miércoles, 29 de julio de 2009

RADIOHEAD

¡Basta ya de tanta letra! Os dejo una hermosa canción de Thom Yorke y sus amigos. Nada que añadir.



¡¡Silence!!


domingo, 26 de julio de 2009

DIARIO DEL ALTOARAGÓN

Ya huele a albahaca, la parrilla está preparada y el blanquiverde a punto de estallar. Me han dejado unirme a la fiesta con la publicación de un nuevo relato. Os invito a leerlo, os dejará helados... que con la que está cayendo, no es mala cosa.

http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=582487

miércoles, 22 de julio de 2009

UN PASEO POR EL SOL NACIENTE

A Carlos Manzano,
el ojo que todo lo ve.



Cuando su amiga le invitó a acompañarla a una exposición fotográfica sobre Japón, a punto estuvo de decirle que no, no le parecía un plan demasiado atractivo para un viernes por la tarde. Tampoco entendía aquella repentina fascinación por la cultura nipona, Magdalena nunca le había hablado de aquella pasión oculta, y por mucho que le intentara convencer de que no se iba a arrepentir, pasar una hora en la Sala Cultural de unos grandes almacenes no era una oferta demasiado tentadora. El hecho de que al llegar al lugar comprobara que la supuesta exposición se había transformado en un audiovisual de unas quinientas diapositivas sobre Tokio, Kyoto y alrededores, no hizo más que reafirmarle en su idea inicial y lamentar de corazón el no haber sabido dar una excusa a tiempo, le perdía su poca capacidad para llevar la contraria y quién sabe, si en lo más oculto de su interior, la lejana posibilidad de que aquella tarde terminara en una cena con sushi y en un apasionado revolcón con regusto a sake en casa de Magda.

Le sorprendió que el acogedor salón en el que iba a tener lugar la proyección se fuera llenando de gente. Todos parecían tener prisa por ocupar la mejor localidad, una mullida silla en la que, en el peor de los casos, podría relajarse a la espera del final del acto. Jubilados, amas de casa, gente indefinible y algún que otro personaje asiduo a este tipo de acontecimientos, preferiblemente con posterior vino español, empezaban a dejar pequeño el lugar. Rápidamente encontró al señor calvo de anticuadas gafas y bolsas de plástico en la mano que no se perdía ni una sola de estas cosas: Conferencias, recitales poéticos, actos políticos, demostraciones de los más diversos productos, liturgias religiosas... El mismo individuo con el que siempre coincidía en las escasas ocasiones en que se animaba a participar en un acto social, el mismo tipo de siempre al que alguna vez había estado tentado de saludar, el ser al que no hacía mucho tiempo había visto rebuscar en las papeleras.

La calefacción empezaba a resultarle excesiva para un febrero claramente continental. Se quitó el jersey y lo colocó cuidadosamente sobre las rodillas en las que guardaba el abrigo de paño barato. Las manos le sudaban y quería evitar a toda costa dicho efecto por si, en algún momento, intentaba un acercamiento hacia el apetecible cuerpo de Magda. Llevaba mucho tiempo queriendo traspasar la barrera de la amistad para convertirla en otra cosa mucho más sugerente. Sonrió al descubrirse observado por su acompañante, esperaba no haber dicho ninguna de las cosas que pensaba en voz alta como a veces temía, y tras guiñarle un ojo se concentró en la modulada voz del presentador que deseaba buenas tardes y agradecía la compañía de los presentes.

Resultó que el autor de las fotografías tenía un largo historial en este tipo de asuntos, que había viajado por medio mundo y que su ojo era prácticamente el del objetivo de la cámara que siempre le acompañaba. Tras unas cuantas palabras más de elogio y admiración, cedió el micrófono al centro de todas las miradas. El artista carraspeó levemente antes de dirigirse al expectante auditorio. No defraudó su palabra al decir que iba a ser breve y tras unas cuantas notas introductorias acerca del viaje y de la civilización oriental, dio paso a la música que trajo de la mano el declinar de las luces y el inicio de las imágenes en la pantalla.

Todo transcurría según lo que se podía esperar en este tipo de actos culturales, se sucedían las instantáneas capturadas por el buen pulso del autor, ahora una panorámica, ahora un primer plano, igual pasaba ante los ojos del espectador el alero de una casa japonesa, una puesta de sol descerrajada en tonos naranjas que un bello rostro nipón empolvado de arroz. El ritmo era adecuado, no más de unos breves segundos en la pantalla dejaban paso a otro reflejo en la retina de la concurrencia, la música traía olores a junco y samuráis, de vez en cuando un fundido, un poco más tarde un encadenado que terminaba con un cambio de melodía, de lo místico a lo urbano, fotografías de jóvenes contestatarios que bailan al ritmo enloquecido de las máquinas. Entonces sucedió. Entre todo aquello que era lo convenido apareció un pie desnudo en un violento primer plano, algo inesperado que cayó en el olvido inmediato bajo un puente con nenúfares.

Miró a Magda buscando unos ojos de sorpresa. Está bien, ¿verdad?, es lo que ella le susurró al oído. Ni una pizca de asombro. Él pensó que había sido una ilusión, nadie de los presentes había mostrado la más mínima extrañeza ante la aparición de aquella diapositiva intrusa. No obstante, claramente había visto un pie, en blanco y negro, contrastando con la gama cromática del resto de la exposición, casi podría jurar que era de hombre, ancho y con uñas descuidadas. Apoyó la espalda en el respaldo del asiento y miró a su alrededor para encontrar decenas de ojos clavados en la pantalla. Todo estaba en orden. Pudiera ser que su mente, después de un día duro en la oficina, le estuviera fallando. Ahí seguían los trenes ultra veloces, los puestos de comida en la calle, los kimonos resbaladizos... Japón en todo su esplendor. Quizá al autor se le había colado una por equivocación. Pero no, no se trataba de una equivocación. Ahí estaba de nuevo, un hermoso ejemplar de pie masculino, ahora de perfil, que iniciaba un movimiento cortado en seco. Ahora estaba absolutamente seguro de lo que había visto. ¿Te has dado cuenta?, casi gritó mirando a su acompañante. Ella le hizo la señal pidiendo silencio mientras le miraba con cara de extrañeza. No, era evidente que ahora tampoco lo había visto, ni ella ni el resto del público que seguía con interés el devenir del reportaje. Buscó los ojos del fotógrafo, sentado en un lateral de la sala siguiendo a ratos la historia gráfica nipona, esperando encontrar una mirada que le comprendiera. Pensaba que a lo mejor se trataba de un experimento conductista o algo así, aquel farsante no era un fotógrafo sino un psicólogo, sociólogo o similar realizando un experimento de campo sobre el seguidismo de la masa. No encontró mirada alguna y decidió centrarse en la pantalla como si de un cazador furtivo se tratara. Ahí estaba de nuevo, desafiante, inexplicable, un nuevo ejemplar podológico que había decidido amargarle la tarde y hacerle olvidarse de sus planes eróticos con Magdalena. ¿Cómo era posible que sólo él se hubiera dado cuenta?. ¿Acaso se encontraba en una onda distinta a la del resto?. Ahora lo había visto con total nitidez, un pie de hombre con signos evidentes de fatiga. Y el fotógrafo que ni se inmuta. Por un instante pensó en levantarse y preguntar qué estaba pasando. Pudiera tratarse de una nueva manifestación artística, una representación con un sentido metafórico, los pies como imagen del caminante, del perseguidor, el aceite que le falta a la maquinaria. Desechó la idea ante la pasividad de los demás, ni la más incipiente señal de sorpresa. Entonces, unas uñas rojas casi le hicieron gritar.

No era posible, ahora claramente se había visto un pie de mujer, en blanco y negro como su homólogo, a excepción de un rojo hiriente en las uñas, justamente entre un descomunal rascacielos y una parada de metro. La música se volvió inquietante, estridente, parecía sacada de una mala película neo expresionista alemana. Era un pie muy hermoso, digno de un fetichista que lo supiera amar y valorar. Su desnudez le incomodó por primera vez. Llevaba un tiempo notando las interrogaciones de Magda, su cada vez menos disimulado malestar ante la conducta de su compañero. Éste intentó guardar la calma, de nuevo esperó no haber hecho nada inoportuno, ajeno al resto del mundo como se encontraba desde la aparición de aquellas extrañas presencias. Estaban ahí, a la vista de todos, magníficamente desnudos, más claros que muchos de los fenómenos paranormales que otros admitían en llamadas nocturnas a los programas de radio que tanto miedo le daban. ¿Nadie iba a hacer nada para detener todo aquello?. Una voz gritó en su cabeza que no, justo en el momento en que les vio aparecer a los dos, casi de la mano, podría jurar que andando tranquilamente, pudiera ser fruto de una sucesión rápida de imágenes y el engaño de la retina. Lo que más le inquietó es que parecían felices y que casi se atrevería a decir que sonreían. La música cesó, al menos entre sus orejas, el acto parecía seguir según lo planificado para el resto de la audiencia, y los pies se acercaron hasta tocarse.

Magdalena miraba a su amigo con preocupación, le veía inquieto, sentado a duras penas en la silla, removiéndose como si tuviera prisa por acabar o como si aquello le estuviera entusiasmando de un modo sorprendente. No sabía a qué achacar los movimientos casi epilépticos de su compañero de tarde. ¿Te pasa algo? No obtuvo respuesta mientras veía brotar un reflejo en la sien de su amigo que terminaba convertido en una gruesa gota de sudor que le resbalaba por la mejilla. ¿Te encuentras bien? Estás muy pálido, le dijo en un tono maternal. Él la miró y sonrió levemente queriendo decir que estaba bien, mintiendo para tranquilizarla. Magda volvió a intentar concentrarse en las fotografías y su acompañante a cerrar los ojos con fuerza para que desaparecieran los veinte dedos rojiblancos que le tenían sumido en un estado cercano al shock. Sus apariciones se hacían cada vez más frecuentes, estaban ahí, imposible negarlo, al menos para él. Y bailaban acompasada y cariñosamente al ritmo de la música oriental que imaginaba debía acompañar la proyección.

No recordaba haber padecido nunca alucinaciones, qué otra cosa podía ser todo aquello, y a la vez que sentía algo cercano al terror de un niño, no quería salir de allí sin encontrar una explicación. Ya sólo veía pies por todas partes de la pantalla. Se movían, subían, bajaban, se salían del plano bidimensional y parecían dar la vuelta al otro lado. Pies grandes, pequeños, con prisa, sin ella, juguetones o aburridos, espléndidamente desnudos mientras miraban al auditorio sin sorpresa ni pudor, tan humanos que parecía que en cualquier momento iban a comenzar a hablar. Por fin se relajó y Magda se dio cuenta de ello. Ahora sí que está disfrutando del viaje, pensó enternecida mirando el perfil brillante de su amigo. Éste se sintió especial por unos momentos, aquel espectáculo indefinible parecía estarse representando para él, una función única a la que pronto dejó de buscar significado. Cuando el telón bajara necesitaría tiempo y silencio. El código convencional, los mensajes se habían vuelto cifrados o tal vez era todo lo contrario, las ondas se revelaban en su esencia y querían marcar el camino a otra parte, otra cosa, se había abierto un agujero en la realidad que por una parte deseaba se cerrara para siempre y por otra que el albañil le dejara mirar por el hueco de vez en cuando, pisando fuerte para no perder el equilibrio y caer a ese lugar del que seguramente no sabría volver. Casi podía oír el rumor de una cascada, sentir el vapor de agua en la cara, frío en los huesos y unas ganas incontenibles de llorar. ¿Me oyes?

Cuando Magda le hizo recordar el lugar en el que estaban, había olvidado por completo cualquier plan establecido hacía apenas unas horas. Se despidió como pudo de ella, pretextos no le iban a faltar, no hubo preguntas. Un par de besos y un ya hablaremos. Salió rápidamente de la sala y se apresuró rumbo a casa, eso sí, evitando mirar otra cosa que no fueran los ojos de la gente con la que se cruzaba.

viernes, 17 de julio de 2009

REVOLUCIÓN




La noche cae en la vieja ciudad colonial y ésta se queda triste, sin ganas de ver un nuevo día, ni la música quiere salir a dar una vuelta, a contemplar el panorama desde el cielo cada vez más negro, como el ánimo de sus habitantes. Antiguamente dicen que era tan blanca que vista de lejos se podía confundir con la espuma del interminable océano que la rodea. Ahora es gris, sucia y se cae por entregas, la basura amontonada en las aceras, un olor atosigante que se mete en la nariz de los viajeros y no les abandona hasta unos días después de la vuelta al confortable hogar. Las gentes que la habitan resisten con una dignidad obstinada, media sonrisa en la boca cada vez que alguien se para a escuchar las interminables historias que cuentan, esperando el día en el que su mala suerte hará las maletas para siempre. Hace cincuenta años que triunfó la Revolución y perdieron casi todos los demás.

Los padres de Vladimir fueron los primeros en salir a las calles de la ciudad a celebrar la derrota del dictador, un militar de tantos que un buen día creyó tener la solución para todos los problemas, al menos los suyos. Las avenidas, las plazas, las playas se llenaron de ciudadanos decididos a festejar la noticia con la mirada vidriosa y unas ganas enormes de vivir. Se había acabado la esclavitud y el hambre de tantos años, el futuro aguardaba a la vuelta de la esquina y una primavera cargada de promesas estallaba entre las baldosas. La Revolución se instaló en los palacios, quería abrir puertas y ventanas para que el aire limpiara la vergüenza pero pronto las cerró para que no entrara nadie más, ni siquiera aquéllos en cuyo nombre habían cogido las armas. En qué momento se nos borró la sonrisa, se preguntarán años después los padres de Vladimir, el hijo que llegó con una hoz debajo del brazo y terminó siendo una guadaña.

Dijeron que hacía falta tiempo, que el Imperio se había cebado contra ellos, que nunca creyeron que intentaran aplastarles con tanta rabia y que era necesario resistir, aguantar unos años hasta la victoria final que recorrería todo el continente de norte a sur, como un río de lava imparable y purificador. Y muchos les creyeron. Sacrificaron comodidades y libertades a cambio de un futuro que cada vez parecía más lejano y borroso. La penumbra se instaló en pueblos y ciudades, no tardaría en llegar el miedo. Vladimir nunca ha conocido otra cosa. Estudió gracias a las ayudas del Estado, no se habría curado de aquellas extrañas fiebres de no haber sido por el Hospital del Pueblo, seguramente ya estaría muerto sin la protección de la policía que ahuyenta a los facinerosos... Pero hay días que preferiría que no le hubieran prestado tanta atención. Su madre le cuenta que hubo un tiempo en el que la isla era parte del mundo, un lugar que visitaban los privilegiados a los que ellos miraban con envidia y a los que algún día quisieron parecerse. Hace mucho que el tiempo se detuvo, que les sacó de la Historia, que les olvidó en aquel lugar asolado del que ni las ratas pueden escapar. Pronto hará diez años que el padre murió en una de las cárceles del Régimen donde acabó acusado de deslealtad, denunciado por sus vecinos de toda la vida enrolados en el Comité para la Defensa de la Revolución. El CDR era la policía que todo Sistema necesita para velar y preservar la pureza de las ideas, los ojos y los oídos que no duermen al acecho del traidor al que delatar, un número más en la cartilla del buen ciudadano, un escalón en el camino hacia el modelo de civismo. Vladimir calla y espera.

Permisos para viajar a otra ciudad, para coger un transporte público, para acceder a una vivienda, para solicitar un vehículo, para montar una pequeña cooperativa agrícola de la que sacar algo de sustento, para montar un negocio familiar. Permisos para pensar. La vida se estrecha cada día, la burocracia lo inunda y lo gangrena todo, ni las ganas de bailar les van a quedar. Hay temporadas en que la tuerca no deja de girar, en que las paredes se mueven hasta asfixiar. No saben que muchos les observan desde miles de kilómetros, las noticias llegan con mucho retraso, sólo les enseñan un lado de la moneda sostenida por unas manos manchadas de sangre. Su desesperanza no sería tanta si conocieran que alguien se acuerda de ellos además de los turista que les visitan cada vez menos, la pobreza es tan deprimente. Algunos se quieren mezclar con el pueblo, conocer su vida al microscopio, entender lo difícil que es vivir sin esperanza, sabiendo que el día de mañana será como el de hoy, en el mejor de los casos. Es entonces cuando preguntan por el exterior, qué piensan de su situación, me podría ayudar a salir de aquí. La propaganda y los desfiles cada día confunden a menos, algo se está moviendo poco a poco, nada teme el que nada tiene que perder. Una Revolución cada cincuenta años y una generación perdida por el camino. La hora se acerca.

Trabajar para sobrevivir y poco más. Los hijos que llegan un minuto después de que sus padres se arrepientan, el ron y la cerveza bien fría sirven para atontar la cabeza, para imaginar que están en otro lugar, en otro tiempo, hielo machacado y un poco de camaradería al son de aquellas canciones que se hicieron para las cinturas, el amor que les enseña un trocito del otro lado del que vuelven con los hombros pesados y arrastrando los pies. Hubo un tiempo en el que creyeron en la Revolución, muchos desde otros lugares la miraron con envidia, fueron un modelo a estudiar en la Universidades, a debatir entre fotos de guerrilleros y ponchos de lana. Hoy casi nadie cree en nada y andan buscando a tientas el botón que encienda la luz. Se han acostumbrado a hablar en voz baja, a mirar al otro lado del bar cuando entra por la puerta el delegado de cuadra del CDR, a escupir entre dientes y a abandonar el lugar sin levantar sospechas. Unos pocos no pueden con todos durante todo el tiempo. Alguien debería recordárselo. Siempre ha sido así, los libros cuentan historias parecidas desde California hasta Manchuria, quinientos años antes de Cristo y más de mil después de Mahoma. La sangre no ha dejado de fluir.

Desconchados, pinturas resquebrajadas, techumbres en el suelo, luces apagadas que huelen húmedo, papel de periódico amarillo, pucheros a medio vaciar recalentados a base de nada, llaves extraviadas sin cerraduras con las que frotarse, adoquines unidos con barro y barro enfangado, humo de algo parecido a gasolina y ruidos de máquinas oxidadas, pizarras con tizas que se resisten a contar lo que ellos quieren, lazos blancos desgarrados, barandados cojos para apoyarse a mirar la pared, asfalto sin delimitar por el que renquean los automóviles, pies descalzos que chapotean entre las ortigas, acantilados rasgados por el vidrio, atragantados entre plásticos, vertederos descomunales putrefactos bajo las gaviotas, la casaca del General con su latón reluciente, unas manos ásperas que tapan la boca, el cianuro y la cirrosis, boleros desteñidos bajo el sol y danzas con recuerdos africanos, descamisados en los arcenes, sexo de alquiler. La vida que se escapa a jirones.

Cuando besó a su madre sintió que podía ser la última vez. Carlos, José , Ernesto y los demás le esperaban en el sitio convenido. En su cabeza rebotaban las palabras, acolchadas por una mano en la boca, que hacía tiempo le había dicho un amigo al ver a un soplón que paseaba con chulería por la vereda de enfrente. A ése, cualquier día lo encontrarán desangrado en la plaza. La pólvora estaba bien esparcida y él llevaba la mecha en la mano.

martes, 14 de julio de 2009

NATACIÓN

Me voy a dar un baño, no aguanto más. Se levantó de la toalla, se calzó sus sandalias de surfista y se fue hacia la piscina. Apretó el botón de la ducha y agradeció el contacto frío del agua sobre su cabeza. Qué calor. Acabado el impulso, se pasó la mano por el pelo para echarlo hacia atrás y se colocó el preceptivo gorro. El nublado cielo le impedía calibrar la limpieza del agua gris de la pileta. Algo le hacía sospechar que no demasiado. Hojas de varios tamaños, provenientes de los árboles cercanos, se acercaban a la orilla para confirmar su impresión. Bueno. Se sentó, nunca fue amante de alardes acrobáticos a la hora de zambullirse, y discretamente entró en el agua. Templada. Gorritos multicolores, como bolas de billar flotando en una balsa de plomo líquido, le hicieron calibrar el número de nadadores. Se podría mover a gusto y desentumecer sus pobres hombros. Apoyando los pies en la pared, tomó impulso y comenzó a nadar a braza, su estilo favorito. Notó como si flotara más que de costumbre, se sentía dueño de su cuerpo, de un modo que no lograba recordar. Con ligerísimos movimientos avanzaba plácidamente buscando la otra orilla. Acompasando la respiración, disfrutando del instante, sintiendo su cuerpo recorrido por el placer. Tocó la pared y se puso de pie. Le parecía increíble lo rápido que había llegado y la total ausencia de cansancio. Repitió la operación buscando el punto de partida. Se acordó de un chico con el que coincidió varias veces, siendo niño. Un chaval que vivía unas calles más allá de la suya, muy delgado, rubio, ojos azules y venas marcadas en los brazos. Callado, diríase que triste. Sólo se animaba cuando alguien le retaba a correr. A qué no le ganas a José Antonio, te dejamos hasta ventaja, niñato. Parecía que su vida consistiera en correr y correr, por el simple gozo de hacerlo. Sumergió un poco más la cabeza, expiración, sacarla del agua, inspirar... una y otra vez. Los ojos le escocían por el cloro pero merecía la pena. Tocar la pared y vuelta a empezar. Algo así debía sentir José Antonio. Mente y cuerpo unidos en el esfuerzo. Felicidad plena. Apartaba el agua con mimo, acariciándola, las palmas de sus manos hacia afuera, abriendo un camino invisible por el que deslizarse. Aceptó el reto. No se le daba mal. Venga, una vuelta a la iglesia, el que toque primero la mano de Mario, ha ganado. Se colocaron hombro con hombro en la estrecha acera. José Antonio le miraba de reojo y sonreía. Uno, dos, tres... Ya. Los primeros síntomas de fatiga. Llevaba cuatro o cinco anchos, sin parar, no me lo puedo creer. Un ligero calambre le subía por el dedo gordo del pie. Inspira, inspira. Casi aletargado, seguía moviéndose imperceptiblemente. Abre bien la boca y sigue, sigue, sigue... Corría todo lo que le daban sus piernas, codo con codo con su rival, oyendo su respiración entrecortada. Pensaba que el corazón le iba a estallar. Aguanta. Cuando tienes doce años, tu prestigio, el poder seguir bajando a jugar a la calle, depende de cosas así. El agua se le metía por los oídos y la nariz. No puedo más. Pero algo le decía que debía continuar. Un poco más, sólo un poquito, me lo debes. José Antonio se le iba adelantando, veía su esquelética espalda y empezó a oír los gritos de los niños al dar la vuelta a la última esquina. Apretó los dientes, tenía ganas de llorar, veía a Mario a lo lejos, cada vez más cercano y los ojos sorprendidos del niño atleta. Con el aire de los pulmones a punto de consumirse, el agua entrando por la boca, mareado por el esfuerzo y el cabeceo, alargó la mano para agarrarse a la pared de la piscina. Y tocó la mano de su amigo Mario.

EL DÍA QUE MURIÓ KURT COBAIN

Estaba repasando los trocitos de música que he ido dejando caer por aquí. Bien. Están casi todos los que son. Pero me he dado cuenta de que todavía no había aparecido por aqui un grupo imprescindible, trascendental para mi generación y lo que vino después. NIRVANA.

Imposible explicar lo que supuso en su momento. Pero sí que recuerdo, como si fuera hoy, lo que sentí el día que Cobain se quitó de la circulación. 27 años, como otras leyendas del rock. Si quieres convertirte en una estrella ten cuidado el año de tu vigesimoséptimo cumpleaños, que tus guardaespaldas te vigilen día y noche. Por si acaso.

Pues eso, que estaba yo tumbado en mi cama, era por la tarde, cuando por la radio dijeron que Kurt Cobain había muerto. No podía ser. La noticia me llegó a través del programa de Radio 3 que más había hecho por difundir el grunge y sus aledaños. El locutor estaba destrozado, los oyentes también. Así lo comprobé cuando abrió los teléfonos y la gente lloraba al comentar la noticia. Algunos incluso cantaron sus canciones favoritas al otro lado de la línea, acompañados por sus guitarras eléctricas. No lo olvidaré.

Qué decir de un grupo que sigue vivo en la memoria de mucha gente, un grupo que tiene algunos vídeos en youtube que han sido vistos más de once millones de veces, que sigue suscitando comentarios todos los días... Si esto no es la inmortalidad, anda muy cerca.

Termino con un recuerdo para los compinches de Kurt, Cris Novoselic (al que le perdí la pista) y Dave Grohl que se destapó con el tiempo como un magnífico músico en los Foo Figthers.




sábado, 11 de julio de 2009

CAMPOS DE ESTRELLAS

La escalinata de piedra te recibe negra, húmeda a pesar del sol, nada más salir de la estación. Es el anuncio de lo que espera al viajero, la señal que debes seguir. Ascendiendo por la impersonal avenida, jalonada de edificios oficiales, llegas a una zona que da la impresión de estar amurallada porque nada más ingresar en ella dejas atrás el ruido y te sumerges en un laberinto de callejuelas porticadas y empedradas. La luz se hace difícil, la geometría árabe. Los peregrinos vienen y van mientras callan en diversos idiomas.

Inesperadamente llegas a una plaza, con su imprescindible fuente central. Unas cuantas escaleras más te llevan a la entrada de servicio del cielo. Una sinfonía de piedra verdosa te aplasta a la vez que te eleva. Rodeando el espectáculo llegas a la gran plaza rectangular. Silencio. Un millón de voces ni siquiera llegarían a tocarte. La gente aprovecha la escasa sombra que derrama el ayuntamiento a estas horas para sentarse, refrescarse, descansar y mirar elevando los ojos. El tiempo ha quedado abolido.

Nuevos peldaños desgastados para llegar a la Gloria recubierta de andamios que susurran en inglés. No toques la piedra, ya ves lo que pasa. Recordabas las naves más largas, no tan altas, la memoria es caprichosa y juega al escondite. La luz del mediodía esparce por el lugar un toque sombreado. A los lados, confesionarios multilingües, en el centro, zonas vedadas a las pantorrillas desnudas ruegan una oración.

Me gustaría darte un abrazo pero han cerrado las puertas. Me conformo con verte de lejos, cosa que no puede hacer con los tiburones, de vacaciones en otras aguas. Los tubos de los órganos centenarios miran disimuladamente los objetivos de las cámaras de los turistas. Lamento que ninguna mano certera envuelva el aire con sonidos que ahoguen los flashes. Cierro los ojos y me veo en un campo de estrellas.

jueves, 9 de julio de 2009

POSTALES



Una mujer con chaqueta, paraguas bajo el brazo y bolsa de la compra, pasea en esta tarde de verano por la orilla del mar y se moja los pies desnudos. No ha reparado en otro paraguas solitario clavado en la arena que alarga el cuello desde la toalla. Puede que el dueño lo haya dejado huérfano. Entra en escena otra mujer, por el otro lado, más joven que la anterior, de edad indeterminada sostenida por unas piernas robustas. También lleva la obligatoria chaqueta y un vestido de otro tiempo. Morena de piel, cara ancha, ojos pequeños y labios rojos. Se detiene y mira el mar. Parece que se enfrenta con él, se acerca y se aleja de la espuma sucia, podría decirse que baila con el agua en un rito ancestral.

Hora incierta de la tarde azul, verde, turquesa y esmeralda. Huele a percebe y mar de verdad. El tiempo gris emplomece los edificios mientras la mujer parece que congrega y conjura a las gaviotas que danzan enloquecidas en el aire. Podría ir hacia adentro y no volver, como en aquel hermoso suicidio de película japonesa que sólo dejo círculos concéntricos en el agua blanquinegra. Hace diez años que le arrebató a su hijo mientras buscaba la ola de su vida, junto a otros surfistas de neopreno. Esta ciudad está llena de gente desolada que lleva a cuestas historias que arañan. Cómo gritan estas malditas.. Ahora es Hitchcock y pájaros chocando contra cabinas ensangrentadas que estallan en mil cristales que reflejan mis ojos enrojecidos.

Mar inmenso, padre océano, personajes que huelen a barro. Las gentes le visitan en peregrinación celta anterior a las imágenes católicas. Solos. En silencio. Van a ver al compañero. Un tranvía portugués busca la estela plateada de la tarde fría y triste. Los autobuses anuncian el ocaso. La noche parece no querer llegar empujada por el sol que se resiste a dejar de contemplarse en los cristales emplomados que saben a sal y moho. La luz repiquetea en la superficie calmada que espera la lluvia de aguijones. Niebla que rebota en las olas y acolcha un rumor sordo.

***

Las farolas se reflejan anaranjadas en el negro mar. Fuegos de artificio, estelas serpenteantes como los dragones chinos, surcos vibrantes en la noche que se escapa hacia el firmamento en un cohete espacial. El agua se ha incendiado. Papel celofán, papel de regalo para envolver el océano.Sólo echo de menos la luna de las películas, demasiadas nubes, sería mucho pedir. Ahora sé que apareció días más tarde, hay que saber mirar en la dirección adecuada, como en aquella lejana mañana en que nos fuimos a ver amanecer a la orilla de un mar extranjero y el sol nos cogió por la espalda. Cuánto daño nos ha hecho el cine.

La fuente ha dejado de sonar y nada más se escuchan coches de cuando en cuando, cada vez menos, hasta que llegue el momento en el que todo se pare y ni siquiera las gaviotas quieran dar vueltas sobre los neones tuertos y azulados.

***

Da pereza ponerse a hablar, a escribrir sobre el mar. Tantos lo hicieron ya que queda poco por añadir. Es sabido que viene y que va, que ruge y que vuelve, que estalla, se ennegrece, espejea, brillan serpentinas en la hora en la que se acortan las sombras, se extiende y se revuelve, huele profundo y me pica la nariz, te sumerge y te arrastra, golpea y araña las rodillas, vomita conchas y guijarros suaves como tus axilas, refleja el cielo y juega con las nubes, empuja a los barcos, amasa lodos y algas con un poco de sal para que las saborees con palillos, que sube y que baja, hace hombres a los niños y niños a los viejos, abraza y marea, te promete y siempre está, que es un buen lugar para morir.

lunes, 6 de julio de 2009

DIARIO DEL ALTOARAGON

Y otra buena noticia, hay días en los que uno está de suerte. Ayer apareció un nuevo relato de este plumilla en el periódico altoaragonés. No acabo de comprender cómo no llega, hasta el lugar de mis vacaciones, la distribución del mismo. Puede ser que no ayude el hecho de que está a 1000 kilómetros... Pero un esfuerzo ya podíamos hacer ¿no?. Acabo de mandar a mi señora, es una santa, a que recorra los kioscos aledaños a mi domicilio a la búsqueda de la tinta perdida.

Pues eso, dejo enlace al texto ,"Pasarela Cibeles", y muchas gracias, una vez más, a Myriam y Luis. Un abrazo.

REVISTA NARRATIVAS. NÚMERO 14

Pues sí, amigos, aquí estamos de nuevo. Se acabó lo bueno, la semanita anual que podemos pagarnos de vacaciones gracias al descomunal sueldo que me pagan mis jefes... A ver si la Literatura me saca de pobre... (¡Será iluso!).

Que estoy muy contento de andar de nuevo por este lugar, que tenía ganas de escribir alguna cosica (No pude utilizar el ingenio electrónico que me compré como yo hubiera querido. La gente es muy egoísta y no suelta el wifi ni a la de tres) y que espero ponerme al día en los distintos frentes abiertos.

Y para empezar, una alegría. Los amigos de la Revista Narrativas me han publicado un relato, de nuevo, en el recientemente aparecido número del trimestre. Se titula "Dios es un trompetista negro", es inédito (cómo suena esto) y a mí me gusta mucho. Tiene deudas evidentes, a ver quién las encuentra, pero me dejó bastante satisfecho.

Muchas gracias a Carlos Manzano y sus compinches.
http://www.revistanarrativas.com/

ABIERTO POR VACACIONES