miércoles, 23 de diciembre de 2009

I CONCURSO "DE CIENTO A VIENTO"




Me complace anunciar que he quedado finalista de la primera edición del concurso de relatos mencionado que giraba alrededor del tema "La celda".

El ganador ha sido un tal José María Morales con su texto "El hermano de la celda", que espero pronto puedan disfrutar en
http://unodetellerda.blogspot.com/

Aquí les dejo mi humilde aportación a tan prestigioso evento, animándoles a que den sus opiniones y establezcamos un provechoso debate acerca de las virtudes y defectos del mismo.

Su seguro servidor


P.D. Se me olvidaba, sólo éramos dos participantes. La votación acabó cuatro a cero.



LA CÁRCEL DEL ALMA


En Tellerda siempre me miraron como a un bicho raro.

Miradas detrás de una puerta, al volver la esquina, miradas que se clavaban en mi espalda las pocas veces que mis padres me llevaban a misa, miradas acompañadas de sonrisas cuando iba a la plaza a comprar el pan al colmado de Ciprián, miradas de pena y vergüenza desde que nací hasta que escapé de allí.

No debe ser fácil para unos padres criar a una persona como yo, menos en un pueblo con tan pocos habitantes, en un lugar alejado de la mano de Dios y por supuesto de la de los hombres. El menor de cinco hermanos, el único varón al que pronto se le adivinaron las pocas ganas de serlo, un niño tímido, apocado, excesivamente rubio para aquella época y escandalosamente hermoso para pasar desapercibido y hacer lo que todo el mundo esperaba que hiciera. Ni la tierra ni el ganado eran para mí, lo tuve claro desde muy pronto.

Un chico delgado, de acuosa mirada azul, labios rojos gordezuelos como racimos preñados de uvas, manos delgadas con largos dedos que pronto descubrieron la belleza de los otros cuerpos, de los cuerpos equivocados, compañeros de juegos infantiles a los que pronto vi como príncipes de cuento bien alejados de los piratas con las rodillas lastimadas de rodar por las cuestas. Por eso me gustaba jugar con mis hermanas, ser una más, peinar a las muñecas hasta dejarlas calvas, saltar a la comba, contarnos secretos por las noches, que me hicieran coletas y me pusieran aquellos rancios trajes de comunión que tanto me gustaban y con los que me creía una novia de película americana.

Todavía me duele el recuerdo de mi padre con el cinturón en la mano, sujetándose los pantalones como podía, rojo de ira y qué dirán, a este niño le quito yo la tontería como que me llamo Marcial, mi madre llorando en la cocina, mis hermanas echadas en el suelo del piso de arriba con las manos en los oídos, el carmín de mis labios en el dorso de su mano después del primer sopapo. Pero no le guardo rencor, hizo lo que debía hacer, lo que le habían enseñado que debía hacer y me imagino que se sintió orgulloso de ello en el lecho de muerte, cuando no dejó ni que entrara en la habitación del hospital para darle un último beso.

En un pueblo como el mío, rodeado de montañas, lleno de gentes rudas de buen corazón, con nieve en los tejados hasta bien entrada la primavera, con poco más que hacer que sentarse en el bar a mirar el fuego y el fondo de un vaso de vino tinto, condenado a cadena perpetua, agarrado a las rejas siguiendo el vuelo de un ave, masticando mendrugos de compasión, no es necesario explicar que escapar se convirtió en una obligación. Cuando bajé a estudiar a Zaragoza, juré que no volvería más. Fue un alivio para mis padres según me contaron mis hermanas, una forma de alejarse de mí sin moverse de la mecedora.

Le conocí en la Facultad, imposible no enamorarse de él nada más verlo, un chico de los que hacen raya, tan distinto a los que tuve que soportar en la mili, no es nada fácil aguantar la disciplina en un cuartel en el que siempre fui el raro, a pesar de la uniformidad verde y de los vivas y toques de corneta. Miguel era distinto. Cierro los ojos y casi puedo tocar su forma de mirar, de encender un cigarrillo y echar la cabeza hacia atrás riéndose de aquella forma tan suya, clavándome la mirada mientras me echaba el humo a la cara y se acercaba tanto que ya no podía hacerlo más. Aquí tengo todo el tiempo del mundo para hacerte como a mí me dé la gana, para cogerte de la mano a las cinco de la tarde, para besarte en espiral a la puerta de cualquier iglesia de barrio.

Si fuera tan fácil escapar de un cuerpo como lo es hacerlo de un pueblo, de un cuartel, de una cárcel… Me miro en el cristal y no reconozco lo que veo, un hombre acabado al que la barba se empeña en seguir saliendo, un hombre al que le cuelga el pellejo de la barriga, un hombre que esconde entre las piernas lo que más de una vez a punto estuvo de extirpar, un hombre peludo y cansado que llora bajito por las noches, que sigue manchando las sábanas con sombra de ojos. Me alegra que Miguel no pueda verme. A veces me parece escuchar su voz llamándome de lejos, diciéndome que cada día estoy más guapa. Y me gusta recordarte así, lleno de vida, haciendo planes, besándome la espalda mientras me aplastas la cara contra la almohada. Déjame, bruto, me haces daño. Ahora me tumbo solo en la cama, la espalda sobre el colchón, mirando al techo para olvidar lo que pasó afuera, para olvidar lo que me hacen cada día, para soñar que nada de esto es real, que nunca me dijiste que ya no me querías y que dejara de llorar como una histérica. Te echo tanto de menos… Sé que ya me has perdonado, reconoce que me hiciste daño y que te lo ganaste a pulso, no se pude jugar con la gente, dejarla tirada en la cuneta como una muñeca sin cabeza, provocar una explosión en un bosque lleno de hadas y marcharse sin ni siquiera un beso. Te juro que no era yo cuando te golpeé, hasta que me sangraron los nudillos, con el reloj de bronce del recibidor. Quiero decirte algo que nunc

- ¡Silencio! ¡Apaguen las luces! Todo el mundo a dormir, ya basta de malgastar el dinero de los contribuyentes. Y tú, ¡maricona! Como te vuelva a pillar escribiendo otra mierda de las tuyas, te juro que te la meto por el culo. ¿Entendido?

1 comentario:

Luis Borrás dijo...

Sigues siendo grande, amigo.
Y hoy, además, en "Narrativas"
Que no pare.
Un fuerte abrazo.