jueves, 15 de octubre de 2009

EL ESPACIO DE SIDRAL

La misión ha sido un fracaso, capitán, no se han logrado los objetivos marcados y hemos perdido muchos hombres, por no mencionar a los androides de última generación. Hans 23 está registrando un breve informe en la unidad cerebral destinada a tal efecto, mientras descansa en su habitación en la nave de combate. Está reparando los destrozos de su traje espacial al mismo tiempo que piensa en la mejor manera de contar lo que ha sucedido a su inmediato superior. No quiero eludir mis responsabilidades, no tendría sentido, pero sí me gustaría dejar bien claro lo que pasó para evitar malos entendidos. Piensa, escribe y borra mentalmente, sabe que pocas cosas escapan a la Memoria Central y que debe intentar ser lo más fidedigno posible para que no tengan opción de revisar las tarjetas y cotejar lo transcrito en el informe oficial con lo que realmente pensó. Por eso Hans 23 ha decidido centrarse en la narración de los hechos y dejar para más tarde la sutura con poliamidas del tejido de su traje de fuerza de combate. Modula el nivel de oxígeno de la estancia y se tumba a diez centímetros de la superficie que le sirve de camastro. No necesita cerrar los ojos para recordar lo que pasó, todo es tan reciente, el olor a muerte y a pérdida es demasiado intenso pese a estar volando a unos cuantos millones de años luz de la estrella habitada más cercana. Nada hay que perder, contaremos la verdad aunque sea por una vez.

Kosta, Campos, Fabrá, Ritha y los demás se levantaron temprano, había llegado el día y no quedaba tiempo que perder. Tal y como les había indicado hacía unas horas, nos reunimos en la sala de mandos para preparar la misión, rodeados de los más fieles que pudimos reclutar en la nave. Una indiscreción y todo habría terminado. En sus ojos pude ver el peso de la situación, apenas probaron los compuestos que nos habían dejado en las bandejas para que completáramos el nivel energético al máximo. Kosta se repasaba una y otra vez el afilado y perfectamente rasurado mentón. Era un gesto que conocía bien, se lo había espiado en otras situaciones parecidas. Le ayudaba a concentrarse, a no perder ni una sola de las consignas por mí impartidas. La nuez subía y bajaba por su interminable cuello, oscilaba al ritmo de su palpitante corazón. La nariz torcida después de la última pelea le impedía respirar con comodidad, su voz levemente nasal apenas interrumpía mi discurso para precisar la comprensión de lo que yo ordenaba. Su miopía iba en aumento y por ello acercaba con disimulo su cara a la pantalla holográfica para reconocer y fijar la ruta en su ordenador de muñeca. Siempre tuvo buen gusto para vestir a pesar de la uniformidad que se nos imponía desde el Mando Central, el cráneo afeitado con esmero, reluciente como el sol de los Círculos de Fállax. De vez en cuando acariciaba su arma láser reglamentaria, igual que yo imaginaba que trataba a sus amantes ocasionales cada vez que volvía a su planeta de permiso tras una arriesgada misión, otra más. Sus ayudantes insertaban las coordenadas de la misión en los androides que formaban su guardia personal, ni que decir tiene que los más sofisticados que habíamos traído en este viaje trascendental. De vez en cuando miraba a Campos, al menos intentaba cruzar sus miradas. Éste parecía rehuirle en los últimos días.

Los ojos hundidos tras unas moradas ojeras, la vista perdida en un punto del espacio que se contemplaba detrás del cristal del puente de mando de la nave, cualquier espectador de la escena habría pensado que era ajeno a lo que allí sucedía. Yo sé que no, puesto que respondió adecuadamente a todas y cada una de mis preguntas. Su cabecilla apepinada, que apenas sobresalía del círculo de enganche del casco estelar, se movía a derecha e izquierda siguiendo el rastro de la basura espacial y de las estrellas fugaces que podíamos ver por las escotillas. Campos estaba muy raro, extrañamente callado para su costumbre, los dientes detrás de los labios más tiempo de lo normal. Le suda la frente y seguramente una gota recorre su espalda cada vez que se menciona su nombre. Tocaba con la punta de los dedos la C de su apellido ligeramente despegada de la etiqueta impresa sobre su corazón. La bandera del brazo de su traje es apenas visible, lo mismo podría ser de un bando que del otro. Reflejado en la pantalla, por encima de su hombro, distingue claramente el ojo de Fabrá. Es el mayor de todos y seguramente desearía estar en mi lugar. A veces me taladra con su ojo vacío, con la cuenca negra que casi traspasa su cerebro.

Ha repetido mil veces cómo lo perdió, podríamos repetir la historia del derecho y del revés, una acción bélica propia de un héroe, no tenéis cojones de cambiar uno de los vuestros por una medalla como la mía. Desistió de ponerse uno ortopédico porque no lograron que dejara de cambiar de color según su estado de ánimo, casi siempre pasaba del rojo al negro, nunca iba a juego con el otro y por eso decidió taparlo con una tela virtual parecida a la de los piratas de las viejas películas de la Tierra. Fabrá es un problema y todos los del grupo lo sabíamos pero tampoco se nos escapaba que era una garantía a la hora de entrar en combate. Su falta de corazón era nuestra mejor arma. Escupe y limpia con la manga del traje la visera de su escafandra galáctica. Sé que no le gustan mis órdenes pero no tiene más remedio que acatarlas. De momento. Se reía cada vez que Ritha se volvía con cara de asco al oír el salivazo. Le parece increíble que un día deseara que le abrazaran esos brazos acostumbrados a matar. Ya no le quiere, ni siquiera le soporta, y maldice el holograma que les emparejó en aquella misión suicida hace ya demasiado tiempo.

Ritha no es joven, ni hermosa, ni provoca hinchazones debajo de los pantalones de la tripulación. Pero es una mujer y a miles de kilómetros de casa, perdidos a la vuelta del infinito, eso representa una baza ganadora. El pelo rizado le incomoda debajo del gorrito ignífugo, es un martirio encajarse el casco y estropear el peinado pero sabe que no hay más remedio. Se siente rebosar debajo de los tejidos preparados para la ingravidez, a duras penas logra meter sus curvas en ellos. La tripulación chirría los dientes cada vez que pasa a su lado esparciendo gotas de perfume en cada contoneo y prometiendo algo que seguramente nunca cumplirá. Ahora puedo afirmarlo con rotundidad mientras acaricio su guante entre mis manos.

Se incorpora levemente, desactiva el control de gravedad al notar el vómito irrefrenable. Hans 23 escupe trocitos de pastillas de plástico, polvillo de colores y algo parecido a un líquido llamado sangre. Todo sube hacia el techo, se adhiere a él formando una costra multicolor que pronto se solidifica y le permite activar el botón que le hace poner los pies en el suelo y seguir con el pensamiento transformado en informe que a buen seguro el Mando Central le exigirá cuando sepa el tamaño de la derrota. Si cuenta toda la verdad, si logra que le crean, tal vez pueda salvar la vida. Tal vez. Sus hombres esperan colgados en el plasma. Play. Rec.

Acabadas mis instrucciones cada uno fue a ocupar su lugar en la plataforma de lanzamiento después de reclutar a los soldados que consideraron necesarios. Los androides y la maquinaria instalados en las naves de asalto, girados los cascos hasta notar el clic. Despejaron la zona y se abrió la compuerta por la que nos lanzaríamos a la oscuridad. Propulsados a una velocidad aproximada de dos kuants pronto avistamos al enemigo, o mejor dicho, pronto descubrieron nuestro acercamiento. Comencé a lanzar las consignas a través de la onda telepática acordada. La conexión era buena y todos estábamos disparando y esquivando los ataques según el plan trazado. Todos menos Campos. No lograba conectar con su escuadrilla y a pesar del riesgo que suponía emitir en señal no codificada, me arriesgué a que nos interceptara la comunicación el enemigo, con el consiguiente empobrecimiento de nuestras ondas, y le ordené que se ciñera al plan aprobado hacía unas horas. No contestó. Y juro por mi honor que intenté todo lo que estaba en mis manos. Algo me hizo sentir lo que iba a suceder a continuación cuando vi que se colocaba detrás de la nave de Kosta. No podría asegurarlo pero si me piden mi opinión creo que el disparo que destruyó la Gü19 partió de la artillería de Campos. Entonces Fabrá me gritó que si yo había visto lo mismo que él. No recuerdo si pude contestarle. La batalla se había ido de nuestro control hacía tiempo y las bajas comenzaban a ser innumerables. Miles de chatarras más a la deriva para siempre. De lo que no me cabe la más mínima duda es que fue Fabrá el que acabó con la vida de Campos y los suyos.

Será difícil que pueda olvidar el resplandor anaranjado que ocupó el lugar de la nave de Campos y el ruido de los trozos de la misma que impactaban en la nave nodriza en la que yo me encontraba. Ordené la retirada inmediata. No tenía sentido seguir con aquella carnicería multicolor. También quiero dejar constancia de que Fabrá no opuso resistencia alguna cuando le pedí que se dirigiera hacia nuestra nave para que me explicara lo sucedido. Creo que se reía mientras me decía a sus órdenes, señor. Llegó justo un momento después que Ritha que no paraba de gritarle asesino, malnacido y cosas parecidas en su lengua natal. No tuvimos tiempo de cerrar la compuerta, de iniciar la descompresión y pasar al nivel de seguridad. Ritha, de un certero golpe, cortó el cable de alimentación de la escafandra de Fabrá que con aire chulesco se dirigía hacia nosotros. Lo último que vi antes de que se desmoronara fue su ojo rebotando en el cristal para terminar flotando en la sangre que rellenaba su caso tras la explosión craneal. Y juro por mi honor que no pude detener a Ritha antes de que saltara al vacío sideral, antes de que la oscuridad se la tragara dejándome como único recuerdo el guante de su mano derecha, el mismo que ahora sirve para secar mis lágrimas.

Esto fue lo que pasó, creo no haber omitido ningún detalle y si algo no relaté fue por olvido y por el trauma que esta última misión ha supuesto para todos nosotros. Espero poder aportar testimonios que ratifiquen lo anteriormente registrado en el juicio sumarísimo al que con gusto me someteré. Y, por favor, si tienen que desconectarme, que sea temporalmente, renuncio a mis cargos desde este mismo momento. Pero no me desconecten para siempre. Para siempre, no, por favor. Se lo ruego. Fin de la grabación.

3 comentarios:

Jonatan Frías dijo...

Hola de nuevo, hacia unos días que no pasaba por aqui y veo que trabajas intensamente. Me da gusto.

Recien termino de leer tu texto y pienso en grandes peliculas de la ciencia ficción y uno que otro texto, particularmente en uno del cual hace poco escribí unas palabras: El hombre ilustrado de Ray Bradbury. ¿Lo conoces? tu texto guarda mucha familiaridad.

Felicidades otra vez, buen texto. Saludos y hasta pronto, como siempre abrazos desde México.

P.D.: Ojala pudas darte una vuelta en el blog, hay algo que quizas sea de tu interes.

Rubentxo dijo...

¡Coño!
¡Creo de que, pienso de que, opino de que me se está acumulando la faena por aquí!
Ctrl+C y abro un word.
Ctrl+V y ya está ahí todo.
Arreglo los márgenes, cambio el interlineado y ya tengo Jaloza para antes de dormir.
Archivo, Imprimir.
Calidad. ECONOFAST (que hay que ahorrar).
Imprimir páginas: TODAS.
Número de Copias: TODAS también.

Lo malo de esto de leerte en papel por las noches es que luego me da pereza pasarme a comentar.

Qué productivo estás últimamente,leñe.

Saludos!

JALOZA dijo...

Gracias por vuestras visitas. A Jonatan le debo unas cuantas, no me olvido de tus anuncios. Rubentxo nos debe cosicas a nosotros, esperamos material nuevo.

Abrazos.