Llevo años mirando, de día y de noche, a veces porque estoy despierto y otras porque dormido sueño que sigo mirando, llevo tanto tiempo haciéndolo que ya no sé qué hacía antes ni siquiera si sirvo para otra cosa, suponiendo que sirva para mirar aunque creo que sí.
Miro y hablo poco, apenas actúo, se me va el tiempo en mirar y en callar, en observarlo todo con detenimiento y adelantarme a lo que pueda llegar a ocurrir. Se me da bien pasar inadvertido, tengo una de esas caras a las que nadie presta atención, el típico asesino al que nadie declararía culpable en un juicio popular, parezco un buen chico, seguramente lo soy, y aunque tengo un físico excesivo debajo de este abrigo y el impecable traje gris marengo, ni siquiera repararías en mí tras chocar conmigo al volver la esquina.
Mirar y callar, ser la sombra a dos pasos de distancia, fijarse en la gente, en los coches, en la gente que va en los coches, en las bicicletas, en los dependientes de las tiendas, los conductores de los autobuses, el niño que resbala, la madre que habla por teléfono, el cliente que entra en el bar y el ciego que vende los cupones, en los amigos a los que no puedo saludar y que no se atreven a hablarme, en los que bajan del autobús, en el obrero de la zanja, el que pone la gasolina, mirar y callar un día sí y otro también, algunas noches mientras los demás se divierten, casi todas las noches en las que no puedo dormir, mis ojos se han acostumbrado a no descansar, a fijarse en todo y en todos, en los coches que no frenan, en los que pasan a mi lado, en los pacientes de la consulta del médico, los que van a los toros, los que salen del cine con cara de aburridos, los que parecen buenos chicos y los que llevan el peligro escrito en el cráneo, no perder detalle del vecino en el ascensor, del vendedor de enciclopedias, de la señora de la limpieza, del que te pregunta por una calle y te despista un momento, mirar para seguir viviendo, para evitar que mueras, que te maten.
A veces pienso que soy como aquél que buscaba una mirada, lo leí en un libro o lo vi en una película, como aquél que podía ver un rostro mañana, estoy seguro que lo leí en algún sitio. Me siento como un personaje, puede que lo sea y que todo esto no lo esté escribiendo yo ni contándotelo a ti que seguramente no te importa. Me gusta asomarme a la ventana y sigo mirando ahora que no es necesario, que nadie me paga por ello, ahora que nada está en peligro. Mi vida es la de los demás, paso tantas horas hacia fuera que casi no me conozco, no tengo tiempo y pese a que me fotografío en el espejo por el gusto de seguir viendo y de que no se me olvide quién soy , seguramente si me cruzara conmigo en una pasillo ni me daría cuenta. Mi trabajo es mirar. A otros les pagan por hablar o por escuchar o por tocar. El mundo está lleno de mamarrachos.
Mañana volveré a salir, a cambiar de itinerario, a notar el roce de la pistola en las costillas, a mirar debajo del coche, a volver la cara a cada instante, a vivir la locura de la prisa, el miedo a fallar, seguiré espiando desde el coche, viendo sin ser visto, respirando muy despacio, manteniendo la tensión del boxeador antes de buscar la lona, antes de saltar desde la azotea. Y un día, y otro, y otro más. Esperando a que me mates o lo haga yo primero, como en una partida de ajedrez jugada sólo por dos peones.
4 comentarios:
Pues no es tan mamarrachada...
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Ante semejante comentario de tu colega Berbi, poco más puedo añadir.
Sólo que me ha sorprendido gratamente una visión tan intimista e íntima de un asesino (eso me imagino yo, aunque bien podría ser un esquizofrénico).
Me ha encantado, me quedo con esto
"pese a que me fotografío en el espejo por el gusto de seguir viendo y de que no se me olvide quién soy"
Misk
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