viernes, 29 de mayo de 2009

AHORA SOY UNA HORMIGA



Me llamo Gregorio y soy una hormiga. No, no, tranquilos. Nada que ver con Samsa, no se preocupen. Yo me apellido Aznar, Gregorio Aznar y no tengo nada que ver con cucarachas ni escarabajos. Hormiga, una hormiga es lo que soy y estoy más cerca de aquél que se convirtió en un axoltl, ajolote en según qué latitudes, de tanto mirar a los pececicos de marras, que del Gregorio que les dije. Yo también era un gran observador de las hormigas y ahora, ya soy una de ellas.

Todo empezó siendo yo bien pequeño, un amago de jovenzuelo que se pasaba los ratos muertos jugueteando con estos bichitos, allá en el corral de mis abuelos. Y no estoy queriendo decir con esto que mis abuelos vivieran en una pocilga o algo así, no, por favor, no me malinterpreten. Quiero decir que era muy aficionado a mirar las hormigas del corral de la casa de mis abuelos, que a lo mejor si hubieran vivido en otra zona de la ciudad habría sido un jardín, pero en aquel barrio al que se trasladaron allá por los duros años de la posguerra huyendo de la opresión del régimen, pocos jardines podríamos encontrar. Lo de mis abuelos era un corral, con sus jaulas para las gallinas y los conejos, su casita para el perro y todo lo que ustedes puedan imaginar en un lugar semejante. También es verdad que uno de los jardines, plantas, césped y demás verdiales, que había por aquellos andurriales, se encontraba separado de la casa de mis mayores por una gran puerta de madera que dividía dos mundos antagónicos, un portalón que daba paso a otra cosa que a mí, en mi más tierna infancia, se me antojaba trufada de peligros y aventuras.
Sea por lo que fuera, como cuando yo caí por allí ya no quedaban animales a los que poder observar y dar martirio, el perro falleció atropellado por uno de los primeros autobuses urbanos que se acercaban hasta aquella barriada, me entretenía con las hormigas. Estas eran bien hermosas, negras, carnosas, de un tamaño ni muy grande ni muy pequeño, el adecuado para pasar a convertirse en uno de mis juguetes preferidos. Me gustaba observar su afanoso trabajo, su ir y venir por lo que para ellas debía parecerles una extensión inabarcable de terreno, bien que lo sé ahora, recogiendo alimentos con los que pasar el duro invierno, sus luchas con otras especies de insectos, sus cortejos amorosos... Yo me imaginaba que era algo parecido a un Dios para ellas o un ser extraterrestre, extra-hormigueril, habría que decir, que se entretenía causándoles catástrofes y desgracias, al más puro estilo del Antiguo Testamento o de las mejores novelas de ciencia-ficción a las que tan aficionado era entonces, más que a los temas bíblicos, dicho sea de paso. Me divertía secuestrar hormiguitas expedicionarias, dejarlas lejos de su hogar convencido de que era condenarlas a una muerte segura. Otras veces el castigo venía impuesto por la tortura en forma de meticuloso desmembramiento, que terminaba en mutilación o en una piadosa muerte. Las más de las veces en el nada sutil pisotón exterminador o en una devastadora inundación proveniente de mi aparato miccionador, o si la ocasión lo merecía, de un cubo o artefacto similar, rebosante de agua. Pero no siempre les mostraba mi cara más dañina, más despiadada. En ocasiones colaboraba con ellas en el sustento del grupo, proporcionándoles moscas, granos de azúcar u otros manjares por ellas bien apreciados. De vez en cuando, ahora me arrepiento, les taponaba la salida natural de su hormiguero y me quedaba horas muertas intentando adivinar por dónde se abrirían paso al mundo exterior. Sólo una vez me adentré con palos en su guarida para que supieran lo que era un terremoto. Cómo lo siento.

No podría explicarles exactamente cómo fue el proceso que terminó en lo que ahora soy. Puede que me quedara dormido y empezara a soñar, puede que haya muerto y esto sea una reencarnación, puede que... Lo que no tiene discusión posible es que soy una hormiga y si ustedes pudieran reparar en mí, si pudieran distinguirme del resto de mis congéneres, podrían comprobarlo con sus propios ojos. A mí también me pasaba, todas las hormigas me parecían iguales e intercambiables. Qué error. Si nos miran bien, si se fijan en nosotras con mucho cuidado, podrán ver que somos bien distintas las unas de las otras, buenas y malas, trabajadoras y holgazanas, casadas y solteras. Al principio me costó acostumbrarme, no les voy a mentir, pero ahora seguramente que no me cambiaría por ninguno de ustedes. A veces pienso en la gente me quería y que me echará de menos, que ni se imagina en lo que me he convertido y que seguramente estará sufriendo por mí. Desapareció sin dejar rastro, quién sabe si me estarán buscando en un programa de televisión. La verdad es que no lo sé ni puedo saberlo, ni siquiera puedo calcular el tiempo que llevo en este estado. De todos modos, ahora soy feliz, casi puedo afirmarlo sin temor a equivocarme. Me gusta vivir en esta comunidad, sentirme parte de algo superior, de un colectivo que nos da sentido y nos unifica. Y he conocido el amor. Con el cambio inicial, no podía ni imaginármelo pero ahora veo a las hembras y algunas me producen una turbación tal diríase que limítrofe a la locura. Créanme, hay algunas hormigas que harían perder la cabeza a más de alguno. El sexo animal es maravilloso, mi potencia es fuera de lo normal, quién me lo iba a decir en mi etapa humana, yo que fui más bien corrientito, tirando a malo en las artes amatorias. Tengo montones de hijos, decenas, cientos, miles. Y lo mejor de todo es que no tienes que preocuparte de cuidarles, alimentarles y educarles. Es una tarea que asume el colectivo, aquí todo es comunitario. Si lo supieran los predicadores del Comunismo, allí arriba. Eso sí, echo de menos un regalito en el día del padre. Qué les voy a contar. Y he prosperado bastante en la escala hormiguil, no me puedo quejar, hasta la reina me mira con buenos ojos, será por mis ramalazos humanos y por un nosequé que me hace diferente a los demás machos de la especie.

No todo son ventajas, no les voy a engañar. Los inviernos son largos y duros, aburridos. Tristes cuando reaparece la primavera y ves que la mayoría de la colonia ha desaparecido. Sí, han muerto. Su esperanza de vida es muy corta, es imposible hacer amistades duraderas y los romances no van más allá de unos días. Lo cual no deja de tener su lado positivo, nada de complicaciones ni de ataduras para toda la vida. Aquí y ahora. Otro momento duro son las guerras con las hormigas rojas y los innumerables peligros que acechan ahí afuera para una hormiguita como yo. Odio a las lagartijas y a los niños. Somos tan vulnerables que no es raro el día en el que alguna compañera fallece victima de una meada fatal, de un salivazo o de una simple gota de lluvia. El agua y nosotras hacemos pocas migas.

Cuando llega la noche, el hormiguero descansa tras un agotador día de trabajo y te quedas a solas contigo mismo en tu humilde pero coqueta celda, me da por pensar, incluso creo que más de un día sueño que soy un hombre que sueña con que es una hormiga y que tarde o temprano se despertará. ¿Tú qué opinas?

domingo, 24 de mayo de 2009

ARAGÓN EMPIEZA EN ALMUDÉVAR






Esta mañana he tenido, por fin, el placer de leer El guirlache janovés. Tiempo llevaba detrás de su autor para que me hiciera el favor de enseñarme un texto en el que tenía muchas esperanzas puestas.


Me parece redondo, bien estructurado, emocionante y emocionado, hecho con el corazón. Cuando tuve noticia de él, me imaginé por donde iban los tiros. Esperaba mucho y no me ha defraudado.


Si no recuerdo mal, este relato fue perdedor del concurso del Heraldo. Mal vamos. Menos mal que los amigos del Diario del AltoAragón le han hecho pronta justicia haciéndole un hueco entre sus páginas. Me imagino que a ellos les ha llegado al corazón, como al mío, aragonés en construcción. Me han encantado esos ojos que viajaban veinte años atrás. También recuerdo a unos chico vascos en un campamento que cantaban canciones poco amables con Iberduero.


El agua es el problema. Lo sigue siendo.


Espero que este relato sirva para renacer a la Generación Guirlache. No la dejéis morir. No la dejéis. Que os guste tanto como a mí.



jueves, 21 de mayo de 2009

DEJA VU

Llevaba toda la mañana sentado en su mesa de trabajo, no sobre ella, claro, sino delante, observado implacablemente por su jefe, como durante estos últimos tres años, desempeñando un puesto de trabajo gris, monótono y escuálidamente pagado. Revolvía los papeles sin parar, quería dar sensación de actividad, de un dinamismo que se acoplaba mal a su edad y a lo que la gente comentaba de él. De vez en cuando consultaba algo en el ordenador, movía el ratón con delicadeza y sacaba un fardo de papeles del armario en caos, que tenía a su espalda. En aquel cubículo mal ventilado y peor iluminado, el tiempo parecía suspenderse en el aire y la manecilla apenas se había movido cada vez que miraba, disimuladamente, su reloj de pulsera. No era feliz, no recordaba haberlo sido, pero necesitaba aquel empleo para poder sobrevivir hasta la próxima nómina. Casi todo su tiempo lo pasaba allí, mortificado por los problemas que todos le trasladaban, tenía la impresión de haberlo visto todo. Por eso, cuando Esteban se acercó a su mesa y él levantó la cabeza, ya sabía lo que iba a decirle.

"Santamaría, macho, sácame el expediente Cereza. Tengo la reunión mañana y no sé por dónde pillarlo". Esto ya lo he visto, pensó Santamaría. Pero no se extrañó. No era la primera vez que le sucedía. Sabía que Esteban se iba a dirigir a él, con su cara estreñida, ese entrecejo perpetuamente encogido, los mofletillos rebosantes en esa cara mal diseñada, defectuosa y que le iba a mirar desde arriba, sólo un momento antes de empezar su frase "Santamaría, macho, sácame el expediente Cereza. Tengo la reunión mañana y no sé por dónde pillarlo" y perder su mirada a través de la ventana que daba al callejón. Esto ya lo he visto, pensó que pensaba. Y no se extrañó. Le sucedía de vez en cuando. La sensación de haber vivido algo que se representaba delante de él, aquí y ahora, tiempo atrás, le acompañaba desde hacía años, desde que era un adolescente lleno de ilusiones y ganas de vivir. En aquellos años, estas experiencias eran muy habituales, tan frecuentes que se acostumbró a ellas y a no dales mayor importancia. Sus amigos le llamaban El Pirado, cada vez que se quedaba ensimismado delante de algo o alguien, sin saber muy bien cómo reaccionar. "Santamaría, macho, sácame el expediente Cereza. Tengo la reunión mañana y no sé por dónde pillarlo".

Llegó a pensar que tenía un poder, un don, algo especial que le diferenciaba de los demás. Pronto comprendió que no era así. A veces comentaba lo que le pasaba con algún amigo propicio a confidencias, con algún amor, las más de las veces platónico. A todos, en alguna ocasión, les había pasado. Era un secreto mal disimulado, una sensación que no se confesaba por el qué dirán hasta que alguien, en un momento determinado decía aquello de " esto yo, ya lo he visto". Entonces todos rememoraban esas experiencias, sintiéndose liberados, sintiéndose iguales e inocentes, sanos. Eso que a casi nadie contaban, lo podían explicar ahora, borrar la culpa y lograr el perdón. Siempre había alguno que se había interesado por el tema, que se había documentado buscando una respuesta al enigma, un parche a la realidad para que todo volviera a su lugar y nada perturbara su normalidad. "Son pequeños desarreglos de la memoria. Los sentidos nos juegan una mala pasada. Hay un hueco en la sucesión temporal y nuestro inconsciente registra antes que nuestra conciencia, lo que va a suceder. Pensamos que esto sucedió hace tiempo pero acaba de pasar. Es como si hubiera un retraso en la señal de audio y vídeo, como en un partido de fútbol por la televisión". Bueno, siendo así. Todo el mundo daba por buena la explicación "científica" y cada cual volvía a su quehacer diario, reconfortados, aliviados, seguros. "Ahora se levantará Esteban. ¿El expediente Cereza, a estas alturas?"

Lo peor de todo era cuando estas cosas le pasaban a dos personas simultáneamente, más bien, una inmediatamente después que a la otra. El choque se podría oír a muchos kilómetros de distancia. La sensación de desamparo y miedo era física, aterradora, como si el mundo se abriera en dos bajo tus pies, el viento girara en espiral y el sol dejara de alumbrar. Ni los pájaros se atreverían a moverse. El plano se congela por una milésima de segundo, la humanidad entera espera el desenlace y dan ganas de encogerse, de apretarse el estómago y no mirar a la grieta. "Que pase pronto, que pase pronto". Puede ser el fin, el comienzo de algo seguramente peor, posiblemente insoportable, la locura quizás. Un irse para no volver, un sonido enquistado al infinito, un olor que te atraganta para siempre. ¿Y si nadie viene nunca más a rescatarte? Perderse en otro plano inabarcable, un espacio ajeno y hostil que rompe las coordenadas, el arriba y abajo, el frío y caliente, el te quiero y ya no. Nunca más salir de la escuela para volver a casa, llevamos quince años que no sabemos nada de ella, es como si la tierra se lo hubiera tragado. Alargar la mano y no tocar la pared que sabes que está ahí, siempre lo estuvo y debería seguir siendo así. Después de la campanada me tomo una uva, sístole-diástole, la tempestad y... Aguanta la respiración, seguro que pasará, puedes estar tranquilo. Puedes estar.

"Santamaría, macho, sácame el expediente Cereza. Tengo la reunión mañana y no sé por dónde pillarlo". Esteban rechina los dientes. "¿No irás a decirme que esto ya lo has visto? Yo también he visto que tú ibas a decirme que esto ya lo habías visto, que quieres decirme que el expediente Cereza se cerró hace tiempo, pero no puedes hablar para decirme que hace años que falto de la oficina. Ya es tarde, ¿verdad?".

domingo, 17 de mayo de 2009

The Girl from Yesterday

Recuerdo el estupendo concierto que nos ofrecieron los bostonianos Gigolo Aunts y la sorpresa que nos llevamos mi amigo Antonio y yo, cuando se arrancaron con esta formidable versión de La Chica de Ayer de Antonio Vega.
Inmortalizamos aquel gran día con una foto con el cantante y guitarra de la banda, dos tipos muy simpáticos, y con sendas camisetas que lucimos con galanura en nuestros torsos atléticos.
Qué pena lo de Antonio, Vega, me refiero. Me queda en la retina la interpretación de El Sitio de mi Recreo con Miguel Bosé que vi ayer en el homenaje de TVE. Realmente emocionante, Bosé aguantando las lágrimas y Vega acogiéndole en su pecho al final de la canción. Un momento mágico, sin duda.
Descanse en paz.


CUARTO TERCERA

Aquí os dejo uno de los primeros relatos que escribí, surgido de una conversación casual que me hizo ver lo divertido que podía ser esto de ir cazando historias por ahí. Yo le tengo un cariño especial, no sé si merecido.




DAVID CONDE

CLAUDIA MARIN

4º 3ª



Le gustó cómo quedaba el letrero del buzón que acababa de recoger en la ferretería y que había colocado con mucho orgullo en el pequeño habitáculo que albergaría las cartas que el futuro le deparara. Se había mudado hacía poco a aquel barrio con fama de inseguro que se ubicaba en los límites de la ciudad, allí donde ésta casi perdía su nombre. En el viejo edificio rehabilitado en el que había adquirido una vivienda hacía unos meses y al que se acababa de trasladar, la mayoría de las casas estaban deshabitadas, esperando que algún osado comprador les devolviera su viejo esplendor y les diera la vida que no hacía mucho tiempo había estallado por sus rincones. A Claudia le había parecido buena idea colocar el nombre de un varón junto al suyo en el buzón oxidado del inmueble para de este modo ahuyentar a los posibles ladrones, estafadores, pesados en general y a otros de intenciones que ni siquiera se atrevía a imaginar. Últimamente había leído y oído muchas noticias sobre asaltos a mujeres, jóvenes y ancianas, que vivían solas con resultados muy desagradables en la mayoría de las ocasiones. David Conde. Después de mucho pensar había decidido que ése sería el nombre de su imaginario amigo, el hombre que la cuidaría y evitaría que sufriera ningún mal en la selva que estaba comenzando a habitar. Sonaba bien, David Conde, era un nombre viril, sin duda, de alguien corpulento y valiente, David Conde, como aquel compañero del Instituto del que estuvo secretamente enamorada desde 1º de BUP hasta la segunda vez que repitió COU. A David no se le daba muy bien estudiar.

Una tarde que volvía de su aburrido trabajo de administrativa en una pequeña empresa familiar dedicada a la publicación de cuentos infantiles, pasado casi un mes desde el traslado a su nuevo hogar huyendo del opresivo ambiente en el que había crecido, se paró delante del escaparate de una tiende de ropa interior para hombre. Haciendo frente a su timidez y venciendo el apuro, en forma de sonrojo, que sentía, entró en el interior. Compró un paquete de calzoncillos de tres unidades, blancos, sobrios. Y uno con un poco más de fantasía, para alguna ocasión especial. Aprovechando la euforia del momento, también adquirió un par de camisas de hombre, su sueldo no daba para más y un pantalón vaquero y otro de vestir, en un comercio del barrio. Dudó un poco cuando le preguntaron la talla de las prendas por las que acababa de preguntar, pero rápidamente despejó la incógnita de la servil dependienta. Grande, talla grande, mide más de uno ochenta y pesa alrededor de ochenta kilos, David tiene cuerpo de atleta, es fornido y muy cariñoso. Risas cómplices. Se fue corriendo a casa, puso una lavadora y antes de que el sol se ocultara tendió orgullosa, a la vista de todo el vecindario, la primera colada mixta de su nueva vida.

Así fue transcurriendo la vida, tranquila, sin sobresaltos, como a Claudia le gustaba. Los días se sucedían apaciblemente y los árboles se llenaban de hojas al igual que su tendedor de ropa de hombre. Los pocos contactos que tenía con sus escasos y seniles vecinos se fueron haciendo cada vez más frecuentes. La curiosidad de aquellos abueletes por la vida de Claudia y del chico tan discreto que vivía con ella, fue en aumento. Ya no servía, como al principio, contestar con evasivas, inventarle un trabajo nocturno bien remunerado que le obligaba a dormir de día, motivo por el cual pedía compresión y apoyo para evitar, en la medida de lo posible, ruidos que perturbaran el necesario descanso de David. Ni siquiera mandar a su compañero a largos viajes por España, algunas veces por el extranjero, motivados por su trabajo en el montaje de nuevas plantas de producción mecánica. Acababa de salir, hacía unos días, para China, ni más ni menos, debía ser un portento aquel chico al que tantas ganas tenían de conocer. Pues sí, señora, estoy muy orgullosa de él. Empezó a comprar maquinillas, espuma de afeitar, botes de cerveza que ella detestaba y algún paquete de preservativos del que extraía su humilde contenido y rellenaba con un poco de leche entera, antes de arrojarlo a la bolsa de basura que depositaba en el rellano a la vista de sus curiosos vecinos. El sábado metía dos, que un día era un día y David era muy hombre.

Todo iba bien hasta el momento en el que se sorprendió preparando la cena para David, pensando que le iba a hacer su plato preferido, calculando cuánto faltaba para que entrara por la puerta, para ir disponiendo la mesa y dando el último toque al plato que había cocinado. Un escalofrío le recorrió la espalda, se quedó parada en medio de la cocina y por un momento sintió vértigo de su propia vida. Se sentó y se bebió de un golpe una copa de vino blanco con la que estaba haciendo el guiso. Eso la relajó un poco. Tampoco hacía nada malo, se dijo para si misma. De repente se animó, ella era feliz, más feliz de lo que lo había sido nunca. Y es que conocer a David era lo mejor que le había pasado, desde que entró en su vida, Claudia era otra persona. Se levantó, añadió un poco de sal, le dio vuelta y apagó el fuego. Fue hacia su cuarto y se arregló con sus mejores ropas, se puso la braguita que David le regaló por su cumpleaños, ésa que tanto le gustaba, la misma que en más de una ocasión él le había arrancado con los dientes antes de llevarla al paraíso con su enorme vigor. Espero que no llegue muy cansado y me haga todo lo que me prometió esta mañana. Y se tumbó sobre la cama.

No hace mucho recogió del buzón una carta en la que casi no había reparado, que apunto estuvo de terminar en el cubo de basura junto a los folletos de la pizzería, las ofertas del supermercado y la hoja parroquial. Era de la madre de David. Un día de éstos tenían que ir al pueblo para que la conociera. Seguro que le iba a gustar, él ya le había hablado de su relación, su madre estaba muy contenta y esperaba que pronto la hicieran abuela, era ya mayor y no se quería morir sin que su hijo le diera esa alegría. En la carta le ponía al día de los últimos, pocos, acontecimientos del pueblo, le contaba la evolución de sus enfermedades crónicas, le pedía consejo acerca de la mejor persona para que se ocupara de trabajar las tierras que les quedaban... Pero la noticia fundamental era avisarle de la próxima visita de su hermano pequeño. Iba a empezar a trabajar en la ciudad y le pedía que los primeros días le acogiera en su casa, con su novia, mientras su hermano conseguía un alojamiento definitivo. Claudia se sorprendió con el anuncio ya que David nunca le había dicho que tenía un hermano. A veces era algo reservado con sus cosas. Qué contento se iba a poner cuando se lo dijera. A ella le hacía mucha ilusión, le abriría las puertas de su casa de par en par y le trataría como el hermano que siempre quiso tener. No podía ser más feliz.

* * * * *

Sonó el timbre del portero automático. ¿Claudia Marín? No, ya no vive aquí... No sé dónde está... No creo que vuelva. Sí, soy David pero hace tiempo que lo dejamos.

sábado, 16 de mayo de 2009

PASEN Y VEAN



Repasando las últimas fotografías del blog me he dado cuenta de lo desatendida que tengo a la parroquia femenina, si es que la hay. Basta ya de cosificar la imagen de la mujer, de decorar estas pobres letras con tetas, culos y otras lindezas. Ellas también tienen derecho a disfrutar.

Por eso os dejo la foto de este galán, un tipo permanentemente bronceado, por algo esta todo el día de romería, amante de los trajes caros y amigo de sus amigos. Ahora que caigo, cuántas cosas tenemos en común.


En fin, me despido con fuerte propósito de la enmienda.

miércoles, 13 de mayo de 2009

COMO LA COSTURA DE LA FALDA A LA MITAD DEL CULO


Me llamo Simón Nomis, tengo 44 años, nací el 26 del 11 del 62, trabajé en COMOC Corporation y he consagrado mi vida a la Simetría y sus aplicaciones. Y es que para mí, es fundamental el orden, la estética y el paralelismo. Desde bien pequeño, sea por cuestión genética, sea por la educación recibida, he tenido ciertas manías respecto a las cuestiones que comento. Era el típico niño pulcro y ordenado, el que tenía el estuche de pinturas en perfecto orden de revista, alineadas por colores y tamaños, de dos en dos, réplica las unas de las otras, imagen perfecta en un espejo imaginario. El pupitre del colegio impecable, los libros y cuadernos siempre abiertos por la mitad, una goma a un lado, otra al otro. Esto me produjo no pocos problemas y quebraderos de cabeza en un mundo infantil tendente por naturaleza al desorden, la anarquía y los desconchones en la rodilla. Yo, si me hacía una herida en una, me lastimaba en la otra. Por una cuestión de simetría. Ni que decir tiene que me peinaba, y así seguí haciéndolo hasta que empezó a escasear el cabello, a raya. Cuando la calva superó a la pelambrera, me rapé al cero.

Ya he dicho que no sé cómo empezaron estas pequeñas manías, esta afición a lo simétrico, pero sí que recuerdo perfectamente, el día que tuve conciencia, el día que descubrí lo atinado del Ser Supremo que nos creó a su imagen y semejanza, perfectamente simétricos, o casi. Fue un alivio el descubrirme los dos ojos con sus cejas y pestañas, unos a un lado y otros al otro, separados por una nariz ligeramente desviada que corregí gracias a la cirugía estética. Puedo presumir de tener una de las narices más rectas del hemisferio norte. Qué decir de las dos orejas, de la boca desplegada entorno a un imaginario eje, con sus dos arcadas de dientes geométricamente dispuestas gracias a la odontología. Mi dinero me ha costado. Los dos brazos, las piernas, ese montón de dedos en manos y pies... Afortunadamente no he sufrido ninguna amputación en ninguno de mis miembros corporales, no sé si habría soportado su pérdida, la desazón de saberme incompletamente asimétrico, imperfectamente realizado. Espero no tener que experimentarlo nunca. Recuerdo la cara de asombro y las muestras de condolencia el día que acudí de nuevo al hospital, a las dos horas de haberme roto la muñeca derecha, presentando una fractura desplazada en la muñeca izquierda. Inválido, sí, pero simétrico. Una lástima que la vida y los libros te van enseñando que en tu interior no todo es doble, que sólo tenemos un corazón, un hígado, un páncreas... Lo del apéndice lo resolví fingiendo un ataque, con tanta convicción, que el ingreso quirúrgico fue inmediato. Lo del desequilibrio testicular es una cuestión que aún tengo pendiente de resolver y puede que no sea ni el lugar ni el momento de tratarlo.

Como pueden imaginarse, mi relación con el mundo exterior no ha sido fácil. La mayoría de mis compañeros de especie me miran como un bicho raro. He sido muy selectivo con mis amistades y amantes. Nunca hubiera podido relacionarme con alguien, manco, cojo, mutilado, imperfecto en cualquier extremo desde un punto de vista simétrico. Tengo pocos amigos, para qué negarlo y mis amores también han sido pocos. Es difícil elegir alguien que te comprenda, alguien que pueda amarte con esta carga a cuestas. Pese a todo, me casé. Y tengo dos hijos, gemelos, claro. No me costó convencer a mi ex-mujer, Ana, todavía me quería, para que utilizáramos la reproducción asistida que nos asegurara un parto múltiple y par. He de reconocer que lo de la coincidencia en el sexo de mis dos hijas fue puro azar, un guiño del destino. Peinadas con coletas y sendos lazos, cogidas una de cada mano, paseando por las calles... Todavía recuerdo los días felices. Nunca tuve coche, no tengo ni carné de conducir, imposible manejarme con un artefacto que nada más tiene un volante. Me siento más a gusto en bicicleta, con su manillar, sus dos ruedas, sus frenos en paralelo. Procuro andar siempre de frente, no mostrarme de perfil, ofrecerme siempre completo, entero, transmitir a quienes me rodean una imagen de plenitud. Me encantan los espejos y los lugares en los que abundan. Y no es por coquetería, es por esta cosa de la simetría. Me encanta verme duplicado, multiplicado, expandido al infinito en una geometría cúbica que me acerca a la perfección, que me lleva a Dios.

Soy heterosexual porque veo a la mujer más bella, más compensada, más simétrica. Además la cosmética soluciona muchas de sus imperfecciones, las acerca al ideal. Sus ojos, sus pechos, sus piernas, sus nalgas... Todo duplicado y a ser posible a la misma altura. Mis relaciones han sido muy esporádicas. No es sencillo encontrar el objeto de tus deseos. Me pierden las mujeres con coletas, con flequillo sin raya, incluso sin pelo. Detesto los rizos y esos escandalosos y mareantes cortes asimétricos tan a la moda. Las prefiero con poco pecho, la opulencia tiende a caer y la gravedad es enemiga de la perfección. Delgaditas, con las costillas marcadas cuando respiran y se mueven, mías y simétricas. Eso sí, lo confieso, hay algo que no soporto y que algunos podrán tachar de exagerado. Me enferma que las costuras de las faldas, cortas, largas, vaqueras, con vuelo o sin él, no coincidan con la mitad del culo. Es superior a mí. Es un grito contra todo lo establecido, una dejadez y una desidia que cuesta tan poco solucionar, que me hiere y ofende. Nada más hermoso que un trasero con una falda en su sitio, desfilando delante de tus ojos. La de tardes que he invertido en su contemplación. Y a la inversa. El dolor que me han causado esas desviaciones inadmisibles que me imagino trasladadas al peligroso panty. Cada día me costaba más aguantarme, refrenar ese impulso que me lleva a colocar las cosas en su sitio. A veces hasta se lo he sugerido a la dueña de tal desatino, viéndome las más, injustamente observado cuando no perseguido. Ayer ya no pude soportarlo.

Esa mujerona me volvió loco. La vi entrar en la Iglesia y mis ojos se clavaron automáticamente en su culo, en su enorme y excesivo culo, en su rebosante, bamboleante y obsceno culo que apenas podía resistir la falda de la costura ladeada, prácticamente lateral. Me levanté del banco, viendo que las fuerzas me abandonaban y me lancé sobre ella con la intención de arreglar aquel desafuero. Algo salió mal, algo en mi actitud fue malinterpretado. La loca aquella empezó a gritar, a golpearme, a insultarme logrando que toda la feligresía con el sacerdote a la cabeza, se abalanzara sobre mí y me redujeran de muy malos modos. La policía desoyó mis explicaciones, lo mismo que el juez que me condenó por agresión sexual, escándalo público y no sé cuántas cosas más, exactamente igual que el tribunal médico que decretó mi locura y que ordenó mi ingreso en este centro psiquiátrico desde el que escribo esta carta con la intención de lograr su comprensión y apoyo, en este frenopático de Calac, habitación 212.

domingo, 10 de mayo de 2009

OPTIMISTAS SIN FRONTERAS




También me ha venido a la cabeza, creo que iré a mirarme lo mío mañana sin falta, un verso de Antonio Machado. Llevo tiempo con él rebotando de neurona a neurona, entre las dos, me refiero. Es lo último que escribió, lo encontraron en un bolsillo del gabán, el día que murió en Colliure, viejo, enfermo, derrotado y exiliado por culpa del ejército rebelde. Por cierto, algo habría que hacer para traer sus restos a su amada España...






Siempre me han impresionado y emocionado. Muchos sabéis de qué hablo.






"Estos días azules y este sol de la infancia".




¡ARRIBA LOS CORAZONES!

Los días que estoy triste, hoy es uno de ellos, suelo echar mano de la música.

Había pensado en el fenomenal grupo zaragozano Tachenko, en concreto en una canción instrumental titulada "El Equipaje". Cuando me siento mal, me la pongo y me hace feliz al instante.

Instrucciones de uso:
Ponga el volumen al 10, o cerca. Sitúese delante de un espejo y siga el ritmo de la canción tocando una imaginaria guitarra, no soy partidario de la versión que aconseja hacer esto mismo utilizando una raqueta o similar, me parece poco adecuado. Ponga la mente en blanco, olvide el miedo y déjese llevar. Notará la adrelanina bombeada a toda velocidad, los pies que se elevan del suelo y le llevan a botar sin descanso cuando suena el estribillo. Es lo más cerca que se puede estar de la felicidad.

Se consigue un efecto similar escuchando "Everythin Flows" de Teenage Fanclub, o "Blue Line Swinger" de Yo La Tengo. Curiosamente son tres temas prácticamente instrumentales, en días así, sobran las palabras.


Lamentablemente, amigos, no he sido capaz de encontrar el tema propuesto. Os dejo otro del mismo grupo, "El Mundo Se Acaba", muy apropiado el título, y me comprometo a poner algún día la fantástica y no lograda "el Equipaje".


Eso sí, hay que tener una buena preparación física, terminas con el brazo acalambrado y una tendinitis de hombro de caballo, cosa incomprensible para un hombre de mi edad y su confesa afición a los trabajos manuales solitarios...


Dedicado a la afición del CAI ZARAGOZA



sábado, 9 de mayo de 2009

LA NOCHE DE LOS GIRASOLES


Ayer por la noche, en el programa de la gran Cayetana Guillén Cuervo, ese flequillo me mata, tuve la suerte de ver la película del título. Me gustó mucho y os animo a verla. Si alguien lo hizo en su momento, se agradecería su opinión crítica para elevar el nivel de esta entrada.


Excelente historia, muy bien narrada, con unos personajes magníficos y unas interpretaciones inolvidables. El actor más conocido es Carmelo Gómez aunque el resto del plantel está formado por alguno de los secundarios de lujo del cine español.

Me vinieron a la cabeza los Coen y Ford, no digo más. Creo que es la primera obra del director Sánchez-Cabezudo, grandes apellidos para triunfar en esto del celuloide.


Pues nada, que si alguien se anima, abriremos un forillo cinéfilo con esta excusa. Espero recuperar mi afición por el cine, algo que últimamente practico poco, al igual que otros "hobbies" con los que antes pasaba el tiempo: la lectura, el vino, el sexo y la papiroflexia.


Salud.

AHORA QUE ESTOY MUERTO

Ahora que estoy muerto, puedo contártelo todo. Es raro. No sé si te lo estoy diciendo ni si te lo puedo escribir. Tal vez sólo lo estoy pensando. Nunca había estado muerto y todavía no me he acostumbrado. Siento paz. Una infinita paz. Puedo verlo todo y ahora entiendo tantas cosas. No sé si floto o me expando por tu vida, tu vida que ya no me pertenece. Soy un astronauta que ha cortado el tubo que le unía a la nave estelar. El viaje se acabó. El viaje empieza en este momento. El vaho de mi respiración extinguida empaña el cristal de la escafandra. Soy un buzo en el fondo del mar abisal, anclado con el plomo al fango mientras escucho el submarino que se aleja para siempre. Oigo el rugido de mi sangre y recuerdo el día que te cogí de la mano por debajo de la mesa. Si pudiera volver atrás. Recuerdo la nausea y el vacío que me dejaste.


Ahora que estoy muerto, creo que no se está tan mal. Más de un vivo desearía estar aquí, más de uno merecería haber venido antes que yo. Te harán preguntas, muchas preguntas que no sabrás contestar, que no entenderás en un idioma extraño, en un país que ya no reconoces, entre gente que pronto te olvidará. Si hubieras leído mi carta no habrías dudado en coger el primer tren en el centro de la madrugada. Ya es tarde, al menos para ti. El ruido de unas botas se acerca por el pasillo. El olor de la col es difícil de ocultar. Todo esto no tiene sentido. Debería empezar de nuevo. Debería pero no tengo ganas. La oscuridad reina por fin.


Ahora que estoy muerto.

lunes, 4 de mayo de 2009

BOCETO IMPRESIONISTA

Será la Primavera, las chicas en tirantes, las bolisas de los chopos o qué sé yo. No, no, sí que lo sé. Los poemas de Jorge del Frago me han hecho recordar que hay vida más allá de la narrativa, que un día lejano yo también disfrute con la lírica.

Yo no sé escribir poesía.

Así que como no tengo otra cosa que se aproxime más, me permitiréis descerrajaros "esto" que no puedo calificar. Espero que lo hagáis vosotros, sin pudor ni rubor, dadme caña que es lo que me gusta.

Pues eso. Para Jorge, orfebre del ritmo.




La voz de mi madre diciendo, tranquilo, ya se pasa.
Una mano sudada que te agarra al cruzar.
El primer partido de fútbol que imaginabas sentado en la hierba.
Tu amigo invitándote a su cumpleaños, eres un bufón maduro.
La primera ausencia y el miedo a no verla más.
No olvidarás el nombre de aquella niña que ya no existe.
Lecciones repasadas en la silla de la cocina.
Un Cristo entre vómitos y un traje de marinero.
El pelo por encima de las orejas, tapaditas están mejor.
Veranos inacabables con las rodillas lastimadas y chiquillos sudorosos.
El peligro que acecha sin tú ni siquiera imaginarlo.
Siempre seremos amigos, pase lo que pase.
La vida que te separa en lejanos edificios docentes. Heavy y pop.

Impresiones clavadas en la retina.
Huele húmedo y rancio.
Blanco, añil, magenta...

El amor te espera en una esquina, se alquila por horas.
Libros, música, cine y alcohol. Si los revuelves, salgo yo.
Un guía te señaló el camino sin poder adivinarlo.
El humo de los bares no me deja respirar. Pagas en el peaje.
La vida es como una pelota, naranja, blanca, negra.
Amores incomprendidos y una barca mecida por las olas.
Llueve en la playa desierta y esto ya lo he visto.

Impresiones recurrentes, sigo soñando contigo.
En vaqueros, sin ellos, en la fuente.
Duele pero sólo recuerdo cómo debía ser.

Velocidad.

El río te empuja aunque tú no lo quieras.
Has crecido, deberías madurar, no sueñes más.
El espejo no te reconoce, apenas tus manos que remueven los cabellos.
En poco tiempo ya no estarás, quizá ya no estás.

Todo esto no lo verás proyectado en ninguna pantalla,
no tienes que apagar la luz
ni siquiera que pagar una entrada. Descárgatelo.
Si no me crees, mira a tu alrededor
al-re-de-dor
Una piedra que cae en el estanque mientras las campanas tañen a lo lejos
El tiempo se escapa, huye, se esconde. Ralentízalo, viejo amigo. Viejo.
No te había conocido.


Impresiones en un lienzo.
Pinceladas sueltas mientras buscas la salida.
Si te alejas, lo verás.

Es todo lo que tenemos. Ahora o nunca. Lanzas el dado y sale, ahora o nunca.
Si te callas escucharás el silencio, nada importa.
Buscaré en el arcón mis mejores galas, me pintaré la sonrisa
y actuaré sólo por ti, sólo por cumplir lo previsto.
Inexorable
meticuloso
con la sensación de lo
inacabado.

viernes, 1 de mayo de 2009

RELATO PERDEDOR CONCURSO HERALDO

Pues eso, que seguimos cosechando derrotas a la espera de la victoria final. ¡¡Feliz Día de los Trabajadores!!
Se miró al espejo y vio que era Goya. Francisco de Goya y Lucientes.

Aunque parezca mentira, no se extrañó. Después de un instante de duda, de sorpresa, asumió claramente que la imagen que le devolvía el espejo era la de Goya. Hizo el movimiento reflejo de mirar hacia atrás y, comprobado que no había nadie más en el baño de su casa, confirmó que quien le miraba desde allí era el mismísimo Goya.

Lo primero que le llevó a aceptar lo que estaba pasando era que aquellas patillas eran absolutamente goyescas, descendiendo desordenadamente a lo largo de las generosas mejillas, abundantes las canas, perdiéndose en el abotargamiento de la papada. Los párpados hinchados, las ojeras negruzcas, un algo desolado en la mirada, en aquella mirada que había contemplado la belleza de la maja, desnúdate Cayetana, se van a enterar estos mojigatos, los desastres de la guerra, la pompa y el oropel de la familia real.

No pudo precisar la edad de aquel Goya que le miraba insistentemente, que quizás tomaba notas para un próximo cuadro, tan aficionado a los autorretratos. Desde luego no era aquel Paquito que se pintó siendo un jovenzuelo regordete y mofletudo, coloradico y con algo parecido al miedo en los ojos de los que posan en contra de su voluntad, estate quieto que enseguida acabo, frente ancha y chata nariz sobre abultados belfos. Y tampoco el Don Francisco que nos legó en aquel cuadro en el que parece que se está cayendo, cercanos los setenta, suavizados los rasgos de la cara de alguien al que notamos enfermo, no me gusta nada esa tos, el pelo huyendo en claridad, las patillas a medio dibujar, con ganas de acabar.

Es un Francisco de Goya de aquellos que pintó con sombrero, paleta y pinceles en mano, emergiendo desde la oscuridad en un rincón, consciente de lo histórico de su trabajo, amante de las mujeres y los buenos vinos, el carácter cada vez más agrio, la socarronería olvidada en su negro mundo interior. Un Francisco de Goya entre santos y reyes, siempre a la moda, alborotado pelo negro, a punto de dirigir una orquesta sinfónica, con lentes para distinguir entre los ocres y el cobalto.

Cerró los ojos, tantos recuerdos que quisieran pasear, encontrar un lugar para descansar. Escucha las descargas de los franceses, el griterío del pueblo en armas, los olés en las plazas, los reniegos de los borrachos y las putas. Y el olor, ese inolvidable olor que parece colarse por debajo de la puerta. Al abrir los ojos, Goya también lo hace.

Sale al salón, escucha a lo lejos la voz de ella que le dice que se marcha a no sé dónde. Últimamente oye cada día peor, le cuesta seguir las conversaciones y por eso pone cara de que sí, claro, estoy contigo... y sonríe estúpidamente. No sabe qué pensará su mujer cuando se encuentre a Goya en su salón, cuando vuelva a casa, si es que vuelve. Y es que está perdiendo el humor, cada vez más metido en su propio mundo de lechuzas y fantasmas, de ahorcados y mutilados.

Una mano que tiembla rebusca entre la caja de ceras de su hijo pequeño.