Acabo de terminar Tu rostro mañana (Veneno y sombra y adiós) que es la tercera parte del novelón, en todos los sentidos, de Javier Marías. Hacía tiempo me venía rondando por la cabeza la idea de que Marías es el mejor narrador español vivo. Y con esta obra ya no tengo la menor duda.
A Marías le ocupó ocho años de su vida el escribirla y a mí seis leerla. Gracias a mi manía de no quitarle el precio a los libros, incluso llego a guardar el resguardo de la compra a modo de marca páginas, he comprobado que la primera parte, Fiebre y lanza, la compré a finales de 2004, bien pudiera ser que a comienzos de 2005.
Ya era un seguidor del autor años atrás. Recuerdo que me acerqué a su obra a través de Corazón tan blanco y de Todas las almas. Y después sus libros de relatos y Mañana en la batalla piensa en mí, Negra espalda del tiempo... No me negaréis su habilidad para poner títulos.
Me parecía un autor “filosófico”, de escritura pulcra, culta, elegante. A veces lo veía como un gran contador de historias y otras como un artesano de la palabra. Me resultaba difícil encuadrarlo, quizá ahí radique su magisterio, la combinación exacta de los términos tan recurrentes de “fondo” y “forma”. Me gustaba su sentido del humor, fino y agazapado detrás de cada una de sus líneas.
También me parecía muy atractiva su figura humana, su persona, con ese aspecto refinado y educado, tan inglés en un país tan alejado de aquel estereotipo. Para mí siempre será el joven Marías, como lo bautizó Juan Benet, una especie de enfant terrible de la Literatura española, un icono de modernidad y buen gusto.
Como os decía, hoy de madrugada, eran las dos de la mañana, he terminado de leer la tercera parte de TRM –así abrevian en su web al referirse al libro-. Me había dejado cincuenta páginas para degustarlas a la vuelta de la Nochevieja, en el peor de los casos para leerlas de buena mañana, mientras la ciudad dormía y yo madrugaba. Este libro lo compré 23 de noviembre de 2009, justo al día siguiente de acabar subyugado por su antecesor, la segunda parte que se subtitulaba Baile y sueño. Comprobaréis que no me he dado mucha prisa en acabarlo para tanto que os digo que me ha gustado. Me explicaré.
En los últimos años leo muy poco, menos de lo que yo tenía por costumbre y seguramente menos de lo que debería. Puede que ahora compense mi afición escribiendo mis tontadicas, mis mamarrachadas. TRM ha sido algo así como el leit motiv de mi vida en los últimos tiempos. Ha sido la obra a la que he ido y vuelto siempre que tenía ocasión, cuando mi afición lectora renacía y no se limitaba a los libros de cuentos con los que he ido entreteniendo el tiempo. No son libros para leer en el autobús, que es a lo que me he acostumbrado últimamente, ni casi en la cama antes de dormir por su peso y voluminosidad. Enfrentarse a Marías requiere tiempo y un pequeño esfuerzo.
He ido leyéndolo como quien recurre a la Biblia para buscar consuelo, por el simple placer de leer, de sumergirme en su prosa y en la musicalidad de sus palabras, en su impecable ritmo, en su manejo de las citas y el tiempo, en su estilo digresivo que sin necesidad de contar te involucraba, te ataba a la trama de un modo definitivo. Leía, lo dejaba y a lo mejor regresaba tras días, semanas, puede que meses de ausencia. Pero siempre volvía. Es como el amigo que sabes que no te va a fallar. Y ahora que he terminado esta dulce y titánica batalla me siento vacío y algo triste. Marías confiesa que ha quedado exhausto después de estas casi 1600 páginas que componen la totalidad de la obra. No está nada mal sobre todo teniendo en cuenta que comenzaba diciendo “ No debería uno contar nunca nada...”. Que seguramente nunca volverá a escribir novela, que siente que todo lo ha dicho ya. Los lectores seguramente nunca podremos volver a leer otra novela del mismo modo que antes de TRM, obra monumental y me atrevería a decir que histórica. Sólo por ella uno debería entrar en el Parnaso, junto a los grandes escritores que en el mundo han sido, mis amigos los del boom que leí hace más de veinte años y que me convencieron de no intentar lo de escribir por los siglos de los siglos, los narradores europeos que no he frecuentado pero que ya están en todas las enciclopedias. Leer TRM te apabulla y te hace sentir enormemente pequeño, hacerte dudar de la conveniencia de seguir juntando letras, todo está dicho ya desde hace mucho y de modo impecable, tan hermoso.
Jacobo Deza, Tupra –o Reresby, o Dundra, o Bertie-, Sir Peter Wheeler, De la Garza, Custardoy, la joven Pérez-Nuix, Luisa, el padre de Jacobo –o Jacques, o Jack, o Jaime- son personajes difíciles de olvidar. Son los protagonistas de un trocito de tiempo que se quedará flotando en las casas de quienes se aventuren en sus páginas.
No había mejor manera de acabar un año y empezar otro, parece que incluso se trata de una nueva década, que de la mano del señor Marías. Las últimas setecientas páginas, especialmente Sombra y Adiós, se leen con el apremio del que se ha enganchado a algo y ya no puede pasar sin ello. Me quedo con los diálogos entre padre e hijo, con la presencia de la muerte, con la descripción del amor y la ausencia. Con tantas cosas. La novela se va acelerando y al final nos sitúa al borde de un abismo al que no dudamos en saltar. Perdón, nada de ¿Literatura? hasta pasado un buen tiempo. Qué ridículas me suenan mis palabras al hablar de algo tan grande.
Os animo a entrar en el mundo de este singular escritor, quizá no de la mano de TRM, probad con sus cuentos, con alguna novela inicial... si me permitís la sugerencia. Yo lo he disfrutado muchísimo y sin duda ya es parte de mi vida.