martes, 17 de marzo de 2009

UN DÍA CUALQUIERA


Llegó con tiempo, intentando coger un buen sitio. No era la primera vez que se encontraba en una situación así y sabía de la importancia de preparar las cosas con calma y de buscar la mejor ubicación. La mañana era radiante, como de película musical de los años dorados. El sol pronto estaría en lo más alto y eligió su lugar teniéndolo en cuenta, no quería perturbaciones de última hora, no se las podía permitir. La comitiva no tardaría en llegar. Desde allí podía ver la calle Costner casi al completo, hasta donde doblaba para pasar a llamarse calle Sunset. El público se agolpaba a ambos lados, parapetados detrás de las vallas que impedían se estrecharan peligrosamente impidiendo el paso del cortejo. La policía vigilaba desde el punto de la mañana, el ruido de helicópteros se podía percibir claramente de vez en cuando. El se colocó las gafas de sol, dispuso las cosas meticulosamente y esperó aguantando las irrefrenables ganas de fumar. Una ligera brisa hacía más llevadera la guardia.


Cuando el bullicio se hizo casi ensordecedor, cuando comenzaron a pasar los vehículos de las autoridades, cuando las fuerzas del orden ocuparon los lugares previamente asignados con toda meticulosidad, abrió la caja y extrajo con mimo y precisión de cirujano, las partes del rifle. Casi sin mirar, más pendiente del lugar por el que aparecería el objetivo, repitiendo mecánicamente los gestos tantas veces ejecutados, montó el arma en escasos segundos. Se guardó las gafas de sol con sus manos enguantadas y sólo perdió de vista el horizonte cuando colocó la mirilla telescópica. Unas palomas vinieron a importunar la soledad de la terraza empedrada. Se aseguró con la vista de que la puerta de acceso estaba bien cerrada y respiró hondamente.


Con algo de retraso sobre el horario previsto, apareció el coche deseado, las banderas y las sirenas tapando el paisaje del lugar. Rodilla en tierra, apostó el rifle sobre el pretil y acercó su ojo derecho a la mirilla. Un par de balas bastarían. El coche se detuvo al pie de la escalinata, a unos metros de la alfombra. Entre aplausos y gritos, el Hombre descendió del vehículo, custodiado por los guardaespaldas. Un breve saludo con la mano derecha y su cabeza se movió hacia atrás como si alguien le llamara. Todos pudieron ver su cara ensangrentada un segundo antes de derrumbarse tras una nueva sacudida. Cayó al suelo muerto, como un muñeco de goma. Los vítores se transformaron en gritos de miedo y la multitud emprendió una desordenada huída. Mientras los escoltas se cernían sobre Él y se preguntaban sobre lo que había pasado, el tirador había recogido ya todo el instrumental y se aprestaba a acabar el plan diseñado.


Descendió por las escaleras todo lo rápido que pudo, sin perder la compostura, sabiendo que su cómplice le estaría esperando. Le entregó la caja entre el segundo y el tercer piso, se miraron a los ojos y el segundo sonrió. Ya en la calle, se perdió entre la multitud, buscando la boca del metro. El caos era impresionante, todos hablaban de lo sucedido entre la incredulidad y el pánico. El intentó pasar desapercibido. Cogió la línea 3 y pronto estuvo lejos del lugar de los hechos. Bajó en la última parada, recogió su coche y se marchó.


Llamó al timbre y su mujer salió a recibirle, le besó en los labios, le mesó el pelo con dulzura y le preguntó," ¿Qué tal el día, cariño?". - "Bien, lo de siempre" le respondió colgando la chaqueta. "¿Te has enterado de lo del Presidente?" - Sí. Algo he oído.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y ahora las cadenas están ofreciendo la pelicula basada en este relato... si es que está ya todo escrito...