domingo, 19 de febrero de 2012

VENECIA

Al cruzar el puente romano la humedad te hace subir el cuello del abrigo. Sunday Morning cantaba Nico en tu cabeza, la bella y fría Nico, tan alemana, tan heroína, un buen fondo en el que reflejar las luces de la catedral, la guirnalda de bombillas blancas simulando un barco parisino atracado en el pantalán. Tres barbudos habían cantado en la sala La vida sigue igual. Julio Iglesias se preparaba un bocadillo con las manos en los bolsillos mientras la blanca Nico se estremecía en el polvo.

Te viste guapo en el baño del bar, unos ojos afiebrados te sostuvieron la mirada en el espejo mientras meabas de cara a la pared, sin afeitar, con esa belleza que presta el alcohol, con la despreocupación que da el no tener a dónde ir.

El puente helado en la noche poco estrellada, tenías la sensación de entrar en una ciudad extraña, postales para turistas con acento andaluz, la cruz que recuerda a los fusilados y un pozo sin fondo que se tragó un autobús en blanco y negro justo en el lugar por el que cayó el ciclista que no supo frenar a tiempo para esquivar a las chicas. En el fango del río el ojo de la bicicleta no llega a alumbrar a los fantasmas que bailan al son de los juncos.

Lolita te mira desde el móvil rosa que otra jovencita enseña a su amiga, ajena a tus ojos achinados, y se le ve hermosa, como una actriz adolescente en una serie para críos. Sus labios rojos, su gesto inocente ensayado en la ventana, jugando con su pelo rubio y toda la vida por delante. Las modelos no deberían crecer ni salir de nuestros sueños.

En el puente todo son miradas, preguntas, aires desolados. Dejaste atrás a los que iban disfrazados de putas, chicas y chicos, que no se lo estaban pasando nada bien ni con el morro en la botella que salía de la bolsa. Él es tan frágil y juega con el peligro sin saberlo, en su pecho inmaculado se asoma un corazón en llamas, una peluca morena le hace hermoso con esta luz y este frío.

Se liaban cigarrillos apretando las boquillas en sus dientes de blanca ortodoncia, pensaste que habrían ensayado en su cuarto mientras mamá les preparaba un cola-cao, ajenas ahora a lo que cantaban los tres de la barba, ojos rasgados y piercings en los labios, una pluma tatuada en la espalda, el pelo recogido con un lapicero como a ti te gusta y una cámara japonesa para hacer la grabación en la que quisiste dejar tu voz ronca desafinada. La buscarás en youtube.

Al salir del puente cruzaste en rojo sin mirar a los lados, las sirenas de la policía poco te importaron, atravesaste la plaza casi desierta a no ser por los patinadores, los skaters de pantalones bajos y trompazos en el mármol. Las torres ilusionadas con un incendio oyen la verbena al otro lado del río, el baile de carnaval, en este páramo los porches amplifican algo parecido a una ópera justo en el momento en el que los borrachos asaltan la ciudad. Piernas inacabables en medias negras que acaban en tacones cada vez más cercanos, en faldas que se ciñen a las caderas por descubrir de las mujeres duras.

Aburridas del concierto se marcharon a la calle con el último aplauso del público, ansiosas por encender los cigarrillos empapados por el carmín, uñas negras que apagan las imágenes robadas, enseguida echaste de menos a la rubia de la foto, ojalá se olvide el teléfono en el baño y puedas robarlo y ver a la aprendiz de todo posando para ti, enseñándote la punta de su lengua, la tira de su sujetador resbalando por el hombro. Sólo para ti a la velocidad que tus dedos decidan.

La calle se llenó de gente, cuando el puente se había quedado ya tan lejos, que salía de los bares, de los restaurantes, de los cafés, de los bingos, de los portales... con la sensación de que algo no iba bien, de que aquella felicidad postiza no tardaría en derrumbarse como la belleza de una actriz derrotada por el tiempo y tantas noches apuradas. El mendigo buscaba una mirada en la que sostenerse desde el suelo, unas monedas tiradas en la vacía cajita de latón de unos viejos cigarrillos franceses, artísticamente tirado a lo largo de la acera.



Al llegar a casa no pudiste evitar el recuerdo del cuerpo de Marcos rodeado de tiza, sin canciones, ni puentes, ni chicas. Para siempre.





3 comentarios:

Rubentxo dijo...

Lo he leído y se me ha formado un extraño nudo en la garganta: por la acumulación de tragedias, por las malas suertes, por las vidas a medias, por las historias que quedan detrás, por la poesía que empapa cada párrafo, por la confusión, por el asfalto, por los atropellos, por esa silueta marcada en tiza.
Un abrazo, Jaloza.

JALOZA dijo...

Muchas gracias, Rubentxo. Aprovecho para recomendar públicamente tu Animales de compañía... Ya sabes que me encantó. Un abrazo y sigue trabajando.

Amando Carabias dijo...

De nuevo enhorabuena, aunque la sensación de frío va de dentro afuera. Es difícil conseguir eso, muy difícil.