedente de su izquierda. ¡¡Lucas!! Otro nombre sin respuesta, imposible contestar cuando tu lengua es un carboncillo, una pequeña falla humana que desprende un calor insoportable al ser retirada por los tobillos. ¡¡¡Lucas!!! Entra en el salón justo a tiempo de que los gritos lo inunden todo como en la cueva del terror de un parque de atracciones, de que no haga falta explicar nada al ver el cuerpo balanceante de Gloria que baila estrangulado al final de unas blancas sábanas robadas en algún hotel de la costa. ¡Están muertos! ¡¡Muertos!! En un gesto automático alguien cierra la puerta de la calle, alguien se refugia detrás de un sofá, alguien tiembla sin control. ¿El niño? Ningún llanto infantil intenta abrirse paso entre las lágrimas de los adultos. Los golpes en el piso de arriba concentran la atención de los seres vivos del salón. Pom pom pom ¡Están arriba! Vamos afuera, rápido. La puerta está atrancada y no cedería ni ante el empuje de una manada de elefantes locos. Y de repente la oscuridad. Alguien ha apagado las luces, las tres amigas se buscan a tientas, intentan encontrar una mano, un cuerpo junto al que refugiarse como si estuvieran en la trinchera de una maldita guerra que ahora envidian y a la que se cambiarían con los ojos abiertos. Sillas que golpean contra el suelo, cristales rotos, líquidos desparramados, golpes contra las paredes buscando seguridad, buscando respirar un minuto más. En aquel apocalipsis es difícil distinguir los sonidos, orgía de ruido en do mayor, el fin de los tiempos en una bola de cristal y nieve. Amaia ha encontrado el mechero que encendió no hace mucho las velas de las tartas y que cummm-plas muuuu-chos…maaaaás. Un chasquido y aparezco a tu lado, tenebrismo en el s. XXI, la cabeza de Raquel descansa dentro de una bolsa de Eroski de aquí a la eternidad. ¡Aaaaaaaaaaaah!. Oscuridad. Está aquí, ¡está aquí!, ESTÁ AQUÍ. Si supieran rezarían por ser los próximos, porque la muerte llegara sin dolor, porque todo aquello acabara de una vez o unos cámaras de televisión entraran por la puerta diciendo: Sonríe, era todo una broma. Lástima que esto no sea una película. Los supervivientes se golpean entre ellos cuando corren hacia ninguna parte, cuando sienten un contacto, una respiración que jadea cerca, el filo de una hoja de acero que entra y sale de un cuerpo humano produciendo el mismo sonido que en un saco lleno de paja, la carne desgarrada se parece a una vieja camisa hecha trapos de cocina. La sangre se pega a las suelas y hace que los tacones de Amaia resbalen y ella caiga sobre un cuerpo maloliente que hasta hace poco gritaba con la voz ronca de Dora. Si pudieran verlo pensarían que están en una mesa de autopsias o en un quirófano de un médico chiflado. Sandra sube de dos en dos los escalones que la llevan a un lugar que pretende más seguro. Un poquito más cerca del cielo. Una nube sombreada se ha situado al sur de su cuerpo y le provoca una borrasca en el cuello. Convertida en un anticiclón baja rodando de tres en tres las escaleras que le llevan directo al infierno en el que arderá para siempre. Ahora es oscuridad y silencio, los que quedan no pueden chillar más, los gritos disminuyen ante la falta de gargantas dispuestas a emitirlos. Puede que un chispazo de cordura haya decidido no dar pistas a lo que sea que les está matando uno detrás de otro, en un plan preconcebido o en una improvisación parecida a una jam session. Pero siempre hay alguien que no está dispuesto a seguir el guión, no te muevas de la marca o tendremos que volver a medir la iluminación, Natalia quiere ser actriz principal por un momento y salta por la ventana al igual que el amor cuando entra la pobreza. No acierta a abrir la puerta metálica que da al camino por el que vinieron y por el que ahora quiere correr sin mirar atrás, sin ver el cuerpo carbonizado, la danza de la muerte, los ahogados bocabajo, los estrangulados, los asfixiados, los degollados, los destripados, los golpeados. No pudo ver cómo un viejo Golf azul la confundía con una mancha aplastada en la pared de hormigón. El comando hispano-galo huye escaleras arriba, Amaia descalza porque prefiere clavarse cristales en las plantas de los pies antes que ser la última de la fila. Suben buscando una salida, una puerta entornada por la que entre algo de claridad entre la bruma a la que ya se están acostumbrando sus ojos. Jacques descorre unas cortinas, abre la ventana y se asoma intentando calcular el daño en la caída. Es lo último que verá en su vida, un suelo lleno de piedras al que no llega su cabeza casi desmembrada por una persiana metálica excesivamente afilada. El corazón de Amaia no pudo más y dejó de funcionar, se desvaneció como una pesadilla en la infancia. Un golpe seco en la nuca, una mesilla de noche, un charco de sangre garabatea en la alfombra las orejas de un ratón de dibujos animados.

Amanece con miedo. El sol no quiere ver la llegada de las sirenas de la policía que ululan sin pudor, avisadas por un conductor que encontró a un grupo de niños andando por la carretera. No han sabido decir cómo llegaron hasta allí, apenas el mayor de ellos pudo indicarles la casa en la que vivía. Algo ha pasado, comunicaban los vecinos por teléfono, vengan rápido, hemos oído mucho jaleo. Y ese olor tan raro. Al saltar la valla comprueban que algo va mal. Una atropellada, dos ahogados, un quemado, una ahorcada, un decapitado… Una casa en ruinas y una composición en rojo y negro, el hedor de la muerte y el pánico. Encontraron a J escondido debajo de la fregadera, al lado del cubo de la basura, manchado de sangre y con un bebé narcotizado en los brazos. No atiende a las preguntas, no sabe dónde está, tiene la mirada perdida de un perro apaleado y acaricia al niño como si fuera un gato de ojos acuosos que tampoco entendería nada. Todo esto es inhumano, qué clase de animal ha podido hacer tal masacre. J no opone resistencia, es conducido al interior de un coche. Batas blancas, camillas, bolsas de plástico de un naranja metalizado que desentona en el cuadro. Amanece con espanto. J mira a través de la ventanilla mientras la yema del dedo índice de su mano derecha aplasta un mosquito contra el cristal y algo parecido a una lágrima se suicida contra su bigote.















sábado, 5 de diciembre de 2009

MEHLDAU

Tuve la fortuna de asistir al concierto que dio en Zaragoza dentro del Festival de Jazz. Más de hora y media de genialidad y virtuosismo, un piano y un artista. Nos llevó de la mano por paisajes clásicos, por ambientes urbanos, por el más puro swing en pequeñas dosis, eso sí.

Sin pronunciar una palabra, ante un auditorio en silencio sepulcral, este tipo con aspecto de estrella del rock nos conmocionó con su arte. Disfruté muchísimo con su interpretación de temas de The Verve, Massive Attack, Radiohead.. El momento de magia absoluta es cuando arancó los primeros acordes de My favorite things, precioso tema que tengo asociado a Julie Andrews en Sonrisas y Lágrimas. Noté la caricia del pianista que nos decía venid conmigo que vais a disfrutar, nos rescató del terremoto que estaba causando con su música, fue como oír el ruido del motor de un avión en medio de una isla desierta. Me sigo emocionando al recordarlo, soy un puto tío sensible, perdonad.

Sólo un pero a aquella noche inolvidable. A tanto virtuosismo puede que le faltara algo de pellizco, un poco de duende, sirva la expresión. El jazz en estado más puro no llegó a fluír, a lo mejor no lo quiso enseñar. El arrebato y la iconoclastia es la esencia de esta música de negros para blanquitos con corazón. Nos faltó un poquito de algodón.

Ahora que todo ha pasado, que nadie lo ha leído... puedo deciros que un poco más abajo intenté plasmar mis sensaciones y mis pensamientos al unir en un mismo día a Soria, el Románico y el Jazz. Espero que Joyce ya me haya perdonado.

Os dejo la única toma que he encontrado del tema mencionado. Lamento que sólo sea audio porque es un verdadero espectáculo ver cómo Brad se retuerce sobre el piano. Y también siento que no llega ni al 10% de lo que aquella noche nos regaló, pequeñas fallas de este tipo de música, es aquí y ahora, nunca más volverás a escuchar las mismas notas. Peso a todo, espero que os guste.

http://www.youtube.com/watch?v=X7fVnvJSRb4

martes, 1 de diciembre de 2009

PRUEBA

Me ha colocado una capucha negra en la cabeza, no veo nada. Me ha inmovilizado las manos a la espalda con unas esposas y me empuja por un pasillo enmoquetado, silencioso y que huele a cerrado. No sé cómo he llegado hasta aquí. Mi corazón late apresurado, tengo seca la boca y ganas de orinar. Me duelen las pantorrillas y quisiera preguntar si falta mucho para llegar, pero no me atrevo. Parece que me ha leído el pensamiento porque me dice que enseguida llegamos y que me vaya preparando, que me va a dar lo que me merezco. Se apoya en mi hombro derecho. Hemos llegado.

Oigo introducir su mano en el pantalón, el tintineo de las llaves y el ruido aceitoso de una cerradura al que sigue el de unas bisagras más escandalosas. El interruptor ilumina la estancia a mis pies y abandono el mundo exterior con un portazo. Me empuja suavemente y me pide que dé tres pasos al frente. Se coloca a mi derecha y de un golpe me hace caer encima de un colchón que chirría sin ningún pudor. Me duelen las muñecas y siento que me voy a asfixiar. Me dice que no me preocupe, que enseguida está conmigo. Le pido que me quite la capucha, que no aguanto más y que haga conmigo lo que quiera. Al cabo de unos segundos eternos, me agarra del pelo hasta que me incorporo en la cama y me quita la tela empañada en sudor y saliva que casi acaba conmigo.

La luz me hiere en los ojos, los cierro y abro lentamente mientras oigo como se ríe. Estoy en una pequeña habitación sin ventanas, escasamente iluminada y con una cama por solitario mobiliario. Busco con la mirada hasta que encuentro a mi acompañante. Viste botas altas de cuero negro y un amplio gabán, de idéntico material y color, que disimula su figura. Oculta su cara con una máscara y me pregunta si todo es de mi agrado. No me da tiempo a responder pues tengo que tragar saliva cuando veo la fusta que agarra con su mano derecha y golpea en la palma de la izquierda. ¿Vas a portarte bien?

Intento reptar con la espalda para escapar de su alcance pero no lo logro. Me ha agarrado por los pies y me despoja violentamente de los zapatos. La fusta restalla en al aire y me golpea en las plantas. Me duele. Giro sobre mi cuerpo pero es peor aún. Se lanza sobre mí y me aprisiona bajo el peso del suyo. Noto algo duro en mi espalda a la vez que me golpea con las botas a lo largo de las piernas. Ladeo mi cabeza para decirle que... y veo que saca una pequeña llave que cuelga de una cadena que rodea su cuello. Me libera de las esposas y tengo ganas de darle las gracias. Abandona mi cuerpo tendido y me doy la vuelta para respirar mejor. Veo que sonríe de un modo extraño y que saca una cuerda del bolsillo del chaquetón. Cualquiera podría imaginar lo que viene después.

Con la pistola me ordena que coloque mi cabeza en la almohada y extienda mis brazos hacia el cabecero de metal. Hace que abra la boca para introducirme delicadamente el cañón. El frío metal me hace cerrar los ojos mientras aguanto una arcada. Junto las manos y el lazo entra por ellas como la soga en el cuello de un ahorcado. Un fuerte tirón me inmoviliza mirando el techo manchado. Ha tirado el arma al suelo y de nuevo se coloca sobre mí. Siento todo su peso sobre la cintura cuando se abalanza para arrancarme la camisa con las dos manos. Me pellizca los pezones y me dice que no grite, que nadie me va a escuchar. Sabe que no voy a gritar.

sábado, 28 de noviembre de 2009

domingo, 22 de noviembre de 2009

MARIFLOR Y LOS POLVOS MÁGICOS

"Te voy a dejar muy guapa, ya verás cómo te gusta. Te voy a cambiar un poco de estilo, si me permites, creo que este peinado te echa un montón de años encima". Mariflor estaba preparando el agua para lavarle el pelo a su nueva clienta. Media vida lavando cabezas y poniendo rulos, algo menos dedicada al maquillaje, "al estilismo, chica, renovarse o morir", buscando una nueva orientación al negocio y más ingresos en su huesuda caja. " Bonito pelo, sí señor. Eso sí, creo que estas mechas no te favorecen nada. Lástima que tengamos tan poco tiempo. Creo que el rubio pajizo resaltaría más tus facciones, pero... Lavar y marcar. Es lo convenido". Se aplicó al tajo, unas buenas friegas de champú y a estregar a conciencia. Era una trabajadora de las que ya no quedaban. Si hacía falta echar un ratito más desenredando un enganchón, dar una tercera pasada o terminar de domar un rizo, no le importaba, lo hacía con gusto pues disfrutaba con su profesión. " Me imagino que no te importa si el secador está algo frío, se estropeó lo del aire caliente y no hay manera de hacerme con el chispas. En agosto, ya sabes, sólo curramos cuatro pringaos" Puso el aparato al dos y empezó a secarle el pelo con mucho cuidado. Se veía que de joven había tenido una buena melena y no es que fuera muy mayor pero ya no era una niña, una melena que ya comenzaba a escasear. Ayudándose con un peine circular que sostenía en la mano derecha, le iba dando forma al cabello. Era un día muy especial y tenía que quedar bien guapa. La verdad es que para todos sus clientes era un día especial. Todos tenían el mayor interés en que les dejaran bien presentables. " Sí chica, decidido, el cobrizo éste no te queda nada bien y mira que eres una mujer bien resultona pero no te terminas de sacar partido, chica. Si te hubiera pillao años atrás, el mundo te hubieras comido. Y de un bocao". Unas ondas en el pelo eran lo mejor para la ocasión, no necesitaba horquillas para definirlas, estaba trabajando con un buen material. "Pasemos a la parte del estilismo, hermosa. Ya verás, ya verás. Déjame hacer". Sacó del primer cajón, un modesto pero bien surtido maletín de maquillaje. Todo, productos de primera marca, gama profesional, pintalabios Chiflón, perfilador Tris, rimel Matador y maquillajes Latoux. Lo mejor de lo mejor. Nunca le importó gastar en estas cosas, sabía que ése era parte del secreto de su éxito y sus clientas así se lo agradecían. "Te daré una base muy suave de perla, la que mejor te va. Y es que lo bueno es caro, muy caro. Pero no me importa. Cuando yo tenía mi propia peluquería, ya trabajaba con estas casas. Qué suerte que mis jefes me dejan hacer y compro lo que me gusta. Si no hubiera tenido que cerrar... Mariflor, la mejor del barrio". Su separación tuvo la culpa. Sola y con tres criaturitas que alimentar, se la comieron los gastos. Su marido le pasaba la manutención un mes sí y tres no, cuando no se lo había gastado en putas, en vino o en vaya usted a saber. Eso sin contar cuando no terminaba una temporadita en la cárcel. Malvendió la peluquería y se puso a buscar trabajo. "Te voy a aplicar unas sombras en los pómulos, para resaltarlos y así de paso disimulamos los cardenales. Hija de mi corazón, cómo te han puesto. El cabrón de mi marido nunca me puso la mano encima, hasta ahí podíamos llegar. No deberías haberlo consentido. En cuanto vi el panorama, cogí a los chicos y que te pudras". Se terminaron los ahorros y ya no estuvo en condiciones de rechazar ninguna oferta, ninguna. De no haber sido por el juez, que la sacó del arroyo y le quitó de limpiar escaleras, la cosa hubiera acabado mal, muy mal. "Pobrecita, pobrecita. Te daré un poco más de rojo en los labios. Sé que no les gusta que me pase con el carmín pero tú te lo mereces. Se ve que has sido una mujer bien pinturera. A lo mejor, por eso está como estás". Aún resonaban sus últimas palabras en la sala cuando se abrió la puerta y asomó la cabeza un funcionario. "Mari, coño, deja de hablar sola y termina de arreglar el cadáver. Que la familia está esperando".

martes, 10 de noviembre de 2009

MACHADO QUE TOCABA EL PIANO EN SORIA

Este texto aparecerá, próximamente, en el libro Sentado en una silla helada.  Seguiremos informando.


A LA VENTA EL 23 DE ABRIL DE 2013.

En la caseta de la editorial Certeza, Día del Libro. Paseo Independencia de Zaragoza.

PRESENTACIÓN 24 DE ABRIL. 19H30. BIBLIOTECA DE ARAGÓN (Doctor Cerrada,22)

A cargo de Javier Aguirre y Alfredo Moreno. Conduce el acto, José María Morales.

viernes, 6 de noviembre de 2009

LAS PEQUEÑAS COSAS


Me entretuve entrando por el ojo plano de la ineficaz cerradura de seguridad. El espejo me devuelve la mirada asombrada de unos ojos descarnados. Me gusta ver que todo sigue en su lugar. Nada me da más placer que la certeza de las cosas. La puerta del frigorífico se acomoda suavemente a mis dedos cuando la abro y descubro que la parte de abajo está bien cerrada. Sobrevuelo la encimera y relucen partículas de mica. El polvo que se ha acumulado en las tapas de los botes, desaparece con un leve soplido que aletea la cortina que cubre la puerta de la terraza. El cadáver de un mosquito desprevenido yace sobre el fluorescente. No me gusta la muerte, la rodeo y así dejo de ver moscardones negros sobre la cara de un recién nacido. Una bolsa para el papel y otra para el plástico, cuelgan de la llave del radiador que ya no gotea. Consigo aguantar las ganas de bajarlas al contenedor.

En el aparador del salón, la bombonera repleta de caramelos de menta y fresa. La fotografía que devolvió un despistado cartero reposa en un absurdo sobre blanco. Con sólo desearlo, se cae para siempre por detrás del mueble. Me gusta la anaranjada madera silenciosa que de vez en cuando se mete por mi nariz. Amapolas en un bastidor sin marco me parece que cambian con la luz del día. A veces he visto anochecer en ese cuadro. Su vecino engalanado tras el cristal me muestra la escena de unas manchas de color descascarilladas. Si te fijas bien, verás un cuerpo descansando sobre una mesa, a lo mejor para siempre. No soporto que se esté borrando. Si no fuera por las escarpias, hace tiempo que lo habría metido debajo de la cama. Si el tronco brasileño, algo inclinado, crece un poco más, pronto podré descansar. Me vuelvo y veo la pila de cedés que me miran desde las aristas y de reojo a la estantería en la que añoran estar. Coloco la manta del sofá y esponjo el cojín a juego. La mesa de cristal ácido me agrede con la huella de una mano. Un zumbido de electricidad se cuela por algún cable. Los parientes del mosquito electrocutado han venido a su funeral. Si pudiera consolarles...

Los azulejos blancos del baño me recuerdan un hospital. Imperceptibles gotas de vapor luchan por no resbalar y caer al suelo. El cepillo de dientes sin su protector me atraviesa el estómago. Podría vomitar pero el repiqueteo del agua de la cisterna sobre la loza me obliga a salir de allí sin detenerme a mirar la camiseta sucia que asoma por la esquina de la bañera. Si no fuera por las hojas clorofílicamente verdes de la maceta que se derraman desde lo alto del armario, habría que precintar el cuarto. Respira, respira.

No consigo atreverme a entrar en la habitación de los niños.

Siempre me gustaron las formas redondeadas. Me abrazo a ellas en el dormitorio. El aro de la cama es tan delicado que las mínimas muescas que lo interrumpen me doblan de dolor. Acaricio el edredón impecablemente colocado. La lámpara del techo me mira suspendida desde una anacrónica decoración de escayola. Me siento mejor. El pasado siempre ayuda. Resbalo por el ondulante cabecero y caigo sobre la mesilla, de día, de la derecha. Un ordenado reloj y un pequeño joyero le hacen bien a cualquiera. Podría quedarme para siempre aquí, mirando el tiempo detenido en la fotografía. Pero no puedo, no debo. Una última mirada antes de colarme por la rendija de la ventana abierta y seguir mi camino. Ya se oyen las sirenas de la policía. No tardarán en llegar.

lunes, 2 de noviembre de 2009

NIRVANA

¿Juan Tostado? Sí. Traigo un sobre certificado. Por fin. Llevaba toda la semana esperándolo, el último disco de Piantados, edición vinilo para coleccionistas y ya estaba aquí. Había tenido que pedirlo a la discográfica independiente que últimamente publicaba las extravagancias sonoro-literarias de su grupo favorito. 20 años de carrera, 7 discos, un buen puñado de canciones y un montón de conciertos memorables. Memorables para los pocos que solían acudir a ellos, claro. Porque debemos reconocer que era un grupo rarito, especialmente su líder-guitarrista-compositor-cantante, Marcelo Calamidad y su gusto no disimulado por cultivar su malditismo. Era el único miembro original de la banda que había sobrevivido, casi literalmente, al paso del tiempo. La industria se había cansado de sus extravagancias y exigencias, apostando por otros músicos de consumo más fácil y menos aficionados a distintas sustancias prohibidas. Por eso crearon un sello autogestionado, Tripas, para dar rienda suelta a su creatividad y publicar sus temas. El desorden de la rebelión, le gustaba el título y también la portada, algo así como un puño geométrico en rojo sobre fondo negro. Veamos cómo suena.

Descolgó el teléfono, cerró la puerta del salón, bajó un poco las persianas y se sentó en el punto exacto del sofá desde el que mejor se oía su modesto equipo de música. Le gustaba hacer la primera escucha de tirón, sin leer el libreto, ni ver las fotos, sólo el título de la canción pero sin ver lo que duraba. Quería que fuera una experiencia única sin más referencia que la música y la voz del gran Marcelo. El único sentido, además del oído, que permanecía alerta en tales circunstancias era el olfato. Le excitaba muchísimo el olor del vinilo y su carpeta, un olor indescriptible que él había asociado, después de tantos años, a innumerables momentos de placer sónico. Colocó con mimo la aguja encima del surco inicial y el crepitar del plástico comenzó a transportarle a otro lugar. Un inicio potente, dos temas encadenados marca de la casa. Guitarras distorsionadas engarzando hermosas melodías al son que dictaba la susurrante voz del cantante, ni mucha ni poca, la justa que te hacía agudizar la atención para poder saborear las historias que contaba, repletas de brillantes metáforas al servicio del mundo personal e intransferible del autor. Silencio. La tercera rebajaba la tensión, un poco de calma para hablar de amor no correspondido, una relación enfermiza que acaba mal, como siempre. Lo que seguía estaba a la altura de lo esperado, sin sorpresas pero sin defraudar al oyente. Hasta que llegó el corte número seis. Toda la vida.

Algo en su interior se retorció, un interruptor haciendo click. Un medio tiempo hipnótico, arrastrando las palabras, masticando las sílabas, doliendo letra a letra. La guitarra marcando un ritmo en espiral que se repetía una y otra vez, subiendo y bajando de volumen, salpicada de vez en cuando por un punteo cristalino y un coro casi inaudible. Hablaba de un momento de felicidad, unas sensaciones en pinceladas como si de un cuadro se tratara. Podías ver los colores y sentir el rumor de un río, recostado a la sombra de un olmo, despertando a no sé sabe qué. Y lo perdía, lo perdías pero te volvías a sumergir buscando la rendija para poder mirar, para poder pasar y ya está. Estiraba la mano para coger la estela, agarrarse a la tabla que le permitiera sobrevivir. Una canción podía salvar el mundo. Ésta lo iba a hacer. Cuando la gente la escuchara nada sería igual, nada podría ser igual. Cuando la música paró y Juan terminó de caer, se levantó y volvió a ponerla. Otra vez, otra vez, otra vez. Y era tan sencillo. Todo encajaba. ¿La felicidad? Perdió la cuenta de las veces que la oyó. No pudo terminar de escuchar el disco, agotado salió de casa para ir a trabajar. La melodía encajada en la cabeza y volviendo a cada vuelta del camino. No pudo concentrarse en sus tareas habituales. ¿Qué te pasa? ¿Dónde estás? Juanito, despierta que te vas del mundo. Hora de salir, corriendo a casa, esquivando a los compañeros que si una caña, que si te tengo que contar... Otro día, otro día.

Se convirtió en una obsesión. La escuchaba a todas horas. Era lo único en lo que podía pensar, una adicción. Algo le atrapó y no le soltaba. Golpeado, desorientado pero feliz, a ratos. Su rendimiento laboral bajó escandalosamente y sus jefes le empezaban a mirar con desconfianza. Siempre fue un poco especial pero esto empieza a ser preocupante. Te noto raro, le decía su novia de fin de semana. ¿Ya no me quieres? No es eso, no es eso. Fingió una enfermedad para poder quedarse en casa, te vendrán bien unos días de descanso, mejórate, e inyectarse su dosis de cd horaria. Había tenido que grabar el plástico desgastado por la aguja cuasi hipodérmica y aunque no era lo mismo, lo daba por bueno. El eco se perdía pero llegó el momento en que no lo distinguía. Mal comía y peor dormía al no poder desconectar la música de su cerebro. Nada podía retener y nada le importaba ya. Cortó las amarras para no volver nunca más. Cuando lo ingresaron en el sanatorio, amarrados brazos y piernas a la blanca cama, empezó a desinflarse. La música dejó de sonar y nada tuvo sentido. Las piezas del puzzle de su vida quedaron esparcidas y la lluvia las convirtió en papel mojado. Silencio.

viernes, 23 de octubre de 2009

LA MUÑECA RUSA

Este texto aparecerá, próximamente, en el libro Sentado en una silla helada.  Seguiremos informando.



A LA VENTA EL 23 DE ABRIL DE 2013.

En la caseta de la editorial Certeza, Día del Libro. Paseo Independencia de Zaragoza.

PRESENTACIÓN 24 DE ABRIL. 19H30. BIBLIOTECA DE ARAGÓN (Doctor Cerrada,22)

A cargo de Javier Aguirre y Alfredo Moreno. Conduce el acto, José María Morales.

miércoles, 21 de octubre de 2009

JOAQUÍN PASCUAL

Hay días en los que la suerte se empeña en tropezarse contigo. Las chicas te sonríen, los conductores de autobús te esperan... hasta tus jefes tienen una palabra amable contigo.

Está en marcha el nuevo proyecto de Joaquín Pascual, esta vez en solitario. Uno de los componentes de Surfin´Bichos, de Mercromina, de Travolta, embarcado en una aventura apasionante. Espero poder tener pronto entre mis dedos El ritmo de los acontecimientos. Pinta muy bien, la verdad.

http://www.myspace.com/joaquinpascual

Lo dicho. Hay días que.

martes, 20 de octubre de 2009

FERNANDO ALFARO

Dos años esperando el momento, dos años de incertidumbre, dos años de desesperar... terminaron el pasado sábado. ¡Fernando se levantó y anduvo!

Concierto acústico repasando sus grandes éxitos, en solitario, para qué más.

Y la larva se hizo bicho.

DIARIO DEL ALTO ARAGON

Este domingo tuve la fortuna de aparecer de nuevo en mi periódico favorito. Sí. Fa-vo-ri-to.
Un texto con olor a sal y verano escrito desde la ventana.
Gracias.

http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=595644

VELOCIDAD. FIN DE LA TRILOGÍA FÍSICA.

Un coche acelera por la avenida. El corazón del conductor. Sístole-diástole. Sístole. Diástole. Sis, dias, to, le. Un peatón corre en el paso de cebra. Verde. Derecha. Derecha. Verde. Izquierda. Ámbar ignorado. Los pensamientos atraviesan su frente, de neurona en neurona. A Cajal le encantaría. Una puerta entreabierta. La cortina ondulando con la corriente. Volumen excesivo en la televisión. Ya no puedo parar, tengo que acelerar. El viento terminará por arrancar las ramas de los más débiles. Luces y sombras como manchas en el asfalto. Engullida la línea continua. Subir, bajar y volver a girar. La voz no correspondida. Sábanas en desorden , la luz del baño encendida. ¿Quién?. Las nubes apenas aciertan a seguir al vehículo. Las estrellas intermitentes en blanco, rojo y blanco. El ruido en los oídos, el zumbido de la sangre tan parecido al de las abejas. Parpadeo involuntario. Respirar sin querer. Las pupilas se contraen con la luz y con el miedo. Si todo no fuera tan

jueves, 15 de octubre de 2009

EL ESPACIO DE SIDRAL

La misión ha sido un fracaso, capitán, no se han logrado los objetivos marcados y hemos perdido muchos hombres, por no mencionar a los androides de última generación. Hans 23 está registrando un breve informe en la unidad cerebral destinada a tal efecto, mientras descansa en su habitación en la nave de combate. Está reparando los destrozos de su traje espacial al mismo tiempo que piensa en la mejor manera de contar lo que ha sucedido a su inmediato superior. No quiero eludir mis responsabilidades, no tendría sentido, pero sí me gustaría dejar bien claro lo que pasó para evitar malos entendidos. Piensa, escribe y borra mentalmente, sabe que pocas cosas escapan a la Memoria Central y que debe intentar ser lo más fidedigno posible para que no tengan opción de revisar las tarjetas y cotejar lo transcrito en el informe oficial con lo que realmente pensó. Por eso Hans 23 ha decidido centrarse en la narración de los hechos y dejar para más tarde la sutura con poliamidas del tejido de su traje de fuerza de combate. Modula el nivel de oxígeno de la estancia y se tumba a diez centímetros de la superficie que le sirve de camastro. No necesita cerrar los ojos para recordar lo que pasó, todo es tan reciente, el olor a muerte y a pérdida es demasiado intenso pese a estar volando a unos cuantos millones de años luz de la estrella habitada más cercana. Nada hay que perder, contaremos la verdad aunque sea por una vez.

Kosta, Campos, Fabrá, Ritha y los demás se levantaron temprano, había llegado el día y no quedaba tiempo que perder. Tal y como les había indicado hacía unas horas, nos reunimos en la sala de mandos para preparar la misión, rodeados de los más fieles que pudimos reclutar en la nave. Una indiscreción y todo habría terminado. En sus ojos pude ver el peso de la situación, apenas probaron los compuestos que nos habían dejado en las bandejas para que completáramos el nivel energético al máximo. Kosta se repasaba una y otra vez el afilado y perfectamente rasurado mentón. Era un gesto que conocía bien, se lo había espiado en otras situaciones parecidas. Le ayudaba a concentrarse, a no perder ni una sola de las consignas por mí impartidas. La nuez subía y bajaba por su interminable cuello, oscilaba al ritmo de su palpitante corazón. La nariz torcida después de la última pelea le impedía respirar con comodidad, su voz levemente nasal apenas interrumpía mi discurso para precisar la comprensión de lo que yo ordenaba. Su miopía iba en aumento y por ello acercaba con disimulo su cara a la pantalla holográfica para reconocer y fijar la ruta en su ordenador de muñeca. Siempre tuvo buen gusto para vestir a pesar de la uniformidad que se nos imponía desde el Mando Central, el cráneo afeitado con esmero, reluciente como el sol de los Círculos de Fállax. De vez en cuando acariciaba su arma láser reglamentaria, igual que yo imaginaba que trataba a sus amantes ocasionales cada vez que volvía a su planeta de permiso tras una arriesgada misión, otra más. Sus ayudantes insertaban las coordenadas de la misión en los androides que formaban su guardia personal, ni que decir tiene que los más sofisticados que habíamos traído en este viaje trascendental. De vez en cuando miraba a Campos, al menos intentaba cruzar sus miradas. Éste parecía rehuirle en los últimos días.

Los ojos hundidos tras unas moradas ojeras, la vista perdida en un punto del espacio que se contemplaba detrás del cristal del puente de mando de la nave, cualquier espectador de la escena habría pensado que era ajeno a lo que allí sucedía. Yo sé que no, puesto que respondió adecuadamente a todas y cada una de mis preguntas. Su cabecilla apepinada, que apenas sobresalía del círculo de enganche del casco estelar, se movía a derecha e izquierda siguiendo el rastro de la basura espacial y de las estrellas fugaces que podíamos ver por las escotillas. Campos estaba muy raro, extrañamente callado para su costumbre, los dientes detrás de los labios más tiempo de lo normal. Le suda la frente y seguramente una gota recorre su espalda cada vez que se menciona su nombre. Tocaba con la punta de los dedos la C de su apellido ligeramente despegada de la etiqueta impresa sobre su corazón. La bandera del brazo de su traje es apenas visible, lo mismo podría ser de un bando que del otro. Reflejado en la pantalla, por encima de su hombro, distingue claramente el ojo de Fabrá. Es el mayor de todos y seguramente desearía estar en mi lugar. A veces me taladra con su ojo vacío, con la cuenca negra que casi traspasa su cerebro.

Ha repetido mil veces cómo lo perdió, podríamos repetir la historia del derecho y del revés, una acción bélica propia de un héroe, no tenéis cojones de cambiar uno de los vuestros por una medalla como la mía. Desistió de ponerse uno ortopédico porque no lograron que dejara de cambiar de color según su estado de ánimo, casi siempre pasaba del rojo al negro, nunca iba a juego con el otro y por eso decidió taparlo con una tela virtual parecida a la de los piratas de las viejas películas de la Tierra. Fabrá es un problema y todos los del grupo lo sabíamos pero tampoco se nos escapaba que era una garantía a la hora de entrar en combate. Su falta de corazón era nuestra mejor arma. Escupe y limpia con la manga del traje la visera de su escafandra galáctica. Sé que no le gustan mis órdenes pero no tiene más remedio que acatarlas. De momento. Se reía cada vez que Ritha se volvía con cara de asco al oír el salivazo. Le parece increíble que un día deseara que le abrazaran esos brazos acostumbrados a matar. Ya no le quiere, ni siquiera le soporta, y maldice el holograma que les emparejó en aquella misión suicida hace ya demasiado tiempo.

Ritha no es joven, ni hermosa, ni provoca hinchazones debajo de los pantalones de la tripulación. Pero es una mujer y a miles de kilómetros de casa, perdidos a la vuelta del infinito, eso representa una baza ganadora. El pelo rizado le incomoda debajo del gorrito ignífugo, es un martirio encajarse el casco y estropear el peinado pero sabe que no hay más remedio. Se siente rebosar debajo de los tejidos preparados para la ingravidez, a duras penas logra meter sus curvas en ellos. La tripulación chirría los dientes cada vez que pasa a su lado esparciendo gotas de perfume en cada contoneo y prometiendo algo que seguramente nunca cumplirá. Ahora puedo afirmarlo con rotundidad mientras acaricio su guante entre mis manos.

Se incorpora levemente, desactiva el control de gravedad al notar el vómito irrefrenable. Hans 23 escupe trocitos de pastillas de plástico, polvillo de colores y algo parecido a un líquido llamado sangre. Todo sube hacia el techo, se adhiere a él formando una costra multicolor que pronto se solidifica y le permite activar el botón que le hace poner los pies en el suelo y seguir con el pensamiento transformado en informe que a buen seguro el Mando Central le exigirá cuando sepa el tamaño de la derrota. Si cuenta toda la verdad, si logra que le crean, tal vez pueda salvar la vida. Tal vez. Sus hombres esperan colgados en el plasma. Play. Rec.

Acabadas mis instrucciones cada uno fue a ocupar su lugar en la plataforma de lanzamiento después de reclutar a los soldados que consideraron necesarios. Los androides y la maquinaria instalados en las naves de asalto, girados los cascos hasta notar el clic. Despejaron la zona y se abrió la compuerta por la que nos lanzaríamos a la oscuridad. Propulsados a una velocidad aproximada de dos kuants pronto avistamos al enemigo, o mejor dicho, pronto descubrieron nuestro acercamiento. Comencé a lanzar las consignas a través de la onda telepática acordada. La conexión era buena y todos estábamos disparando y esquivando los ataques según el plan trazado. Todos menos Campos. No lograba conectar con su escuadrilla y a pesar del riesgo que suponía emitir en señal no codificada, me arriesgué a que nos interceptara la comunicación el enemigo, con el consiguiente empobrecimiento de nuestras ondas, y le ordené que se ciñera al plan aprobado hacía unas horas. No contestó. Y juro por mi honor que intenté todo lo que estaba en mis manos. Algo me hizo sentir lo que iba a suceder a continuación cuando vi que se colocaba detrás de la nave de Kosta. No podría asegurarlo pero si me piden mi opinión creo que el disparo que destruyó la Gü19 partió de la artillería de Campos. Entonces Fabrá me gritó que si yo había visto lo mismo que él. No recuerdo si pude contestarle. La batalla se había ido de nuestro control hacía tiempo y las bajas comenzaban a ser innumerables. Miles de chatarras más a la deriva para siempre. De lo que no me cabe la más mínima duda es que fue Fabrá el que acabó con la vida de Campos y los suyos.

Será difícil que pueda olvidar el resplandor anaranjado que ocupó el lugar de la nave de Campos y el ruido de los trozos de la misma que impactaban en la nave nodriza en la que yo me encontraba. Ordené la retirada inmediata. No tenía sentido seguir con aquella carnicería multicolor. También quiero dejar constancia de que Fabrá no opuso resistencia alguna cuando le pedí que se dirigiera hacia nuestra nave para que me explicara lo sucedido. Creo que se reía mientras me decía a sus órdenes, señor. Llegó justo un momento después que Ritha que no paraba de gritarle asesino, malnacido y cosas parecidas en su lengua natal. No tuvimos tiempo de cerrar la compuerta, de iniciar la descompresión y pasar al nivel de seguridad. Ritha, de un certero golpe, cortó el cable de alimentación de la escafandra de Fabrá que con aire chulesco se dirigía hacia nosotros. Lo último que vi antes de que se desmoronara fue su ojo rebotando en el cristal para terminar flotando en la sangre que rellenaba su caso tras la explosión craneal. Y juro por mi honor que no pude detener a Ritha antes de que saltara al vacío sideral, antes de que la oscuridad se la tragara dejándome como único recuerdo el guante de su mano derecha, el mismo que ahora sirve para secar mis lágrimas.

Esto fue lo que pasó, creo no haber omitido ningún detalle y si algo no relaté fue por olvido y por el trauma que esta última misión ha supuesto para todos nosotros. Espero poder aportar testimonios que ratifiquen lo anteriormente registrado en el juicio sumarísimo al que con gusto me someteré. Y, por favor, si tienen que desconectarme, que sea temporalmente, renuncio a mis cargos desde este mismo momento. Pero no me desconecten para siempre. Para siempre, no, por favor. Se lo ruego. Fin de la grabación.

miércoles, 14 de octubre de 2009

EL TIEMPO

El tiempo pasa inexorable. No. No es esto lo que quería contar. Además qué es eso de inexorable. Nota a pie de página, sugerencia para la grabadora. No utilizar palabras cuyo significado se desconoce por muy bonitas que puedan ser. Inexorable suena bien pero.

Un niño se despierta antes de tiempo en la habitación de una humilde casa en un barrio obrero. Hace frío. La bolsa de agua que su madre le calentó con tanto amor la pasada helada noche, la bolsa de agua en forma de personaje de dibujo animado en blanco y negro, la bolsa de agua que arde cuando se abraza a ella en el inicio de una larga noche de invierno e insomnio, la bolsa de agua que pese a todo prefiere a la acolchada con la tela de una mantita de cuadros a la que no le apetece abrazarse, ya pasó la pesadilla, ya está; la bolsa de agua hace mucho tiempo que se quedó fría como el corazón del malo de un tebeo y sólo quedan los nervios del día del examen. Lleva un buen rato dando vueltas debajo de las mantas, intentando dormir un poco para difuminar las ojeras, evitando el otro lado de la cama que huele a humedad y a jarabe de menta. Se ha sentado un par de veces en la cama al notar el vómito que se acerca, casi ha buscado en el suelo de hielo las zapatillas que le dirijan al baño, no quiere que su madre sepa que está despierto, que otra vez, las palabras, el consuelo, las medicinas que poco ayudan. Se tumba y mira al techo que se desvanece tras gotas temblorosas que saben a sal. Un cola-cao con dos galletas, no puedes ir al colegio con el estómago vacío, que habrá que hacer desaparecer sin levantar sospechas.

El tiempo amarillea en los viejos álbumes y se escapa tras los cristales empañados. Casi dos alejandrinos, rima cero, clasicismo y modernidad a partes iguales. Es un buen invento la rima cero, el verso libre como la conciencia sin pecado. Esto no iba a ser un poema, no me atrevo. Además lo del tiempo amarillo y el vidrio sobre el que escribir tu nombre. Nota de voz apesadumbrada en la grabadora del teléfono, qué rara suena al cabo de un instante ajeno, ya se cantó todo acerca de los cristales amarillos.

Hoy tampoco tiene ganas de bajar las escaleras de dos en dos, de tres en tres, saltando sobre las suelas de unos maripís desgastados, sintiendo la mochila que vuela hacia el techo y cae sobre unos hombros huesudos al mismo tiempo que se impulsa de nuevo, y se agarra a la barra de la barandilla para hacer un giro que cualquier jurado olímpico valoraría con un diez, caer con los pies juntos en el descansillo y vuelta a empezar. Veinticinco escalones y cinco golpes para escapar de las mirillas y fíjese usted qué escándalo. En el portal mirará las puertas que dan al banco y a la farmacia, si se atreviera una noche debería entrar a robar aspirinas y billetes de cien, y las dejará atrás pensando que un día de estos se van a enterar. Afuera hace menos frío que en su casa, ocho pasos y da la vuelta a la esquina de la calle por la que suele volar cuando está contento. Un, dos, tres. Tan fácil como impulsarse y empezar a flotar, tumbado, con un puño hacia delante según enseñan las películas. A tres metros del suelo lo único que debe esquivar es el letrero luminoso del bar, coca-cola, recomienda Pinilla a sus clientes. Y es feliz. El vuelo es corto, tanto como la calle, no se le da bien girar y menos hacer el contra-giro para dejar atrás el kiosco de José y enfilar hacia el colegio.

El tiempo, ese gran cabrón que te toca los cojones para reírse en tu cara, para meterte un puñetazo y cortarte la respiración. No. Tampoco. No es el tono, el realismo sucio está de capa caída. Si por lo menos estuviéramos en Detroit. Las palabras malsonantes se acaban enseguida y tienen tantos detractores. Tachón en rojo sin compasión, autocensura y vete a tomar por el culo.

Otro bocadillo en la mochila, al fondo, junto a los demás, envuelto en papel de plata macerando el chorizo y la mantequilla, produciendo unos líquidos que mancharán la bolsa y el atlas, que dejarán olor a cerrado y muerte. Hubiera sido tan fácil deshacerse del cadáver en la primera papelera que viniera al paso, problema resuelto. Puede que en aquel lugar no hubiera papeleras o que el sentimiento de culpa le impidiera despojarse de la carga, me van a pillar, seguro. Le da asco la comida, el estómago le da vueltas cada vez que piensa en ella. Tiene que buscar la solución, despejar la incógnita y que la ecuación se vuelva una sonrisa. La basura debajo de la alfombra, poner cara de bueno y mirar hacia otro lado, yo no tiré de la coleta de Inés, señorita. Los minutos caen como gaviotas abatidas a perdigonazos, las grullas buscan mejores cosas que hacer, una hilera serpenteante pasa por debajo de una grúa y le dicen adiós. Prefiere no encontrarse con nadie por el camino, no está con ánimos pero sabe que es imposible. Tantas casas con tantos niños en tampoco espacio. Piensa en la destrucción nuclear como una opción deseable. Le duele la tripa, ya no es hora de fingir una enfermedad, esto es de verdad.

El tiempo partido por el espacio, era algo parecido, qué tío el espacio, ya era hora de que alguien le diera su merecido al tiempo. ¿Velocidad? Debería haber puesto más atención en clase. Demasiado físico, doctoral. No sería un buen comienzo.

Sabe que el colegio se aproxima con decisión. Que los niños estarán de la mano de sus madres esperando a que abran. Que las risas ahogarán la vocecilla interior que se asfixia sin remedio en un mar de mercurio. Que le mirarán y él imaginará que conocen su secreto, si abren pronto subirá directamente a clase, ordenará el pupitre y esperará, no puede hacer otra cosa. Sin que acabe de pensar todo esto la puerta le da un mordisco de malos días, días de polvo y tiza, días de vergüenza y mejillas coloradas. No se atreve a dar la vuelta y a echarse a correr, rápido, muy rápido, como en la película de la tele del sábado, después de Mazinger. Llorar no es de cobardes, llorar es de llorones y por eso no le gusta aunque sabe que es un cobarde y que siempre lo será. Puede que no lo sepa aún pero algún día se acordará. Cuando entra el profesor tiene ganas de mear, ha debido olvidarlo con tanto pensamiento yendo y viniendo. Demasiado tarde como tantas veces. Las bolas de papel han dejado de golpearle en la nuca, se ajusta las gafas y respira muy hondo. La silla de su lado está vacía y el crucifijo se tambalea en su escarpia.

El tiempo y los que nunca pensamos mucho en él. Los minutos y las horas. El verano, el invierno y el verano. Hay cosas que siempre te hacen tropezar en las noches de pesadilla. Ya no soy más. Los otros irán muriendo y nadie podrá culparme. Bueno. Algo así.



domingo, 11 de octubre de 2009

LA CUESTA ARRIBA

Os dejo enlace al número 15 de la Revista Narrativas. Tengo el placer de publicar un nuevo relato con ellos. Gracias.

Se trata de la primera, única, ¿última? incursión jaloziana en el mundo rural. Es un texto con olor a cerrado, magdalenas, alcanfor y mesas camilla. Algunos decían que sólo sabía escribir sobre autobuses y bares. He aquí la muestra de su equivocación. O no.

Una rara avis, como si un personaje de berbi entrara en un bar distinto a la Taberna del Zarpas, algo así.

Sin más preámbulos, un inédito. La cuesta arriba. Pasen y lloren de pena.


Este texto aparecerá, próximamente, en el libro Sentado en una silla helada.  Seguiremos informando.



A LA VENTA EL 23 DE ABRIL DE 2013.

En la caseta de la editorial Certeza, Día del Libro. Paseo Independencia de Zaragoza.

PRESENTACIÓN 24 DE ABRIL. 19H30. BIBLIOTECA DE ARAGÓN (Doctor Cerrada,22)

A cargo de Javier Aguirre y Alfredo Moreno. Conduce el acto, José María Morales.

sábado, 10 de octubre de 2009

MOGWAI 5 - LOS PLANETAS 0

Yo no debería estar aquí, escribiendo esto... Y esto ya lo he escrito en alguna otra ocasión, tengo la sensación de no hacer lo que debo, de elegir el momento menos oportuno y sepultar mi vida entre cosas prescindibles.

En este sábado por la mañana debería hacer los equipos del SM, era lo que tocaba, la competición empieza esta tarde y yo con estos pelos, literal. Pero es que tengo que poner en orden mi cabeza, si el zumbido de oídos me lo permite.

Viernes 9 de octubre, Sala Multiusos de Zaragoza, primera jornada del FIZ 2009. Un cartel que es una incógnita. Los Planetas, Sunday Drivers, Love of Lesbians y Mogwai. Lo bueno empieza tarde, a partir de las once. ¿Tarde? Sí, en mis actuales circunstancias, lo es. Dudo entre ir o no ir, entre pagar los 40 euros de la entrada o no hacerlo, entre gastarme no sé cuánto más en cerveza, entre quedarme en el sofá o arreglarme y buscar la parada del bus, sortear los grupos de adolescentes que quieren quemar la noche pre-pilarista. Llamo a mi amigo Antonio a ver si él me empuja a salir. No lo hace. Me siento y reclino el sillón, empiezo a adormecerme mientras oigo de fondo a una tía que podría llevar un tiempo enterrada, diciendo que el que le salvó de una mano de hostias no era tan bueno. Y entonces ocurrió.

Un ángel con la cara de Jesús Mariñas se me acercó al oído y me susurró que Dios me pedía que fuera al concierto de Mogwai. Me levanto y ando, no me gustaría enfadar al mismísimo Dios DJ. Me visto de fizer, camisetica sin referencias musicales, no me gusta dar pistas, vaquero, zapatillas informales sin marca y una chaqueta de punto que me da un cierto aire de universitario repetidor bostoniano. Me despeino y salgo no sin antes echar un juramento: Breogán 72- CAI 63. Cuando se lo cuente al berbi...

A las once en punto estoy en las taquillas, dos billetitos y me regala un boleto para entrar al recinto que bien conozco y que normalmente hace que los grupos suenen como el culo. Pero si Dios me lo ha pedido... No me cachean, no parezco peligroso, si ellos supieran. Hay un montón de gente, más que otros años, todos son supermodernos, camisetas a cual más indie, despeinados estudiados, mucha barbita, gafa de pasta, bolsos atravesados. Son jóvenes y guapos, sobre todo las chicas. Huelen tan bien. ¿Por qué todos los modernos sonríen igual? Deben tener el mismo camello. Muchos parecen ser de fuera, gente que no llegó al FIB y se consuela con esto. En Zaragoza no hay tanta gente tan fashion. Si no me sudaran las manos, y supiera, me liaría un porrito. No se debe mezclar codeína, paracetamol y alcohol. Me temo que lo haré.

Han terminado Sunday Drivers, no he llegado ni a la nota final, tampoco me pena, a lo mejor me arrepiento algún día. Una muchedumbre de técnicos, auxiliares, asistentes... se afana en desmontar el set anterior y preparar los cacharros de los escoceses Mogwai. No los conozco, los he oído pero no he prestado mucha atención. Desde Escocia como enseñan las bufandas del Celtic de Glasgow que adornan los enormes amplis. En 30 minutos deben aparecer y enseñarme qué saben hacer. Me sitúo cerca del escenario, a la derecha. Me impresiona la cantidad de guitarras que tiene preparadas, no menos de quince. Me gustan los grupos que cambian de instrumento casi en cada canción, aunque lo suyo no sé si son canciones, no cantan. Expectación en aumento, calor y humo a partes iguales, empiezo a sudar con mi chaqueta anudada a la cintura. Litros de alcohol, olor a hierba y un montón de cámaras fotográficas. Se apagan las luces, quitan la música de ambiente y sueltan el humillo preceptivo sobre el escenario. Aplausos.

Salen cinco tipos, camisetas y vaqueros, feotones, uno pequeño y calvo que parece el jefe, otro con una gorrita como única concesión al glamour. Saludan, se sitúan en sus puestos, dos guitarras, bajo, batería y un teclado, comienza el show. Tardo poco en intuir lo que va a pasar, Dios no me ha engañado, es uno de esos momentos en los que te alegras de estar ahí, como aquella noche en el añorado Rincón de Goya, Manta Ray dejándome embobado y haciéndome peregrinar a la mañana siguiente a la tienda de discos, lo quiero todo de este grupo, como la tarde con Polar en la FNAC, como... Tres grupos con puntos de contacto, querencia por la música instrumental, los ambientes pegajosos, recurrentes, enfermizos, los desarrollos amplios y los cambios de ritmo, el estatismo en la escena, la falta de divismo, la huída de la afectación y el amaneramiento. Mogwai es todo eso elevado al cubo. M3. En diez minutos me han ganado para toda la vida.

El sonido es todo lo bueno que creo se puede conseguir en aquel antro poco preparado para el r´n´r. Estos tíos son una apisonadora. Es Michael Nyman y el minimalismo, con My Bloody Valentine, con death metal, los Cure más oscuros, Smashing Pumpkins, debe ser post-rock, slow core o la madre que los parió. Estuvimos bajo el mar, en un desierto, sobrevolando la luna, la muerte debe sonar así, es tan hermoso que da miedo. Y el ruido. Ruido. Ruido. Brutal. Un volumen al que nunca me había sometido, parece que es marca de la casa, me golpea el pecho y me envuelve la cabeza en miles de aguijonazos, me duele la tripa, me estallan los tímpanos, tengo ganas de huir y vomitar. Me dan miedo. Espero que hayan hecho caso a las recomendaciones de la OMS y los decibelios no vayan más allá de la locura. Acoplan y sonríen, juegan al Apocalipsis mientras nos han grapado los huevos al suelo de plástico, cerveza y cigarros. Nadie se mueve. A ratos tengo ganas de llorar. Es todo tan hermoso. Setenta y cinco minutos después todo estaba consumado.

Salgo afuera a respirar, tengo que mear y comprarme un litro de cerveza para esperar a Los Planetas. Hoy no tengo muchas ganas de verles, algo me dice que no saldrá bien. Me cambio de lado del escenario, me gusta estar cerca de Florent, el tipo del bajo cuyo nombre no recuerdo es tan aburrido... Más cerca que antes. A la hora convenida, más o menos, salen Eric, J y los demás. El público está entregado, creo que hay más gente aún que antes. Se les ve contentos, J con un barrigón indecente y cada día menos pelo. No espero novedades, nada nuevo en el mercado desde su anterior visita, el minutaje algo menor que lo acostumbrado, me temo se centrarán en el rollo flamenco por el que les ha dado últimamente. Es jodido salir a un escenario después de Mogwai. Las comparaciones. Se arrancan con San Juan de la Cruz, la voz de J en primer plano, casi irreconocible, prefiero que la enmascare detrás de las guitarras. Se confirma, el sonido pésimo, como la vez anterior en ese lugar. Suena plano, bajo, el teclado averiado. Todo me parece mentira ahora, hueco, convencional siendo benévolo. La cosa no mejora, los técnicos no ajustan, ya me muevo yo a ver si en otro sitio se escucha mejor. Negativo. La segunda es un adelanto de lo nuevo para el 2010, seguimos embarrancados en un homenaje a Manolo Caracol, lástima. La primera mitad del concierto lo podíamos haber tirado a la basura, ni con tres guitarras consiguen el 50% de la intensidad que acabamos de paladear.

Esta noche voy de público cabrón: No he dado ni un aplauso, prácticamente ni me muevo, pongo cara de aburrimiento que es lo que siento, a la mayoría le pasa lo mismo que a mí. Eso sí, los más acérrimos saltan y se mueven ignorantes del desastre, no lo ven, porque van ciegos, o no lo quieren ver, porque miran hacia otro lado. Los trajes me los compro yo, claro. La cosa remonta algo cuando echan mano de sus clásicos más recientes, parecen haber olvidado las cosas que nos hicieron enamorar, hasta muevo un poquito el pie y le sonrío a una tetona que me chafa su delantera en mi brazo izquierdo. El mejor momento cuando J en un alarde de comunicabilidad dedica la canción al capitalismo que nos ahoga, Devuélveme la pasta, puño izquierdo en alto mientras se fuma un cigarrito. Y no da para más. Deberían ver que no nos gusta lo que hacen ahora, a Florent se le estropea la guitarra ante al aplauso del respetable, que es difícil reinventarse pero que deberían volver a sus raíces y no me refiero al folklore. Irreproducible lo que le grita el de las gafitas número cincuenta y dos, y aire lánguido, que tengo al lado en este momento. Los que habían venido a un karaoke se pueden ir a su casa. Cae el telón entre la sensación de estafa.

Una chica me pide que grite con ella que toquen De viaje. Le digo que de viaje a su casa van ellos, han cumplido el contrato y si te he visto. Además, le grito, han sonado como el culo. Sí, es verdad, los de antes lo han hecho mejor. Vamos, no me jodas, Los Planetas van de bajada, mascullo mientras le dejo con la palabra en la boca y me largo a sentarme un rato en la entrada. Estoy dolido, soy el padre que exige a su hijo listo pero vago que saque nota en cono, y en junio. Sé que puedes. Llevamos muchos años de relación, muchos conciertos, muchos discos, nos hemos dado mucho placer pero rien ne va plus. Lo nuestro se acabó. Mañana, ahora que escribo esto, estaré mejor y recordaré vuestra última visita en la Oasis, con flamenco y todo sonasteis bien y hubo momentos de magia. Le echaré la culpa al local, un mal día. Puede que lo mío con Mogwai sea un polvo que estuvo bien, ya me pasó otras veces, y al final vuelva a casa y te pida perdón y nunca más y sí, te lo prometo. Yo también. Puede ser. Es música difícil y hay que encontrarle su momento.

Espero que haya un partido de vuelta, sé que aunque ahora no estéis inspirados os sobra talento para facturar al menos tres joyitas por disco, por infumable que sea. Espero que en ese partido salgáis a darlo todo y que se pueda remontar la eliminatoria. De momento, Glasgow nos ha ganado por goleada.

NOTA: De Love of Lesbian poco puedo decir. Buena actitud, ganas, el mal sonido mencionado. Las 3 A.M. es mala hora para casi todo. Parece un grupo con buenas letras, sonido con matices y currados vídeos. De esto, en el concierto, nada de nada, claro. Y es que a la tercera canción, cuando bajan la música para que el cantante reclame palmas y anime a hacer oh-oh-oh a la menguada parroquia, decido que me voy, esto es cosa de La oreja de Van Gogh y cosas así. Y estos tíos son mucho más feos. Lo siento por Rubentxo.


lunes, 5 de octubre de 2009

EL REY HA MUERTO

Faltaban veinte minutos para empezar y la sala estaba prácticamente llena. El público había entrado ordenadamente y buscado la mejor ubicación para no perderse detalle. Sabían que la cosa podía ir para largo y por eso venían bien provistos de bocadillos y bebidas no alcohólicas. El reglamento no permitía introducir alcohol en el recinto para evitar posibles altercados en un momento de apasionamiento. Más de uno tuvo que pedir permiso en el trabajo para asistir al evento ya que, la falta de fechas libres en el calendario nacional, había motivado que la partida final del Campeonato de Ajedrez de la región de Gorky, se tuviera que celebrar un día laborable. Muchos escolares habían faltado a clase con la excusa, real en la mayoría de los casos, de asistir al acontecimiento del año. El ajedrez en Gorky era casi una religión, un modo de vida, una afición sin límite como la que pudiera sentir un lapón por los saltos de esquí o un galés por el rugby. Y un Andropov - Kilinsky era el mayor espectáculo que se podía presenciar por aquellas tierras. Yuri Andropov,curtido en mil batallas, el eterno campeón de la región de Gorky que nunca había pasado de la primera fase nacional, derrotado años tras año por los distintos campeones de Minsk, de Bakú, de Chiernev... Y Lev Kilinski, el joven más prometedor de la última generación de ajedrecistas gorkianos, casi un niño y con un talento desbordante, quién sabe si el elegido para poner en el mapa Gorky y su pueblo natal, Schornof. Nadie en su sano juicio estaba dispuesto a perderse la quinta partida, el desempate que desvelaría el nombre del aspirante al triunfo nacional, el elegido para la gloria.

Sobre el escenario todo estaba preparado. La mesa de madera, cuadrada, sin barniz que produjera incómodos brillos provenientes de la lámpara de luz blanca cenital que se hallaba dispuesta a sesenta y cinco centímetros del tablero, ni uno más ni uno menos. Silla recta, funcional, de oficinista, en el lado de Andropov. Asiento más cómodo a simple vista, mullido, con respaldo reclinable en el lado de Kilinski. Eran las dos únicas diferencias que se habían permitido. El resto del mobiliario se había consensuado entre los representantes de los dos jugadores, durante largas y tensas negociaciones, más de una vez a punto de la ruptura y de su sometimiento al arbitraje internacional. Era necesario cuidar los pequeños detalles, mimar cada uno los aspectos, en principio irrelevantes pero que pudieran convertirse en decisivos en un encuentro como el que se iba a disputar en breves minutos. Cuando puedes estar horas sentado en las mismas circunstancias, éstas pasan de ser de accesorias a fundamentales. El reloj para contar el tiempo de las jugadas, semiautomático, fue traído especialmente desde la vecina Turgenov para tal ocasión. El tablero, impecable, mate, a estrenar, había sido diseñado por el maestro ajedrecista que habían designado de común acuerdo. Las piezas sobrias, de cantos redondeados, ni tan grandes como prefería Andropov, ni tan pequeñas como deseaba Kilinski. Un tamaño intermedio, sin almohadillado en la base, de roble y por supuesto sin brillo ni olor penetrante que pudiera distraer a los contendientes. Unas cortinas azules al fondo, eran la única decoración en aquel lugar. Eso y la pantalla por la que el auditorio pudiera seguir el desarrollo de las jugadas.

La afición gorkiana estaba dividida. Unos apoyaban al eterno aspirante, Andropov, al que muchos habían visto crecer como jugador y estrellarse una y otra vez contra el mismo muro. Lo sentían como suyo y habían hecho causa común con él, no desfallecerían hasta lograr colocarlo entre la élite nacional, justo en el lugar que por su trayectoria y conocimientos se merecía. Otra buena parte de los aficionados, cada vez más, se había decantado por el joven y prometedor Kilinski. Cansados como estaban de las sucesivas decepciones andropovianas, Pocopov le apodaban las malas lenguas, habían puesto toda su ilusión en los jugadores que sucesivamente se habían medido con el sempiterno Andropov. Este año tocaba Kilinski. A ver si era el definitivo. Las apuestas estaban a su favor. Y es que el ajedrez movía mucho dinero en Gorky, casi tanto como pamelas en Ascot. Las casas de juego habían cerrado ya sus puertas, una hora antes del comienzo fijado de la partida, tal y como manda el reglamento. No obstante, los establecimientos ilegales, en buena parte consentidos por las autoridades que obtenían un sobresueldo gracias a las considerables comisiones que recibían, permanecían abiertos durante toda la partida, permitiendo las apuestas, jugada a jugada, movimiento a movimiento. No había una familia en Gorky que no hubiera apostado, aunque fuera dentro de los límites del su hogar, por uno u otro jugador. El momento tan ansiado había llegado.

Cuando el reloj digital de la sala marcó las 15 00, aparecieron por cada uno de los laterales del escenario, los dos ajedrecistas acompañados de sus entrenadores personales. A la derecha Andropov, cercano a la cincuentena, impecable traje gris oscuro, levemente pasado de peso y un gesto de responsabilidad en su cara. A la izquierda, Kilinski que bien pudiera ser el hijo del anterior, americana deportiva, jersey de cuello alto, atlético y con la mirada del que sabe que no tiene nada que perder. La ovación fue atronadora, los espectadores se miraban unos a otros, convencidos de que algo grande iba a suceder. Los duelistas se estrecharon fríamente las manos y tras el sorteo de piezas realizado por el árbitro designado para la partida, blancas para Andropov, procedieron a tomar asiento en sus respectivos lugares, preparados para lo que se antojaba una larga tarde. El público fue apagando sus voces y se dispuso a disfrutar de un gran espectáculo. Cuando las blancas abrieron con d4, un murmullo de sorpresa, prontamente acallado por el personal de seguridad de la sala, recorrió el recinto. Mucho se había especulado con la táctica que usaría Andropov pero nadie había pensado que se decantara de inicio por lo que se presumía una apertura Turner, prácticamente en desuso desde la final del Campeonato del Mundo que disputaron Hendris y Moore. Al tercer movimiento de blancas, c5, ya no había duda: Se trataba de la legendaria Apertura Turner.

Si pudiéramos leer los pensamientos de Andropov, de Yuri, veríamos que está preocupado. Toda una vida dedicada al estudio del ajedrez, a su práctica, tantos sacrificios y tantas cosas dejadas al margen, soñando con un futuro mejor, con un reconocimiento y un modo de ganarse la vida más allá de su insípido trabajo de funcionario de poco rango del Departamento de Aduanas Agrícolas. Siendo niño ya despuntó en el arte de las sesenta y cuatro casillas, en la Escuela Elemental ingresó en el club de ajedrez y muy pronto se fijaron en él, sus maestros. Completó los estudios con sacrificio, peones y alfiles ocupaban todo su tiempo, y se centró en su afición, su deporte, el sentido de su vida. Esto y su timidez olímpica, le fueron alejando de la vida diaria, terminando recluido en una habitación de su casa, practicando y estudiando continuamente con su maestro y mentor, el gran Leonidas Koskin, tristemente fallecido unos años más tarde en un accidente aéreo no del todo esclarecido. Yuri había renunciado a muchas cosas por ser alguien en este mundo. Hasta al amor de una dama, Anatolia, quien cansada de esperarle y de buscar un mejor presente, había terminado por casarse con un viejo joyero de una ciudad vecina. Sabe que puede ser su última oportunidad, que no puede fallar, que es ahora o nunca.

La partida transcurría sin sobresaltos, pasada la inicial sorpresa de la apertura. Las blancas habían tomado la iniciativa y Kilinski tan sólo acertaba a defenderse como podía. Andropov estaba jugando duro, había hecho una clara apuesta por un ataque sin cuartel, una estrategia relámpago que debía servirle para tomar ventaja inicial y ya no soltarla hasta el triunfo final. Los espectadores asistían en silencio al desarrollo, lento normalmente, acelerado en contadas ocasiones, de las jugadas de los dos oponentes. Traspasada la segunda hora, Kilinski solicitó uno de los dos recesos a los que tenía derecho y que previamente habían sido pactados. Ahora sí, los aplausos ensordecieron el ambiente del lugar, los aficionados ya no podían contener su entusiasmo y brindaron una cálida ovación a sus dos paisanos, especialmente a Andropov quien no pudo evitar esbozar una leve mueca de satisfacción. La cosa iba bien, mejor de lo previsto. Había capturado varios peones, un alfil y un caballo, mientras que en sus filas nada más que faltaba algún peón y una torre que había sacrificado voluntariamente. Kilinski abandonó apresuradamente el escenario y se refugió en la habitación que le habían habilitado como cuartel general. Allí, junto a su entrenador y varios asesores de confianza, intentarían recomponer la situación y obtener alguna ventaja que le allanara el camino hacia la victoria. Andropov, mucho más relajado, aún se demoró unos instantes saboreando el calor del público, de su público. Imaginó a su maestro moviendo los pulgares de las manos entrelazadas, ladeada la cabeza y sonriendo ante lo que estaba viendo.

Pasados unos minutos, los jugadores volvieron a ocupar sus respectivos lugares. Cuando la gente terminó de llenar de nuevo sus asientos, la partida se reinició. Cc7 y una exclamación quedó ahogada en las gargantas de los más vehementes. Las negras habían realizado un movimiento de alto riesgo que ni siquiera los analistas de Andropov, según se reflejó en su cara, habían tenido en cuenta. Kilinski no se iba a rendir tan fácilmente. Los siguientes movimientos se demoraron, se hicieron esperar, caían con desesperante lentitud hasta para el aficionado más ortodoxo. El que movía se concentraba en el tablero, la vista incrustada en la cuadrícula, la mente a toda velocidad. El que esperaba parecía quedar congelado en el hielo de algún remoto glaciar. El tiempo es plastilina, crece, se alarga, se retuerce y vuelve a estirarse. Los espectadores han optado por merendar en silencio: Un poco de reno, unas huevas con pan de centeno, grasa de oca y té o café. Si al menos pudieran alegrarlo con un poquito de vodka... Andropov está desconcertado, parece que está empezando a sudar y un ligero tic le remueve la mandíbula. Sus ojos se han vuelto tristes, ya no lo ve tan claro, sus incondicionales, entre bocado y bocado, tampoco. Kilinski se ha zampado en un momento el alfil de la casilla negra y un caballo que protegía al rey. Iguala la contienda. Empieza a tomar la iniciativa. Yuri se remueve nervioso en su asiento, las horas de inmovilidad empiezan a pasarle factura. Sus dedos tamborilean en la mesa ante el regocijo de Kilinski y la advertencia del comisario. Se ve a sí mismo caer en un pozo, en un laberinto lleno de arañas y serpientes. Oye a su madre llamándole para cenar, que deje los dichosos muñequitos y que se centre en los libros. Nunca serás nada en la vida, fíjate en tu hermano, funcionario del Servicio Postal. Acaba de perder otro peón, empieza a estar en retirada, la gente lo está viendo igual que él. Este año tampoco será. Y no habrá un mañana. Sigue cayendo por el agujero negro, se raspa las rodillas de sus doce años con las zarzas y las piedras del cortado. Se quiere agarrar y sólo logra mover torpemente la dama. No. Silencio absoluto. Qué error, qué inmenso error. ... AxD Ha vuelto a dejar morir a la reina de sus sueños. Anatolia se desangra en el suelo formando una figura que semeja una amapola. El auditorio exclama con sorpresa. Un error de principiante. Es el comienzo del fin. Andropov va a perder. Andropov va a perder. Las voces resuenan en su interior, el eco le devuelve a la realidad, las campanas tocan a muerto. Y el muerto es él. Está medio noqueado, se tambalea en un ring imaginario, su entrenador que intenta parar la partida. Yuri está bloqueado, ni siquiera la toalla le salvará. Ve preparando un sudario. Rf 5. Es un suicidio. Las blancas se están suicidando. El guerrero sabe que va a morir y ofrece su pecho al hábil espadachín, del que espera una muerte rápida y digna. Kilinski no reacciona inmediatamente. No esperaba esto. No estaba en el guión. Se ve en el circo romano. César ha volcado el pulgar. La multitud ruge hambrienta de sangre. Mira a los ojos de Andropov y no ve nada más que un cadáver. Dh7 Jaque. Yuri quiere acabar con esto. Se encierra en una esquina, espera la misericordia de su contrario, que no le haga sufrir. Tg6 Mate. El rey ha muerto. Viva el rey.



La multitud se levanta, todavía pensando en lo que acaba de ver. KIlinski no se ha movido de su sitio. Tampoco Andropov. La mayoría aplaude, sin mucho convencimiento. El escenario se llena de gente, poco a poco. Sacan de sus pensamientos a los dos rivales, al ganador y al perdedor. Felicitaciones, apretones de mano, abrazos, sonrisas y lamentos. Todo ha acabado. Los focos se centran en Kilinski, arrinconan suavemente a Andropov, la soledad de la derrota. La última derrota. Yuri hace mutis, recoge sus cosas y se pierde en el horizonte. Al llegar a casa, las manos en los bolsillos, la vista en la punta de los negros zapatos, ya sabe lo que va a pasar. La luz de la calle que entra por la ventana, le sirve para abrir el cajón de la librería. Las palomas del balcón huyen volando, al sonar el disparo que se confunde con la campanada del reloj de la torre, cuando da la una.