lunes, 29 de junio de 2009

SIN PALABRAS (TRAGICOMEDIA EN ESPAÑOL)

Me gusta cuando callas... porque estás callado. Y es que no soporto más que de todo tengas que opinar, que siempre encuentres solución para cualquier problema, que te hagas el dueño de la conversación aunque acabes de llegar y se esté hablando de cosas de las que no tienes ni idea. Tú hablas y hablas sin parar, aunque la gente ya no te escuche, te encanta oírte y saboreas cada palabra que sale de tu boca y que muere nada más nacer, semillas sobre campo yermo que nadie recolectará. Lo que más me sorprendía y ahora más detesto, es el aplomo con el que sueltas tus ideas, la facilidad que tienes para dar la vuelta a cualquier argumento y hacerlo tuyo, la capacidad para lograr el silencio a tu alrededor y que la gente que no te conoce se quede colgada de tus explicaciones. Antes no eras así.

Eras de los que no hablaban más que en caso de absoluta necesidad, callabas y otorgabas, no te gustaba molestar. Abrías los ojos excesivamente, despegabas los labios, asentías con la cabeza y te dedicabas a escuchar. Interlocutor perfecto, oyente incansable que jamás te contradeciría y no osaría interrumpirte. Un sumiso espectador que sabía quedar bien sin decir nada. Habías nacido para acatar órdenes. Ya no recuerdo porqué me enamoré. Ahora sólo sé que no te aguanto.

¿Qué es lo que vería en ti? Si ya me lo decía mi madre, chica, no entiendo qué ves en este pazguato, es más aburrido que una misa en latín. Y yo me enfadaba con ella. Cosas del amor y de la ingenuidad de los veinte años, una chica de provincias que no había salido de su pueblo y que se enamoró del apuesto nuevo guardia civil que llegó al cuartel. Siempre me gustaron los uniformes y tú me pareciste un buen hombre, el marido ideal junto al que envejecer y ver crecer a los niños. Recuerdo el día que nos presentó mi prima, en el baile de las fiestas de agosto, nuestras timideces chocando, casi no me atreví a mirarte a los ojos cuando me diste los dos besos de rigor, enrojecida hasta las orejas. Bueno, os dejo, que tendréis muchas cosas de las que hablar... No sé si fue una predicción o una maldición que me echó la bruja de mi prima, que Dios tenga en su Gloria. A los seis meses nos casamos.

No hablábamos mucho, bueno, realmente casi no hablábamos. Tú estabas todo el día en el cuartel o patrullando, guardias interminables y servicios pesadísimos de los que nada me contabas, unas veces pretextando el deber de sigilo que tu profesión te imponía y otras veces el cansancio que te invadía y te hacía dormir nada más sentarte en el sillón. El tiempo transcurría lentamente, los hijos que no llegaban, las rutinas que parecían haber sido siempre así. A todo te acostumbras y llegué a pensar que mi vida terminaría del mismo modo. Entonces ocurrió. Llegó el día que nos cambiaría para siempre.

Habías salido en misión con tu compañero, una ronda por los bosques de los alrededores buscando cazadores furtivos. Viste a lo lejos unos movimientos extraños que llamaron tu atención. El otro guardia se fue por el camino del río, quedasteis en encontraros arriba y según lo que observarais pedir refuerzos por la radio. Tu llegaste justo después de que hubieran descubierto al compañero y uno de los dos sospechosos le hubiera derribado de un culetazo de pistola en la cara. Te pusiste nervioso, poco acostumbrado a la acción como estabas y el arma se te cayó al suelo y se disparó, hiriendo de gravedad a uno y provocando la huída del otro miembro de lo que resultó ser uno de los comandos terroristas más buscados. El ascenso, las condecoraciones y las palabras de elogio hacia tu valentía, hicieron de ti otra persona.

Pusieron a tu mando un grupo de hombres, te destinaron a un cuartel más grande y empezaste a hablar para mandar. Eras el centro de atención en cualquier reunión, en las comidas de trabajo, en las fiestas, en los desfiles. La gente te preguntaba y tú no dejabas de contar, cada vez con mayores detalles de riesgo y emoción, tu hazaña en la desarticulación del comando, hito en la lucha antiterrorista y ejemplo para todos los nuevos integrantes del cuerpo. Te hiciste un mito viviente, el chico más listo de la clase. El siguiente paso vino naturalmente. Empezaste a opinar de cualquier tema, sentando cátedra y guiando a todo el que se dejara aconsejar. Te has vuelto insoportable. Eres tan ridículo que no te das cuenta que la gente se ríe de ti y que lo único que das, es pena. Por eso ya sólo me gustas cuando estás callado.

Cuando leas esta carta, ya será tarde. Yo estaré lejos y a salvo de tu verborrea inagotable. No puedo más. Sigue con tu vida de mentira y tus discursos ante el espejo. En el monasterio de clausura está prohibido hablar. Aquí seré feliz. Nunca más tuya, Belinda.

sábado, 27 de junio de 2009

MOTORHEAD

Ayer tuve la fortuna de asistir a un gran concierto de estos figuras dentro del Metalway Zaragoza. Estos tipos llevan treinta años siendo fieles a sí mismos, monolíticos hasta en la forma de vestir de su líder, camisa negra remangada y desabotonada, patillazas imposibles y un micrófono que cae del cielo a modo de castigo bíblico, ajenos a las modas, espíritu punk corriendo por sus venas, capaces de machacar treinta canciones en una hora.


Mi amigo Antonio y yo nos quedamos boquiabiertos, como los miles de melenudos que andaban moviendo la cabeza desenfrenadamente. ¡Malditos heavys, arderán en el infierno! Una hora de puro rock desgañitado con la sedosa voz de Lemmy. A mis años y me acabo de hacer de esta pandilla de delincuentes.


Os dejo una pequeña muestra, ya me diréis si no es para enamorarse. Dedicado con cariño a Eduard, que cojea del mismo pie.


sábado, 20 de junio de 2009

LOS CARACOLES Y YO


















Me encantan los caracoles: Vivos o muertos. Ha sido así desde mi más tierna infancia. Uno de los primeros recuerdos que me vienen a la mente es yo mismo, vestido con la camiseta del barça (ya lo siento) agachado en el corral de mis abuelos (ya lo siento de nuevo, mis abuelos no tenían jardín) martirizando a las pobres hormigas que pululaban por allí, buscándose la vida. Vale, pero a ti lo que te gustan son los caracoles, ¿no, tío?. Sí, sí, a eso iba, si me permites, majete, voz en off, inconsciente colectivo o como coño quiera que te llames. Empiezo de nuevo.

Me encantan los caracoles. Sí, ya lo he dicho pero es que quiero que quede clara la idea o leit-motiv de este relato (perdón cuento) que no hace sino empezar y ya se está descalabrando. Ya sé que el tema no da para mucho, ¿caracoles?, Lo siento, amigos. Fue una humorada de un compinche, no sé si el de arriba o el de abajo, sí, el de los textos a medias, menudo personaje. Él propuso el tema. Ya está, tío, los caracoles. ¿Caracoles? (Como muy bien has dicho unas letras atrás).Yo hubiera propuesto otro tema, tantas cosas por decir, tanto que escribir. Pero... caracoles, amigo, lo siento. Quedas advertido y si lo prefieres puedes dejar aquí mismo la lectura y volver a tu vida cotidiana llena de peligros y emociones. No te lo tendré en cuenta, de verdad, sin rencores. Puff... Comienzo de nuevo. Tercer y último, espero, intento.

Me encantan los caracoles. De verdad. En tanto en cuanto animalito de la fauna salvaje ¿española? ¿Europea? y/o ¿mundial? (¿Podemos llamar salvaje al caracol?) Dentro de la familia y género, subgénero correspondiente (Léase artrópodo, gasterópodo o lo que sea...) me da pereza ir a google a documentarme para adscribirlo como Dios manda y quedar como un puto sabio del mundo del caracol animado. Tíos, ya os he dicho. Este cuento es un encargo y encima no remunerado. O sea, que cada cual lo clasifique donde le venga en gana y si tú sabes perfectamente qué tipo de bicho es, pues enhorabuena, majete y ójala te den la beca "Amigo Félix" (Rodríguez de la Fuente, ya sabéis, el que era amigo de toda la peña animal y se estrelló en un cacho hielo allá por Alaska, Groenlandia o vaya usted a saber). Paréntesis dentro de un paréntesis. Huelga decir, que si no me he documentado para lo de la familia caracolín, que a fin de cuentas es el protagonista de este relato, menos lo voy a hacer para ver donde cascó el pobre Félix, famoso también por la canción que le dedicaron Enrique y Ana. (Si has puesto cara de amiquemeregistren, es que tienes menos de treinta y tantos. Suerte que tienes, perillán, dedícate a perseguir chavalas y/o chavales y no pierdas el tiempo leyendo esta tontada en el ordenador. Si yo tuviera tu edad...) ¡Ostras! Me he perdido de nuevo. Queda claro que esto es un relato de ficción y no una magistral sobre el caracol y sus métodos de apareamiento. Venga. A la cuarta va la vencida.

(Querido lector: No es muy usual empezar un texto así, con paréntesis y una llamada tal, pero es que no voy a escribir de nuevo lo de que me encantan los caracoles. Ya lo he dicho. Usa un poquito la imaginación, macho. Seguimos) Me apasionan los caracoles. Estos moluscos (Joder, al final me habéis hecho ir a la wikipedia a documentarme del tema. Sois de lo que no hay. Moluscos, eran moluscos. Seré bruto... Una de nota. ¿Cómo se llama la ciencia que estudia la cría de los caracoles? Helicicultura. De nada. Nunca se sabe cuando te puedes estar jugando trescientos mil euracos en un programa de la tele. ¿Helicicultura? Claro que sé lo que es, lo leí una vez en un relato de un tipo que conocí en tusrelatos.com. Fanfarrias, luces, algarabía, azafatas en bikini y tú saliendo a hombros del plató. A medias, ¿vale? Y si no, puedes justificar ante tu madre, mujer, esposo, y/o/u jefe, tu adicción a esto de Internet y de escribir y encima publicar, cosicas en la red. Lo siento, agente, no vi el STOP porque estaba leyendo en el portátil, está mal, lo sé, un articulazo sobre los últimos avances en helicicultura. ¡Qué bien! ¿Qué es usted miembro fundador del club de amigos de la helicicultura de Cerdanyola? Perdón a los cerdanyolenses o cerdanyolanos presentes en la sala pero es que en algún sitio había que decir, por rematar el gag y eso. ¿Vale?. Sí, soy miembro, decía el agente de la autoridad al que nos referíamos un poquito más atrás. Aclaro para los más desmemoriados. Qué suerte. ¿Unas cervecitas y olvidamos lo de la multa y la retirada del carné? Se me está yendo el santo al cielo, otra vez. No termino de rematar el cuentecico. Venga, va, en serio).

El caracol. Ese gran desconocido. Os animo a que profundicéis en el tema que yo sólo he esbozado. No os arrepentiréis, de verdad. Lo del hermafroditismo da para mucho. Idea para un cuento. Por no hablar de lo de ir con la casa a cuestas, de los cientos de chistes que se han hecho a su costa, cornudo, baboso y arrastrao, del gusto que da ir a cazarlos, bueno, cazar, cazar no es el término pero ahora sí que paso del Servicio de Documentación, después de una tarde de lluvia en tu pueblo. ¿Qué no tienes pueblo? Sal a buscar uno ahora mismo, carnuz, que aún vas a conseguir que me enfade. En fin, que el tema es inabarcable y eso que sólo hemos puesto la lupa en su faceta en movimiento que si hablamos del caracol muerto en sus distintas vertientes culinarias (con tomate, a la llauna, con ali-oli, con jaceite...) no terminaríamos nunca. Un mundo, amigos, un mundo. Hasta tentado estuve de hablar de la vida después de la muerte de un caracol, pero me retuve por miedo a lo que pudiera pensar Ratzinger. Cita culta. El gran Julio Cortázar escribió un cuento sobre el axolotl, grande muy grande, si no sabes de qué te hablo deberías leerlo. Iba sobre un tipo que adoraba los axoltl, lo podemos cambiar por caracoles, y terminó siendo uno de ellos. Yo iba a hacer un homenaje-plagio pero al final no me atreví por el copyright y por si tiene un heredero enmascarado detrás de algún seudónimo como Elizabetha, Chiropteran, Toribio, Khamy o vaya usted a saber. En conclusión.

Me gustan los caracoles. ( Por cierto. ¿Lo meto en hiperbreves, científicos o de amor?)

martes, 16 de junio de 2009

EL ROBINSÓN DE TU CUERPO





Se sumergió en la oscuridad de sus cabellos buscando un lugar dulce y amable. Tocó el cuero microscópico y temió una ducha inadvertida. Tanto tiempo esperando y al fin lo había conseguido. Abrazado a uno de sus rizos, creyó morir estrangulado por el reflejo de un rayo de sol. Te quiero mía e inerte, pensó desconfiado. Entre la maleza acarició con sus pies desnudos el manto vegetal que trémulo respondía a las cosquillas. Podría haber pasado días enteros allí, vagando en la soledad, explorador de un inmenso mundo apenas abarcado. Un magnífico amanecer se derramaba en el horizonte y hacia allí se dirigió. Los tambores de la selva le anunciaron el fin cuando su estómago se encogió al borde del precipicio, justo en el punto en el que acababan los mapas. El resplandor de un incendio le indicó el camino.

Caminando por el amplio desierto de la frente llegó a un oasis que le recordó tiempos pasados. Allí se recostó y pleno, quiso descansar entre plantas imposibles y animales extinguidos. Cuando abrió los ojos se asomó a la depresión y al fondo, un lago azul le devolvió su propia confusión. Despojado de sus escasas vestimentas, se lanzó sin miedo, cayendo al infinito. El frío heló su cuerpo y restalló por los poros de su piel. El iris cristalino no era tan profundo como imaginó y el baño terminó en una leve zambullida. No le quedaban lágrimas. Con los pulmones a punto de estallar, agradeció la ayuda de las pestañas para salir y resbalar por el globo hasta la pálida mejilla. Añorando su boca, dejó atrás el difícil equilibrio de una nariz mal aprovechada. Toco tu boca.

El carmín es demasiado pegajoso, le atrapaba como la miel derretida por el sol de las dos en agosto, como el asfalto que se evapora en la carretera que rasga el desierto de sus pesadillas, como la crisálida que lucha por salir del horror. Se tumbó en el labio y lo besó imperceptiblemente. No era el sabor que recordaba. Salvando el desnivel, rebotó en el higiénico nácar y saltó al otro lado, evitando la negra grieta silente. El rojo labial le ayudó a trepar al belfo inferior y desde allí mirar por última vez la que un día fue su casa. A punto de desmoronarse, recordó que en el sur la vida es una promesa en cada esquina, y arrastrándose por el hueco de la barbilla, llegó hasta la cima horadada desde la que contempló una hermosa llanura cruzada por la cordillera gemela. Sin dudarlo, se impulsó hacia adelante y girando infinitamente sobre si mismo, llegó a los montes de sus pechos.

Abrazado a poniente, se maravilló de su blancura lanzándose una y otra vez sobre él, rebotando y volviendo a empezar, buscando un tacto perdido, intentando reconocer un calor animal. Agotado se sentó y elevó la vista añorando el pezón que no recordaba. No tenía fuerzas para iniciar la escalada y hacer noche en la rugosidad de la areola rosada. Decidió rodear la montaña virgen y pasar por el desfiladero seguro de que no se produciría ningún derrumbe, orientando la marcha al suroeste para evitar el cañón del ombligo. Poco más allá reconoció las estribaciones de otro monte que bien conocía y decidido se encaminó hacia el mismo, espeleólogo intrépido.

Sin mucha dificultad descendió por las paredes de la caverna, asomándose a los pliegues de la misma. Recordó las noches sentado en la arena de la playa, mecido por el rumor de las olas e inundado por el olor del mar. La cueva estaba seca y ninguna estalactita podría robar para llevarse a casa. Gritó y ni siquiera el eco le respondió. Ahora lo comprendía todo, naufrago de tu sexo-amor.

Corrió, corrió, corrió... buscando una salida, un punto y final, un final sin colorines ni perdices pero un final. Charlton Heston delante de un cartel anudado al dedo gordo de tu pie izquierdo, con un número en lugar de un nombre, de tu nombre amado.

domingo, 14 de junio de 2009

DIARIO DEL ALTO ARAGON

Y con el de hoy ya van tres... Tres breves relatos de este juntaletras que he tenido la suerte de que aparecieran en el periódico hermano.


Muchas gracias, de nuevo. Os dejo enlace a la edición digital. Mini lecturas para tardes de sofoco.


http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=576236

sábado, 13 de junio de 2009

FUERTE

Cuando de todo hace casi veinte años, es tiempo de echar la vista atrás y recordar. Surfin´Bichos es el grupo de mi vida y esta canción fue muy importante para mí. En el perfil del blog hay una opción para poner un clip de audio y este fue el tema elegido. El sónido no era muy allá y por eso coloco esta versión que he encontrado, esperando que le haga algo más de justicia.
Hay días en los que las piezas del puzzle parecen ordenarse, momentos fugaces de conexión con no sé qué. Hoy he tenido uno de ellos. Espero que dentro de algún tiempo os pueda contar lo que me ha sucedido, os pueda enseñar todo lo que he pensado sobre estas cosas. De momento aquí os dejo un trozo de mi carne. Que os aproveche.



martes, 9 de junio de 2009

EL ÁRBOL

Uno de los primeros textos que escribí. No sé cómo habrá resistido el paso del tiempo. Bendita inocencia



Era un tipo callado, serio, algo taciturno, de éstos con los que te cruzas y no sabes muy bien cómo saludarle o ni siquiera, si saludarle, no vaya a ser que ni te conteste ni por supuesto te mire y te quedes con ese ademán desairado del que se siente defraudado y algo ridículo. Nuestro protagonista gustaba de dar largos paseos por el parque cercano al domicilio de su anciana madre con la que, a pesar de estar bien entrado en la cincuentena, todavía vivía. Se había hecho familiar su figura para los moradores del lugar a fuerza de verle dar vueltas por allí. Pese a que no era mal parecido había algo en él que repelía a la gente, su manera de vestir gris e insulsa, el modo en que caminaba apretando el paso hundida la mirada en el suelo, la forma en que rehuía el contacto con sus semejantes. Su lugar favorito, el espacio en el que se le podía ver más a menudo, al fin descansando y esbozando una especie de mueca que semejaba una sonrisa, era el conocido por los lugareños como Árbol del Ahorcado. Cuenta la leyenda, que mucho, mucho tiempo atrás, en los años oscuros de la represión y las torturas, ese árbol era el lugar elegido para dar el pasaporte público a los dirigentes más significados de la Resistencia. Allí se congregaba el pueblo sediento de sangre, los que se regocijaban con la venganza, los que acudían urgidos por la misericordia y los que no tenían nada mejor qué hacer. En ese sitio maligno se vivieron escenas de horror y vergüenza. El árbol terminó por ser uno más en la ciudad, un personaje siniestro sacado de la peor de las peores pesadillas del sentimiento colectivo.

Nadie supo muy bien nunca cómo se ganaba la vida, a qué se dedicaba cuando no estaba paseando, si tenía amigos o incluso alguien a quien amar. Los más viejos contaban que creían recordar que una vez estuvo enamorado. Que le vieron rondar la casa de una joven, extraña pero hermosa, que vivía no lejos de allí. La cosa no funcionó. La familia de la joven nunca vio con buenos ojos aquella relación e hicieron todo lo posible para que no siguiera adelante. No se conocían los detalles pero se contaba que ella había aprendido a quererle en secreto, humilde y calladamente, después de muchas tardes de verano de paseos y confidencias. Sus padres la enviaron al final de aquella temporada a que pasara un tiempo en la casa de unos familiares que vivían a cierta distancia de la ciudad. No podían consentir que se mezclara con aquel chico de futuro tan incierto, perteneciente a una familia de perdedores y que tarde o temprano la conduciría a la perdición. Y el tiempo, una vez más, hizo su trabajo ayudado por el alejamiento y consiguió que ella le olvidara. Nada pudo hacer nuestro caminante para salvar aquel amor, el primero y último de su vida, el que sabe como ningún otro vuelve a saber. El no olvidó.


Un día, no hace mucho, estaba en el andén de la estación, pasando el rato viendo ir y venir los ferrocarriles, esos ingenios que podían llevarle lejos de allí, a un lugar donde al fin descansar si tuviera fuerzas para ello. Entonces una niña se le acercó, le llamó por su nombre, él la miró a los ojos y esbozó una dulce sonrisa. Recordó una mirada que amó hacía años y levantó la vista hacia la mujer que estaba detrás de la pequeña. Vio los ojos de la niña en el futuro y un escalofrío de vértigo le revolvió las tripas cuando esos ojos presentes le trasladaron al pasado que quería olvidar. No pudo decir una palabra. Enrojeció y quiso llorar. Salió de allí a trompicones sin escuchar la voz que de nuevo le llamaba por su nombre, ese nombre que ya casi nadie pronunciaba nunca. Sus pasos enloquecidos le llevaron sin querer al parque, frente al Árbol. Allí descansó. Alguien le miraba y le llamaba, le decía que no tuviera miedo y que siguiera esperando un poco más. A partir de ese día, ése fue su lugar en el mundo. Todo estaba bien.

Aquella mañana se levantó temprano, como de costumbre, desafiando al frío de la clara madrugada se acercó al cobertizo en mangas de camisa y cogió su hacha. No oiría nunca más la vocecilla de su anciana madre preguntándole qué le pasaba, ni vería la mirada de asco del padre de su amada, ni sentiría la burla a su espalda del vendedor de billetes de tren, ni taladrarían su cerebro las risas de los niños que iban al colegio cruzando el parque. Clavó su arma y se quitó el cinturón con sus manos ensangrentadas. El Árbol había ganado.

sábado, 6 de junio de 2009

EUROPA


3 de junio de 2009. Son las diez de una noche calurosa que obliga a tener las ventanas abiertas por las que se cuela la musiquilla de la información del tiempo que nadie ha seguido con atención. Toda España se prepara para sentarse delante del televisor y presenciar uno de esos acontecimientos que se producen de tanto en tanto, una ocasión única para disfrutar con un espectáculo que promete batir récords de audiencia y marcar un hito en la historia nacional: El Debate sobre las Elecciones Europeas.


Un murmullo recorre la piel de toro de un extremo a otro. De Finisterre al Cabo de Gata. De Isla Cristina al Golfo de Rosas. Han sido días de espera tensa, de comentarios y apuestas acerca de las estrategias de los candidatos favoritos. Ahora han terminado las especulaciones, ha llegado el momento de la verdad y la expectación es máxima, contagiada a través de las cortinas de los hogares españoles, cuando irrumpe con fuerza la melodía de la cabecera. La 1 Presenta. Pocos desearían estar en la piel de la demacrada presentadora, se nota que ha dormido mal, abrumada por la responsabilidad, cinco minutos antes de que se levante el telón. Le sudan las manos, le tiemblan las piernas que ha decidido ocultar debajo de un pantalón, los ejercicios respiratorios no están siendo de mucha ayuda. Tres, dos, uno. ¡Dentro!


Con voz temblorosa y una sonrisa poco convincente, desea buenas noches, da gracias a la Cadena por haber confiado en ella para conducir el debate, y expone brevemente las reglas del juego. Deberían haberle retocado las ojeras. Su madre llora de emoción en algún pueblo de la Sierra de Gredos. Comenta atropelladamente que se ha elegido un formato a cinco, que las intervenciones serán de un minuto y que ella se limitará a anunciar los temas y a controlar que se cumpla escrupulosamente el tiempo de intervención pactado. Entonces pasa a presentar a los cinco elegidos para la gloria.


En primer lugar, plano de medio cuerpo, un vasco que mira tenso a la cámara, al que su partido no nacionalista ha decidido mandar al Parlamento europeo, unas vacaciones bien pagadas por los duros servicios prestados aunque él no las hubiera pedido. En segundo lugar un señor mayor, muy mayor, que no es el señor mayor que todos esperaban y que no se sabe de dónde ha salido. Tiene pinta se saberse de pe a pa la liturgia de los domingos. Demasiado maquillaje acentúa su expresión cadavérica. Luego aparece un risueño candidato, de nombre alemán, hay gente que las caza al vuelo, idéntico plano de medio cuerpo y el aplomo de un opositor a judicaturas que ha estado de jarana la noche anterior al examen. El realizador pincha el plano del siguiente candidato mientras la voz de la locutora sigue glosando la figura del anterior. Al rato la audiencia se entera de su nombre catalán y del conglomerado de siglas de partidos al que representa, una sopa de letras que hubiera hecho las delicias de Urdaci, el jefe de Leticia. Sigue el movimiento de cámara y ahora la nación ya no sabe si el que aparece de perfil con un ojo guiñado es quien presenta la presentadora, el anterior o el que debería venir al final. Otra catarata de siglas pone fin a la malograda presentación. Los ciudadanos se remueven inquietos en sus asientos. Esto va a ser más complicado de lo que parecía.


La moneda lanzada al aire, impugnada por uno de los candidatos por no ser de tamaño reglamentario, decidió el que debería abrir fuego después de haberse jugado tal honor, sin éxito, echando pies en la trastienda del decorado. Es el señor catalán, de apellido catalán y acento tan catalán que hace pedir a alguno subtítulos para seguir su intervención. Se presenta, declara sus intenciones y arranca los primeros aplausos del córner derecho según se mira. Qué rápidos pasan los sesenta segundos. Las malas lenguas dicen que la sofocada presentadora pidió uno más de cincuenta y nueve para pasar por delante de la monada morena, a la que no soporta, que conduce el programa en el que se bajan los micrófonos. Lástima que para hoy no hayan aprovechado esa tecnología punta. El segundo en intervenir es el del ojo guiñado de perfil al que la audiencia no termina de poner nombre y no de saber a quien representa. Tiene algo de cubista en la mirada y la emoción se apodera de la noche cuando consigue saber la cámara a la que le corresponde mirar. Este tipo promete grandes cosas. Es el turno del vasco no nacionalista, se le ve triste, preguntándose quién me mandaría meterme en este naufragio. Hace de tripas corazón y cuenta una batallita de hace veintitrés años. Acabado su minuto, es el turno del señor mayor embalsamado que ahoga con maestría un bostezo que escapaba de su interior. No está acostumbrado a trasnochar. Con un hilillo de voz arremete contra todos los demás y al acabar su frase parece que se desconecta. Por último, el español de nombre alemán que no lleva corbata, habla de sus cosas con una sonrisa en los ojos y el recuerdo de los bosques de Baviera. Ganaría mucho con un gorrito tirolés.


Primer plano de la titubeante presentadora. Explica a los millones que la miran el siguiente tema a debatir en rigurosas apariciones de un minuto, toca economía, y que está prohibido quitarse la palabra, interpelarse y por supuesto darse golpecitos por debajo de la mesa. Abre el fuego el que habló en segundo lugar anteriormente, el cubista que sigue buscando su cámara, en una demostración bárbara de alternancia, rotación y democrática equidistancia en este magno debate que no ha hecho mas que comenzar... Justo aquí, me quedé dormido. Me imagino a mi mujer acercándose con sigilo a mi sillón, quitándome con dulzura el mando de mi agarrotada mano derecha para poner en la televisión su serie favorita. No se lo tengan en cuenta pues no tiene una clara conciencia política. Cómo pudo ser capaz de perderse el acontecimiento, de no despertarme para que pudiera seguir aquella obra de ingeniería televisiva y al día siguiente tener algo de lo que hablar con mis compañeros de trabajo, con mis conciudadanos. Todavía no se lo he perdonado.


Juan Español Español, a pesar de todo, decidió que el domingo iría a votar. Por si acaso.