lunes, 29 de junio de 2009

SIN PALABRAS (TRAGICOMEDIA EN ESPAÑOL)

Me gusta cuando callas... porque estás callado. Y es que no soporto más que de todo tengas que opinar, que siempre encuentres solución para cualquier problema, que te hagas el dueño de la conversación aunque acabes de llegar y se esté hablando de cosas de las que no tienes ni idea. Tú hablas y hablas sin parar, aunque la gente ya no te escuche, te encanta oírte y saboreas cada palabra que sale de tu boca y que muere nada más nacer, semillas sobre campo yermo que nadie recolectará. Lo que más me sorprendía y ahora más detesto, es el aplomo con el que sueltas tus ideas, la facilidad que tienes para dar la vuelta a cualquier argumento y hacerlo tuyo, la capacidad para lograr el silencio a tu alrededor y que la gente que no te conoce se quede colgada de tus explicaciones. Antes no eras así.

Eras de los que no hablaban más que en caso de absoluta necesidad, callabas y otorgabas, no te gustaba molestar. Abrías los ojos excesivamente, despegabas los labios, asentías con la cabeza y te dedicabas a escuchar. Interlocutor perfecto, oyente incansable que jamás te contradeciría y no osaría interrumpirte. Un sumiso espectador que sabía quedar bien sin decir nada. Habías nacido para acatar órdenes. Ya no recuerdo porqué me enamoré. Ahora sólo sé que no te aguanto.

¿Qué es lo que vería en ti? Si ya me lo decía mi madre, chica, no entiendo qué ves en este pazguato, es más aburrido que una misa en latín. Y yo me enfadaba con ella. Cosas del amor y de la ingenuidad de los veinte años, una chica de provincias que no había salido de su pueblo y que se enamoró del apuesto nuevo guardia civil que llegó al cuartel. Siempre me gustaron los uniformes y tú me pareciste un buen hombre, el marido ideal junto al que envejecer y ver crecer a los niños. Recuerdo el día que nos presentó mi prima, en el baile de las fiestas de agosto, nuestras timideces chocando, casi no me atreví a mirarte a los ojos cuando me diste los dos besos de rigor, enrojecida hasta las orejas. Bueno, os dejo, que tendréis muchas cosas de las que hablar... No sé si fue una predicción o una maldición que me echó la bruja de mi prima, que Dios tenga en su Gloria. A los seis meses nos casamos.

No hablábamos mucho, bueno, realmente casi no hablábamos. Tú estabas todo el día en el cuartel o patrullando, guardias interminables y servicios pesadísimos de los que nada me contabas, unas veces pretextando el deber de sigilo que tu profesión te imponía y otras veces el cansancio que te invadía y te hacía dormir nada más sentarte en el sillón. El tiempo transcurría lentamente, los hijos que no llegaban, las rutinas que parecían haber sido siempre así. A todo te acostumbras y llegué a pensar que mi vida terminaría del mismo modo. Entonces ocurrió. Llegó el día que nos cambiaría para siempre.

Habías salido en misión con tu compañero, una ronda por los bosques de los alrededores buscando cazadores furtivos. Viste a lo lejos unos movimientos extraños que llamaron tu atención. El otro guardia se fue por el camino del río, quedasteis en encontraros arriba y según lo que observarais pedir refuerzos por la radio. Tu llegaste justo después de que hubieran descubierto al compañero y uno de los dos sospechosos le hubiera derribado de un culetazo de pistola en la cara. Te pusiste nervioso, poco acostumbrado a la acción como estabas y el arma se te cayó al suelo y se disparó, hiriendo de gravedad a uno y provocando la huída del otro miembro de lo que resultó ser uno de los comandos terroristas más buscados. El ascenso, las condecoraciones y las palabras de elogio hacia tu valentía, hicieron de ti otra persona.

Pusieron a tu mando un grupo de hombres, te destinaron a un cuartel más grande y empezaste a hablar para mandar. Eras el centro de atención en cualquier reunión, en las comidas de trabajo, en las fiestas, en los desfiles. La gente te preguntaba y tú no dejabas de contar, cada vez con mayores detalles de riesgo y emoción, tu hazaña en la desarticulación del comando, hito en la lucha antiterrorista y ejemplo para todos los nuevos integrantes del cuerpo. Te hiciste un mito viviente, el chico más listo de la clase. El siguiente paso vino naturalmente. Empezaste a opinar de cualquier tema, sentando cátedra y guiando a todo el que se dejara aconsejar. Te has vuelto insoportable. Eres tan ridículo que no te das cuenta que la gente se ríe de ti y que lo único que das, es pena. Por eso ya sólo me gustas cuando estás callado.

Cuando leas esta carta, ya será tarde. Yo estaré lejos y a salvo de tu verborrea inagotable. No puedo más. Sigue con tu vida de mentira y tus discursos ante el espejo. En el monasterio de clausura está prohibido hablar. Aquí seré feliz. Nunca más tuya, Belinda.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Claro texto jaloziano. Brillante, pizca de locura, pizca de humor, un frasco de fondo y dos garrafas de Forma.

La pena es que el autor hace tiempo que no junta dos letras...¿terminó la musa?¿te consume la preparación del libro?

Rubentxo dijo...

Qué cabrón (con perdón)... Siempre rematas los relatos de forma que queden redondos. Lo del convento ha provocado mi carcajada.
Y no opinaré más por hoy. Mejor guardaré silencio...
Saludos.

JALOZA dijo...

muchas gracias desde mi nuevo juguetito. la musa esta en el aire. abrazos

José Manuel Ubé González dijo...

Me ha dejado sin palabras.

Rubentxo dijo...

Hola, paso a dejarte esto, por si te interesa y no lo conocías:

http://www.escritores.org/recursos/ai70809.htm

¡Saludos!