domingo, 29 de abril de 2012

INDIE GIRL


Tenía la mirada ligeramente perdida, algo torcida, por culpa de la miopía o a causa de cerrar sus pequeños ojos, tal vez por las copas de alcohol que se habría tomado. Se acercaba mucho para hablar, de frente mientras achinaba sus ojos marrones y regalaba una sonrisa tan larga como el invierno en Quebec.

Su pelo era largo, castaño, liso, cogido a los lados con algo invisible, tapando unas orejas demasiado grandes. El pantalón vaquero de talle bajo le ceñía un culo que sus amantes recogerían con las palmas bien abiertas. De vez en cuando metía las manos en los bolsillos traseros componiendo una postura digna de las fotos del Rockdelux, de cualquiera de las sexys cantantes de los grupos americanos que te miraban desde el papel como ahora nosotros la mirábamos a ella. Bailaba levemente, se movía balanceando su cintura en una pequeña danza ebria, la puntera de su zapatilla deportiva llevando el ritmo de la música, de la batería o de la guitarra la mayoría de las veces. Su camiseta florida de manga larga oculta unos  mínimos pechos que solo se agitan cuando da unos saltitos y menea la cabeza de arriba a abajo, de arriba abajo, mientras imaginamos que cierra los ojos y piensa en otra cosa.

Devuelve su vaso vacío lleno de hielo alargando la mano para que le pongan otro de igual color. Rebosa líquido y tira parte del mismo al dar una vuelta en círculo para besar en los labios a su amigo, un chico que se adivina de buena familia, de redondos ojos acuosos con mirada penetrante ajena al pestañeo. La lengua de la chica le habrá sabido a frío seco, rocío microscópico en una pista de patinaje. Se balancea un poco, de forma contenida, bebe cerveza casi sin tocar la botella y mira al techo al tiempo que pide un cigarrillo y pierde de vista a su chica que se acerca al escenario. Ella tropieza, se suelta el pelo, empuja a un tipo que mira sin moverse, hace añicos un vaso que se apoyaba en una mesa alta. Y piensa en otra cosa.

Movía los párpados a cámara lenta, se le cerraban sobre sus ojos confundidos intentando recordar la letra, de derecha a izquierda la cabeza, de derecha a izquierda mientras apura su copa y alguien le acerca otra. A ratos parece que la música le cansa, quiere fumar pero no le apetece salir a la calle, bebe otro trago que pasa helado por su garganta y levanta una mano al tiempo que su cabeza busca entre los pies de los demás. El cantante dice algo sobre que volvería a hacerlo todo por volverte a conocer. Ella se vuelve y sonríe, sabe que lo hace bien, que a él le volvía loco cuando le dejaba alguna suspendida en el aire de los bares, convencida de que iría detrás, segura de que la agarraría por la espalda y se le apretaría con fuerza. Ahora el pelo le tapa la cara, nunca le gustaron los flequillos, es la noche en un minuto.

Recuerdo que serpenteaba su cuerpo sin despegar los pies, que se tocaba los muslos rítmicamente y apretaba las manos cuando la canción se aceleraba. Un breve movimiento de hombros, un ligero temblor para después dejarse ir mirando al techo, como ahora que todo está acabando, como antes cuando notaba su peso sobre el pecho. Para ellos la vida debía ser eso, rebotar, pederse, buscarse y hacerse daño como si fueran un saltador de esquí volteado por una imprevista ráfaga de viento helado.

viernes, 20 de abril de 2012

GRANDEZAS Y MISERIAS





"Solo hay dos cosas infinitas: El Universo y la estupidez humana. Y de la primera no estoy muy seguro." A.Einstein.



"Y en sus obras veo la grandeza de Dios." Anónimo.


A los que creen.



Este texto aparecerá, próximamente, en el libro Sentado en una silla helada.  Seguiremos informando.

lunes, 2 de abril de 2012

(EL CIELO DE LOS POETAS) TOMA FALSA

AEROPUERTO


Federico espera nervioso en la sala del nuevo aeropuerto que llaman de Barajas, en unas horas debe coger un vuelo rumbo a Nueva York y, aunque no quiere reconocerlo, detrás de su sonrisa tiene algo de miedo a un viaje tan largo. Intenta pasar el tiempo mirando a la gente, viendo cómo aterrizan los aviones, pensando en las cosas que le han contado de aquella ciudad y en todo lo que ha leído sobre ella. Unos días al otro lado del océano no le vendrán nada mal, quiere ver mundo y escribir mucho antes de caer rendido en la cama. De pronto, ve al fondo del pasillo una figura conocida llena de maletas, casi no puede creerlo, es su compadre Rafael. La casualidad ha querido reunirles tan lejos de su tierra, tanto tiempo después de haberse visto por última vez. ¡Rafael! –levanta la voz Federico al tiempo que saluda con la mano-. Un abrazo, un cómo tú por aquí, un a dónde vas, un la de cosas que tenemos que contarnos. Acuerdan reunirse en la cafetería después de que haya facturado todo el equipaje y realizado los trámites de documentos y visados. Federico pide algo de comer, no quiere volar con el estómago vacío, y Rafael saca una carpeta llena de papeles y dibujos que extiende sobre la mesa ante la mirada curiosa del camarero. Éste le cuenta que va a Moscú, con María Teresa que no puede tardar en llegar, que tienen mucho que aprender de los camaradas rusos, que no pudo declinar la invitación. Las cosas andan revueltas en España y no menos en el mundo. Los poetas tienen el deber de contarlo al pueblo, de poner sus palabras al servicio de los oprimidos, la revolución, la libertad, la igualdad... y cosas así. Hablan y ríen, tiene que ser un buen augurio un encuentro como éste. Morenos y elegantemente vestidos brindan por el destino de la Humanidad. Los rascacielos, los coches oficiales con intérprete, el vértigo, la nieve que pocas veces ha visto, los negros, los palacios de los zares, unos conocidos que esperan, el comunismo imparable, los parques, los patinadores, tantas cosas que recordar a la vuelta. No han podido dejar de fijarse en un joven demasiado alto y delgado que hace un rato ha entrado y ha pedido agua con un acento poco familiar. Le acompañaba un hombre de aire ausente y mirada triste, de porte británico y maneras educadas. Se han sentado justo al lado y ahora sí escuchan nítidamente como hablan de Buenos Aires y fíjate venir a coincidir tan lejos. Ellos también miraban a los poetas andaluces con la curiosidad del que creer reconocer ciertas afinidades, libros, apuntes, cuadernos, las imprescindibles plumas estilográficas que también en su mesa hace un rato que andan garabateando algunos nombres, quién sabe si algunas direcciones. Un momento de silencio y cuatro miradas que se cruzan en un punto. Hay algo en esos lugares de paso que invita a la conversación, a la confidencia con el otro al que casi se tiene certeza no ha de volver a verse más. ¿Ustedes también escriben? Julio, algo azorado dice que sí pero que no merece la pena, que quien de veras es escritor es Jorge, aquí presente, que hace unos cuentos maravillosos y se ha leído todos los libros del mundo. Jorge Luis sonríe abrumado y dice que su joven amigo es algo exagerado. ¿Poetas? Todos ríen abiertamente al sentirse descubiertos, pillados en algo parecido a una falta, una especie de feo vicio que ocultar a las visitas. Se invitan mutuamente a compartir mesa y deciden que hay que celebrar el encuentro con una botella de vino y algo de queso. Julio intenta explicar que si bebe se marea pero antes de darse cuenta ya tiene una copa en la mano y brinda por la Literatura y las dos naciones allí hermanadas. Jorge Luis explicaba que partirá dentro de poco tiempo a Ginebra, motivos de trabajo, y su compatriota que le esperaban en El Cairo unos cuantos amigos empeñados en enseñarle los misterios del Nilo. Secretamente se envidian los unos a los otros y a cada cual le parece más atractivo el destino del que está a su lado que el suyo propio. Se interesan por la obra de los otros, por algunos nombres que admiran en común, por ciertos compañeros de generación que creen haber oído alguna vez, el tiempo se agota y lamentablemente deben partir en cuatro direcciones opuestas.