martes, 1 de diciembre de 2009

PRUEBA

Me ha colocado una capucha negra en la cabeza, no veo nada. Me ha inmovilizado las manos a la espalda con unas esposas y me empuja por un pasillo enmoquetado, silencioso y que huele a cerrado. No sé cómo he llegado hasta aquí. Mi corazón late apresurado, tengo seca la boca y ganas de orinar. Me duelen las pantorrillas y quisiera preguntar si falta mucho para llegar, pero no me atrevo. Parece que me ha leído el pensamiento porque me dice que enseguida llegamos y que me vaya preparando, que me va a dar lo que me merezco. Se apoya en mi hombro derecho. Hemos llegado.

Oigo introducir su mano en el pantalón, el tintineo de las llaves y el ruido aceitoso de una cerradura al que sigue el de unas bisagras más escandalosas. El interruptor ilumina la estancia a mis pies y abandono el mundo exterior con un portazo. Me empuja suavemente y me pide que dé tres pasos al frente. Se coloca a mi derecha y de un golpe me hace caer encima de un colchón que chirría sin ningún pudor. Me duelen las muñecas y siento que me voy a asfixiar. Me dice que no me preocupe, que enseguida está conmigo. Le pido que me quite la capucha, que no aguanto más y que haga conmigo lo que quiera. Al cabo de unos segundos eternos, me agarra del pelo hasta que me incorporo en la cama y me quita la tela empañada en sudor y saliva que casi acaba conmigo.

La luz me hiere en los ojos, los cierro y abro lentamente mientras oigo como se ríe. Estoy en una pequeña habitación sin ventanas, escasamente iluminada y con una cama por solitario mobiliario. Busco con la mirada hasta que encuentro a mi acompañante. Viste botas altas de cuero negro y un amplio gabán, de idéntico material y color, que disimula su figura. Oculta su cara con una máscara y me pregunta si todo es de mi agrado. No me da tiempo a responder pues tengo que tragar saliva cuando veo la fusta que agarra con su mano derecha y golpea en la palma de la izquierda. ¿Vas a portarte bien?

Intento reptar con la espalda para escapar de su alcance pero no lo logro. Me ha agarrado por los pies y me despoja violentamente de los zapatos. La fusta restalla en al aire y me golpea en las plantas. Me duele. Giro sobre mi cuerpo pero es peor aún. Se lanza sobre mí y me aprisiona bajo el peso del suyo. Noto algo duro en mi espalda a la vez que me golpea con las botas a lo largo de las piernas. Ladeo mi cabeza para decirle que... y veo que saca una pequeña llave que cuelga de una cadena que rodea su cuello. Me libera de las esposas y tengo ganas de darle las gracias. Abandona mi cuerpo tendido y me doy la vuelta para respirar mejor. Veo que sonríe de un modo extraño y que saca una cuerda del bolsillo del chaquetón. Cualquiera podría imaginar lo que viene después.

Con la pistola me ordena que coloque mi cabeza en la almohada y extienda mis brazos hacia el cabecero de metal. Hace que abra la boca para introducirme delicadamente el cañón. El frío metal me hace cerrar los ojos mientras aguanto una arcada. Junto las manos y el lazo entra por ellas como la soga en el cuello de un ahorcado. Un fuerte tirón me inmoviliza mirando el techo manchado. Ha tirado el arma al suelo y de nuevo se coloca sobre mí. Siento todo su peso sobre la cintura cuando se abalanza para arrancarme la camisa con las dos manos. Me pellizca los pezones y me dice que no grite, que nadie me va a escuchar. Sabe que no voy a gritar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿No eras tú el que decía que hay que abrir la puerta para dejar ver?