jueves, 30 de octubre de 2008

RUTINARIO


El comienzo del día en casa de los Guillén era una sucesión de rutinas. A las 6.40 se encendía la radio despertador. La voz familiar del locutor les hablaba entre sueños de cosas difíciles de comprender. Revueltas en países desconocidos, índices económicos extraños y anuncios de cosas no solicitadas. Bastaba acercar el dedo al botoncito y todo quedaba en calma durante diez minutos más. Con la nueva algarabía de gente extrañamente activa a esas horas y las músicas de los comerciales comprimidos, Ricardo empujaba la cubierta o lo que tocara según la época del año, y ponía los pies en el suelo buscando las zapatillas. Elisa, su mujer, se daba la vuelta y todavía arrugaba las sábanas por otro diez minutos más.

A partir de ahí, los movimientos, los sonidos y el tiempo, volvían a interpretar una función bien conocida que se representaba todas las mañanas que duraba el curso escolar.Un rápido desayuno, de pie él, sentado ella, visitas al baño, abrir y cerrar puertas, ventanas y cajones, levantamiento de persianas, palabras cariñosas para conseguir traer a este lado a sus somnolientos hijos. Mamá se viste primero, se maquilla mientras papá prepara el desayuno de Guille y Lucía. Las camas se hacen por turnos y la televisión emite imágenes de niños japoneses. Adiós, cariño. Dadme un beso, chicos. Y Ricardo que se asoma a la puerta para ver cómo su mujer baja las escaleras con esa forma de caminar que le hace desearla con todas sus fuerzas, esperar que la noche llegue pronto y si hay suerte, que ella le cuente cosas al oído.

Vamos, poneos el uniforme que no llegamos. Y sabes que no puedes ir con la camiseta del Zaragoza, no insistas. Ricardo comienza a relajarse. La dura tarea diaria de salir a la vida parece que, hoy también, va a ser culminada con éxito. Se mira en el espejo de la entrada y nota que todo va casi bien. Su momento preferido es cuando recoge las pequeñas zapatillas rojas de andar por casa de los chicos, abre el cajón que sirve de zapatero y las desposita suavemente encima de las cajas allí guardadas. Cuando lo cierra, comprueba que todo es como debe ser y que en unas horas volverán a descansar, libres de colegios y trabajos. Lástima que el ojo le molesta más de lo que podría imaginarse.

Lleva unos días con una extraña sensación en el izquierdo, como si algo se le hubiera metido en él, una mota de polvo, un trocito de no sé qué. Se siente así desde la semana pasada, el martes de temporal que le hizo andar con dificultad por las calles. Por la noche le quedó una sensación de irritación pero no le dio mayor importancia.El viento es lo peor que hay. El paso del tiempo no hizo sino empeorar los síntomas y las molestias. Los párpados enrojecían y el globo ocular lagrimeaba algo parecido a un líquido viscoso. Elisa le dijo que se pasara por el médico a que le echara un vistazo, que aquello no tenía buena pinta. Ricardo le prometió que sí, a pesar de que sabía que como mucho se acercaría a la farmacia a por un colirio. No le podemos expender ningún medicamento sin receta, señor. Lo sentimos mucho. Debería acudir al médico. Sí, eso es lo que haré, mintió de nuevo.

Esta mañana se encuentra mal, le molesta el ojo y más aún, la cabeza.No tiene ganas de llevar a los niños al colegio y pide a su vecina que les acompañe. Gracias. Sí, ya sé, deberían echarme un vistazo al ojo. Antes de llamar al trabajo para decir que llegaría un poco más tarde, puso perdido el espejo del baño, salpicado por montones de gotas de agua con las que quería aliviar el creciente escozor. Decidió tomarse una pastilla y tumbarse un ratito sobre la cama para ver si el dolor remitía y por fin se decidía a pedir cita con el especialista.

Entonces pensó, puede que lo soñara, que unos ganchos de carnicero le hurgaban en la cuenca de los ojos, rechinando contra el hueso orbital, produciendo un estrépito similar al de los frenos de un tren. Caía por una espiral y la córnea se le iba quedando atrás, teniendo que recogerla, limpiarla con un pañuelo sucio e intentar colocarla en su sitio. Alfileres candentes le atravesaban la mirada y se le clavaban en la nuca, retorciéndose de dolor, llorando sangre y verde. La cabeza le estallaba y un ruido insoportable se paseaba entre sus orejas. Gritó.

Algo le estaba mordiendo el ojo y resbalaba por sus lagrimales. Desde dentro le empujaban y estaba a punto de explotar. La mano volvió del ojo al que instintivamente había acudido a ayudar y el otro le confirmó que lo que veía no era un sueño.Los sueños no duelen hasta morir. Decenas de diminutas larvas, de gusanos blanquecinos con las boquitas ensangrentadas, coleteaban en la palma de su mano, puede que enfadados por la interrupción. Aguantando las arcadas llegó hasta el cuarto de baño y la contemplación de aquella masa sanguinolenta y purulenta en la que se había convertido su ojo, le provocó un vómito viscoso en el que se tropezó mientras intentaba acertar con la taza del inodoro. Volvió a gritar corrompido por el asco y el dolor, provocando que una nueva masa de gusanitos voraces saliera despedida a seguir el festín a través de sus fosas nasales.

A tientas salió al pasillo, intentando gritar, atragantado por aquella masa de vísceras,mocos y sangre que le anudaban la garganta. Resbaló en su propio horror y se rompió la cabeza con la mesita de mármol del recibidor. Cuando Elisa llegó a casa al mediodía y vio que un charco de sangre se colaba por debajo de la puerta de entrada, supo que algo no iba bien.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Primero, que supongo que es un elogio, y es que me has dado asco.
Segundo, que te odio. No puedes terminar los relatos así, una cosa es que los dejes abiertos, y otra es que lo estén más que tus ojos cuando miran a las cheerleaders.

Rubentxo dijo...

Madre mía...
Que gore...
No me esperaba algo así.
Un 10 en factor sorpresa.