jueves, 21 de mayo de 2009

DEJA VU

Llevaba toda la mañana sentado en su mesa de trabajo, no sobre ella, claro, sino delante, observado implacablemente por su jefe, como durante estos últimos tres años, desempeñando un puesto de trabajo gris, monótono y escuálidamente pagado. Revolvía los papeles sin parar, quería dar sensación de actividad, de un dinamismo que se acoplaba mal a su edad y a lo que la gente comentaba de él. De vez en cuando consultaba algo en el ordenador, movía el ratón con delicadeza y sacaba un fardo de papeles del armario en caos, que tenía a su espalda. En aquel cubículo mal ventilado y peor iluminado, el tiempo parecía suspenderse en el aire y la manecilla apenas se había movido cada vez que miraba, disimuladamente, su reloj de pulsera. No era feliz, no recordaba haberlo sido, pero necesitaba aquel empleo para poder sobrevivir hasta la próxima nómina. Casi todo su tiempo lo pasaba allí, mortificado por los problemas que todos le trasladaban, tenía la impresión de haberlo visto todo. Por eso, cuando Esteban se acercó a su mesa y él levantó la cabeza, ya sabía lo que iba a decirle.

"Santamaría, macho, sácame el expediente Cereza. Tengo la reunión mañana y no sé por dónde pillarlo". Esto ya lo he visto, pensó Santamaría. Pero no se extrañó. No era la primera vez que le sucedía. Sabía que Esteban se iba a dirigir a él, con su cara estreñida, ese entrecejo perpetuamente encogido, los mofletillos rebosantes en esa cara mal diseñada, defectuosa y que le iba a mirar desde arriba, sólo un momento antes de empezar su frase "Santamaría, macho, sácame el expediente Cereza. Tengo la reunión mañana y no sé por dónde pillarlo" y perder su mirada a través de la ventana que daba al callejón. Esto ya lo he visto, pensó que pensaba. Y no se extrañó. Le sucedía de vez en cuando. La sensación de haber vivido algo que se representaba delante de él, aquí y ahora, tiempo atrás, le acompañaba desde hacía años, desde que era un adolescente lleno de ilusiones y ganas de vivir. En aquellos años, estas experiencias eran muy habituales, tan frecuentes que se acostumbró a ellas y a no dales mayor importancia. Sus amigos le llamaban El Pirado, cada vez que se quedaba ensimismado delante de algo o alguien, sin saber muy bien cómo reaccionar. "Santamaría, macho, sácame el expediente Cereza. Tengo la reunión mañana y no sé por dónde pillarlo".

Llegó a pensar que tenía un poder, un don, algo especial que le diferenciaba de los demás. Pronto comprendió que no era así. A veces comentaba lo que le pasaba con algún amigo propicio a confidencias, con algún amor, las más de las veces platónico. A todos, en alguna ocasión, les había pasado. Era un secreto mal disimulado, una sensación que no se confesaba por el qué dirán hasta que alguien, en un momento determinado decía aquello de " esto yo, ya lo he visto". Entonces todos rememoraban esas experiencias, sintiéndose liberados, sintiéndose iguales e inocentes, sanos. Eso que a casi nadie contaban, lo podían explicar ahora, borrar la culpa y lograr el perdón. Siempre había alguno que se había interesado por el tema, que se había documentado buscando una respuesta al enigma, un parche a la realidad para que todo volviera a su lugar y nada perturbara su normalidad. "Son pequeños desarreglos de la memoria. Los sentidos nos juegan una mala pasada. Hay un hueco en la sucesión temporal y nuestro inconsciente registra antes que nuestra conciencia, lo que va a suceder. Pensamos que esto sucedió hace tiempo pero acaba de pasar. Es como si hubiera un retraso en la señal de audio y vídeo, como en un partido de fútbol por la televisión". Bueno, siendo así. Todo el mundo daba por buena la explicación "científica" y cada cual volvía a su quehacer diario, reconfortados, aliviados, seguros. "Ahora se levantará Esteban. ¿El expediente Cereza, a estas alturas?"

Lo peor de todo era cuando estas cosas le pasaban a dos personas simultáneamente, más bien, una inmediatamente después que a la otra. El choque se podría oír a muchos kilómetros de distancia. La sensación de desamparo y miedo era física, aterradora, como si el mundo se abriera en dos bajo tus pies, el viento girara en espiral y el sol dejara de alumbrar. Ni los pájaros se atreverían a moverse. El plano se congela por una milésima de segundo, la humanidad entera espera el desenlace y dan ganas de encogerse, de apretarse el estómago y no mirar a la grieta. "Que pase pronto, que pase pronto". Puede ser el fin, el comienzo de algo seguramente peor, posiblemente insoportable, la locura quizás. Un irse para no volver, un sonido enquistado al infinito, un olor que te atraganta para siempre. ¿Y si nadie viene nunca más a rescatarte? Perderse en otro plano inabarcable, un espacio ajeno y hostil que rompe las coordenadas, el arriba y abajo, el frío y caliente, el te quiero y ya no. Nunca más salir de la escuela para volver a casa, llevamos quince años que no sabemos nada de ella, es como si la tierra se lo hubiera tragado. Alargar la mano y no tocar la pared que sabes que está ahí, siempre lo estuvo y debería seguir siendo así. Después de la campanada me tomo una uva, sístole-diástole, la tempestad y... Aguanta la respiración, seguro que pasará, puedes estar tranquilo. Puedes estar.

"Santamaría, macho, sácame el expediente Cereza. Tengo la reunión mañana y no sé por dónde pillarlo". Esteban rechina los dientes. "¿No irás a decirme que esto ya lo has visto? Yo también he visto que tú ibas a decirme que esto ya lo habías visto, que quieres decirme que el expediente Cereza se cerró hace tiempo, pero no puedes hablar para decirme que hace años que falto de la oficina. Ya es tarde, ¿verdad?".

1 comentario:

edu dijo...

Últimamente estoy pensando comprar una grabadora para dejar constancia de mis actos. Ahora mismo no sé si esto que escribo no lo había escrito antes, puesto que ya estaba escrito cuando levanté la mirada. Y no recuerdo haberlo escrito.

Ya le contaré, oiga.