viernes, 26 de diciembre de 2008

LA ILUSION DE UN NIÑO


En estas fechas tan señaladas, no he podido por menos que acordarme de un texto que escribí hace un año, más o menos, en otras fechas igual de señaladas. ¡¡¡Otra vez es Navidad!!!




La noche era fría y él estaba aguardando su oportunidad. Había pasado mucho tiempo, demasiado, y ahora no podía fallar. Cabello largo, ensortijado, más bien enmarañado. Una peinada antes de salir no habría estado mal. Nunca se sabe con quién te puedes encontrar. La frente poblada de arrugas, apretadas como las lamas de una persiana cuando se enrollan, era ancha y ligeramente enrojecida por el sol. Generosas cejas enmarcaban unos ojillos hundidos más allá de lo normal. Todavía conservaban un rastro de alegría a pesar de todo lo que habían visto, de tanto horror difícil de imaginar. Carrillos apretados se adivinan bajo una espesa barba mal recortada, de la que asoman tímidamente unos labios de un rojo escandaloso y una incipiente sensualidad. El uniforme de rigor en estas fechas, la incomprensible raya en el pantalón. Una saca de fieltro espera enrollada a los pies. El momento se acerca. No ha sido buena idea traer la campanilla.


Un poco más allá, casi enfrente del gordito barbado, una cuadrilla a la que falta uno para tal nombre, no le pierde de vista ni un segundo. El mayor parece cansado, harto de siempre la misma historia. Peina canas, sólo peina canas, bien pudiera ser pariente del otro vejete. Piel blanquecina, grandes bolsas alrededor de unos ojos que algún día fueron negros. Ya no está para estos trotes pero hay que cumplir con lo establecido. Enrolla sus dedillos en el pelo de la barba y se siente mejor al notar los pies de su compañero a escasos centímetros de sus botas. Unas botas manchadas de barro a pesar de la montura, desgastadas de tantos caminos, con las suelas a punto de dejar de serlo. No le sientan muy bien esas mallas, demasiado apretadas, quizás. Guarda la espalda de su venerable compañero. Le apoya una mano en su fatigado hombro y le indica que no puede faltar mucho. La nuez se le quiere salir del cuello, trepar por la negra barba, apenas apuntada en la morena cara, pómulos marcados y labios apretados. Las aletas de la nariz se mueven al compás de su corazón. Un nudo en las tripas quisiera escapar, gritar, pasar a la acción. Por su frente sólo una idea, hay que cumplir con lo pactado, movimiento a movimiento. El viento agita sus cabellos y las orejas quedan al descubierto apenas por un momento. Un pequeño pendiente verde refulge a la luz de la farola. Este año también hace frío y se encasqueta el gorro para protegerse mientras se roza con el último de la terna. Si no fuera por sus brillantes ropajes ni se le vería. Cuando cierra los ojos la oscuridad le invade. Tintinean los aretes de sus orejas, una pluma le resbala por la cara, le hace cosquillas en la nariz chata. Los labios carnosos se ensanchan y esponjan cuando se acuerda de lo del año pasado y enseñan al hipotético espectador una magistral línea de marfil. El cuello se pierde debajo de la capa que ha tenido que recortar para no pisársela. Dan las diez. Ha llegado la hora.


Un estrépito recorre la plaza cuando los empleados de los grandes almacenes comienzan a bajar las persianas metálicas que protegen los escaparates. Los últimos compradores salen orgullosos y atiborrados de bolsones de plástico, qué poco costaría que fueran de papel. Nadie se da cuenta de que un gordo vestido de rojo se acerca a la entrada a una velocidad inesperada, seguido por tres tipos de estrafalaria vestimenta que desempolvan unas arcaicas armas de fuego.


"Quieto todo el mundo" - grita el canoso seboso mientras recupera el aire. De una patada ha abierto la puerta y ha derribado al sorprendido empleado que mira incrédulo cómo el abuelete desenfunda un arma. "Tú, gordo cabrón, hazte a un lado. Deja esto a los profesionales" - El negrito ha tomado el mando de las operaciones y apunta con su arma al que llegó primero mientras sus secuaces se despliegan por la Planta Baja, Sección de Complementos y Marroquinería. "¿Los juguetes? Por favor".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Joder! Papá Noel y los Reyes Magos atracando juntos El Corte Inglés.
Hasta hace poco la visión más perversa que tenía de las navidades era un Papá Noel borracho que eructaba y se tiraba pedos cuando los niños se acercaban a pedirle sus regalos.
Pero esta visión tuya es más cañí. Perturbadora y genial. No sé si reírme o echarme a temblar. En cualquier caso me ha encantado.
Un gran abrazo. Y que te traigan muchas cosas los reyes, después de haberte birlado la cartera, claro.

Anónimo dijo...

Al final voy a acabar creyéndome la Reina de Saba y se me va a esfumar la imaginación junto al lingotazo de gin tonic.
Gracias por la visita, y nada de sentirse garbancito. Cada uno le da a la pluma a su manera, hay quien incluso hace con ella caldo de gallina exprés.

Saludos en polvorosa