viernes, 23 de octubre de 2009

LA MUÑECA RUSA

Este texto aparecerá, próximamente, en el libro Sentado en una silla helada.  Seguiremos informando.



A LA VENTA EL 23 DE ABRIL DE 2013.

En la caseta de la editorial Certeza, Día del Libro. Paseo Independencia de Zaragoza.

PRESENTACIÓN 24 DE ABRIL. 19H30. BIBLIOTECA DE ARAGÓN (Doctor Cerrada,22)

A cargo de Javier Aguirre y Alfredo Moreno. Conduce el acto, José María Morales.

miércoles, 21 de octubre de 2009

JOAQUÍN PASCUAL

Hay días en los que la suerte se empeña en tropezarse contigo. Las chicas te sonríen, los conductores de autobús te esperan... hasta tus jefes tienen una palabra amable contigo.

Está en marcha el nuevo proyecto de Joaquín Pascual, esta vez en solitario. Uno de los componentes de Surfin´Bichos, de Mercromina, de Travolta, embarcado en una aventura apasionante. Espero poder tener pronto entre mis dedos El ritmo de los acontecimientos. Pinta muy bien, la verdad.

http://www.myspace.com/joaquinpascual

Lo dicho. Hay días que.

martes, 20 de octubre de 2009

FERNANDO ALFARO

Dos años esperando el momento, dos años de incertidumbre, dos años de desesperar... terminaron el pasado sábado. ¡Fernando se levantó y anduvo!

Concierto acústico repasando sus grandes éxitos, en solitario, para qué más.

Y la larva se hizo bicho.

DIARIO DEL ALTO ARAGON

Este domingo tuve la fortuna de aparecer de nuevo en mi periódico favorito. Sí. Fa-vo-ri-to.
Un texto con olor a sal y verano escrito desde la ventana.
Gracias.

http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=595644

VELOCIDAD. FIN DE LA TRILOGÍA FÍSICA.

Un coche acelera por la avenida. El corazón del conductor. Sístole-diástole. Sístole. Diástole. Sis, dias, to, le. Un peatón corre en el paso de cebra. Verde. Derecha. Derecha. Verde. Izquierda. Ámbar ignorado. Los pensamientos atraviesan su frente, de neurona en neurona. A Cajal le encantaría. Una puerta entreabierta. La cortina ondulando con la corriente. Volumen excesivo en la televisión. Ya no puedo parar, tengo que acelerar. El viento terminará por arrancar las ramas de los más débiles. Luces y sombras como manchas en el asfalto. Engullida la línea continua. Subir, bajar y volver a girar. La voz no correspondida. Sábanas en desorden , la luz del baño encendida. ¿Quién?. Las nubes apenas aciertan a seguir al vehículo. Las estrellas intermitentes en blanco, rojo y blanco. El ruido en los oídos, el zumbido de la sangre tan parecido al de las abejas. Parpadeo involuntario. Respirar sin querer. Las pupilas se contraen con la luz y con el miedo. Si todo no fuera tan

jueves, 15 de octubre de 2009

EL ESPACIO DE SIDRAL

La misión ha sido un fracaso, capitán, no se han logrado los objetivos marcados y hemos perdido muchos hombres, por no mencionar a los androides de última generación. Hans 23 está registrando un breve informe en la unidad cerebral destinada a tal efecto, mientras descansa en su habitación en la nave de combate. Está reparando los destrozos de su traje espacial al mismo tiempo que piensa en la mejor manera de contar lo que ha sucedido a su inmediato superior. No quiero eludir mis responsabilidades, no tendría sentido, pero sí me gustaría dejar bien claro lo que pasó para evitar malos entendidos. Piensa, escribe y borra mentalmente, sabe que pocas cosas escapan a la Memoria Central y que debe intentar ser lo más fidedigno posible para que no tengan opción de revisar las tarjetas y cotejar lo transcrito en el informe oficial con lo que realmente pensó. Por eso Hans 23 ha decidido centrarse en la narración de los hechos y dejar para más tarde la sutura con poliamidas del tejido de su traje de fuerza de combate. Modula el nivel de oxígeno de la estancia y se tumba a diez centímetros de la superficie que le sirve de camastro. No necesita cerrar los ojos para recordar lo que pasó, todo es tan reciente, el olor a muerte y a pérdida es demasiado intenso pese a estar volando a unos cuantos millones de años luz de la estrella habitada más cercana. Nada hay que perder, contaremos la verdad aunque sea por una vez.

Kosta, Campos, Fabrá, Ritha y los demás se levantaron temprano, había llegado el día y no quedaba tiempo que perder. Tal y como les había indicado hacía unas horas, nos reunimos en la sala de mandos para preparar la misión, rodeados de los más fieles que pudimos reclutar en la nave. Una indiscreción y todo habría terminado. En sus ojos pude ver el peso de la situación, apenas probaron los compuestos que nos habían dejado en las bandejas para que completáramos el nivel energético al máximo. Kosta se repasaba una y otra vez el afilado y perfectamente rasurado mentón. Era un gesto que conocía bien, se lo había espiado en otras situaciones parecidas. Le ayudaba a concentrarse, a no perder ni una sola de las consignas por mí impartidas. La nuez subía y bajaba por su interminable cuello, oscilaba al ritmo de su palpitante corazón. La nariz torcida después de la última pelea le impedía respirar con comodidad, su voz levemente nasal apenas interrumpía mi discurso para precisar la comprensión de lo que yo ordenaba. Su miopía iba en aumento y por ello acercaba con disimulo su cara a la pantalla holográfica para reconocer y fijar la ruta en su ordenador de muñeca. Siempre tuvo buen gusto para vestir a pesar de la uniformidad que se nos imponía desde el Mando Central, el cráneo afeitado con esmero, reluciente como el sol de los Círculos de Fállax. De vez en cuando acariciaba su arma láser reglamentaria, igual que yo imaginaba que trataba a sus amantes ocasionales cada vez que volvía a su planeta de permiso tras una arriesgada misión, otra más. Sus ayudantes insertaban las coordenadas de la misión en los androides que formaban su guardia personal, ni que decir tiene que los más sofisticados que habíamos traído en este viaje trascendental. De vez en cuando miraba a Campos, al menos intentaba cruzar sus miradas. Éste parecía rehuirle en los últimos días.

Los ojos hundidos tras unas moradas ojeras, la vista perdida en un punto del espacio que se contemplaba detrás del cristal del puente de mando de la nave, cualquier espectador de la escena habría pensado que era ajeno a lo que allí sucedía. Yo sé que no, puesto que respondió adecuadamente a todas y cada una de mis preguntas. Su cabecilla apepinada, que apenas sobresalía del círculo de enganche del casco estelar, se movía a derecha e izquierda siguiendo el rastro de la basura espacial y de las estrellas fugaces que podíamos ver por las escotillas. Campos estaba muy raro, extrañamente callado para su costumbre, los dientes detrás de los labios más tiempo de lo normal. Le suda la frente y seguramente una gota recorre su espalda cada vez que se menciona su nombre. Tocaba con la punta de los dedos la C de su apellido ligeramente despegada de la etiqueta impresa sobre su corazón. La bandera del brazo de su traje es apenas visible, lo mismo podría ser de un bando que del otro. Reflejado en la pantalla, por encima de su hombro, distingue claramente el ojo de Fabrá. Es el mayor de todos y seguramente desearía estar en mi lugar. A veces me taladra con su ojo vacío, con la cuenca negra que casi traspasa su cerebro.

Ha repetido mil veces cómo lo perdió, podríamos repetir la historia del derecho y del revés, una acción bélica propia de un héroe, no tenéis cojones de cambiar uno de los vuestros por una medalla como la mía. Desistió de ponerse uno ortopédico porque no lograron que dejara de cambiar de color según su estado de ánimo, casi siempre pasaba del rojo al negro, nunca iba a juego con el otro y por eso decidió taparlo con una tela virtual parecida a la de los piratas de las viejas películas de la Tierra. Fabrá es un problema y todos los del grupo lo sabíamos pero tampoco se nos escapaba que era una garantía a la hora de entrar en combate. Su falta de corazón era nuestra mejor arma. Escupe y limpia con la manga del traje la visera de su escafandra galáctica. Sé que no le gustan mis órdenes pero no tiene más remedio que acatarlas. De momento. Se reía cada vez que Ritha se volvía con cara de asco al oír el salivazo. Le parece increíble que un día deseara que le abrazaran esos brazos acostumbrados a matar. Ya no le quiere, ni siquiera le soporta, y maldice el holograma que les emparejó en aquella misión suicida hace ya demasiado tiempo.

Ritha no es joven, ni hermosa, ni provoca hinchazones debajo de los pantalones de la tripulación. Pero es una mujer y a miles de kilómetros de casa, perdidos a la vuelta del infinito, eso representa una baza ganadora. El pelo rizado le incomoda debajo del gorrito ignífugo, es un martirio encajarse el casco y estropear el peinado pero sabe que no hay más remedio. Se siente rebosar debajo de los tejidos preparados para la ingravidez, a duras penas logra meter sus curvas en ellos. La tripulación chirría los dientes cada vez que pasa a su lado esparciendo gotas de perfume en cada contoneo y prometiendo algo que seguramente nunca cumplirá. Ahora puedo afirmarlo con rotundidad mientras acaricio su guante entre mis manos.

Se incorpora levemente, desactiva el control de gravedad al notar el vómito irrefrenable. Hans 23 escupe trocitos de pastillas de plástico, polvillo de colores y algo parecido a un líquido llamado sangre. Todo sube hacia el techo, se adhiere a él formando una costra multicolor que pronto se solidifica y le permite activar el botón que le hace poner los pies en el suelo y seguir con el pensamiento transformado en informe que a buen seguro el Mando Central le exigirá cuando sepa el tamaño de la derrota. Si cuenta toda la verdad, si logra que le crean, tal vez pueda salvar la vida. Tal vez. Sus hombres esperan colgados en el plasma. Play. Rec.

Acabadas mis instrucciones cada uno fue a ocupar su lugar en la plataforma de lanzamiento después de reclutar a los soldados que consideraron necesarios. Los androides y la maquinaria instalados en las naves de asalto, girados los cascos hasta notar el clic. Despejaron la zona y se abrió la compuerta por la que nos lanzaríamos a la oscuridad. Propulsados a una velocidad aproximada de dos kuants pronto avistamos al enemigo, o mejor dicho, pronto descubrieron nuestro acercamiento. Comencé a lanzar las consignas a través de la onda telepática acordada. La conexión era buena y todos estábamos disparando y esquivando los ataques según el plan trazado. Todos menos Campos. No lograba conectar con su escuadrilla y a pesar del riesgo que suponía emitir en señal no codificada, me arriesgué a que nos interceptara la comunicación el enemigo, con el consiguiente empobrecimiento de nuestras ondas, y le ordené que se ciñera al plan aprobado hacía unas horas. No contestó. Y juro por mi honor que intenté todo lo que estaba en mis manos. Algo me hizo sentir lo que iba a suceder a continuación cuando vi que se colocaba detrás de la nave de Kosta. No podría asegurarlo pero si me piden mi opinión creo que el disparo que destruyó la Gü19 partió de la artillería de Campos. Entonces Fabrá me gritó que si yo había visto lo mismo que él. No recuerdo si pude contestarle. La batalla se había ido de nuestro control hacía tiempo y las bajas comenzaban a ser innumerables. Miles de chatarras más a la deriva para siempre. De lo que no me cabe la más mínima duda es que fue Fabrá el que acabó con la vida de Campos y los suyos.

Será difícil que pueda olvidar el resplandor anaranjado que ocupó el lugar de la nave de Campos y el ruido de los trozos de la misma que impactaban en la nave nodriza en la que yo me encontraba. Ordené la retirada inmediata. No tenía sentido seguir con aquella carnicería multicolor. También quiero dejar constancia de que Fabrá no opuso resistencia alguna cuando le pedí que se dirigiera hacia nuestra nave para que me explicara lo sucedido. Creo que se reía mientras me decía a sus órdenes, señor. Llegó justo un momento después que Ritha que no paraba de gritarle asesino, malnacido y cosas parecidas en su lengua natal. No tuvimos tiempo de cerrar la compuerta, de iniciar la descompresión y pasar al nivel de seguridad. Ritha, de un certero golpe, cortó el cable de alimentación de la escafandra de Fabrá que con aire chulesco se dirigía hacia nosotros. Lo último que vi antes de que se desmoronara fue su ojo rebotando en el cristal para terminar flotando en la sangre que rellenaba su caso tras la explosión craneal. Y juro por mi honor que no pude detener a Ritha antes de que saltara al vacío sideral, antes de que la oscuridad se la tragara dejándome como único recuerdo el guante de su mano derecha, el mismo que ahora sirve para secar mis lágrimas.

Esto fue lo que pasó, creo no haber omitido ningún detalle y si algo no relaté fue por olvido y por el trauma que esta última misión ha supuesto para todos nosotros. Espero poder aportar testimonios que ratifiquen lo anteriormente registrado en el juicio sumarísimo al que con gusto me someteré. Y, por favor, si tienen que desconectarme, que sea temporalmente, renuncio a mis cargos desde este mismo momento. Pero no me desconecten para siempre. Para siempre, no, por favor. Se lo ruego. Fin de la grabación.

miércoles, 14 de octubre de 2009

EL TIEMPO

El tiempo pasa inexorable. No. No es esto lo que quería contar. Además qué es eso de inexorable. Nota a pie de página, sugerencia para la grabadora. No utilizar palabras cuyo significado se desconoce por muy bonitas que puedan ser. Inexorable suena bien pero.

Un niño se despierta antes de tiempo en la habitación de una humilde casa en un barrio obrero. Hace frío. La bolsa de agua que su madre le calentó con tanto amor la pasada helada noche, la bolsa de agua en forma de personaje de dibujo animado en blanco y negro, la bolsa de agua que arde cuando se abraza a ella en el inicio de una larga noche de invierno e insomnio, la bolsa de agua que pese a todo prefiere a la acolchada con la tela de una mantita de cuadros a la que no le apetece abrazarse, ya pasó la pesadilla, ya está; la bolsa de agua hace mucho tiempo que se quedó fría como el corazón del malo de un tebeo y sólo quedan los nervios del día del examen. Lleva un buen rato dando vueltas debajo de las mantas, intentando dormir un poco para difuminar las ojeras, evitando el otro lado de la cama que huele a humedad y a jarabe de menta. Se ha sentado un par de veces en la cama al notar el vómito que se acerca, casi ha buscado en el suelo de hielo las zapatillas que le dirijan al baño, no quiere que su madre sepa que está despierto, que otra vez, las palabras, el consuelo, las medicinas que poco ayudan. Se tumba y mira al techo que se desvanece tras gotas temblorosas que saben a sal. Un cola-cao con dos galletas, no puedes ir al colegio con el estómago vacío, que habrá que hacer desaparecer sin levantar sospechas.

El tiempo amarillea en los viejos álbumes y se escapa tras los cristales empañados. Casi dos alejandrinos, rima cero, clasicismo y modernidad a partes iguales. Es un buen invento la rima cero, el verso libre como la conciencia sin pecado. Esto no iba a ser un poema, no me atrevo. Además lo del tiempo amarillo y el vidrio sobre el que escribir tu nombre. Nota de voz apesadumbrada en la grabadora del teléfono, qué rara suena al cabo de un instante ajeno, ya se cantó todo acerca de los cristales amarillos.

Hoy tampoco tiene ganas de bajar las escaleras de dos en dos, de tres en tres, saltando sobre las suelas de unos maripís desgastados, sintiendo la mochila que vuela hacia el techo y cae sobre unos hombros huesudos al mismo tiempo que se impulsa de nuevo, y se agarra a la barra de la barandilla para hacer un giro que cualquier jurado olímpico valoraría con un diez, caer con los pies juntos en el descansillo y vuelta a empezar. Veinticinco escalones y cinco golpes para escapar de las mirillas y fíjese usted qué escándalo. En el portal mirará las puertas que dan al banco y a la farmacia, si se atreviera una noche debería entrar a robar aspirinas y billetes de cien, y las dejará atrás pensando que un día de estos se van a enterar. Afuera hace menos frío que en su casa, ocho pasos y da la vuelta a la esquina de la calle por la que suele volar cuando está contento. Un, dos, tres. Tan fácil como impulsarse y empezar a flotar, tumbado, con un puño hacia delante según enseñan las películas. A tres metros del suelo lo único que debe esquivar es el letrero luminoso del bar, coca-cola, recomienda Pinilla a sus clientes. Y es feliz. El vuelo es corto, tanto como la calle, no se le da bien girar y menos hacer el contra-giro para dejar atrás el kiosco de José y enfilar hacia el colegio.

El tiempo, ese gran cabrón que te toca los cojones para reírse en tu cara, para meterte un puñetazo y cortarte la respiración. No. Tampoco. No es el tono, el realismo sucio está de capa caída. Si por lo menos estuviéramos en Detroit. Las palabras malsonantes se acaban enseguida y tienen tantos detractores. Tachón en rojo sin compasión, autocensura y vete a tomar por el culo.

Otro bocadillo en la mochila, al fondo, junto a los demás, envuelto en papel de plata macerando el chorizo y la mantequilla, produciendo unos líquidos que mancharán la bolsa y el atlas, que dejarán olor a cerrado y muerte. Hubiera sido tan fácil deshacerse del cadáver en la primera papelera que viniera al paso, problema resuelto. Puede que en aquel lugar no hubiera papeleras o que el sentimiento de culpa le impidiera despojarse de la carga, me van a pillar, seguro. Le da asco la comida, el estómago le da vueltas cada vez que piensa en ella. Tiene que buscar la solución, despejar la incógnita y que la ecuación se vuelva una sonrisa. La basura debajo de la alfombra, poner cara de bueno y mirar hacia otro lado, yo no tiré de la coleta de Inés, señorita. Los minutos caen como gaviotas abatidas a perdigonazos, las grullas buscan mejores cosas que hacer, una hilera serpenteante pasa por debajo de una grúa y le dicen adiós. Prefiere no encontrarse con nadie por el camino, no está con ánimos pero sabe que es imposible. Tantas casas con tantos niños en tampoco espacio. Piensa en la destrucción nuclear como una opción deseable. Le duele la tripa, ya no es hora de fingir una enfermedad, esto es de verdad.

El tiempo partido por el espacio, era algo parecido, qué tío el espacio, ya era hora de que alguien le diera su merecido al tiempo. ¿Velocidad? Debería haber puesto más atención en clase. Demasiado físico, doctoral. No sería un buen comienzo.

Sabe que el colegio se aproxima con decisión. Que los niños estarán de la mano de sus madres esperando a que abran. Que las risas ahogarán la vocecilla interior que se asfixia sin remedio en un mar de mercurio. Que le mirarán y él imaginará que conocen su secreto, si abren pronto subirá directamente a clase, ordenará el pupitre y esperará, no puede hacer otra cosa. Sin que acabe de pensar todo esto la puerta le da un mordisco de malos días, días de polvo y tiza, días de vergüenza y mejillas coloradas. No se atreve a dar la vuelta y a echarse a correr, rápido, muy rápido, como en la película de la tele del sábado, después de Mazinger. Llorar no es de cobardes, llorar es de llorones y por eso no le gusta aunque sabe que es un cobarde y que siempre lo será. Puede que no lo sepa aún pero algún día se acordará. Cuando entra el profesor tiene ganas de mear, ha debido olvidarlo con tanto pensamiento yendo y viniendo. Demasiado tarde como tantas veces. Las bolas de papel han dejado de golpearle en la nuca, se ajusta las gafas y respira muy hondo. La silla de su lado está vacía y el crucifijo se tambalea en su escarpia.

El tiempo y los que nunca pensamos mucho en él. Los minutos y las horas. El verano, el invierno y el verano. Hay cosas que siempre te hacen tropezar en las noches de pesadilla. Ya no soy más. Los otros irán muriendo y nadie podrá culparme. Bueno. Algo así.



domingo, 11 de octubre de 2009

LA CUESTA ARRIBA

Os dejo enlace al número 15 de la Revista Narrativas. Tengo el placer de publicar un nuevo relato con ellos. Gracias.

Se trata de la primera, única, ¿última? incursión jaloziana en el mundo rural. Es un texto con olor a cerrado, magdalenas, alcanfor y mesas camilla. Algunos decían que sólo sabía escribir sobre autobuses y bares. He aquí la muestra de su equivocación. O no.

Una rara avis, como si un personaje de berbi entrara en un bar distinto a la Taberna del Zarpas, algo así.

Sin más preámbulos, un inédito. La cuesta arriba. Pasen y lloren de pena.


Este texto aparecerá, próximamente, en el libro Sentado en una silla helada.  Seguiremos informando.



A LA VENTA EL 23 DE ABRIL DE 2013.

En la caseta de la editorial Certeza, Día del Libro. Paseo Independencia de Zaragoza.

PRESENTACIÓN 24 DE ABRIL. 19H30. BIBLIOTECA DE ARAGÓN (Doctor Cerrada,22)

A cargo de Javier Aguirre y Alfredo Moreno. Conduce el acto, José María Morales.

sábado, 10 de octubre de 2009

MOGWAI 5 - LOS PLANETAS 0

Yo no debería estar aquí, escribiendo esto... Y esto ya lo he escrito en alguna otra ocasión, tengo la sensación de no hacer lo que debo, de elegir el momento menos oportuno y sepultar mi vida entre cosas prescindibles.

En este sábado por la mañana debería hacer los equipos del SM, era lo que tocaba, la competición empieza esta tarde y yo con estos pelos, literal. Pero es que tengo que poner en orden mi cabeza, si el zumbido de oídos me lo permite.

Viernes 9 de octubre, Sala Multiusos de Zaragoza, primera jornada del FIZ 2009. Un cartel que es una incógnita. Los Planetas, Sunday Drivers, Love of Lesbians y Mogwai. Lo bueno empieza tarde, a partir de las once. ¿Tarde? Sí, en mis actuales circunstancias, lo es. Dudo entre ir o no ir, entre pagar los 40 euros de la entrada o no hacerlo, entre gastarme no sé cuánto más en cerveza, entre quedarme en el sofá o arreglarme y buscar la parada del bus, sortear los grupos de adolescentes que quieren quemar la noche pre-pilarista. Llamo a mi amigo Antonio a ver si él me empuja a salir. No lo hace. Me siento y reclino el sillón, empiezo a adormecerme mientras oigo de fondo a una tía que podría llevar un tiempo enterrada, diciendo que el que le salvó de una mano de hostias no era tan bueno. Y entonces ocurrió.

Un ángel con la cara de Jesús Mariñas se me acercó al oído y me susurró que Dios me pedía que fuera al concierto de Mogwai. Me levanto y ando, no me gustaría enfadar al mismísimo Dios DJ. Me visto de fizer, camisetica sin referencias musicales, no me gusta dar pistas, vaquero, zapatillas informales sin marca y una chaqueta de punto que me da un cierto aire de universitario repetidor bostoniano. Me despeino y salgo no sin antes echar un juramento: Breogán 72- CAI 63. Cuando se lo cuente al berbi...

A las once en punto estoy en las taquillas, dos billetitos y me regala un boleto para entrar al recinto que bien conozco y que normalmente hace que los grupos suenen como el culo. Pero si Dios me lo ha pedido... No me cachean, no parezco peligroso, si ellos supieran. Hay un montón de gente, más que otros años, todos son supermodernos, camisetas a cual más indie, despeinados estudiados, mucha barbita, gafa de pasta, bolsos atravesados. Son jóvenes y guapos, sobre todo las chicas. Huelen tan bien. ¿Por qué todos los modernos sonríen igual? Deben tener el mismo camello. Muchos parecen ser de fuera, gente que no llegó al FIB y se consuela con esto. En Zaragoza no hay tanta gente tan fashion. Si no me sudaran las manos, y supiera, me liaría un porrito. No se debe mezclar codeína, paracetamol y alcohol. Me temo que lo haré.

Han terminado Sunday Drivers, no he llegado ni a la nota final, tampoco me pena, a lo mejor me arrepiento algún día. Una muchedumbre de técnicos, auxiliares, asistentes... se afana en desmontar el set anterior y preparar los cacharros de los escoceses Mogwai. No los conozco, los he oído pero no he prestado mucha atención. Desde Escocia como enseñan las bufandas del Celtic de Glasgow que adornan los enormes amplis. En 30 minutos deben aparecer y enseñarme qué saben hacer. Me sitúo cerca del escenario, a la derecha. Me impresiona la cantidad de guitarras que tiene preparadas, no menos de quince. Me gustan los grupos que cambian de instrumento casi en cada canción, aunque lo suyo no sé si son canciones, no cantan. Expectación en aumento, calor y humo a partes iguales, empiezo a sudar con mi chaqueta anudada a la cintura. Litros de alcohol, olor a hierba y un montón de cámaras fotográficas. Se apagan las luces, quitan la música de ambiente y sueltan el humillo preceptivo sobre el escenario. Aplausos.

Salen cinco tipos, camisetas y vaqueros, feotones, uno pequeño y calvo que parece el jefe, otro con una gorrita como única concesión al glamour. Saludan, se sitúan en sus puestos, dos guitarras, bajo, batería y un teclado, comienza el show. Tardo poco en intuir lo que va a pasar, Dios no me ha engañado, es uno de esos momentos en los que te alegras de estar ahí, como aquella noche en el añorado Rincón de Goya, Manta Ray dejándome embobado y haciéndome peregrinar a la mañana siguiente a la tienda de discos, lo quiero todo de este grupo, como la tarde con Polar en la FNAC, como... Tres grupos con puntos de contacto, querencia por la música instrumental, los ambientes pegajosos, recurrentes, enfermizos, los desarrollos amplios y los cambios de ritmo, el estatismo en la escena, la falta de divismo, la huída de la afectación y el amaneramiento. Mogwai es todo eso elevado al cubo. M3. En diez minutos me han ganado para toda la vida.

El sonido es todo lo bueno que creo se puede conseguir en aquel antro poco preparado para el r´n´r. Estos tíos son una apisonadora. Es Michael Nyman y el minimalismo, con My Bloody Valentine, con death metal, los Cure más oscuros, Smashing Pumpkins, debe ser post-rock, slow core o la madre que los parió. Estuvimos bajo el mar, en un desierto, sobrevolando la luna, la muerte debe sonar así, es tan hermoso que da miedo. Y el ruido. Ruido. Ruido. Brutal. Un volumen al que nunca me había sometido, parece que es marca de la casa, me golpea el pecho y me envuelve la cabeza en miles de aguijonazos, me duele la tripa, me estallan los tímpanos, tengo ganas de huir y vomitar. Me dan miedo. Espero que hayan hecho caso a las recomendaciones de la OMS y los decibelios no vayan más allá de la locura. Acoplan y sonríen, juegan al Apocalipsis mientras nos han grapado los huevos al suelo de plástico, cerveza y cigarros. Nadie se mueve. A ratos tengo ganas de llorar. Es todo tan hermoso. Setenta y cinco minutos después todo estaba consumado.

Salgo afuera a respirar, tengo que mear y comprarme un litro de cerveza para esperar a Los Planetas. Hoy no tengo muchas ganas de verles, algo me dice que no saldrá bien. Me cambio de lado del escenario, me gusta estar cerca de Florent, el tipo del bajo cuyo nombre no recuerdo es tan aburrido... Más cerca que antes. A la hora convenida, más o menos, salen Eric, J y los demás. El público está entregado, creo que hay más gente aún que antes. Se les ve contentos, J con un barrigón indecente y cada día menos pelo. No espero novedades, nada nuevo en el mercado desde su anterior visita, el minutaje algo menor que lo acostumbrado, me temo se centrarán en el rollo flamenco por el que les ha dado últimamente. Es jodido salir a un escenario después de Mogwai. Las comparaciones. Se arrancan con San Juan de la Cruz, la voz de J en primer plano, casi irreconocible, prefiero que la enmascare detrás de las guitarras. Se confirma, el sonido pésimo, como la vez anterior en ese lugar. Suena plano, bajo, el teclado averiado. Todo me parece mentira ahora, hueco, convencional siendo benévolo. La cosa no mejora, los técnicos no ajustan, ya me muevo yo a ver si en otro sitio se escucha mejor. Negativo. La segunda es un adelanto de lo nuevo para el 2010, seguimos embarrancados en un homenaje a Manolo Caracol, lástima. La primera mitad del concierto lo podíamos haber tirado a la basura, ni con tres guitarras consiguen el 50% de la intensidad que acabamos de paladear.

Esta noche voy de público cabrón: No he dado ni un aplauso, prácticamente ni me muevo, pongo cara de aburrimiento que es lo que siento, a la mayoría le pasa lo mismo que a mí. Eso sí, los más acérrimos saltan y se mueven ignorantes del desastre, no lo ven, porque van ciegos, o no lo quieren ver, porque miran hacia otro lado. Los trajes me los compro yo, claro. La cosa remonta algo cuando echan mano de sus clásicos más recientes, parecen haber olvidado las cosas que nos hicieron enamorar, hasta muevo un poquito el pie y le sonrío a una tetona que me chafa su delantera en mi brazo izquierdo. El mejor momento cuando J en un alarde de comunicabilidad dedica la canción al capitalismo que nos ahoga, Devuélveme la pasta, puño izquierdo en alto mientras se fuma un cigarrito. Y no da para más. Deberían ver que no nos gusta lo que hacen ahora, a Florent se le estropea la guitarra ante al aplauso del respetable, que es difícil reinventarse pero que deberían volver a sus raíces y no me refiero al folklore. Irreproducible lo que le grita el de las gafitas número cincuenta y dos, y aire lánguido, que tengo al lado en este momento. Los que habían venido a un karaoke se pueden ir a su casa. Cae el telón entre la sensación de estafa.

Una chica me pide que grite con ella que toquen De viaje. Le digo que de viaje a su casa van ellos, han cumplido el contrato y si te he visto. Además, le grito, han sonado como el culo. Sí, es verdad, los de antes lo han hecho mejor. Vamos, no me jodas, Los Planetas van de bajada, mascullo mientras le dejo con la palabra en la boca y me largo a sentarme un rato en la entrada. Estoy dolido, soy el padre que exige a su hijo listo pero vago que saque nota en cono, y en junio. Sé que puedes. Llevamos muchos años de relación, muchos conciertos, muchos discos, nos hemos dado mucho placer pero rien ne va plus. Lo nuestro se acabó. Mañana, ahora que escribo esto, estaré mejor y recordaré vuestra última visita en la Oasis, con flamenco y todo sonasteis bien y hubo momentos de magia. Le echaré la culpa al local, un mal día. Puede que lo mío con Mogwai sea un polvo que estuvo bien, ya me pasó otras veces, y al final vuelva a casa y te pida perdón y nunca más y sí, te lo prometo. Yo también. Puede ser. Es música difícil y hay que encontrarle su momento.

Espero que haya un partido de vuelta, sé que aunque ahora no estéis inspirados os sobra talento para facturar al menos tres joyitas por disco, por infumable que sea. Espero que en ese partido salgáis a darlo todo y que se pueda remontar la eliminatoria. De momento, Glasgow nos ha ganado por goleada.

NOTA: De Love of Lesbian poco puedo decir. Buena actitud, ganas, el mal sonido mencionado. Las 3 A.M. es mala hora para casi todo. Parece un grupo con buenas letras, sonido con matices y currados vídeos. De esto, en el concierto, nada de nada, claro. Y es que a la tercera canción, cuando bajan la música para que el cantante reclame palmas y anime a hacer oh-oh-oh a la menguada parroquia, decido que me voy, esto es cosa de La oreja de Van Gogh y cosas así. Y estos tíos son mucho más feos. Lo siento por Rubentxo.


lunes, 5 de octubre de 2009

EL REY HA MUERTO

Faltaban veinte minutos para empezar y la sala estaba prácticamente llena. El público había entrado ordenadamente y buscado la mejor ubicación para no perderse detalle. Sabían que la cosa podía ir para largo y por eso venían bien provistos de bocadillos y bebidas no alcohólicas. El reglamento no permitía introducir alcohol en el recinto para evitar posibles altercados en un momento de apasionamiento. Más de uno tuvo que pedir permiso en el trabajo para asistir al evento ya que, la falta de fechas libres en el calendario nacional, había motivado que la partida final del Campeonato de Ajedrez de la región de Gorky, se tuviera que celebrar un día laborable. Muchos escolares habían faltado a clase con la excusa, real en la mayoría de los casos, de asistir al acontecimiento del año. El ajedrez en Gorky era casi una religión, un modo de vida, una afición sin límite como la que pudiera sentir un lapón por los saltos de esquí o un galés por el rugby. Y un Andropov - Kilinsky era el mayor espectáculo que se podía presenciar por aquellas tierras. Yuri Andropov,curtido en mil batallas, el eterno campeón de la región de Gorky que nunca había pasado de la primera fase nacional, derrotado años tras año por los distintos campeones de Minsk, de Bakú, de Chiernev... Y Lev Kilinski, el joven más prometedor de la última generación de ajedrecistas gorkianos, casi un niño y con un talento desbordante, quién sabe si el elegido para poner en el mapa Gorky y su pueblo natal, Schornof. Nadie en su sano juicio estaba dispuesto a perderse la quinta partida, el desempate que desvelaría el nombre del aspirante al triunfo nacional, el elegido para la gloria.

Sobre el escenario todo estaba preparado. La mesa de madera, cuadrada, sin barniz que produjera incómodos brillos provenientes de la lámpara de luz blanca cenital que se hallaba dispuesta a sesenta y cinco centímetros del tablero, ni uno más ni uno menos. Silla recta, funcional, de oficinista, en el lado de Andropov. Asiento más cómodo a simple vista, mullido, con respaldo reclinable en el lado de Kilinski. Eran las dos únicas diferencias que se habían permitido. El resto del mobiliario se había consensuado entre los representantes de los dos jugadores, durante largas y tensas negociaciones, más de una vez a punto de la ruptura y de su sometimiento al arbitraje internacional. Era necesario cuidar los pequeños detalles, mimar cada uno los aspectos, en principio irrelevantes pero que pudieran convertirse en decisivos en un encuentro como el que se iba a disputar en breves minutos. Cuando puedes estar horas sentado en las mismas circunstancias, éstas pasan de ser de accesorias a fundamentales. El reloj para contar el tiempo de las jugadas, semiautomático, fue traído especialmente desde la vecina Turgenov para tal ocasión. El tablero, impecable, mate, a estrenar, había sido diseñado por el maestro ajedrecista que habían designado de común acuerdo. Las piezas sobrias, de cantos redondeados, ni tan grandes como prefería Andropov, ni tan pequeñas como deseaba Kilinski. Un tamaño intermedio, sin almohadillado en la base, de roble y por supuesto sin brillo ni olor penetrante que pudiera distraer a los contendientes. Unas cortinas azules al fondo, eran la única decoración en aquel lugar. Eso y la pantalla por la que el auditorio pudiera seguir el desarrollo de las jugadas.

La afición gorkiana estaba dividida. Unos apoyaban al eterno aspirante, Andropov, al que muchos habían visto crecer como jugador y estrellarse una y otra vez contra el mismo muro. Lo sentían como suyo y habían hecho causa común con él, no desfallecerían hasta lograr colocarlo entre la élite nacional, justo en el lugar que por su trayectoria y conocimientos se merecía. Otra buena parte de los aficionados, cada vez más, se había decantado por el joven y prometedor Kilinski. Cansados como estaban de las sucesivas decepciones andropovianas, Pocopov le apodaban las malas lenguas, habían puesto toda su ilusión en los jugadores que sucesivamente se habían medido con el sempiterno Andropov. Este año tocaba Kilinski. A ver si era el definitivo. Las apuestas estaban a su favor. Y es que el ajedrez movía mucho dinero en Gorky, casi tanto como pamelas en Ascot. Las casas de juego habían cerrado ya sus puertas, una hora antes del comienzo fijado de la partida, tal y como manda el reglamento. No obstante, los establecimientos ilegales, en buena parte consentidos por las autoridades que obtenían un sobresueldo gracias a las considerables comisiones que recibían, permanecían abiertos durante toda la partida, permitiendo las apuestas, jugada a jugada, movimiento a movimiento. No había una familia en Gorky que no hubiera apostado, aunque fuera dentro de los límites del su hogar, por uno u otro jugador. El momento tan ansiado había llegado.

Cuando el reloj digital de la sala marcó las 15 00, aparecieron por cada uno de los laterales del escenario, los dos ajedrecistas acompañados de sus entrenadores personales. A la derecha Andropov, cercano a la cincuentena, impecable traje gris oscuro, levemente pasado de peso y un gesto de responsabilidad en su cara. A la izquierda, Kilinski que bien pudiera ser el hijo del anterior, americana deportiva, jersey de cuello alto, atlético y con la mirada del que sabe que no tiene nada que perder. La ovación fue atronadora, los espectadores se miraban unos a otros, convencidos de que algo grande iba a suceder. Los duelistas se estrecharon fríamente las manos y tras el sorteo de piezas realizado por el árbitro designado para la partida, blancas para Andropov, procedieron a tomar asiento en sus respectivos lugares, preparados para lo que se antojaba una larga tarde. El público fue apagando sus voces y se dispuso a disfrutar de un gran espectáculo. Cuando las blancas abrieron con d4, un murmullo de sorpresa, prontamente acallado por el personal de seguridad de la sala, recorrió el recinto. Mucho se había especulado con la táctica que usaría Andropov pero nadie había pensado que se decantara de inicio por lo que se presumía una apertura Turner, prácticamente en desuso desde la final del Campeonato del Mundo que disputaron Hendris y Moore. Al tercer movimiento de blancas, c5, ya no había duda: Se trataba de la legendaria Apertura Turner.

Si pudiéramos leer los pensamientos de Andropov, de Yuri, veríamos que está preocupado. Toda una vida dedicada al estudio del ajedrez, a su práctica, tantos sacrificios y tantas cosas dejadas al margen, soñando con un futuro mejor, con un reconocimiento y un modo de ganarse la vida más allá de su insípido trabajo de funcionario de poco rango del Departamento de Aduanas Agrícolas. Siendo niño ya despuntó en el arte de las sesenta y cuatro casillas, en la Escuela Elemental ingresó en el club de ajedrez y muy pronto se fijaron en él, sus maestros. Completó los estudios con sacrificio, peones y alfiles ocupaban todo su tiempo, y se centró en su afición, su deporte, el sentido de su vida. Esto y su timidez olímpica, le fueron alejando de la vida diaria, terminando recluido en una habitación de su casa, practicando y estudiando continuamente con su maestro y mentor, el gran Leonidas Koskin, tristemente fallecido unos años más tarde en un accidente aéreo no del todo esclarecido. Yuri había renunciado a muchas cosas por ser alguien en este mundo. Hasta al amor de una dama, Anatolia, quien cansada de esperarle y de buscar un mejor presente, había terminado por casarse con un viejo joyero de una ciudad vecina. Sabe que puede ser su última oportunidad, que no puede fallar, que es ahora o nunca.

La partida transcurría sin sobresaltos, pasada la inicial sorpresa de la apertura. Las blancas habían tomado la iniciativa y Kilinski tan sólo acertaba a defenderse como podía. Andropov estaba jugando duro, había hecho una clara apuesta por un ataque sin cuartel, una estrategia relámpago que debía servirle para tomar ventaja inicial y ya no soltarla hasta el triunfo final. Los espectadores asistían en silencio al desarrollo, lento normalmente, acelerado en contadas ocasiones, de las jugadas de los dos oponentes. Traspasada la segunda hora, Kilinski solicitó uno de los dos recesos a los que tenía derecho y que previamente habían sido pactados. Ahora sí, los aplausos ensordecieron el ambiente del lugar, los aficionados ya no podían contener su entusiasmo y brindaron una cálida ovación a sus dos paisanos, especialmente a Andropov quien no pudo evitar esbozar una leve mueca de satisfacción. La cosa iba bien, mejor de lo previsto. Había capturado varios peones, un alfil y un caballo, mientras que en sus filas nada más que faltaba algún peón y una torre que había sacrificado voluntariamente. Kilinski abandonó apresuradamente el escenario y se refugió en la habitación que le habían habilitado como cuartel general. Allí, junto a su entrenador y varios asesores de confianza, intentarían recomponer la situación y obtener alguna ventaja que le allanara el camino hacia la victoria. Andropov, mucho más relajado, aún se demoró unos instantes saboreando el calor del público, de su público. Imaginó a su maestro moviendo los pulgares de las manos entrelazadas, ladeada la cabeza y sonriendo ante lo que estaba viendo.

Pasados unos minutos, los jugadores volvieron a ocupar sus respectivos lugares. Cuando la gente terminó de llenar de nuevo sus asientos, la partida se reinició. Cc7 y una exclamación quedó ahogada en las gargantas de los más vehementes. Las negras habían realizado un movimiento de alto riesgo que ni siquiera los analistas de Andropov, según se reflejó en su cara, habían tenido en cuenta. Kilinski no se iba a rendir tan fácilmente. Los siguientes movimientos se demoraron, se hicieron esperar, caían con desesperante lentitud hasta para el aficionado más ortodoxo. El que movía se concentraba en el tablero, la vista incrustada en la cuadrícula, la mente a toda velocidad. El que esperaba parecía quedar congelado en el hielo de algún remoto glaciar. El tiempo es plastilina, crece, se alarga, se retuerce y vuelve a estirarse. Los espectadores han optado por merendar en silencio: Un poco de reno, unas huevas con pan de centeno, grasa de oca y té o café. Si al menos pudieran alegrarlo con un poquito de vodka... Andropov está desconcertado, parece que está empezando a sudar y un ligero tic le remueve la mandíbula. Sus ojos se han vuelto tristes, ya no lo ve tan claro, sus incondicionales, entre bocado y bocado, tampoco. Kilinski se ha zampado en un momento el alfil de la casilla negra y un caballo que protegía al rey. Iguala la contienda. Empieza a tomar la iniciativa. Yuri se remueve nervioso en su asiento, las horas de inmovilidad empiezan a pasarle factura. Sus dedos tamborilean en la mesa ante el regocijo de Kilinski y la advertencia del comisario. Se ve a sí mismo caer en un pozo, en un laberinto lleno de arañas y serpientes. Oye a su madre llamándole para cenar, que deje los dichosos muñequitos y que se centre en los libros. Nunca serás nada en la vida, fíjate en tu hermano, funcionario del Servicio Postal. Acaba de perder otro peón, empieza a estar en retirada, la gente lo está viendo igual que él. Este año tampoco será. Y no habrá un mañana. Sigue cayendo por el agujero negro, se raspa las rodillas de sus doce años con las zarzas y las piedras del cortado. Se quiere agarrar y sólo logra mover torpemente la dama. No. Silencio absoluto. Qué error, qué inmenso error. ... AxD Ha vuelto a dejar morir a la reina de sus sueños. Anatolia se desangra en el suelo formando una figura que semeja una amapola. El auditorio exclama con sorpresa. Un error de principiante. Es el comienzo del fin. Andropov va a perder. Andropov va a perder. Las voces resuenan en su interior, el eco le devuelve a la realidad, las campanas tocan a muerto. Y el muerto es él. Está medio noqueado, se tambalea en un ring imaginario, su entrenador que intenta parar la partida. Yuri está bloqueado, ni siquiera la toalla le salvará. Ve preparando un sudario. Rf 5. Es un suicidio. Las blancas se están suicidando. El guerrero sabe que va a morir y ofrece su pecho al hábil espadachín, del que espera una muerte rápida y digna. Kilinski no reacciona inmediatamente. No esperaba esto. No estaba en el guión. Se ve en el circo romano. César ha volcado el pulgar. La multitud ruge hambrienta de sangre. Mira a los ojos de Andropov y no ve nada más que un cadáver. Dh7 Jaque. Yuri quiere acabar con esto. Se encierra en una esquina, espera la misericordia de su contrario, que no le haga sufrir. Tg6 Mate. El rey ha muerto. Viva el rey.



La multitud se levanta, todavía pensando en lo que acaba de ver. KIlinski no se ha movido de su sitio. Tampoco Andropov. La mayoría aplaude, sin mucho convencimiento. El escenario se llena de gente, poco a poco. Sacan de sus pensamientos a los dos rivales, al ganador y al perdedor. Felicitaciones, apretones de mano, abrazos, sonrisas y lamentos. Todo ha acabado. Los focos se centran en Kilinski, arrinconan suavemente a Andropov, la soledad de la derrota. La última derrota. Yuri hace mutis, recoge sus cosas y se pierde en el horizonte. Al llegar a casa, las manos en los bolsillos, la vista en la punta de los negros zapatos, ya sabe lo que va a pasar. La luz de la calle que entra por la ventana, le sirve para abrir el cajón de la librería. Las palomas del balcón huyen volando, al sonar el disparo que se confunde con la campanada del reloj de la torre, cuando da la una.