martes, 10 de marzo de 2009

EL CORAZÓN DE LA MATEMÁTICA











Seguimos en el soliloquio, echando mano de cositas viejas, buenas, malas, regulares... Sé bello como una estrella, fugaz como una sonrisa. El final de una quimera.

Publio de Mileto fue conocido en la Grecia clásica por su afición a las Matemáticas y su mala cabeza para el juego y las mujeres. En Kiriakos, su pueblo natal, recordaron por muchos años el día en el que Publio, siendo aún muy joven, admiró a todos los vecinos con una maravillosa disertación sobre los polinomios y la reciprocidad cúbica. No obstante, siendo la naturaleza humana como bien conocemos, no faltaron voces críticas que se alzaron en al ágora y en la basílica en contra de sus hermosas teorías. Memorable fue la polémica entre Publio y Peridón de Antioquia, reputado profesor de Filosofía y Numérica Aplicada que se afincó, tras su matrimonio, en la costera y admirada Kiriakos. Muchos vieron detrás de esta rivalidad intelectual, bien fundamentada de todos modos, la animadversión que Peridón tenía a Publio a causa del poco disimulado amor que éste sentía por la esposa de aquél, la bella Popea. Y es que Publio de Mileto nunca olvidaría el día que vio bajar del carruaje, los ojos de Popea. Su mirada le atravesó el corazón y la mente, llenos hasta aquel momento de ecuaciones helicoidales, parábolas inversamente refractarias y principios varios acerca de la insumergibilidad de los cereales en ciertos fluidos. Supo que era la esposa de su admirado Peridón y aún la deseó más. No le costó mucho entrar en la vida de su amada, siendo bien parecido como era y de borboteante palabra. Vencida la resistencia inicial, pronto pasaron a compartir algo más que una educada amistad. Peridón, cercano el ocaso, no podía competir por los favores de la muchacha frente al vigoroso Publio. Así que decidió amargarle la existencia en el plano científico. No había enunciado teórico que uno expusiera con orgullo, que el otro no viniera a contradecir o refutar. La supuesta primacía de los parangones maximalistas vino a ser desmontada por la hermenéutica de los quebrados. Al irrebatible, en principio, descubrimiento de la trigonometría isostélica, el contrario opuso la brillante noción del epsilón incandescente. Por no hablar de las irreconciliables posturas acerca de la hipotenusa y sus contingencias. De este modo y otros similares, transcurría la vida en la idílica Kiriakos hasta que Popea, cansada de tanta rivalidad, se dejó seducir y raptar, por el primer filósofo, de buen porte, que le habló de la mecánica de los cuerpos celestes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Bien por los mecánicos!

José Manuel Ubé González dijo...

Un problema de senos... y cosenos.