miércoles, 27 de enero de 2010

PLOF (PE)

…intentando atrapar un sueño. Difícil. En la hora incierta de la madrugada, escasos signos externos que permitan averiguar el momento, sin querer mirar el reloj que desilusione con el cercano amanecer, apretar los ojos, abrazar un cuerpo, dase la vuelta buscando un madero. ¿Es real o no? Te desvisto imaginando que al final hay un premio. No te importará si. Aplastando el culo de la madre del niño, no recuerdo nada. La mente hace dudar entre lo vivido y lo imaginado. Arañado por la rutina del día, tacharlo en el calendario, recoger el archivador, pensar en las promesas del hogar, cerrar el armario. Adiós. Y ya no recuerdo nada más. Unas neuronas cabronas que duermen la siesta mientras el hombre ve cómo se escapa la luz en la pared. Me taparé hasta el cuello, entrelazo mis pies en tu olvido y soñaré que me despierto, que me levanto y me siento a escuchar voces argentinas disparadas a ritmo de jazz. Sonás tan hermoosso. Es ridículo apuntarlo en una libretita anillada en espiral de alambrada concentrada. Ascensores hacia ningún lugar, aeromodelismo en el salón, vino y empanadas. Nos cruzaremos en el firmamento a miles de pies mientras nuestros aviones recorren la distancia entre nubes de alquitrán. Si pudiera escribir te contaría que estoy…

martes, 26 de enero de 2010

PLASH (YA)

… que contarte. Era uno que decía que le gustaba cantar, que le gustaba cantar y bailar, que le gustaba cantar y bailar en los bares, con la música a todo volumen porque así le parecía que lo hacía bien. Un comienzo como otro cualquiera, adornarlo con algo de lirismo. Luces y sombras de colores, ojos que no se encuentran, miradas más allá del círculo mientras baila sin mover los pies. Unos años atrás en el mismo lugar. Todo esto lo escribía un tipo en una tarde tan parecida a ésta, un escritor que logró la fama después de dar todo aquello a conocer. La noche empieza a caer detrás de la ventana, ha dejado de aporrear el ordenador y se quita lentamente las gafas, con los dedos oprime los lagrimales en un gesto de cansancio a la vez que le da una calada al cigarro. No pudo evitar que la ceniza cayera sobre el teclado, opklñ, un soplido y llegamos hasta 9’?. Demasiado ruido para concentrarse. Situar la acción en el pasado del lector, presente del escritor y futuro del personaje. Lo escuchó en una canción y le pareció bien. ¿Cómo ligar todo esto con la huerta? Verduras, hortalizas, rojos y verdes que huelen criados sin aditivos. Antes o después. Entrelazarlo de algún modo, pero cómo. Hay que volver a la tierra, barro, agua, amaneceres helados reflejados en las gotas de rocío que resbalan por la piel de un tomate o algo así. Oler hasta cortar la respiración. El rastro de unas botas en el pasillo. Dudaba si poner puntos y aparte, a modo de versos apócrifos para recitar en el interior de una iglesia perdida en la montaña. No, no era eso. Un amigo que lo ha dado todo por ti se muere delante de tus ojos sin que puedas remediarlo. Nadie debería ser condenado a recoger unos sesos esparcidos sobre el asfalto. Narrador omnisciente esquizofrénico. ¿Mereció la pena? Tengo tantas cosas…




jueves, 21 de enero de 2010

UN DÍA REDONDO


Nada más verla, supo que iba a cambiar su vida. Allí estaba, en un rincón, arriba, casi fuera del alcance de la vista. Permanecía inmóvil y callada, esperando que alguien la rescatara del olvido. Y él la vio: Era la camiseta de baloncesto más hermosa que había visto en su dilatada vida. Azul, con los costados en naranja, sin mangas, a la vez que sin los antiestéticos tirantes que tan mal le sentaban. Las letras de su equipo del alma, en el centro, en mayúsculas y encuadradas. En el reverso, en la parte superior y en pequeñito, el escudo. Producto oficial, por supuesto. He tenido que venir al otro lado del mundo para encontrarte, pensó. Miró la etiqueta y después de ver que era su talla y de convertir mentalmente el precio a euros, la descolgó de la percha y se la llevó al probador.
Un ligero temblor en los dedos demoraba el momento de vérsela encima. Sí. Es ella. El espejo le devolvió la imagen del jugador que siempre había visto en sus sueños. Botó una pelota imaginaria, flexionó las rodillas ligeramente e hizo el gesto del tiro que tanto tiempo llevaba entrenando. La pelota entró sin rozar siquiera, la imaginaria red del imaginario aro. El corazón se le aceleró cuando repitió el movimiento, dando un paso atrás, y la pelota volvió a entrar. No le costó demasiado verla en su mente, ya que utilizó la imagen de la que se había comprado, hacía unos días, en su ciudad. Una pelota hermosa, redondita, blandita pero de bote enérgico, tan adaptada a la palma de su mano que parecía una prolongación de la misma. Sólo me falta la camiseta. Ya la tenía. Volvió a ponerse la camisa y doblando con mimo el objeto de su deseo, se dirigió con paso enérgico, una ligera opresión en el pecho, una lágrima en el ojo y a la caja. Thank you, mister. No. Gracias a usted. Muchas gracias, de verdad. No puede ni imaginárselo.

Afortunadamente, sólo quedaba un día para terminar sus vacaciones. Ya en el avión, vencido por el cansancio y la tensión, se quedó adormilado y recordó cómo había nacido su pasión por el baloncesto. La primera imagen que le vino a la cabeza, su abuela en la cocina de casa. Era muy pequeño, hace muchos años, televisor en blanco y negro. Siempre jugaban el Madrid y el Maccabi. Su abuela, su yaya y él, pegados a la tele. Mira cariño, mira que bien juegan. Él era de Walter y su abuela de Brabender.Su afición al baloncesto, creció a la vez que él también lo hacía. Amaba tanto su deporte que hasta soñaba con él. En los momentos de tensión, antes de un examen, frente a un problema familiar, por un mal de amores... lograba relajarse imaginándose a si mismo tirando a canasta. La pelota venía muy despacio desde muy lejos, la cogía con suavidad con la mano derecha, botaba con gran estilo, a cámara lenta, se pasaba la bola entre las piernas y por detrás, amagaba con entrar a canasta y tirándose hacia atrás, lanzaba, encestando siempre. Y era feliz. Lo demás no importaba, todo podía esperar, anestesiaba las penas y el dolor no existía. La realidad se ralentizaba hasta desaparecer. Perfeccionó hasta el extremo su estilo imaginario, movimientos de ballet, coreografías imposibles, canastas de todos los colores. Eso sí, nunca consiguió machacar el aro, tal vez por que no lo intentó. Lo único que siempre se repetía en su imaginación, era el modo en el que iba vestido, con la camiseta de sus sueños. Y ya la tenía. Por fin.

Despertó cuando su mujer le pegó un codazo para que se abrochara el cinturón y pusiera el respaldo del asiento en posición vertical. Con qué soñabas, parecías contento. No recuerdo, supongo que contigo. Por cierto, cuando lleguemos a casa, iré un rato a la piscina, a echar unos tiros. ¿ No puedes esperar? No, no puedo esperar. De acuerdo, si te parece, yo iré más tarde. De acuerdo. En el vestuario, se puso la ropa de deporte, igual que los guerreros medievales antes de comenzar la batalla final, con el ritual de un torero antes de salir a Las Ventas, con el mimo de una novia el día de su boda. Salió al estruendoso sol de las cinco de la tarde y se dirigió a la cancha. Vacía, claro. Sólo un loco se arriesgaría a moverse de la toalla en una tarde como aquella. Y empezó a lanzar a canasta, primero de cerca y contra el tablero de cristal, asegurando. Riss. Dentro. Nada le gustaba más que el sonido de la cesta acariciada por el balón. Riss. Un poco más atrás. Canasta. Un tiro libre, un gancho desde la botella, una penetración, otra a aro pasado, un triple, otro, otro... No había fallado ni uno de los 10 primeros tiros. Ni de los 10 siguientes. No falló ni uno solo de los que intentó. Rectificando en el aire, girando sobre si mismo, con los ojos cerrados. Estaba en un estado muy similar al trance. No sudaba. Algunos curiosos se acercaban a la valla a contemplar lo que allí pasaba, pronto se inició un murmullo, la gente cada vez era más numerosa. Hay un tío tirando a canasta y no falla una. Venid, venid... es increíble. El rumor se fue extendiendo y pronto desbordó los límites del recinto. Comenzaron a llegar curiosos desde todas las partes de la ciudad. Tuvieron que abrir las puertas para contener la avalancha humana. La policía, miembros de Protección Civil y equipos sanitarios y de bomberos, tomaron posiciones en los alrededores al lugar del milagro, como ya lo llamaban. Cuando llegó su mujer y observó el panorama, no pudo más que abrir la boca y ponerse a llorar. Es la mujer, es la mujer... gritaban los periodistas intentando obtener unas declaraciones a la vez que corrían detrás de ella. Cariño, ¿qué haces? Déjalo ya, hombre, déjalo ya. No puedo, algo en mi interior me pide que siga lanzando. Vete a casa, en cuanto pueda voy. Se la tuvieron que llevar en ambulancia presa de un ataque de histeria. Era noche bien entrada, la cancha iluminada por la débil luz de un foco, y aquello estaba alcanzando dimensiones de acontecimiento nacional. Los avispados de turno estaban haciendo su agosto vendiendo camisetas con el lema de " Yo estuve allí el día del milagro" y vendiendo postales con la imagen del lanzador prodigioso. Alguna cadena nacional de televisión estaba preparando la infraestructura para conectar en directo con el prodigio y difundir las imágenes urbi et orbe. Entonces sucedió.

Al amanecer, con la primera luz del día, una enorme nube se posó encima de la cancha. El aire se volvió espeso y el silencio se hizo total. Un trueno anunció que el momento había llegado. El cielo se abrió y de allí, mientras él seguía encestando una y otra vez, dos ángeles con la cara del mismísimo Michael Jordan bajaron ante el pasmo de la muchedumbre y sus bocas abiertas. Le tomaron con delicadeza de las axilas y tal y como estaba, le ascendieron hasta donde alcanzaba la vista entre resplandores celestiales y fanfarrias dulcísimas. El cielo se cerró y sólo se oyó una voz final que decía: Estoy en la Gloria, en la Glooooriiiiiaaaaaaaa. Y si piensas que no habías oído nada ni en la tele, ni en la radio ni en los periódicos, es porque nadie dijo ni una palabra. ¿Alguien se lo iba a creer?


domingo, 17 de enero de 2010

VIDA Y COLOR


El jueves pasado tuve la suerte de ver esta película española. Dándole al mando a distancia llegué justo en el momento  de los títulos de crédito iniciales. Recordé el álbum de estampas que coleccionaba de pequeño y decidí quedarme a ver qué pasaba. Me sonaba el nombre del director porque aparecía en alguno de los programas de cine de La 2 que yo seguía con mucha atención, hace años. 

Vida y Color (2005. Santiago Tabernero) se sitúa a finales de 1975. Un barrio obrero, tan parecido al mío, un protagonista algo mayor que yo en el momento de la acción, Franco por fin se está muriendo. Cuesta poco interesarse por la peli, un ramillete de actores secundarios españoles, algún plano que te hace esperar Cine, un buen guión y bien narrado.

Simbolismo, magia, algo de cuento fantástico entre el realismo de las graveras. Es una historia sencilla pero que funciona muy bien, no hace falta gastarse millones de dólares para llegar al corazón del espectador, ni montar un circo lleno de fuegos de artificio y absolutamente vacío.

Lo siento, yo soy de estas pelis pequeñas, sin pretensiones, que destilan arte por los cuatro costados. La difícil sencillez de lo normal. Hay que buscar la esencia, despojarse de vestidos extraños, volver al clasicismo cansados de tanto falso oropel. Menos es más. Elipsis, contar sin palabras, matar la orquestación llena de arreglos para llegar a lo acústico. A la Verdad.

Si inviertes un ratito de tu tiempo en esta historia, creo que no te arrepentirás. Ya me contarás.


LA CULPA DE TODO.

No la tuvo Yoko Ono, como cantaban hace años los corrosivos Def con Dos, la culpa de todo la tuvo Francisco Nixon.

Francisco Nixon es el nombre con el que ahora se presenta ante la audiencia Fran Fernández, el cantante y guitarrista de Australian Blonde, grupo asturiano en los orígenes del indie pop nacional. Este grupo facturó uno de los hits de aquel "movimiento", un tema que seguro has bailado en alguna ocasión con tus amigotes dando botes entre humo y sudor, Chup Chup. Por aquel entonces cantaba en inglés y gracias al expeditivo estribillo en, digamos español, yo también pude corearlo sin miedo a hacer el ridículo.

La culpa de todo la tuvo Francisco Nixon, uno de los integrantes de La Costa Brava, junto al inolvidable Sergio Algora. Ahora en español, compusieron un buen puñado de canciones de incuestionable calidad, no podíamos esperar menos de la reunión de dos talentos tan especiales. Con la desgraciada muerte de Sergio tuvieron que volver al interior, dejando la playa para mejor ocasión. Entonces nació Nixon.

Junto a Ricardo Vicente, Richi, antiguo compañero en la costa, han lanzado un par de cedés al mercado que me tiene enganchado. Éste fue el principio del fin.

Todo empezó cuando quise colgar un vídeo de youtube en este blog que tenéis delante. Ya me había dado problemas en alguna ocasión y lo solventé colgando el enlace al no poder estampar la imagen. Al tropezar con Erasmus Borrachas me juré que tenía que conseguirlo.

Es una de esas canciones que te atrapan y empiezan a dar vueltas por tu cabeza. Y con un vídeo tan interesante. Además, un título así seguro que me conseguía un buen número de visitas, sois tan viciosillos... ¿Por qué coño no se ve?

Recordé que había dejado a medias hacía unos días una actualización de no sé qué. Sera eso. Me descargué un programa, otro, otro... Cada vez el ordenador iba peor, más lento, daba más errores. Entonces no sólo no podía colgar a las borrachas sino que ya no se veían ninguno de lo vídeos del blog. Bien, la cosa promete.

Puse la nueva versión para publicar entradas en blogspot. Tampoco. Borré programas inservibles en C. Peor. Liberé espacio, golpeé la pantalla, unté la torre de mantequilla. Mensajes extraños en ventanitas que se ríen de mí. A lo mejor algo tuvieron que ver las descargas para convertirme en artista multimedia. Y es que un vídeoclip como Nadia remueve el interior de cualquiera. Necesito mezclar imágenes, mis imágenes, con música. Dos Movie Maker, por favor.

Ahora estoy al borde de la destrucción.

Mi ordenador se muere de pena, sus arterias están colapsadas, miles de spams, de bytes, de porquería que le recorren las tripas y lo están matando poco a poco, muy lentamente. Y aquí estoy, agarrándole el ratón con todo mi amor, mirando el plasma que se apaga por momentos. La de buenos ratos que hemos pasado juntos. Si Francisco no hubiera entrado en mi vida, nuestra ralación seguría igual de feliz que siempre.

Ya no podré ver esos vídeos tan sugerentes, ya no podré soñar con hacer cosas así algún día, ya no podré pensar en la Nouvelle Vague, en Jean Vigo, Zéro de conduit. Fran y Richi seguirán cantando, una acústica y una eléctrica, dos barbas y  pelos revueltos, seguirán creando arte de la nada, poetas de lo cotidiano, cazadores de instantes. Chicas que trabajan en Inditex, que se ponen aparatos dentales, que se emborrachan sin decir una palabra.

Y yo no podré escucharles porque un día tuve la loca idea de hacer algo parecido.


  

miércoles, 6 de enero de 2010

SINFOROSO



Sinforoso es un tipo especial. Ama el silencio por encima de todas las cosas. Al final del día, dentro de la cama de sábanas mudas, contenida la propia respiración, se relaja disfrutando del ruido de la noche. Nada. Vacío. Oscuridad. Imagina un mundo en blanco y negro, subtitulado. Y es feliz. Ya no perturba su alma el martilleante repiqueteo de los tacones de la vecina de arriba, una viejita que resquebrajaba la noche con sus impertinentes chinelas o con el obsceno sonido de sus meadas en el pocico de agua. No le costó mucho convencerla de que abriera la ventana y se lanzara al duro pavimento, por el bien de todos, señora.

Antes de acostarse se enjuaga la boca, lentamente, le hace daño el sonido del cepillo en sus dientes prestados. Unas gargaritas y vacía la vejiga sentado, amortiguando la cascada, ventajas de la proximidad con el agujero. Se desliza suavemente por el parquet insonoro de su casa, calcetines de lana y zapatillas mullidas, mientras piensa en su desgraciada vida. Siempre al acecho de los posibles nuevos vecinos, arrancando con parsimonia los carteles de Se Vende, la maldición cayendo en voz baja. Se acuerda de su madre y de la soledad que lo inundó cuando ella se marchó. Hablaba demasiado alto. Quisiera escapar al campo, volver al pueblo, pero pronto se convence de que es mejor así. Las églogas dejaron de publicarse hace tiempo y aunque parezca imposible, en la ciudad se vive mejor.

Una televisión silente le acompaña por el día. Le sirve para saber del mundo. Eso y los periódicos que lee sobre la mesa, esmerándose en el paso de las hojas. No cuentan nada de él. Reconoce que cada día los utiliza menos, desde que descubrió Internet, su vida ha cambiado tocando las teclas inaudibles de su portátil. Lástima del ronroneo de la máquina. A veces no logra escapar del mismo y enfurecido golpea la pantalla, mentalmente, para no perturbar la paz de su rincón. Otra vez el dichoso ascensor. Cortar la luz no es buena idea. Nada más escandaloso que un tropel de bomberos en misión de rescate. Los odia. A ellos, a la policía y a las ambulancias, a lo mejor no por este orden. Si al menos no fueran armados...

Cuando llaman a su puerta, con los nudillos ante la ausencia del timbre, algo se remueve en sus tripas y el mal pensamiento se apodera de Sinforoso. Cada vez son menos los que osan perturbar la tranquilidad del ogro, algún testigo despistado, un vendedor sin escrúpulos, un encuestador en su último día de trabajo. Si pudiera viviría bajo el agua, en un estanque muerto, en una pecera con su cofrecito. La bañera es demasiado pequeña y su piel tan delicada. Las gafas de bucear empañadas terminan por herirle el puente de la nariz.

Y si algo odia con todo su delicado corazón, es la música. Deberían prohibirla. Invento del demonio. Sólo el leve raspado de la aguja de carbono sobre el último surco del vinilo infinito, consigue llevarle a un estado próximo al celestial. Es lo más parecido que tiene a un desahogo sexual, lejos las tardes de verano en su habitación de adolescente con el roce tubular en su flauta empinada.

Sinforoso es un tipo especial, un hombre de pocas palabras pero con un gran mundo interior. Si pasáis por la Calle del Desierto, 69, 3ª dcha. , por favor, ni se os ocurra llamar a su puerta. No es ninguna broma.

domingo, 3 de enero de 2010

FLIGHT 666

Es difícil escribir con unos auriculares dentro de las orejas mientras Bruce Dickinson grita cosas que no logro entender.

Tengo poco tiempo, demasiado poco para alguien que quiere declarar su amor. Te quiero, IRON MAIDEN. Hace unos días que sólo escucho a estos cabrones. La culpa fue de Youtube. Encontré la primera parte de un documental, subtitulado en español, titulado Fligth 666. Habla de la gira de 2008 que el mejor grupo de heavy de la historia dio por buena parte del mundo. Boieng 757 pilotado por el comandante Dickinson y a volar. He tenido que recuperar veinte años de mi vida, wasted years.

Yo crecí con ellos, en el lugar de donde vengo soñábamos con ser como los maiden. No tengo tiempo para explicaros nada más. Un deseo para el 2010: No morirme sin verlos en directo. Hace dos años casi lo logramos, mi amigo Antonio y yo, nuestra niñez estuvo a punto de venir a vernos. Maldita sea la tormenta que destrozó el escenario y casi acaba con nuestras vidas.

Documental imprescindible. ¡¡UP THE IRONS!!