miércoles, 6 de enero de 2010

SINFOROSO



Sinforoso es un tipo especial. Ama el silencio por encima de todas las cosas. Al final del día, dentro de la cama de sábanas mudas, contenida la propia respiración, se relaja disfrutando del ruido de la noche. Nada. Vacío. Oscuridad. Imagina un mundo en blanco y negro, subtitulado. Y es feliz. Ya no perturba su alma el martilleante repiqueteo de los tacones de la vecina de arriba, una viejita que resquebrajaba la noche con sus impertinentes chinelas o con el obsceno sonido de sus meadas en el pocico de agua. No le costó mucho convencerla de que abriera la ventana y se lanzara al duro pavimento, por el bien de todos, señora.

Antes de acostarse se enjuaga la boca, lentamente, le hace daño el sonido del cepillo en sus dientes prestados. Unas gargaritas y vacía la vejiga sentado, amortiguando la cascada, ventajas de la proximidad con el agujero. Se desliza suavemente por el parquet insonoro de su casa, calcetines de lana y zapatillas mullidas, mientras piensa en su desgraciada vida. Siempre al acecho de los posibles nuevos vecinos, arrancando con parsimonia los carteles de Se Vende, la maldición cayendo en voz baja. Se acuerda de su madre y de la soledad que lo inundó cuando ella se marchó. Hablaba demasiado alto. Quisiera escapar al campo, volver al pueblo, pero pronto se convence de que es mejor así. Las églogas dejaron de publicarse hace tiempo y aunque parezca imposible, en la ciudad se vive mejor.

Una televisión silente le acompaña por el día. Le sirve para saber del mundo. Eso y los periódicos que lee sobre la mesa, esmerándose en el paso de las hojas. No cuentan nada de él. Reconoce que cada día los utiliza menos, desde que descubrió Internet, su vida ha cambiado tocando las teclas inaudibles de su portátil. Lástima del ronroneo de la máquina. A veces no logra escapar del mismo y enfurecido golpea la pantalla, mentalmente, para no perturbar la paz de su rincón. Otra vez el dichoso ascensor. Cortar la luz no es buena idea. Nada más escandaloso que un tropel de bomberos en misión de rescate. Los odia. A ellos, a la policía y a las ambulancias, a lo mejor no por este orden. Si al menos no fueran armados...

Cuando llaman a su puerta, con los nudillos ante la ausencia del timbre, algo se remueve en sus tripas y el mal pensamiento se apodera de Sinforoso. Cada vez son menos los que osan perturbar la tranquilidad del ogro, algún testigo despistado, un vendedor sin escrúpulos, un encuestador en su último día de trabajo. Si pudiera viviría bajo el agua, en un estanque muerto, en una pecera con su cofrecito. La bañera es demasiado pequeña y su piel tan delicada. Las gafas de bucear empañadas terminan por herirle el puente de la nariz.

Y si algo odia con todo su delicado corazón, es la música. Deberían prohibirla. Invento del demonio. Sólo el leve raspado de la aguja de carbono sobre el último surco del vinilo infinito, consigue llevarle a un estado próximo al celestial. Es lo más parecido que tiene a un desahogo sexual, lejos las tardes de verano en su habitación de adolescente con el roce tubular en su flauta empinada.

Sinforoso es un tipo especial, un hombre de pocas palabras pero con un gran mundo interior. Si pasáis por la Calle del Desierto, 69, 3ª dcha. , por favor, ni se os ocurra llamar a su puerta. No es ninguna broma.

3 comentarios:

José Manuel Ubé González dijo...

El odioso sinforoso. Estupendo relato para empezar el año.

Luis Borrás dijo...

Humm....
Tiene algunas cosas muy buenas, algunos detalles geniales, de los tuyos, unas imágenes fantásticas, pero... ese final... no sé... le falta algo. El "pellizco".
Un fuerte y agradecido abrazo.

edu dijo...

Sinforoso ha sido un relato un tanto curioso. Si bien, no negaré que fue un placer el leerlo.
Pasé para comprobar cómo llevabas el año.

Miego Hiyo