jueves, 9 de julio de 2009

POSTALES



Una mujer con chaqueta, paraguas bajo el brazo y bolsa de la compra, pasea en esta tarde de verano por la orilla del mar y se moja los pies desnudos. No ha reparado en otro paraguas solitario clavado en la arena que alarga el cuello desde la toalla. Puede que el dueño lo haya dejado huérfano. Entra en escena otra mujer, por el otro lado, más joven que la anterior, de edad indeterminada sostenida por unas piernas robustas. También lleva la obligatoria chaqueta y un vestido de otro tiempo. Morena de piel, cara ancha, ojos pequeños y labios rojos. Se detiene y mira el mar. Parece que se enfrenta con él, se acerca y se aleja de la espuma sucia, podría decirse que baila con el agua en un rito ancestral.

Hora incierta de la tarde azul, verde, turquesa y esmeralda. Huele a percebe y mar de verdad. El tiempo gris emplomece los edificios mientras la mujer parece que congrega y conjura a las gaviotas que danzan enloquecidas en el aire. Podría ir hacia adentro y no volver, como en aquel hermoso suicidio de película japonesa que sólo dejo círculos concéntricos en el agua blanquinegra. Hace diez años que le arrebató a su hijo mientras buscaba la ola de su vida, junto a otros surfistas de neopreno. Esta ciudad está llena de gente desolada que lleva a cuestas historias que arañan. Cómo gritan estas malditas.. Ahora es Hitchcock y pájaros chocando contra cabinas ensangrentadas que estallan en mil cristales que reflejan mis ojos enrojecidos.

Mar inmenso, padre océano, personajes que huelen a barro. Las gentes le visitan en peregrinación celta anterior a las imágenes católicas. Solos. En silencio. Van a ver al compañero. Un tranvía portugués busca la estela plateada de la tarde fría y triste. Los autobuses anuncian el ocaso. La noche parece no querer llegar empujada por el sol que se resiste a dejar de contemplarse en los cristales emplomados que saben a sal y moho. La luz repiquetea en la superficie calmada que espera la lluvia de aguijones. Niebla que rebota en las olas y acolcha un rumor sordo.

***

Las farolas se reflejan anaranjadas en el negro mar. Fuegos de artificio, estelas serpenteantes como los dragones chinos, surcos vibrantes en la noche que se escapa hacia el firmamento en un cohete espacial. El agua se ha incendiado. Papel celofán, papel de regalo para envolver el océano.Sólo echo de menos la luna de las películas, demasiadas nubes, sería mucho pedir. Ahora sé que apareció días más tarde, hay que saber mirar en la dirección adecuada, como en aquella lejana mañana en que nos fuimos a ver amanecer a la orilla de un mar extranjero y el sol nos cogió por la espalda. Cuánto daño nos ha hecho el cine.

La fuente ha dejado de sonar y nada más se escuchan coches de cuando en cuando, cada vez menos, hasta que llegue el momento en el que todo se pare y ni siquiera las gaviotas quieran dar vueltas sobre los neones tuertos y azulados.

***

Da pereza ponerse a hablar, a escribrir sobre el mar. Tantos lo hicieron ya que queda poco por añadir. Es sabido que viene y que va, que ruge y que vuelve, que estalla, se ennegrece, espejea, brillan serpentinas en la hora en la que se acortan las sombras, se extiende y se revuelve, huele profundo y me pica la nariz, te sumerge y te arrastra, golpea y araña las rodillas, vomita conchas y guijarros suaves como tus axilas, refleja el cielo y juega con las nubes, empuja a los barcos, amasa lodos y algas con un poco de sal para que las saborees con palillos, que sube y que baja, hace hombres a los niños y niños a los viejos, abraza y marea, te promete y siempre está, que es un buen lugar para morir.

1 comentario:

Ana Pérez Cañamares dijo...

Hola, gracias por tu visita. Me alegra muchísimo que te gustara el relato de Narrativas, es el primero de mi libro y no está ahí por casualidad, yo le tengo mucho cariño.
Aún no he tenido tiempo de leer los relatos de mis compañeros, ni el resto de la revista, espero disfrutarlos ahora que tengo unos días libres.
Gracias, un abrazo y seguimos en contacto!