miércoles, 31 de marzo de 2010

YA ES PRIMAVERA EN NARRATIVAS


El número 17 de Abril-Junio 2010 de tan prestigiosa revista ha llegado. Tengo la suerte de aparecer con el relato Sexo, cárceles y un soplo en el corazón. O de como entre lo más duro hay espacio para la ternura.

Les invito a visitarla y a disfrutar con sus contenidos.

Gracias.

http://www.revistanarrativas.com/

martes, 23 de marzo de 2010

UNA DE TIROS

Se refugió en la nave industrial abandonada. Sabía que no iban a tardar en llegar y buscó el mejor escondite para recibirles como se merecían, con una tormenta de fuego y muerte. Apretó con rabia la culata de la pistola, intentando sofocar el dolor que le provocaba la herida en la pierna. Rechinó los dientes, si no conseguía acabar con ellos rápidamente, el balazo iba a terminar el trabajo que había empezado hacía una hora. Entonces oyó el ruido del motor y el chirriar de los frenos cuando el vehículo se detenía delante del portón. Plam, plam... plamm. Retumbaron tres portazos en el vacío. Imaginó a los tres sicarios descendiendo del coche y echando mano de las pistolas que guardaban bajo la chaqueta, intentando no emitir ninguna señal más que pudiera darle pistas de sus intenciones. Se agachó todo lo que pudo y contuvo la respiración, le parecía increíble que no hubieran dado ya con él, guiados por el estrépito de los latidos de su corazón. Tomás, eres un hijo de puta y por fin alguien te va a dar tu merecido, le había dicho no hacía mucho, todavía le parecía estar viendo la mirada de odio que le había dirigido mientras le disparaba. Sintió un movimiento a su derecha y casi por instinto se levantó y buscó con la vista al que lo había hecho. Disparó una vez, no podía fallar pues los otros ya sabrían dónde se ocultaba. La bala rebotó en la pared pero hizo que aquel cabrón se tirara al suelo y acabara por delatarse. Con la segunda no falló. Un tiro certero en su puta cabeza, un gritito ahogado, una salpicadura en la pared y un gran charco de sesos alrededor. Se acabó. Eres un bastardo, un maldito bastardo... es lo último que escuchó antes de que las palabras enmudecieran con el sonido de las armas. Una y otra vez, una y otra vez... El mismísimo infierno parecía estar allí. Silencio. Polvo. Un olor acre y el sabor a miedo. Sal cabrón, sal y da la cara por una vez en tu puta vida. ¡¡¡ Los cojones!!! Se levantó y volvió a disparar, a ciegas, con rabia, sin éxito. No tuvo la misma suerte que antes, no le extrañaba, asumía que era un perdedor y la próxima víctima. Eso sí, a alguno de estos dos, me lo llevo por delante. Venid de uno en uno, maricones, estoy solo, ya sabéis que estoy solo. Ni lo sue... La bala le atravesó la garganta. La siguiente, el corazón. Cayó a tierra como un saco de mierda, un pelele con una extraña mueca en la cara, un payaso. Te voy a matar, te voy a matar... bam, bam, bam... Se arrodilló detrás de su parapeto salvador. Quería llorar, sentía el terror rondando por sus tripas, intentó recomponer el ánimo y no malgastar ninguna de las tres balas que le quedaban. Tres balas para un pistolero, sonrió. Ven si tienes huevos, Marquitos, ven que te voy a romper el agujero del culo que sé que te gusta. Y Marquitos le cayó encima con un desgarrador grito, le golpeó en la cara con la pistola y casi le aprisionó con el peso de su cuerpo. Lástima que no lograra inmovilizar su mano derecha. Uno, dos, tres balazos a bocajarro, en su fofa tripota. Se desangró como un cerdo. Lo apartó como pudo y le escupió en la cara. Lo había conseguido. Había salido vivo. Tenía que salir de allí y buscar un médico que le echara una mano. Entonces sintió el frío en su nuca. Antes de volverse ya sabía lo que era. No puede ser. Le encañonó en la frente. Aquello era el final. De una patada en la boca le tiró al suelo. Escupió sangre. Bam. Ahora tenía una herida en cada pierna. No me mates, no me mates. Lloró como el día que perdió a su madre. Ahora le iban a llorar a él. El destino le había jugado una mala pasada haciendo que pensara que eran tres matones, cuando en realidad eran cuatro. Dos puertas que se cierran a la vez, parecen una. Plamm.



lunes, 8 de marzo de 2010

ESCALES

Una ciudad agujereada tiene que ser una gran ciudad. A cualquier hora del día, a cualquier hora de la noche, un lunes, un viernes, con calor o con un frío desconocido, mientras el tráfico se estrangula o corren despreocupados los sudorosos maratonianos, pensando que queda mucho por andar o sabiendo que es aquí, después de pintar un lienzo de verde y de colocar teselas de cerámica alrededor del marco desde el que nunca me dirás adiós, bajando los peldaños o subiendo la escalera mecánica, cientos, miles de personas desaparecen todos los días por las bocas desdentadas, oscuras y cálidas como la galería de una mina rellena de grisú apenas iluminada por un frontal anticuado, haciendo que la vida sea más soportable, aligerando la carga del hoy tampoco sucederá, tamizando los grumos de la confitura de tomate con la que rellenarás un bocadillo de diseño, deshaciéndose lentamente, desinflándose como el tiempo daliniano que recorre tu espalda desnuda, formando una coreografía inconclusa en un pentagrama de notas imposibles que huyen en desordenada fuga, y es la arena de un desierto lleno de escorpiones, que matará a tu madre desprevenida, colándose por el cedazo de un loco que busca pepitas de oro en los ríos agotados de Mountain View, pulgas domesticadas que rebotan en la lona una y otra vez, en un circo macabro de gira perpetua alrededor de la nada, saltimbanquis con la cara pintada de blanco y el miedo agarrado en la mirada.

Si me dejaran haría agujeros en todas las ciudades. Buscaría ejércitos de hormigas que me ayudaran en mi incomprendida tarea, daría patadas a las inevitables ánforas romanas repletas de un vino picado que alguien robó de un barco hundido en altamar, haría galerías interminables en las que colgaría cuadros inacabados que buscan el camino de vuelta, trazaría rutas sin destino a brochazos ciegos para deslizarme entre las ratas que comen el pan que una muchacha conservaba entre sus pechos, lo llenaría todo de raíles paralelos condenados a entenderse, dobles y simétricos bajo el asfalto por el que la muchedumbre circula evitando caerse como Alicia sin maravilla.

Las avenidas se han ganado el derecho a descansar. Las personas sin paisaje desaparecen de mi vista, aligeran la carga de la arquitectura del silencio, descienden y supongo que ascienden al cabo de un rato aunque nadie me lo ha podido asegurar. Me acuerdo de los buceadores de un mar de cuento que se sumergían buscando perlas a pleno pulmón. Los ciudadanos volverán de la profundidad abisal en cuanto noten que les falta el aire, que las perlas son de plástico y que los músicos que rellenan los túneles son de cartón. El saxofonista miente jazz y vende jirones de algodón al que se pare a mirar. Derecha. Izquierda. Un orden no escrito que debes respetar para no terminar engullido por el ojo luminoso que sale del túnel. La nieve se ha enfadado y empieza a caer por allí arriba, quiere aplastar el suelo, atrapar a los que buscaban la huída. Copos feroces para terminar con un mundo de color y devolvernos al cine mudo que deja un rastro gris y sucio que huele a humo y barro. Centenarias torres acostumbradas a esperar bromean con los modernos rascacielos iluminados para el carnaval. Piedras negras enfrentadas al cristal de hierro. Si tuviera que apostar.

Ilusionistas de domingo esconden palomas en el hueco de las camisas, una mujer harapienta, la ves, ya no la ves, un grupo de japoneses atosigados, los ves, ya no los ves, cráneos estrellados cuatribarrados sobre tirantes que van a un concierto, los ves, ya no los quieres ver, suben, los ves, bajan, no los ves, fotografías que pasan a toda velocidad reflejadas en las ventanillas que nadie limpió, miras al suelo que no ves, suspiras al cielo que no ves, trocitos de hielo clavados en la garganta, deberíamos terminar la cubierta de una vez, se pone todo perdido y alguno se va a romper la cabeza, las grúas con su esqueleto amarillo llevan tejas de un lado a otro, las ves, ya no las ves, una esponja de coral que se alarga lejos de la sal y de los barcos de recreo en los que se suicidan los turistas insatisfechos, ¿lo ves?, el violinista que saltó del tejado y cayó en un plato vacío de monedas que no ves, el carterista que vuelve del trabajo y se empeña en no meter la mano en el bolsillo del pantalón de un ceñido vaquero, perdón, ¿no ve por dónde anda?.

Y siempre es así. Tarde o temprano te encontrarás con lo que creíste dejar atrás. La tristeza se quedó flotando por ahí, apoyada en el hombro de un niño, colgada de la barandilla llena de gérmenes, entre la cabina del conductor y la pared por la que se escurre el rastro de la nieve o de una gotera nada poética. Algún día la ballena expulsará al muñeco de madera que terminará a lomos de un lagarto multicolor, entre columnas retorcidas como tus intenciones y negras como el fin que nos aguarda. No le gustaba escuchar los latidos de su corazón. Por eso, el día que se murió descansó definitivamente. Las pompas de jabón suben, la nieve baja, las escaleras.


lunes, 1 de marzo de 2010

DIARIO DEL ALTO ARAGÓN

En el periódico de ayer apareció la primera entrega del serial basado en el relato, ya conocido por los más asiduos, El abrigo rojo. Historia-saga de varias generaciones de personajes pintorescos y aragoneses, si es que ambos términos no son sinónimos.

http://www.diariodelaltoaragon.es/NoticiasDetalle.aspx?Id=617058

ENTRE LA REALEZA Y UN CULO MARRÓN

Salí del trabajo a la hora acostumbrada. Me dirigí por el camino de siempre hacia el centro de la ciudad, andando, como últimamente, como desde que un amigo se empeña en llamarme gordo y eso me duele de verdad. Falta casi una hora y media para que empiece al concierto así que voy despacito, saboreando cada paso, cada esquina que se interpone en mi camino, mirando de reojo algún escaparate ante el que me gustaría detenerme pero sabiendo que no lo haré aunque sea una tarde especial. Hace casi calor, la primavera arrasa las calles de Zaragoza y mi viejo negro abrigo ondula a mi espalda, fuera de lugar, con el cuello subido y la mirada en el suelo, como en aquella vieja foto en blanco y negro de Dean. Me gustaría saber fumar para rematar la imagen que quiero proyectar ante las miradas de los desprevenidos viandantes.

Al llegar a Doctor Cerrada, por donde daré un tajo vertical al camino que se tiende ante mí, veo a un policía que desvía el tráfico. Agente, es que vivo ahí, necesito entrar al garaje, casi puedo oír a la señora del Polo. Sigo andando después de sortear zanjas, vallas, agujeros y barro colocados a la espera de un tranvía valenciano. Se está bien por esta calle alejada del ruido y en la que a medida que la recorro veo zonas acordonadas, aparcamientos prohibidos que son ocupados por coche de gran cilindrada donde la policía se camufla en vano. Raquel habla por el móvil y me saluda con la mano, mejor así, no sabría qué decirle después de tanto tiempo. Ventajas de los avances de la telefonía. ¿Quién va a venir a visitarnos? Un pez gordo de paso por el Paraninfo, imagino mientras los escoltas bajan de sus coches dando grandes portazos y poniendo cara de malos. Me siento incómodo, tanta seguridad es peligrosa y a punto estoy de bajarme el cuello del abrigo para no levantar sospechas a pesar de mi gordezuela cara de buen chico. Aterrizo en la plaza Paraíso y ya no hay duda. Un montón de curiosos se han detenido a los lados de la escalinata del hermoso edificio que la preside desde hace tanto tiempo. Aplausos.

Y entonces les veo allí, tan cerca de mí, avanzando en mi dirección empeñados en saludarme, Felipe de Borbón y Letizia creo que con zeta y no sé de dónde, acaban de llegar y estrechan manos con calor y profesionalidad. Él no me parece tan alto, ni tan mayor, ni tan grueso como en la tele. Ella es más bajita de lo que pensaba y sonríe como cuando se sentaba junto a Urdaci. La televisión engorda, ya lo decía María Teresa Campos, ni siquiera los futbolistas tiene tanto músculo al natural, por no hablar de los ciclistas que se parecen a tu primo el pequeño después de superar una anemia en el hospital. Hacedme un favor, nunca me dejéis acudir a un plató de televisión.. Y en éstas estaba cuando oigo que alguien se arranca con un viva, a mi derecha, todavía quedan monárquicos, pensé. Me equivocaba. El viva es para la República, un pequeño grupo protesta con una bandera ante la visita real, mañana España será republicana, no hay dos sin tres, República otra vez. Un pequeño revuelo, la seguridad que se aplica al trabajo e invita a abandonar a los vociferantes, me imagino. No me atrevo a mirar no sea que me confundan, me acabo de bajar el cuello del abrigo, y me pierda el concierto al tener que declarar en comisaría, supongo que bajo tortura. La intrépida periodista de Aragón Televisión no sabe si dar paso a la noticia o dejar las cosas como están. Me mira, me encojo de hombros y me alejo del lugar de los hechos con mi corazón tricolor a buen recaudo.

Queda todavía casi una hora y bajo despacio por Independencia buscando la puerta de la FNAC para confirmar el comienzo no vaya a ser que lo adelanten y no haya manera de entrar en la sala de audiciones. Me recibe un calor sofocante y mientras me despojo del abrigo bajo las escaleras para certificar que todo está en orden. De fondo la voz de Jorge calienta y prueba el sonido. Hay que comprar el cedé para entrar a verlos. La Habitación Roja. Universal. Oferta. 13.95 € Llevo días familiarizado con la portada y buena parte del contenido. Me gusta. Decido pasar por caja para poder presentar el ticket que se advierte obligatorio y salgo a la calle a entretener la espera con una cerveza y mis pensamientos alborotados. Gracias a la generosidad del alcalde repaso mi correo con el wifi de la Milla Digital y observo que no hay novedad. A mi buzón ni siquiera llega spam. Un último trago, un paso por el baño y me dirijo a lograr un buen sitio, que no me pase como hace unos días en la presentación del Os reís porque sois jóvenes, de Tachenko que tuve que imaginarme el concierto entre la columna y el altavoz de la guitarra. Me pongo al final de lo que parece una ordenada cola y sin tiempo de ojear el último novelón de Muñoz Molina que me hace señas desde la estantería, veo que la cosa se mueve, los chicos se apartan y me quedo delante del preceptivo miembro del staff que controla el acceso a la sala. ¿Te enseño el ticket? Le digo mientras rebusco en la bolsa de papel en la que hace menos de media hora la señorita introdujo la cajita negra. Me imagino en un supermercado de Mountain View sacando una botella mediada de whisky del arrugado papel en el que escondo la mercancía fuera de la vista del malhumorado negro policía californiano. No, basta con ver el cedé. Dicho y hecho. Como si de un Caronte moderno se tratara acaba de pasaportarme al interior de la laguna. Sillas vacías, algunos fans preparando rotuladores para los autógrafos y los demás esperando afuera. Junto a Pau, Marc y Jordi, esperan en las primeras filas el bajista y uno de los guitarras de Tachenko. El colegueo es lo que tiene. En el escenario cuatro taburetes y varias guitarras esperan su momento.

Vaya por delante que no soy un gran amante de los sets acústicos, me gusta más el esplendor del sonido, que venga con todos los extras. Además en este caso tenía ganas de ver cómo sonaban en directo las nuevas propuestas de LHR y certificar la impresión que me dio el concierto que grabaron para Radio3: Sensacional. Pero la ocasión bien merecía la pena y lo que se pierde por un lado se gana en cercanía con el artista y en lo novedoso que puede resultar la interpretación desenchufada. En estas y otras reflexiones andaba este humilde narrador cuando la sala empezó a llenarse. Yo me había colocado en un buen sitio, por una vez, centradito y en las filas de delante aunque sin atreverme a plantarme en la primera. Pau, un momento antes de iniciar la actuación, tuvo que animar a la concurrencia a que se situara por allí para hacer más hueco al fondo. Las chicas fueron las más decididas y se animaron a aceptar la invitación. A mi lado se situó una  muy discreta, sin saludarnos compartimos una hora de nuestra vida al igual que hice con los de mi izquierda a los que tampoco saludé. La música tiene algo de vicio solitario sobre todo en el formato que se nos proponía. Sentaditos y con los abrigos por el suelo apenas movíamos la cabecica (Maldito corrector ortográfico que siempre pone “cabecita”, no entiende de aragonés) y un pie llevando el ritmo sin hacer muchos alardes. Aquello estaba más preparado para una conferencia que versará sobre ipecés, peibés y cosas por el estilo que para un ratito de r´n´r. Estáis muy serios, diría después Jorge, pero aplaudís bien. Y era cierto, las palmas sonaron con rotundidad aprobando al recién nacido que luchaba por empezar a gatear fuer de tiempo. Será por las luces, imponen mucho. En pleno concierto pidieron que apagaran los focos y encendieran unas lamparitas muy monas colgadas de la pared del fondo que dieron un toque más cálido, más íntimo, como si estuvieras en el salón de tu casa. Cuando nuestras pupilas se acostumbraron se logró el efecto deseado.

¡¡¡ES AQUÍ!!! Si algún lector ha llegado hasta aquí buscando una “crónica” de la actuación, enhorabuena. Hay que tener mucho aguante y por eso el mérito es incalculable. Si fuiste de los que buscaste el meollo del texto siguiendo mi recomendación inicial, un saludo también y que sepas que no te guardo ningún rencor. Con puntualidad exquisita los miembros de la banda, a excepción de Jose al que no habían soltado de sus cadenas, fueron ocupando el estrado. De izquierda a derecha Jordi, Pau, Jorge y Marc. Éste era el único que quedaba lejos de mis pobres ojos y tuve que hacer algún escorzo para verle desparramar un poco de percusión y manejar con buen estilo el precioso bajo con el que se acompañaba para la ocasión. Tras los saludos de rigor comenzaron con Días de vino y rosas, dejando bien claro que no tenía nada que ver con Juan Aguirre. Casi me caigo de la silla. ¿Lo dirá por mi comentario? ¿Se habrá molestado? Espero que no, parece un tipo con buen humor. Y es que las neuronas son así, escuchas algo que te recuerda a algo que te parece que... El grupo homónimo a la canción tuvo su momento de gloria en los inicios del indie zaragozano. A mí me parecían lo más, tres chicos a los que podías ver tomando cañas en la mesa contigua a la mía en la terracita del bar de mi barrio, la bajista que iba a mi instituto y a la que jamás, por supuesto, le conté nada de mi admiración. Yo no quería molestar. Aparté estos lúgubres pensamientos y me centré en la música. Perdonad la digresión, de nuevo, y también que no me apuntara las canciones que interpretaron para darle un toque más profesional a esto que ya no sé cómo calificar. Aplausos.

El sonido es muy bueno y los músicos están contentos, ambiente distendido y bromas con el público que abarrotó la sala, me temo que sin pasar por caja. Espero que al final todo el mundo se llevara su cedé a casa y haya disfrutado tanto del contenido como yo. Magnífica grabación para una obra que así lo requería. Cuántos buenos discos se han ido al traste por unas mezclas desastrosas. Llevo unas cuantas escuchas y a cada una de ellas reafirmo más mi primera impresión, es un muy buen disco. Lo he escuchado detenidamente en mi viejo discman mientras limpio el polvo, mientras plancho con salero, mientras limpio el baño con esmero... La vida es así de dura, seguiremos buscando la belleza entre la basura. Hasta he creído escuchar un estornudo al comienzo de una canción, la fría nieve debe causar estragos. Los chicos siguen desgranando sus canciones, presentando en sociedad alguna de sus criaturas: Younger, Febrero, La noche se vuelve a encender, Muertos vivientes. Mención especial a la versión del primer single, Voy a hacerte recordar, y sus estremecedores coros. Cada vez que la oigo me gusta más y casi me aventuraría a pronosticar que va a ser una de las canciones que perduren de este lote. Los coros. Habéis conseguido que no cante la letra del cantante sino que me agazape a la espera de soltar la frase que brilla en el conjunto. Por una vez no quiero ser Max Estrella, me conformo con hacer el coro de los borrachos. Jordi ha sido un gran descubrimiento, la segunda voz del final es apocalíptica, cantada con el corazón y con las tripas. Cajas tristes también fue otra de las joyitas de la tarde, sonó con un eco extraño muy apropiado para el vacío de la letra. Se está acercando a mi pole position particular.

Respecto a los textos decir que me siguen pareciendo muy inspirados, difícilmente sencillos en ocasiones, poéticos las más de las veces. El oyente podrá encontrar unos cuantos versos de los que justifican tanta palabrería hueca como la mía. “Tan perfectos como nieve al caer, como su simetría hexagonal”. Demoledor. La cosa terminó con tres bises amagados, guitarras de doce cuerdas y una voz por descubrir como la de Pau. Un recuerdo a su etapa en Grabaciones en el mar y a una exposición que ya no podrán ver. Cuando te hablen de mí, Los tiempos están cambiando (con la carga ideológica que quiero adivinar detrás de sus palabras) y 23, cerraron una tarde que bien mereció la pena.

Nos levantamos ordenadamente, algunos se acercaron a firmar, a intercambiar impresiones con los músicos, pero yo decidí marcharme discretamente por miedo a que me reconocieran como el amigo de Juan Aguirre y me hicieran tragarme la discografía completa de Amaral o algo peor. Y entiéndaseme bien, no estoy diciendo que su obra sea mala, me refiero a que el castigo podía ser aún más doloroso, llenarme la colleja de típex y afeitarme les patillas a bofetones, por poner un ejemplo. La chica de mi lado decidió quedarse, espero que le fuera bien, ni adiós le dije, nada más que un tímido gracias por dejarme pasar. Subí las escaleras, salí a la calle y la fortuna quiso cruzar en mi camino un maravilloso culo dentro de un bonito pantalón marrón. Vaya, estoy de suerte, pensé. Durante un buen trozo del camino fui disfrutando de su caminar, la forma de andar de la chica con una coleta alta morena a la que nunca veré la cara. Iba pensando en todo lo que había pasado esa tarde, en que tenía que contarlo no sé muy bien para qué, sin imaginar que acabaría a estas horas, en la cocina rodeado del cola cao, el nescafé y unas magdalenas con chocolate. Era un culo rotundo, de proporciones casi perfectas, digno de ser enmarcado estudiado por las generaciones venideras, uno de ésos que te apartan del buen camino y te hacen alejar de casa hipnotizado con el vaivén.

Acabo, ya era hora, refiriéndome al Je ne sais pop. También me acordé de Goñi, pido perdón, y de Algora en algunas modulaciones de la voz, en vaya usted a saber qué. Los humanos siempre buscamos balizas para volver a casa, una vela encendida detrás de una ventana aunque sea en un cuarto piso. No me tengáis en cuenta todo lo anterior. A veces he tenido una sensación parecida. Espero que no me lo apuntéis en el debe (¿o era en el haber?), un tipo que tiene siete u ocho de vuestros discos no puede ser sospechoso. Os agradezco los buenos momentos y espero sea por muchos años. Salud.