miércoles, 29 de octubre de 2008

EL PARAGUAS NEGRO




Pocas imágenes hay tan desoladoras como la de un paraguas negro, roto, abandonado en la vereda de una calle, mojado entre las hojas marrones de los árboles otoñales, bajo la inesperada tormenta, en la absurda compañía de un periódico grumoso, con la varillas desvencijadas y la tela rasgada, trasto inútil derrotado por el enemigo al que debió resistir.


No cuesta mucho imaginarlo de la mano de una joven, hace no mucho tiempo, unas horas, unos minutos. El viento le agarra por debajo, le levanta las faldas, lo vuelve del revés estirándolo con rabia. Su dueña, mejor diríamos su poseedora, pocas cosas tan ajenas como un paraguas un día traicionero de lluvia, lucha por devolverle su utilidad, su dignidad. Beatriz, como nombre para un día así no está mal, se queda bajo el agua en un momento. El paraguas negro murió.


Casi puedo verla desvalida en medio del caos que se forma en la ciudad en estas tardes grises. El pelo aplastado en la cara, está como una sopa, como si se hubiera metido de cabeza en una olla de caldo. Las orejas le quedan al aire entre los cabellos apelmazados. El maquillaje se deshace sin mucho interés y se aleja del lugar de los hechos.Demasiado tarde para buscar un refugio. Ha llegado al punto de no retorno, ya no le importa mojarse y si no fuera por esa gota helada que se cuela entre su cuello y su blusa, por esa insoportable gota que se desliza por su espalda, casi estaría bien. Una sonrisa la estremece cuando la nota estallar en el cierre del sostén que hace un rato, Jaime desabrochaba con impaciencia.


Ahora recuerda que pensaba que con él sería distinto y por eso no se negó demasiado cuando le propuso que subiera a su casa, ahora que no estaban sus padres. Justo en el lugar en el que acababa de suicidarse aquella estúpida gota, el chico le marcó con el sudor de sus manos, entre el segundo y el tercer piso, dentro del renqueante ascensor. Hechos una bola, rodaron por el pasillo hasta llegar a la alfombra del dormitorio de matrimonio. Se desnudaron deprisa, mezcla de vergüenza, miedo y nervios. Un te quiero jadeado atravesó la oreja perforada de la chica. Un certero mordisco en el cuello respondía que ella también. Cuando la volteó en la cama y la cubrió con energía, ella vio la fotografía de la mesilla de noche y se deshizo del cazador de la mejor manera que pudo.


Las palabras con interrogaciones se iban quedando cada vez más atrás, resonando en la interrumpida suite nupcial, deslizándose por el pasillo que Beatriz atravesaba corriendo deseperadamente. Por la ventana de la cocina descubrió la lluvia y en un acto reflejo, arrancó del paragüero al pobre negrito que acababa de condenar a muerte. La voz de Jaime la perseguía por el hueco de la escalera mientras ella sólo pensaba en huir y apagaba el móvil, aliviada, al salir a la calle.


Y aquí está, en mitad de la tarde, confundida con la lluvia, ensimismada en sus pensamientos que vagan sin rumbo al igual que ella... chassssssss. "Me cago en tus muertos, cabrón, mira por dónde vas", acertó a decir convertida en un charco de lágrimas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta, tiene esa forma de V que tanto me gusta. Enfocar, desenfocar para volver a enfocar. Y eso que en los finales no nos ponemos de acuerdo. Quiero entender que el protagonista es el paraguas y que nos enseñas cómo terminó roto y abandonado en la calle, bien. El pero, es que la chica toma el protagonismo en el nudo acaparando la escena, que tal vez requiera un paso más. A pesar de todo, me ha gustado bastante.