"El ritmo de los acontecimientos"
Joaquín Pascual (2010)
Los dos acordes de la guitarra eléctrica resuenan en el vacío. Alguien ha tenido un accidente y necesita recuperarse, tranquilamente, en un sanatorio donde quizás tome las aguas, donde a lo mejor recibe el sol en la cara sentado en una silla de ruedas. NO. Un grito le trae a este lado, tiene visita, la banda ha venido a tocar junto a él. La energía se libera en el espacio y parte en dos la velocidad mientras el tiempo se sienta a mirar. NO, de nuevo. Teclados y pandereta brillan en el espejo retrovisor, la chica insufla aire en sus pulmones llena de amor. El tren se detiene, va parando lentamente, es el final del viaje.
Una línea de teclado aparece lentamente acompañada de una guitarra. Una tarde de verano con un calor sofocante, casi puedes notar una gota de sudor que recorre tu espalda desnuda. Añoras el frío, desearías meterte en el frigorífico a la vez que el pulso se acelera, unas teclas empujan las palabras entre cubitos de hielo de formas irregulares. Vuelta a la tranquilidad para ver a la guitarra que se acerca despacito desde atrás. Un moscardón agarrado en una nota cae como un avión abatido por el fuego enemigo en un tazón de leche. Es el circo, El Niño Gusano y la parada de los hombres increíbles. Ya no podía esperarte más y tuve que salir corriendo. La voz se enfada y aporrea la guitarra en el eco del desierto.
Con la desnudez de una voz y una acústica, metido en un armario rebuscando entre las camisas olvidadas. Pocas palabras bastan para pintar una metáfora. Los cantautores han vuelto y Nacho Vegas esboza una sonrisa desde un rincón.
Despierto sobresaltado al ritmo de una eléctrica acelerada y un bajo saltarín que chapotea entre los charcos que dejó una tormenta en primavera. Preguntas sin respuesta y la soledad de alguien que busca un día más. Otra guitarra de fondo crea algo parecido a un muro de sonido, el rumor de la confusión y una mente aturdida por el tráfico de una ciudad inhóspita.
Descansar. Una acústica marina en el fondo del mar, el eco se envuelve en la lentitud que chorrean las gotas que resbalan entre las cuerdas. Lento resuena el vacío mientras el sol se sitúa en lo más alto, el mar es un espejo y un coro masculino me lleva al lejano oeste. Henry Mancini y el cine de los cincuenta. La espuma se confunde con los arbustos que recorren la polvorienta calle vacía. Los párpados se cierran acunados por un punteo eléctrico mínimo y la voz trae el coro a primer término en los raíles de un plano medio que se acerca. Funde en negro.
Mo Tucker se sienta en la batería, aporrea los timbales que le regalaron los de la Velvet y la pandereta que Sergio le tendió desde el cielo. Como no tenemos violines haremos Venus in furs con la guitarra, repetiremos el ritmo en este mundo tan pequeño. Brillantes botas de cuero. Búscame. La música se apacigua para que lo escuches bien. Si estás pensando abandonar... La trompeta de los gitanos te traerá de nuevo a casa.
Me gustaría tener la ayuda de Dios para contarte lo que quiero. Veamos. Trajiste la guitarra eléctrica acuosa que un día tiraste al mar. Si no te electrocutaste será que tienes un ángel custodio. Me imagino un arpa hecha de coral. Reverberación. Las olas del mar las fabricaron los de Polar. Ritmo en la guitarra y la voz susurra temblorosa. A cada hora tengo un accidente. Parón y vuelta a empezar. El atropellado ve su vida a cámara lenta en un doloroso flashback. El bajo acolcha el camino. Minuto dos, segundo diez. Ciento treinta segundos después la batería y el teclado te llevan al cielo. Un buzo impregnado de mercromina emerge desde el mar abisal, la luz está ahí arriba, el oxígeno vuelve a inundar tus pulmones. Y das vueltas y más vueltas, el pulso se acelera y caes hipnotizado. Yo la tengo, la Velvet otra vez. Hay canciones que valen un disco. Hay canciones que te hacen tragar las lágrimas. Y no era esto.
Despierto de nuevo en un déjà vu, el ritmo de la batería me sobresalta y me invita a salir corriendo. La voz canta con ímpetu, se dobla a sí misma con ganas, demostrando que es verdad. El platillo descarga la tormenta mientras ellos se besan con fuerza bajo la lluvia. Tantas veces lo vi en la pantalla.
Otra vez al borde del mar. Las olas nacen y mueren a mis pies, se repiten, se enredan, se suceden mansas y tiernas. La voz se hace coro aparentemente y acelera un poquito en el estribillo. Disfrutando lentamente en un amanecer equivocado de ocaso.
Basta de palabras. Un guitarrico que pudiera ser un ukelele, la voz femenina que hace un coro en el vacío resaltado por un punteo eléctrico. Y es el oeste, el desierto de La Mancha de viaje por Almería y la música de Algeró en las películas españolas de los sesenta. La acústica acaba con el ruido y sopla el viento por fin. Lo barre todo.
Una guitarra eléctrica triste, te la cambio por un banjo, agarrada por las bridas igual que un caballo que se marcha del pueblo. El bajo marca el ritmo de los cascos en el empedrado. Ha sido derrotado, se va sin lo que vino a buscar, sabe que ya no lo conseguirá. Eastwood masca tabaco. Muni y Paco ven caer el sol desde el porche de la casa. Barba de tres días jugando con una navajita que hace una pistola de un trozo de madera. Los frijoles borbotean a fuego lento en el puchero. La voz del protagonista se eleva sobre el coro. Hay que dejarlo todo bien hecho y bien dicho. Por lo que pudiera pasar.
Canción descarnada, esquelética, desnuda. La voz metida en un armario o en el blanco baño de un hospital. Tesis: No puedo contestar. Te lo intento explicar mientras paseo con el perro y el animalico... ya se sabe. Todo va pasando. La vida como un rasgueo de electricidad.
Ritmo acústico, punteo eléctrico, bajo y voz doblada. El vídeo mató a la estrella de la radio. Imágenes que otros pensaron por mí. Cabezas metidas en bolsas de papel nos impiden mirarnos a los ojos. El cielo y el perro nos engañaron. No sirve de nada rastrear en los demás. De nada.
Voz en alto que vibra, salgamos de debajo de la manta y levantemos la cara. Como se queda el mundo conmigo. En misa de once con las guitarras apoyadas en los muslos y el pelo lacio adornado con un lazo.
Enchufa, por favor. Una voz fuerte, casi enfadada. Ruido de fondo y un tambor aporreado. El rasgueo me araña la piel. Heroin mezclada con speed , aguja en vena, aspira, introduce, recorre y quema. Paz por un momento que se acelera enseguida. Blanco y negro. La noche y el día. No me quedaré a dormir, aún es de día y esta no es mi casa. La voz se ahoga dentro, el ruido desaparece al salir a la calle. Escapaste por poco. Tenías razón. Era de día.
Uuuuuuhuh la voz de Ana acaricia un teclado en medio de la eléctrica suave y lenta. Una nota marca la línea que se repite. Voz susurrada teñida de mercromina, otra vez. Dibújame un paisaje apocalíptico futurista con Mad Max viniendo a lo lejos. Ciencia ficción entre piedras calizas. El efecto amor. La melodía surge en el estribillo. Sorprende la complejidad estructural, una catedral hecha de palillos. Teclado sigue en línea recta y el bajo repite seis notas sin parar. The Doors acaban de chocar contra un cactus en el desierto de Arizona. Los buitres sobrevuelan y el espíritu de los indios resuena con la eléctrica que se impone desde atrás. Ruido creciente, son los pájaros que revolotean en lo instrumental. Acople y distorsión. Oigo disparos o será mi corazón.
Un punteo semiacústico y debajo una línea de ruido. Lo importante es dar amor a los demás, es tan sencillo. Emociona su recuerdo, el tiempo pasa y eso quedará. Misticismo detrás de la esquina. Sube la voz. Al menos lo intenté.
Llevo días perdido. No pienses en ello, no seas tonto. Acústica y voz. La melancolía se cuela por los surcos. Podría decirte que alguien ha muerto. Hay que volver a empezar. Las gotas de dolor supuran al fin, accidentes, pérdidas, cambiar los trajes y aliviar el luto. Me gustaría compartirlo. Puede que ya lo haya hecho.
Acabemos en alto. Doblaré la voz para hablarte de carreteras y mapas en el cielo. No queremos ser mejor que nadie. Me acuerdo, por último, quizás escuchar sea recordar, de My Bloody Valentine y su Loveless. Maravillosa la voz femenina, no sé cómo llamarlo. Me gustaría cerrar los ojos y tumbarme en la hierba húmeda. Joaquín también hace el coro. Ya somos tres. Cierras la contraportada del libro y te quedas con él un rato entre las manos, apoyado en el pecho, resistiéndote a volver a la vida real que se empeña en despertarte.
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