domingo, 8 de febrero de 2009

DIARIO DEL ALTOARAGON

Toda carrera delictiva tiene un final. Hoy siento que ha llegado el mío. Que uno de mis cuentitos haya aparecido en tan prestigioso diario, en la Sección de Literatura y no en la de Humor, que mi hijo haya leído mi nombre en el periódico y me haya mirado con cara de no entender nada, son cosas por las que merece la pena estar por aquí.

Imagino mis letras sirviendo al noble oficio de envolver el bocadillo de algún sufrido aficionado de la S.D. Huesca, entremezcladas con las de Borrás y Morales, hasta la llegada del descanso, con el estómago encogido por el hambre y la incertidumbre del resultado. De seguro que alguno no habrá sido muy cuidadoso y la hoja habrá quedado a merced del aire, tras ser pisoteada con el tercer gol. Alguna puede que escape de la minuciosidad de los servicios de limpieza y se quede un buen rato dando vuletas por el Alcoraz, qué mejor lugar.

Un mar de cruces habrá fijado sus ojos en la victoria, esta vez Sipán no tuvo razón. Si los dioses están con nosotros, la paginita dichosa se colará en un resquicio del estadio y allí quedará para regocijo de los arqueólogos, que dentro de un buen puñado de años, podrán certificar que un día unos tipos dedicaron unos minutos de su tiempo a esparcir sus letras al viento.

Gracias a Luis, José María y Myriam.
Sup=1&Cin=LITERATURA
EDITO: El tiempo es inexorable, máxime en el Periodismo. El enlace que con tanto cariño coloqué hace tiempo ha quedado obsoleto, tanto como un periódico de ayer. Por eso me permito transcribir el texto que un día apareció en las páginas mencionadas. Esto se llama "Unos ojos en el vidrio".
La viste con tus propios ojos, enseguida, nada más subir al abarrotado autobús urbano. La acompañaban dos jovencitas de edad imprecisable, dos niñas que ya no lo son tanto pero que no llegan a ser mujeres. Ella tampoco era de una edad precisable pero claramente ya no era una niña. Pelo rizado, rubio, recogido en una coleta alta. Piel tostada, demasiado para esta época del año, demasiado para ese color de pelo. Asiente distraídamente a lo que le comentan sus dos compañeras de viaje, la mirada pendiente de otra cosa, leve la sonrisa que se esfuerza por integrase en la conversación. En su expresión relajada, que contrasta con las apreturas del momento, presientes una historia por contar. Afuera ya es noche cerrada, las luces del autobús confieren a las caras un maquillaje de irrealidad y cansancio. Cruzas tus ojos con los suyos y apartas la mirada, como la educación y tu timidez aconsejan. El viaje se reinicia después de la parada de rigor y aprovechas la nocturnidad para observar el objeto de tu interés, reflejado en el cristal de la ventanilla amplia. No es la primera vez que lo haces, te has convertido en un maestro del disimulo y la observación secreta aprovechando cualquier ventaja. Ella sigue allí, tan cerca y tan lejos, ausente a las coordenadas espaciales, pareciera que flotase a unos centímetros del suelo de goma. Te recreas en la contemplación, a salvo de cualquier peligro, tu mirada sube y baja por las zonas del cuerpo estudiado que la muchedumbre viajera te deja al descubierto. Entonces ella gira su cabeza, de perfil hasta entonces y sus ojos enfrentan tu mirada reflejada en el cristal. Sonríe. En ese lado te sientes fuerte, decidido, arrogante. No sólo no esquivas la visión sino que la buscas provocadoramente. Vuestras dos imágenes juegan en el cristal, amparadas por la noche, distorsionadas en las zonas de luz no deseadas. Te gustaría que ella se acercara, que reposara su cabeza en tu hombro, que descansara sus dientes en tu cuello. Por unos momentos pierdes la noción del tiempo mientras en la calle empieza a llover. El juego terminó. Ella es reclamada por las otras dos y sus ojos quedan en penumbra. Miras de nuevo la realidad y te sientes desamparado. El cuerpo observado recupera su mortalidad y a duras penas inicia el camino hacia el interior de la nave, buscando la salida, buscando el aquí y ahora. Inerte en tu sitio, notas el roce de una desconocida a tu espalda, algo que pudiera haber sido una caricia al otro lado del vidrio.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Enhorabuena, ladrón. Pese a salir en un cuadradito en la parte baja de la hoja, pero a la izquierda. Yo tengo la sensación de haber llegado más alto de lo posible, y quizás esté al final. Inmejorable culmen en todo caso, dos personas excepcionales me cubren el flanco. Gracias a Luis, y a Myriam.

A tí también, por 30 obedientes líneas.

Rubentxo dijo...

Enhorabuena, por aparecer publicado (muchos soñamos con eso) y por esa hermosura de caricia al otro lado del vidrio que nunca fue tal. El relato me encantó.
Saludos.
Voy a leer ahora el de Berbi

Luis Borrás dijo...

Después de la fiesta viene el momento en el que toca combatir la resaca. El mejor método que se me ocurre es el volver a tropezar con la misma piedra. Eso significa que estoy esperando un nuevo relato.
Si alguien se merece que le demos las gracias es Myriam.
Un abrazo enorme.

JALOZA dijo...

Gracias, de nuevo. Y un gusto volver a leerte, Rubentxo. Sigue escribiendo, que nos tienes huérfanos, se te echa de menos. Tienes mucho talento.

Y enhorabuena, me dijo Berbi que lograste un accésit en el concurso al que nos animaste a presentarnos y al que no acudimos...

Me tienes que contar de tu faceta teatral,tío.

Abrazos a diestro y siniestro.