sábado, 21 de febrero de 2009

DOS HISTORIAS DE AMOR,QUIZÁ TRES

No recordaba en qué momento exacto se había enamorado de ella. En los últimos meses, en las últimas semanas, había tenido mucho tiempo para pensar y mucho tiempo para mirar, para mirarla desde su ventana. La veía todos los días, aproximadamente a la misma hora, entrar en el jardín, en el pequeño y bien cuidado jardín que se extendía al pie de su habitación. Siempre vestida igual, se dirigía sin premura hacia el banco. Atravesando el camino de losas de piedra y bordeando el césped, venía a leer protegida por la sombra de los olmos, arropada por la compañía de los pinos y de otros árboles cuyo nombre desconocía. Parecía sumergirse en la lectura, evadida de todo y de todos, interrumpiéndose nada más que para mirar al cielo o cuando alguien la llamaba por su nombre. María. Era todo lo que sabía de ella. Desde donde estaba, bien se veía que era una chica muy hermosa, una jovencita apenas superada la adolescencia. Casi siempre ofrecía el perfil a su desconocido observador, unos rasgos dulces, la sonrisa leve, el balanceo apenas perceptible de la sandalia con la que jugaba, cruzadas las piernas, mientras leía. Se enamoró sin remedio. La sabía fuera de su alcance pero algo en ella hacía imposible que dejara de mirarla, que dejara de amarla, que dejara de esperar la hora en que la vería volver de nuevo al lugar del mundo que más le importaba a José. Una nube se instalaba en su pecho cada vez que la veía alejarse de su vista.
Era una chica de costumbres, se había acompasado al ritmo que le marcaban, al lento oscilar de las horas contemplativas. Su momento preferido del día era cuando podía salir al jardín, un libro en la mano, respirando fuerte el olor a hierba recién cortada y dando gracias por sentirse viva. Viva y feliz desde que él entró en su vida. Sabía que ella, lo era todo para él. Se sentía observada desde lo alto y no podía comprender cómo había tardado tanto en darse cuenta de que el ser que más la amaba en el universo, siempre había estado allí. Leía y su corazón se llenaba de amor y hermosas palabras. Ansiaba el momento en el que pudiera unirse a él y descansar para siempre, lejos de tanta mentira, viendo la luz de la felicidad. Elevaba sus ojos hacia lo alto, imaginando cómo sería, casi pudiendo sentir sus dedos acariciándole su pelo, ese pelo del que se había sentido tan orgullosa y que ahora llevaba tan corto. Por las noches, en su habitación, los ojos bien cerrados, se imaginaba en sus brazos, sentía su presencia corpórea y a veces pensaba que eso no estaba bien. Que no podía ser bueno pensar de aquella manera, nadie lo entendería y sin duda le recriminarían que viviera su amor de ese modo. No eran formas. De momento fortalecería su espíritu, prepararía su cuerpo para el encuentro final, el tan ansiado encuentro definitivo, por los siglos de los siglos.
No viene. Hoy está tardando más que de costumbre. ¿Le habrá pasado algo? Estará enferma. No. Por fin, ahí está. Buenas tardes, mi amor... Casi no me dejan en paz. Necesitaba venir a mi banco, tengo que leer y que él se fije en mí. Es lo malo de vivir entre ancianas, hasta que recogen la mesa y friegan los cacharros... Siéntate ahí, la luz es perfecta, pareces un ángel con los reflejos del sol en tu vestido blanco, tan blanco. Deberían podar un poco el arbusto, si sigue creciendo, pronto me la tapará... Empieza a refrescar. Enseguida acortará el día y tendré que salir más abrigada. No me importa, mientras pueda estar con él un ratito aquí afuera... Debería haber pensado algo para comunicarme con ella, algún día saldré de aquí y ella ni sabe que existo. De todos modos. Para qué. Esto sólo pasa en las películas. Hola José, ¿Estás listo? Hoy empezarás una nueva tanda de ejercicios de rehabilitación. Hay que fortalecer las piernas... Cuanto dolor en este mundo, señor mío. Fíjate, sin ir más lejos, en esa pobre gente del hospital de ahí enfrente. El drama humano concentrado en un edificio de diez pisos con una cruz azul. Líbranos de todo mal. Sor María, entre al convento, por favor. Tiene visita. Es un muchacho en una silla de ruedas que se llama José.

domingo, 15 de febrero de 2009

25 AÑOS SIN JULIO


Hay fechas que no deberían olvidarse.
Recuerdo la primera vez que vi a Cortázar en la televisión. Era el programa de Mercedes Milá, por la noche, bien pudiera ser un jueves. Al repasar en los archivos de TVE la entrevista , me he dado cuenta de la fecha, de lo cercano que estaba el 12 de febrero de 1984. Apenas unos meses le separaban de la muerte.
Lo que más me impresionó, aparte de sus enormes ojos ligeramente separados, fue la negrura de su cabello, la espesura de su barba, su aspecto de joven revolucionario. Mi madre dijo que era increíble que casi tuviera setenta años. Ahora lo entiendo, los mitos no envejecen.
Poco tiempo después, una de esas profesoras que todos hemos tenido, que deberíamos haber tenido, nos recomendó leer Rayuela en el largo y cálido verano. Pilar Bescós me animó, nos animó a introducirnos en el mundo del enormísimo cronopio. Me llamó la atención aquello de que se pudiera leer de diferentes modos, en línea, saltando, prescindiendo de parte del texto... Sin duda es el libro de mi vida. Todavía conservo la edición de bolsillo que pude comprarme con mi menguada economía, descolorido el lomo de tanto abrirlo, el olor ligado a un gran descubrimiento. Fue el inicio de la obra completa.
Mucho de lo que soy hoy en día, mis lecturas, mis gustos, mis ideas... se lo debo a Julio Cortázar. Incluso tengo un Julio dando guerra en la habitación mientras escribo este pequeño homenaje a un gigante.
Hay que leer a Cortázar. Siempre.

DOMINGO

Es domingo. Despiertas sin prisa, tranquilamente, acomodándote a la realidad, sabiéndote dueño del tiempo, al menos hasta el día siguiente. La luz del sol justo de la mañana, resbala entre las rendijas de la persiana que has decidido levantar despacio. Abres la ventana y todo está en su sitio, sólo oyes el silencio y algún que otro pájaro perezoso. Desayunas con calma, oyendo las conversaciones de la radio mientras piensas a dónde dirigir tus pasos. Te duchas a cámara lenta, el agua se desliza por tu cuerpo y el vaho empaña mampara y espejo. Te afeitas mirándote a los ojos, desnudo, buscando algún rasgo que pasó inadvertido durante tanto tiempo. Se te escapa una sonrisa acordándote de la última vez. La temperatura es ideal y los colores estallan alrededor, en toda la casa que amortigua tus pisadas y esparce partes de ti. Eliges la ropa que haga juego con el momento y las promesas por descubrir. Todo fluye y nada puede salir mal. Cuesta reconocer la calle de todos los días, el asfalto lejano atormentado por los vehículos ausentes, casi olvidados. La perspectiva es insólita y hasta el aire parece diluirse en el vacío absoluto. Los edificios saludan a tu paso, todo encaja. Es domingo, otra vez.

domingo, 8 de febrero de 2009

DIARIO DEL ALTOARAGON

Toda carrera delictiva tiene un final. Hoy siento que ha llegado el mío. Que uno de mis cuentitos haya aparecido en tan prestigioso diario, en la Sección de Literatura y no en la de Humor, que mi hijo haya leído mi nombre en el periódico y me haya mirado con cara de no entender nada, son cosas por las que merece la pena estar por aquí.

Imagino mis letras sirviendo al noble oficio de envolver el bocadillo de algún sufrido aficionado de la S.D. Huesca, entremezcladas con las de Borrás y Morales, hasta la llegada del descanso, con el estómago encogido por el hambre y la incertidumbre del resultado. De seguro que alguno no habrá sido muy cuidadoso y la hoja habrá quedado a merced del aire, tras ser pisoteada con el tercer gol. Alguna puede que escape de la minuciosidad de los servicios de limpieza y se quede un buen rato dando vuletas por el Alcoraz, qué mejor lugar.

Un mar de cruces habrá fijado sus ojos en la victoria, esta vez Sipán no tuvo razón. Si los dioses están con nosotros, la paginita dichosa se colará en un resquicio del estadio y allí quedará para regocijo de los arqueólogos, que dentro de un buen puñado de años, podrán certificar que un día unos tipos dedicaron unos minutos de su tiempo a esparcir sus letras al viento.

Gracias a Luis, José María y Myriam.
Sup=1&Cin=LITERATURA
EDITO: El tiempo es inexorable, máxime en el Periodismo. El enlace que con tanto cariño coloqué hace tiempo ha quedado obsoleto, tanto como un periódico de ayer. Por eso me permito transcribir el texto que un día apareció en las páginas mencionadas. Esto se llama "Unos ojos en el vidrio".
La viste con tus propios ojos, enseguida, nada más subir al abarrotado autobús urbano. La acompañaban dos jovencitas de edad imprecisable, dos niñas que ya no lo son tanto pero que no llegan a ser mujeres. Ella tampoco era de una edad precisable pero claramente ya no era una niña. Pelo rizado, rubio, recogido en una coleta alta. Piel tostada, demasiado para esta época del año, demasiado para ese color de pelo. Asiente distraídamente a lo que le comentan sus dos compañeras de viaje, la mirada pendiente de otra cosa, leve la sonrisa que se esfuerza por integrase en la conversación. En su expresión relajada, que contrasta con las apreturas del momento, presientes una historia por contar. Afuera ya es noche cerrada, las luces del autobús confieren a las caras un maquillaje de irrealidad y cansancio. Cruzas tus ojos con los suyos y apartas la mirada, como la educación y tu timidez aconsejan. El viaje se reinicia después de la parada de rigor y aprovechas la nocturnidad para observar el objeto de tu interés, reflejado en el cristal de la ventanilla amplia. No es la primera vez que lo haces, te has convertido en un maestro del disimulo y la observación secreta aprovechando cualquier ventaja. Ella sigue allí, tan cerca y tan lejos, ausente a las coordenadas espaciales, pareciera que flotase a unos centímetros del suelo de goma. Te recreas en la contemplación, a salvo de cualquier peligro, tu mirada sube y baja por las zonas del cuerpo estudiado que la muchedumbre viajera te deja al descubierto. Entonces ella gira su cabeza, de perfil hasta entonces y sus ojos enfrentan tu mirada reflejada en el cristal. Sonríe. En ese lado te sientes fuerte, decidido, arrogante. No sólo no esquivas la visión sino que la buscas provocadoramente. Vuestras dos imágenes juegan en el cristal, amparadas por la noche, distorsionadas en las zonas de luz no deseadas. Te gustaría que ella se acercara, que reposara su cabeza en tu hombro, que descansara sus dientes en tu cuello. Por unos momentos pierdes la noción del tiempo mientras en la calle empieza a llover. El juego terminó. Ella es reclamada por las otras dos y sus ojos quedan en penumbra. Miras de nuevo la realidad y te sientes desamparado. El cuerpo observado recupera su mortalidad y a duras penas inicia el camino hacia el interior de la nave, buscando la salida, buscando el aquí y ahora. Inerte en tu sitio, notas el roce de una desconocida a tu espalda, algo que pudiera haber sido una caricia al otro lado del vidrio.

sábado, 7 de febrero de 2009

ELEFANT RECORDS. COOPER

Alguien dijo que la vida te da sorpresas. Otro, que de vez en cuando se toma contigo un café. Hoy puedo deciros que es verdad, la vida te ofrece sorpresas mojadas en café con leche.
Elefant Records es una de las discográficas imprescindibles en los últimos veinte años de la independencia musical de este país. En ella publican y han publicado sus trabajos, algunos de los grupos más importantes del panorama, alguno de mis grupos favoritos y que tanto me han hecho disfrutar. Por ejemplo, Cooper, del gran Alejandro Díez Garín.
Acabo de visitar su página web, como tantas veces, y me he sorprendido al ver colgado en la Zona de Prensa un texto mío. " Retrovisor. (Un homenaje a Cooper) ". En esas líneas intenté plasmar todo lo que aquel trabajo de la banda, año 2004, me sugería y me propuse transmitir el placer que sentía cada vez que lo escuchaba. No lo logré.
Agradezco, de todo corazón, al responsable del sello, Luis Calvo, y al alma del grupo, Alex Díez, que hayan tenido a bien publicar esas torpes palabras en su excelente página.
Un día antes de que, si todo va bien , aparezca mi primer relato en un medio escrito, Diario del AltoAragón, la noticia que os estoy contando no podría ser mejor prólogo ni podría conseguir mayor satisfacción en ningún otro lugar si exceptuamos los prohibidos.
Lo dicho, muchas gracias, enhorabuena por vuestro trabajo y seguid adelante. Por muchos años.
Un abrazo de un fan enloquecido.

http//www.elefant.com/grupos/cooper/prensa/articulos

martes, 3 de febrero de 2009

MONOLOGO DIALOGADO INTERIOR NOCHE


Deja que te cuente, sí, de verdad, no será más que un momentito, y es que a alguien tenía que contárselo. No pongas esa cara, mujer, que cuando escuches lo que te tengo que decir, tú me dirás si tenía que contártelo o no. Estábamos en la segunda planta del Corte, mirando unas televisiones de las que le gustan a Juan, escandalizadas con los precios que llevaban y esquivando al vendedor que no hacía más que preguntarnos si nos podía ayudar en algo. Pues como no tengas 1250 euros, guapetón, me parece que no, le dice Marisa, sí,no te rías, ya sabes cómo es en cuanto está un poquito alegre, veníamos de merendar y me parece que las tres cervezas que se tomó no eran sin alcohol, que estoy a dieta, Manoli, que me las pongan sin, que estoy como un trujal después de tanta Navidad y tanta tontería. Yo la veía un poco colorada y pensaba que era por la calor que hacía, el viento sur soplando en la calle y la calefacción como si estuviéramos en un descampado de Groenlandia, pero ahora me doy cuenta de que iba un poco piripi. Esta Marisa es de lo que no hay. Pues como te decía, yo estaba agobiadísima con el calor, la gente y la mala leche que me estaba dando por darme cuenta de lo pobretona que soy, que sí, chica, que no tenemos dónde caernos muertas, o es que a ti te ha tocado una herencia... Calla, que te sigo contando.

El pobre vendedor, bien guapetón, por cierto, se quedó planchado y se fue a poner en práctica el cursillo de técnicas de venta con otras dos menopaúsicas más facilonas que nosotras, chica, no sé de qué te escandalizas, tienes que ir asumiendo la edad que tienes, bonita, y Marisa se puso a dar vueltas por la sección de sonido, tocándolo todo y tropezándose de vez en cuando con la moqueta y los clientes en general. ¿Te pasa algo Marisa? , le dije un poco preocupada mientras me disculpaba en su nombre ante un hombretón muy malcarado con el que se acababa de chocar tu amiga. ¿Que si estás bien? Divinamente, Manuela, divinamente, y me sonrió de un modo tan extraño que sólo un rato más tarde supe interpretar. Vamos al baño, tengo que hacer un pis, y me agarra del brazo, que casi me lo desmonta, y me arrastra hasta el servicio. Una vez dentro, se echó agua por la nuca y se puso a reir a carcajadas. Marisa, me estás asustando, me quieres contar lo que te pasa. Y no te lo vas a creer, abre el bolsón marrón que se compró en las rebajas y me dice, mira. Casi me caigo cuando vi todo lo que llevaba dentro: Un par de botes de perfume, unas braguitas de lencería, una bufanda monísima y un dvd portátil, ¿Te imaginas? ¡Hasta un dvd portátil! Estás loca, le susurré para que no me escuchara una que acababa de salir del baño. ¡Estás loca! ¿Qué significa todo esto?

Me contó que estaba harta de ser una desgraciada, que estaba hasta las tetas de los tranquimazines y de no tener ni un duro, ya sabes que lo del euro no va con ella, para comprarse lo que quisiera. El médico me ha dicho que me relaje, date algún capricho de vez en cuando, me dice con ese vozarrón que tiene Don Ignacio. Y eso estoy haciendo, Manuela, eso estoy haciendo. Mira, yo no sabía dónde meterme, unas ganas de vomitar, no sé si por el miedo o la vergüenza, que todavía no entiendo cómo logré aguantarme. Ella me seguía hablando, de Robin Hood, de los desheredados de la tierra y de María Teresa Campos. ¿Qué tiene que ver la Campos con todo esto?, Marisa, cariño, que estás empezando a desvariar. Pues llevo más tiempo del que tú te crees, siguiendo los consejos del doctor. Chica, tú no estás bien, le dije casi llorando y mirándole a las pestañazas que tiene. Que si yo era una amargada, que si no sabía disfrutar de la vida y encima, date cuenta, que era una frígida. No te rías guapa, yo no le veo la gracia. Si no tienes narices, bájate por el ascensor que yo me busco la vida, me suelta indignadísima la tía. Casi me hace sentir culpable, te lo juro. Para cojones, los míos. Dame esas bragas, te vas a enterar.

Antes de que pudiera decir ungintonicporfavor, me metí las bragas en el bolso, las que acababa de robar, supongo que me sigues, y salí toda digna del baño, pensando en darle una lección a la Marisita de las narices, que yo cuando me pongo, tú me conoces. Si pensaba que me iba a arrugar o a escandalizar o a poner el grito en el cielo... estaba muy equivocada. Cómo, que si estoy loca yo también, calla, calla, que ahora viene lo mejor. Con el ruido del hilo musical, la algarabía de la gente en rebajas y el taconeo de tu amiga, era imposible que escuchara la vocecilla interior que me decía que aquello no estaba bien. Me sentía como Bonnie y Clyde, las Thelma y Louise del barrio pero no éramos mas que las hermanas Gilda, hagan el favor de acompañarme, señoras, me giro y me encuentro con los ojos de un mocetón vestido de verde con una porra en el cinturón. Pensé que me moría y ni siquiera habíamos empezado la escapada.Sin joder. La valiente de Marisa que se pone blanca, a punto de echarse a llorar, yo que intento buscar una excusa, pensar en una explicación mientras nos conduce muy amablemente a lo que me imagino un cuarto de interrogatorios o una celda de castigo. Ni exagerada ni nada, me gustaría haberte visto a ti en mi lugar. Alguien debería llevar esta tragedia a las tablas de un escenario, en serio.

Termino de contarte. Aún no entiendo porqué pero miré a Marisa y le dije muy bajito ¡corre, por Dios, corre!. Nos tendrías que haber visto, el de seguridad todavía se está preguntando qué ha pasado, nos faltaba planta de señora para correr, apartando al personal a codazos, buscando la escalera de bajada como alma en el infierno, la gente mirando sin entender nada de nada, nosotras batiendo alguna marca deportiva, maldiciendo la ocurrencia de las braguitas y la cara de tu amiga Marisa. Pobrecilla, ya te daré yo a ti, pobrecilla. Me rompí un tacón, me hice una carrera en las medias y medio infarto de miocardio. Que cuando pensaba que estábamos salvadas, la puerta al alcance de las manos, al atravesar la línea de meta saltó la alarma, un desconcierto de luces y sonidos, de nuevo la confusión a nuestro alrededor y una chica con chaqueta roja que cruza su mirada con la mía y se viene detrás. No exagero, no te estoy contando ninguna película, que te lo cuente la otra si se le ha pasado el susto. Tira el dvd, la bufanda y todo lo demás, por lo que más quieras. Alguno habrá tenido la segunda ración de reyes gracias a nosotras. Con los bolsos y las conciencias aligeradas juraría que llegamos a flotar por encima de las aceras. Salvadas. Tú dirás si te lo tenía que contar o no. Tengo que ir al súper, ¿te vienes?.