viernes, 6 de noviembre de 2009

LAS PEQUEÑAS COSAS


Me entretuve entrando por el ojo plano de la ineficaz cerradura de seguridad. El espejo me devuelve la mirada asombrada de unos ojos descarnados. Me gusta ver que todo sigue en su lugar. Nada me da más placer que la certeza de las cosas. La puerta del frigorífico se acomoda suavemente a mis dedos cuando la abro y descubro que la parte de abajo está bien cerrada. Sobrevuelo la encimera y relucen partículas de mica. El polvo que se ha acumulado en las tapas de los botes, desaparece con un leve soplido que aletea la cortina que cubre la puerta de la terraza. El cadáver de un mosquito desprevenido yace sobre el fluorescente. No me gusta la muerte, la rodeo y así dejo de ver moscardones negros sobre la cara de un recién nacido. Una bolsa para el papel y otra para el plástico, cuelgan de la llave del radiador que ya no gotea. Consigo aguantar las ganas de bajarlas al contenedor.

En el aparador del salón, la bombonera repleta de caramelos de menta y fresa. La fotografía que devolvió un despistado cartero reposa en un absurdo sobre blanco. Con sólo desearlo, se cae para siempre por detrás del mueble. Me gusta la anaranjada madera silenciosa que de vez en cuando se mete por mi nariz. Amapolas en un bastidor sin marco me parece que cambian con la luz del día. A veces he visto anochecer en ese cuadro. Su vecino engalanado tras el cristal me muestra la escena de unas manchas de color descascarilladas. Si te fijas bien, verás un cuerpo descansando sobre una mesa, a lo mejor para siempre. No soporto que se esté borrando. Si no fuera por las escarpias, hace tiempo que lo habría metido debajo de la cama. Si el tronco brasileño, algo inclinado, crece un poco más, pronto podré descansar. Me vuelvo y veo la pila de cedés que me miran desde las aristas y de reojo a la estantería en la que añoran estar. Coloco la manta del sofá y esponjo el cojín a juego. La mesa de cristal ácido me agrede con la huella de una mano. Un zumbido de electricidad se cuela por algún cable. Los parientes del mosquito electrocutado han venido a su funeral. Si pudiera consolarles...

Los azulejos blancos del baño me recuerdan un hospital. Imperceptibles gotas de vapor luchan por no resbalar y caer al suelo. El cepillo de dientes sin su protector me atraviesa el estómago. Podría vomitar pero el repiqueteo del agua de la cisterna sobre la loza me obliga a salir de allí sin detenerme a mirar la camiseta sucia que asoma por la esquina de la bañera. Si no fuera por las hojas clorofílicamente verdes de la maceta que se derraman desde lo alto del armario, habría que precintar el cuarto. Respira, respira.

No consigo atreverme a entrar en la habitación de los niños.

Siempre me gustaron las formas redondeadas. Me abrazo a ellas en el dormitorio. El aro de la cama es tan delicado que las mínimas muescas que lo interrumpen me doblan de dolor. Acaricio el edredón impecablemente colocado. La lámpara del techo me mira suspendida desde una anacrónica decoración de escayola. Me siento mejor. El pasado siempre ayuda. Resbalo por el ondulante cabecero y caigo sobre la mesilla, de día, de la derecha. Un ordenado reloj y un pequeño joyero le hacen bien a cualquiera. Podría quedarme para siempre aquí, mirando el tiempo detenido en la fotografía. Pero no puedo, no debo. Una última mirada antes de colarme por la rendija de la ventana abierta y seguir mi camino. Ya se oyen las sirenas de la policía. No tardarán en llegar.

4 comentarios:

Luis Borrás dijo...

¡¡prosa poética!!
Déjate de intentar escribir versos de rima asonante en formato clásico.
Presiento en el texto la vuelta a una casa de la infancia, cerrada de lunes a viernes.
Presiento la confusión y el delirio entre el pasado y el presente, un ahora que se cuela por las rendijas de la memoria y se mezcla con hielo y un cuarto por ordenar.
Un fuerte abrazo

Luis Borrás dijo...

Había algo que me desconcertaba. Y he vuelto al lugar del crimen.
Ahora presiento alguien que no ha entrado en su casa.
Alguien con una linterna.
Ahora estoy inquieto. Esta noche pensaré que mientras duermo te estarás dando una vuelta por aquí.
Otro abrazo

JALOZA dijo...

¡Tú si que eres un poeta! Y como dijo Millás, nunca mires dabajo de la cama.

Gracias.

Luis Borrás dijo...

¡joder! cada vez que lo leo imagino un motivo distinto. Un ladrón, un muerto, alguien que vuelve de alguna forma a una casa que fue suya y que ahora el lugar que fue suyo lo ocupa otro hombre...
es lo que tiene la literatura (sin interrogantes) que cada uno entiende una cosa o varias.
Me gusta leerlo despacio. Haciendo bien las pausas.
Gracias por las visitas.
¡Has visto qué lectores tengo! artistas con nombre y apellidos, y no motes y pseudónimos... artistas castizos de mantón de manila...
"Tornaviajes" te lo recomiendo de verdad. Es completamente distinto y cuenta anécdotas de Zeta realmente curiosas. Además está el gusto de Sipán por los segundones, esos personajes que merecen que alguien alguna vez les nombre en un libro.
Abrazos.