viernes, 20 de marzo de 2009

SOFÍA (SÓLO PARA ADULTOS)

Te veo sentada de perfil, hermoso perfil, nariz pequeña y recta, diríase que dibujada con escuadra y cartabón, rimel negro que abanica tus pestañas, barbilla y labiosaltivos, golosos cuando los humedeces con tu roja lengua, esa lengua que puedo imaginarme buceando en mi boca, jugando con mis dientes más grandes que los tuyos que no puedo ver desde aquí pero que me imagino blancos, iguales y radiantes cuando sonríes al sentirte observada. Te queda muy bien ese peinado, el copioso flequillo que oculta el dibujo de tus cejas, la coleta cobriza que sale en lo alto de tu cabeza, dejando al descubierto una olorosa nuca que ocultas cuando te adelantas en la silla, que tapas con el cuello de tu camisa blanca, de tu fina camisa blanca que me enseña con descaro tu sujetador no tan claro como debería. No sé si has estudiado el efecto que provocas en los hombres, que provocas en mí que te estoy mirando y que voy perdiendo el sentido del tiempo. En tu recta espalda, el broche del sostén queda bien bajo, largos tirantes ayudan a sujetar lo que me tapas con los brazos, los pequeños y puntiagudos pechos, lechosos, con una fina venilla azul perdida bajo la puntilla que hasta hace un momento podía entrever a través de la abertura de tu camisa, del hueco que quedaba entre los botones de tu blusa, seguro que tú la llamas así y que así te refieres a ella cuando parada delante del armario de tu alborotada habitación, decides la ropa que te vas a poner. El sujetador es demasiado relleno para mi gusto, no me deja ni siquiera imaginar tu pequeño pezón, tu pequeño rosado pezón que con algo más de suerte hubiera podido notar pujante debajo de tu blusa. Te giras un poco y confirmo de frente lo que estaba imaginando, ahora lo tengo todo al alcance de mis ojos, de mis disimuladores ojos que van ganado confianza a medida que veo que entras en el juego. Apoyas las manos en el regazo de tu acogedor vientre, en el hueco que creas cuando cruzas lentamente las piernas, con la coquetería y el cuidado al que te obliga la negra falda de tubo que te llega un poco por debajo de las rodillas, la falda que te ciñe cálidamente los muslos y que recoge el redondo culo que me muero por ver. Descruzas las piernas como si pudieras leer mi pensamiento excitado, puede que algo en mi cara te haya dado a entender lo que estoy sintiendo, apoyas en el suelo el tacón de aguja que faltaba, el tacón de la alta bota de cuero negro brillante que se agarra a tus piernas como una segunda piel. Coges el minúsculo bolsito con tus finos y ensortijados dedos, te das la vuelta y mientras te alejas de mí en dirección al baño, por fin puedo ver tu culo algo excesivo, rotundo y apretado bajo la lana y la corta braga que se marca casi obscenamente a medida que bamboleas tu carne cada vez menos al alcance. Me sudan las manos, respiro entrecortadamente y siento cómo se me acelera el corazón y la polla. Me duele mi juguetito cuando raspa el calzoncillo a medida que noto que crece y crece. Tendré que darle salida porque me empieza a hacer daño. Venciendo el apuro que me da el sentir a todos los que me rodean clavando su mirada en mi abultada entrepierna, me levanto y me acerco disimuladamente al baño. Atravieso la puerta y la duda que me asalta al decidir cuál es el baño de hombres entre una puerta con un dibujo en un letrero y otra con una imagen casi idéntica, queda sin sentido cuando una mano que ya conozco bien, me agarra del brazo y tira de mí hasta que quedo dentro. El ruido de portazo oculta el del cerrojo que se echa para proporcionarnos un momento de intimidad. Previsoramente te has desabotonado y te has subido la falda al mismo tiempo que te bajabas las bragas para enseñarme tu coñito depilado. Con menos miramientos me bajas la cremallera de mis vaqueros y te agradezco sinceramente que agarres y liberes en busca de oxígeno a mi congestionado y enrojecido amigo. No puedo más y te levanto del suelo al tiempo que te aferras a mi cintura con tus piernas. Te levanto un poco más y con un gemido que apenas consigo reprimir, te ensarto mi pollón hasta el fondo, una y otra vez, una y otra vez, apretándote contra la pared y tapándote la boca mientras me muerdes la palma de la mano hasta que noto cómo me haces sangrar y el calor de mi mano se confunde con el que siento en mis pegajosas piernas. Te desclavo lentamente, me limpio como puedo con el poco papel que queda, empapo la sangre en mi pañuelo y salgo lentamente hacia mi mesa. No sé si podré explicarlo. Me siento y espero no sé muy bien qué. Pasa un tiempo incontable y te veo salir algo menos atractiva de lo que te recordaba. Perfectamente abotonada la blusa, coges la chaqueta que seguía en el mismo lugar en el que la dejaste. Pasas a mi lado y levantas la mano en dirección al camarero. Hasta mañana, Sofía.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy he estado pasando las hojas de uno de los pocos ejemplares del libro "De Ciento a Viento"...en el que aparece este relato que tantas discusiones produjo.

Lo cierto es que hicimos algo grande, lo que nunca pensé lograr. Y está ahí, en papel físico. Seguramente muchos de los relatos son mejorables pero todos fueron necesarios para avanzar.

Nunca me cansaré de agradecerte el haberme empujado a esto. Hoy le daría luz verde a "Sofía".

JALOZA dijo...

Coincido en todo lo que dices pero... ES JUSTO AL REVÉS...jojojo

Anabel dijo...

No entiendo por qué este cuento lo etiqueta usted con semejante interrogante.

Es literatura, sin duda alguna.


Anabel

Anabel dijo...

Y no sé qué daría por un ejemplar de vuestro "De ciento a viento".

Anabel

PilarA dijo...

a mí me ha parecido un relato soberbio, muy bien escrito.