lunes, 8 de marzo de 2010

ESCALES

Una ciudad agujereada tiene que ser una gran ciudad. A cualquier hora del día, a cualquier hora de la noche, un lunes, un viernes, con calor o con un frío desconocido, mientras el tráfico se estrangula o corren despreocupados los sudorosos maratonianos, pensando que queda mucho por andar o sabiendo que es aquí, después de pintar un lienzo de verde y de colocar teselas de cerámica alrededor del marco desde el que nunca me dirás adiós, bajando los peldaños o subiendo la escalera mecánica, cientos, miles de personas desaparecen todos los días por las bocas desdentadas, oscuras y cálidas como la galería de una mina rellena de grisú apenas iluminada por un frontal anticuado, haciendo que la vida sea más soportable, aligerando la carga del hoy tampoco sucederá, tamizando los grumos de la confitura de tomate con la que rellenarás un bocadillo de diseño, deshaciéndose lentamente, desinflándose como el tiempo daliniano que recorre tu espalda desnuda, formando una coreografía inconclusa en un pentagrama de notas imposibles que huyen en desordenada fuga, y es la arena de un desierto lleno de escorpiones, que matará a tu madre desprevenida, colándose por el cedazo de un loco que busca pepitas de oro en los ríos agotados de Mountain View, pulgas domesticadas que rebotan en la lona una y otra vez, en un circo macabro de gira perpetua alrededor de la nada, saltimbanquis con la cara pintada de blanco y el miedo agarrado en la mirada.

Si me dejaran haría agujeros en todas las ciudades. Buscaría ejércitos de hormigas que me ayudaran en mi incomprendida tarea, daría patadas a las inevitables ánforas romanas repletas de un vino picado que alguien robó de un barco hundido en altamar, haría galerías interminables en las que colgaría cuadros inacabados que buscan el camino de vuelta, trazaría rutas sin destino a brochazos ciegos para deslizarme entre las ratas que comen el pan que una muchacha conservaba entre sus pechos, lo llenaría todo de raíles paralelos condenados a entenderse, dobles y simétricos bajo el asfalto por el que la muchedumbre circula evitando caerse como Alicia sin maravilla.

Las avenidas se han ganado el derecho a descansar. Las personas sin paisaje desaparecen de mi vista, aligeran la carga de la arquitectura del silencio, descienden y supongo que ascienden al cabo de un rato aunque nadie me lo ha podido asegurar. Me acuerdo de los buceadores de un mar de cuento que se sumergían buscando perlas a pleno pulmón. Los ciudadanos volverán de la profundidad abisal en cuanto noten que les falta el aire, que las perlas son de plástico y que los músicos que rellenan los túneles son de cartón. El saxofonista miente jazz y vende jirones de algodón al que se pare a mirar. Derecha. Izquierda. Un orden no escrito que debes respetar para no terminar engullido por el ojo luminoso que sale del túnel. La nieve se ha enfadado y empieza a caer por allí arriba, quiere aplastar el suelo, atrapar a los que buscaban la huída. Copos feroces para terminar con un mundo de color y devolvernos al cine mudo que deja un rastro gris y sucio que huele a humo y barro. Centenarias torres acostumbradas a esperar bromean con los modernos rascacielos iluminados para el carnaval. Piedras negras enfrentadas al cristal de hierro. Si tuviera que apostar.

Ilusionistas de domingo esconden palomas en el hueco de las camisas, una mujer harapienta, la ves, ya no la ves, un grupo de japoneses atosigados, los ves, ya no los ves, cráneos estrellados cuatribarrados sobre tirantes que van a un concierto, los ves, ya no los quieres ver, suben, los ves, bajan, no los ves, fotografías que pasan a toda velocidad reflejadas en las ventanillas que nadie limpió, miras al suelo que no ves, suspiras al cielo que no ves, trocitos de hielo clavados en la garganta, deberíamos terminar la cubierta de una vez, se pone todo perdido y alguno se va a romper la cabeza, las grúas con su esqueleto amarillo llevan tejas de un lado a otro, las ves, ya no las ves, una esponja de coral que se alarga lejos de la sal y de los barcos de recreo en los que se suicidan los turistas insatisfechos, ¿lo ves?, el violinista que saltó del tejado y cayó en un plato vacío de monedas que no ves, el carterista que vuelve del trabajo y se empeña en no meter la mano en el bolsillo del pantalón de un ceñido vaquero, perdón, ¿no ve por dónde anda?.

Y siempre es así. Tarde o temprano te encontrarás con lo que creíste dejar atrás. La tristeza se quedó flotando por ahí, apoyada en el hombro de un niño, colgada de la barandilla llena de gérmenes, entre la cabina del conductor y la pared por la que se escurre el rastro de la nieve o de una gotera nada poética. Algún día la ballena expulsará al muñeco de madera que terminará a lomos de un lagarto multicolor, entre columnas retorcidas como tus intenciones y negras como el fin que nos aguarda. No le gustaba escuchar los latidos de su corazón. Por eso, el día que se murió descansó definitivamente. Las pompas de jabón suben, la nieve baja, las escaleras.


3 comentarios:

Jonatan Frías dijo...

Hola Jalo, hace rato que no pasaba por acá, saludos como siempre. Oye que buen texto, lo que más me ha gustado desde que tu blog es un espacio al que recurro regularmente. Palmas y demás, sigue así. Estamos en contacto.

Abrazos desde México, igual que siempre.

Anónimo dijo...

Eres muy influenciable, en el sentido positivo, o digamos que como los buenos artistas no pasas por el mundo sin dejarte impresionar o captar tu alrededor. Estuviste en Barcelona, ciudad con metro, tuviste tiempo para ver, mirar y pensar.

En cuanto al propio texto... denso, para muy activos, requiere más relecturas, desbroce previo.

Forma alta, metáforas y requiebros muy elevados, dignos de una mente brillante, imposible para otras.

Mantengo mi admiración por tí, Josantonio.

edu dijo...

Suprema perspectiva, interesante criterio, magistral redacción. Me alegra sobremanera como lo llevas maestro.
Mis más sinceras enhorabuenas

Bob Esponja