Pongámonos serios, un poquito de ¿Literatura?. Lo que a continuación viene es un texto al que le tengo mucho cariño, debía abrir el extinto proyecto De Ciento a Viento en colaboración con mi compinche José María Morales. Ha quedado en el cajón, puede que para siempre. Por eso llegó el momento de que vea la luz y se busque la vida, que ya empieza a ser mayorcito. Disculpen las molestias.
Llegó temprano al laboratorio, tal y como le habían pedido el día anterior por teléfono. Abrimos a las siete, denos unos diez minutos y podremos atenderle, le había contestado una voz de mujer. Al llegar a la calle indicada, una puerta iluminada le acercó a su destino. Buenos días. Deme la muestra, por favor. Una chica sonriente se agacha para anotar su nombre en un papel. Pese a las circunstancias, se descubrió mirando de reojo el ofrecido escote. Perdone, ¿cómo me ha dicho?, es que no oigo bien por este oído. Instintivamente dio un pasito a la derecha para hablar a la oreja sana. Le llamaremos nada más saber el resultado. No se preocupe, lo hemos hecho Cientos de veces. Al salir de allí, sintió una sensación de desamparo absoluto. No sabía dónde ir, demasiado pronto para todo. Apenas nadie en la calle, no tardó en fijarse en un hombre con un abrigo marrón que se acercaba a él y que parecía hablar solo. Pasó tan cerca que por un momento estuvo tentado de saludarle. El hombre del abrigo marrón siguió su camino, ajeno a todo salvo a la conversación que mantenía con alguien invisible. Hacía tiempo que venía escuchando voces en su cabeza, cIentos de voces que le llamaban por su nombre, en distintos idiomas y a las que en un principio no concedió importancia. Creía que era su pensamiento, ése que a veces hace que la gente hable en voz alta para si misma. No se asustó pero ahora tenía terror, desde el día que descubrió escrito en la pared de su habitación, "Te voy a matar". No puede dormir y vaga insomne por las calles, escapando de algo que sabe que algún día le encontrará. Está cansado y se sienta a esperar el autobús, cualquier autobús que le lleve lejos de allí. Al subirse en el que llega hasta Campo Alegre, consigue por un momento acallar las voces de su interior con las que susurran en los asientos. Su mirada se posa en una persona que lee una hoja con la cara pálida. No puede apartar sus ojos de él. La persona de la cara pálida también ha madrugado. Al encender el ordenador, como de costumbre, ha encontrado un correo inesperado. Había pasado tanto tiempo sin tener noticias de su amigo, ciEn años por lo menos, que casi no recordó su nombre. Tras unas torpes palabras de presentación, le decía que le adjuntaba un archivo con un cuentito que había escrito. "La geografía de la soledad". En la terapia le habían recomendado escribir y la verdad es que le ayudaba bastante. Al plasmar la historia sobre el papel, se había acordado de él, sabía que amaba la Literatura y por eso se lo enviaba. Le animaba a escribir, seguro que le serviría para olvidar. Ahora el vaivén del viaje le ayuda a sumergirse en la historia y algo se le remueve en las tripas. Confundido, baja en la siguiente parada y deja el folio sentado en un banco. Alguien que le observaba se coloca junto al papel. Lleva un gorro de vaquero de color triste rojo grasiento y un bigote blanco de reminiscencias mejicanas. La cara cuarteada, la mirada ausente y unas manos llenas de sucias uñas de rapaz que acaban de depositar en la boca sin dientes de la papelera, el cuello vacío de una botella de vino. No entiende nada de lo que hay escrito allí y piensa que es hora de sentarse al sol, en las escaleras de la iglesia de enfrente a esperar los cieNtos de abrigos de visón que escapan de la misa de una. Al pasar por un buzón, deposita aburrido el contenido de la solitaria carta. Esa misma tarde, mirará perplejo a la joven que regresa de gritar su amor. C x A te kiero. La barra de labios convertida en improvisado lapicero. Un escueto mensaje que alguien sabrá descifrar. Una pequeña ecologista que no quiso herir el descarnado tronco del plátano sin sombra o una asombrosa realista que no está dispuesta a tatuar sus sentimientos de hoy, para siempre. t e k i e r o, letra a letra se repite en los cienTos de árboles que escapan en perspectiva por la avenida. Cuando la ciudad se repliegue cansada, el basurero recorrerá el camino leyendo el jeroglífico. o r e i k e t . No comprende. Bastante tiene con lo suyo pero juega en su cabeza ordenando las palabras, taxidermista incomprendido, alquimista anaranjado. CientOs de calles que limpiar, que ordenar hasta el día siguiente, recogiendo el resultado de unos análisis, un abrigo marrón ensangrentado, un folio manchado de vino, un gorro vaquero olvidado, una barra de carmín degollada. Los aviones escriben en la pizarra azul rectos renglones de tiza. Una sonrisa le cuelga de los labios. Esa irrefrenable tendencia a la poesía.
Llegó temprano al laboratorio, tal y como le habían pedido el día anterior por teléfono. Abrimos a las siete, denos unos diez minutos y podremos atenderle, le había contestado una voz de mujer. Al llegar a la calle indicada, una puerta iluminada le acercó a su destino. Buenos días. Deme la muestra, por favor. Una chica sonriente se agacha para anotar su nombre en un papel. Pese a las circunstancias, se descubrió mirando de reojo el ofrecido escote. Perdone, ¿cómo me ha dicho?, es que no oigo bien por este oído. Instintivamente dio un pasito a la derecha para hablar a la oreja sana. Le llamaremos nada más saber el resultado. No se preocupe, lo hemos hecho Cientos de veces. Al salir de allí, sintió una sensación de desamparo absoluto. No sabía dónde ir, demasiado pronto para todo. Apenas nadie en la calle, no tardó en fijarse en un hombre con un abrigo marrón que se acercaba a él y que parecía hablar solo. Pasó tan cerca que por un momento estuvo tentado de saludarle. El hombre del abrigo marrón siguió su camino, ajeno a todo salvo a la conversación que mantenía con alguien invisible. Hacía tiempo que venía escuchando voces en su cabeza, cIentos de voces que le llamaban por su nombre, en distintos idiomas y a las que en un principio no concedió importancia. Creía que era su pensamiento, ése que a veces hace que la gente hable en voz alta para si misma. No se asustó pero ahora tenía terror, desde el día que descubrió escrito en la pared de su habitación, "Te voy a matar". No puede dormir y vaga insomne por las calles, escapando de algo que sabe que algún día le encontrará. Está cansado y se sienta a esperar el autobús, cualquier autobús que le lleve lejos de allí. Al subirse en el que llega hasta Campo Alegre, consigue por un momento acallar las voces de su interior con las que susurran en los asientos. Su mirada se posa en una persona que lee una hoja con la cara pálida. No puede apartar sus ojos de él. La persona de la cara pálida también ha madrugado. Al encender el ordenador, como de costumbre, ha encontrado un correo inesperado. Había pasado tanto tiempo sin tener noticias de su amigo, ciEn años por lo menos, que casi no recordó su nombre. Tras unas torpes palabras de presentación, le decía que le adjuntaba un archivo con un cuentito que había escrito. "La geografía de la soledad". En la terapia le habían recomendado escribir y la verdad es que le ayudaba bastante. Al plasmar la historia sobre el papel, se había acordado de él, sabía que amaba la Literatura y por eso se lo enviaba. Le animaba a escribir, seguro que le serviría para olvidar. Ahora el vaivén del viaje le ayuda a sumergirse en la historia y algo se le remueve en las tripas. Confundido, baja en la siguiente parada y deja el folio sentado en un banco. Alguien que le observaba se coloca junto al papel. Lleva un gorro de vaquero de color triste rojo grasiento y un bigote blanco de reminiscencias mejicanas. La cara cuarteada, la mirada ausente y unas manos llenas de sucias uñas de rapaz que acaban de depositar en la boca sin dientes de la papelera, el cuello vacío de una botella de vino. No entiende nada de lo que hay escrito allí y piensa que es hora de sentarse al sol, en las escaleras de la iglesia de enfrente a esperar los cieNtos de abrigos de visón que escapan de la misa de una. Al pasar por un buzón, deposita aburrido el contenido de la solitaria carta. Esa misma tarde, mirará perplejo a la joven que regresa de gritar su amor. C x A te kiero. La barra de labios convertida en improvisado lapicero. Un escueto mensaje que alguien sabrá descifrar. Una pequeña ecologista que no quiso herir el descarnado tronco del plátano sin sombra o una asombrosa realista que no está dispuesta a tatuar sus sentimientos de hoy, para siempre. t e k i e r o, letra a letra se repite en los cienTos de árboles que escapan en perspectiva por la avenida. Cuando la ciudad se repliegue cansada, el basurero recorrerá el camino leyendo el jeroglífico. o r e i k e t . No comprende. Bastante tiene con lo suyo pero juega en su cabeza ordenando las palabras, taxidermista incomprendido, alquimista anaranjado. CientOs de calles que limpiar, que ordenar hasta el día siguiente, recogiendo el resultado de unos análisis, un abrigo marrón ensangrentado, un folio manchado de vino, un gorro vaquero olvidado, una barra de carmín degollada. Los aviones escriben en la pizarra azul rectos renglones de tiza. Una sonrisa le cuelga de los labios. Esa irrefrenable tendencia a la poesía.
4 comentarios:
Parece que ha pasado un siglo desde que nos propusimos sacar adelante "De Ciento a Viento". Cuanta inocencia teníamos. Cuanto hemos avanzado. Cuantos fracasos. Cuantos subidones y cuantos bajones...
No reble, mi amigo, no reble. Continúe firme. Ya casi lo tiene.
"Esa irrefrenable tendencia a la poesía"
Será un texto de hace tiempo, pero tiene tu estilo personal e intrasferible.
Creo que la "EMT" de Zaragoza debería poner pasta en tu publicación. Sus autobuses son escenario de muchos de tus relatos.
No sé si estará dentro del "Hilo conductor" pero lo merece. Merece cien veces estar dentro de esos 140.000.-
Un fuerte abrazo.
Muchísimas gracias, Luis. Sabes cómo hacer que la gente se sienta bien. Eres muy amable.
Los abrazos viajan en autobús.
Cuanto talento desaprovechado viajando en autobus.
Cienes y cienes de saludos.
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