miércoles, 31 de diciembre de 2008

"INEVITABLE" DE MARIO VIÑUELA

Saltando de flor en flor, me he encontrado esto. Llevo unos días viendo cine, otra vez. Los caminos se cruzan y te llevan a lugares inesperados. Alguien me habló de un corto, y de otro. Pensé en comprarme una cámara. Yo soy así. Me emociono y me gustaría embarcarme en proyectos que me saquen de la rutina, mira que si... Luego no lo hago, claro. Sólo lo pienso y ya está. No soy un tipo de acción. Yo soy el que mira, el que os mira.

Viendo la historia que os dejo aquí abajo, me acordé de un texto que escribí hace tiempo. Ya me parezco a mi madre, sacando cosas y cosas de la nevera para que tengáis algo que comer. Me ha gustado y no he querido retener el impulso, como tantas veces, de contarlo. A mí me ha sugerido muchas cosas. Si además lo hubiera protagonizado Paula Prendes, no habría podido quedarme más satisfecho.

Silencio.

Luces.Cámara.Acción.





Esto es lo que yo un día escribí, quién sabe si pensando en ti

TE QUERRÉ SIEMPRE, CLARO.

Te querré siempre. Así lo había escrito en la servilleta del bar. Cogidos de la mano, mirándose a los ojos, ella aceptó el reto y se lo puso por escrito. ¿Me querrás cuando tenga sesenta y cuatro años? Claro, toda la vida, eres lo mejor que me ha pasado. Pues pónmelo por escrito. ¿A qué no te atreves? Te querré siempre. Cogió el trozo de papel, lo dobló con mimo y lo guardo en el bolsillo de la camisa, al lado del corazón. Cuando llegó a casa, lo sacó, lo desdobló y con una sonrisa en los labios y ganas de llorar, lo volvió a leer. Te querré siempre. María. 14 de Junio de 1996. Lo metió en la caja de los tesoros, de sus tesoros, la sonrisa paralizada por el sabor de una lágrima. Allí descansaría junto a algunas entradas de fútbol, a otras de baloncesto, a las casi invisibles del cine y a la de los conciertos que le hicieron feliz a lo largo de su vida anterior a María. Así contaba el tiempo, nada de A.C. ni de D.C. María, sólo María. Creía que el compromiso no volvería a salir de la caja. Tanto tiempo buscando y al fin lo había encontrado: El amor. Tenía miedo. No era sencillo ser feliz. Miedo de perderlo y del dolor que eso le produciría. No aguantaría. ¿Y tú? Yo, también. No hace falta que te lo escriba, sé que me crees. No, no... por escrito. Te querré siempre. Lo escribió mientras pensaba que pasara lo que pasara, sería así, aunque no acabaran juntos, él siempre la querría. Una cosa más. ¿Me lo dirás cuando me dejes de querer? Eso no va a pasar. Si pasara... No pasará. No me lo dirá, sé que no me lo dirá. Si se acaba, se acabó. No seas tonto. Bésame. Te quiero y es lo único que importa.
* * *
Encontró la caja que había olvidado y perdido al fondo del cajón, del cajón de su vida en común en el que había encerrado todo lo que quería, todo lo que en otro tiempo amó. Todo.




lunes, 29 de diciembre de 2008

NOCHEVIEJA FALLIDA

Seguimos con las fechas señaladas.Recupero, de nuevo, un texto escrito hace un año, en ocasión de otras fechas señaladas. Después del drama, la humorada, otra vez. Soy un tipo dado al chascarrillo y el bufonismo. Si no fuera por la comedia...

El 31 de Diciembre siempre le había puesto nervioso. Era una de esas fechas en el calendario que más valdría no existieran o que te dieran la oportunidad de ignorarlas, meterte en la camita, bien arropado si estás en este hemisferio, y a esperar que llegue el día uno. Mejor el dos. La gente se pone muy pesada con esto del Fin de Año, que más parece el fin del mundo. Pero es imposible sustraerte al ambiente de cotillón, pachanga y matasuegras que lo inunda todo. A mí no me gusta la Nochevieja. Y te miran de un modo extraño, entre perplejo y conmiserativo. Pobrecico, es un triste. Mira que no gustarle esta noche tan especial. Y es que lo de la diversión a fecha fija, el desfilar maquinalmente con una sonrisa estúpida en la cara y el estohayquehacerloporquetoca, nunca le gustó. Tanto preparativo, tanto ritual, tanta gente borracha al mismo tiempo, tanto dominguero de la última fiesta del año, termina por estomagar. ¿No te pasa a ti?

Aquel treinta y uno se despertó de buena mañana sintiendo que era treinta y uno. Los ángeles del cielo, de nuevo, no habían atendido sus plegarias y ahí le tiraban a la fría realidad, más temprano que de costumbre, para que te enteres, con todo un fin de año por delante, nuevo, a estrenar. Enchufó la radio mientras se duchaba y casi se parte una pierna al salir apresuradamente de la bañera, a medio enjabonar, para apagar el dichoso aparatito por el que, el locutor suplente de turno, la estrella de la cadena se ha quitado de en medio para relajarse en Bali o en otro paraíso artificial que ni siquiera sabe escribir, amenazaba con hacer un repaso del año político para después conectar con los corresponsales esparcidos por todo el mundo, para que contaran las tradiciones de cada uno de los lugares en los que malvivían con su sueldo de periodista, y terminar con los mensajes de paz, amor y no sé qué más, de los inquebrantables oyentes de la mañana. No por Dios, eso sí que no. Refunfuñando se acabó de aclarar con el agua helada, no por gusto sino por cortesía de su caduca caldera y se dispuso a lamentar su mala suerte. Otra vez. La idea de comprar el periódico se le pasó pronto. No soportaría ver de nuevo el resumen gráfico del año. La televisión era una opción, al menos no estarían los niños cantores del bombo ni los saltos de esquí. Decidió no tentar a la suerte. Por sí acaso. Así que desayunó frugalmente, estas celebraciones le encogían el estómago y se dispuso a leer un poco en su sillón favorito, bueno, el único que tenía pero a él, le gustaba. Cariño, baja un momentito al súper. Creo que he hecho corto con las uvas. Casi lo había olvidado. Este año el fiestón era en su casa. Se puso el chándal y suplicó porque aquello no fuera real. Y alguna botellita más de cava, darling. Era real.

Casi no habían abierto los empleados del supermercado, ataviados con sus ridículos y anacrónicos gorritos de Papá Noel, cuando ya el gentío se arremolinaba a las puertas para hacer las compras para tan señalada fecha. Feliz Año. Feliz Año. Buena salida y entrada. A pasar buena noche. Hasta el año que viene. La gente es muy original y te regala con toda una sarta de tópicos con la mejor intención. Algunos incluso se las dan de originales y ocurrentes, como si se lo acabaran de inventar mientras te guiñan un ojo y te palmotean en la espalda. Venga hombre, alegra esa cara. Dejados atrás la portera, el vecino del quinto que jamás te dirige la palabra pero que hoy está de buen humor, el barrendero, la de los cupones, los de los periódicos gratuitos, el pobre de la esquina con su gracioso gorrito rojo y su campanilla, la gorda del perro y los que se empeñan en andar en bici por las atestadas aceras, llegó a la puerta de la moderna Meca: El híper. La frutería a rebosar, codazos por coger número hasta que te enteras de que hoy va con vez. ¿La última? Tú. La uva a precio de caviar iraní. ¿No la tienes sin pepitas? Es que la agüela se empeña en metérselas de golpe y algún año nos va a dar un disgusto. Perdone, yo sólo quiero un poquito de uva. Yo también. Será un momentito. ¡Niño! Ponme medio de moscatel, unos tomates y piña. ¿A cómo la tienes? Al fin sale del aquelarre, dos kilos de uva después y con el ardor de estómago que no presagia nada bueno. Casi en la puerta de casa se acuerda de la botellitamasdecavadarling y desanda el camino, los ojos fijos en el suelo, esquivando a los pesados de turno. Por lo menos así evitará las cacas que van trufando el moderno y resbaladizo adoquinado con el que nos obsequia el ayuntamiento.

En el ascensor ya se percibían los aromas de los más diversos manjares que se estaban empezando a cocinar en las casas de los vecinos, agraciadas con la suerte de acoger una cena tan especial. Sopa de carne, sopa de pescado, sopa de ajo... sopa de sopa. Échale más fideos que esto no hay quien se lo trague. Antes de dar la segunda vuelta en su cerradura de seguridad, una oleada de robos en el barrio ha hecho que los cerrajeros hagan su agosto con bufanda, su mujercita le daba la siguiente orden. Bájate al trastero, cari, y ve subiendo las sillas plegables. Con tía Enriqueta me parece que somos diecisiete. Debería estar prohibido meter a más de dos personas por metro cuadrado en los humildes salones españoles. Luego puedes ir arrinconando el resto de los muebles para que quede espacio delante de la televisión. De paso, súbete un poco de nuez moscada, le dará un sabor muy rico al repollo. El repollo, ni que lo untes con esencia de rosas, tendrá buen sabor. Se ponga como se ponga. Con la imagen clavada en la retina, del culo de un pavo en pompa y de los ojos de unos pobres besugos boquiabiertos, bajó las seis plantas para evitar cruzarse con nadie en la cabina. Menudo frío hace en esta covacha. Aunque dan ganas de quedarse un ratito y olvidarse de todo. ¿Dónde habrá puesto la nuez moscada? Con los dedos a punto de congelarse, vuelve al hogar impregnado por los más diversos olores. Corta un poquito de turrón y pon mazapanes alrededor. Para dar de comer a esta tropa habrá que trocear la producción anual de jijona. Del duro, no, que al final no se lo come nadie. Pon del de trufa en escabeche, que está muy rico.

Pese a que no era ni siquiera mediodía, la cocina de su casa era un auténtico hervidero. Ollas y sartenes rebosaban por la encimera y la vitrocerámica, el horno abría su portezuela deseando engullir lo que habían preparado para él, las pozas repletas del más diverso instrumental culinario, un ir y venir del frigorífico a la mesa, un desempolvar cubertería, cristalería y mantelería… Para que todo estuviera preparado y la cena fuera un éxito que ni el quisquilloso primo Marcial pudiera discutir, había que encerrarse allí desde el punto de la mañana. El panorama era aterrador, aquello más parecía un campo de batalla repleto de sangre y vísceras que el laboratorio gastronómico de un hogar medio español. Era tal el frenesí en aquella habitación que intentó desaparecer antes de que a su esposa se le ocurriera otra ocupación que encargarle. Me podías ayudar con los canapés, cielito. Demasiado tarde. Centenares de tostaditas, ahumados, curados, salados, encurtidos y crustáceos después, le tocó empezar a fregar y recoger la primera tanda para ir haciendo sitio para el ataque final que todavía se prolongaría durante buena parte de la tarde. Deseó que todo acabara lo ante posible y que no le doliera mucho.

Los invitados empezaron a llegar antes de lo previsto. Su mujer ni se había duchado para eliminar el olor a langostino, repollo, pavo y besugo, que impregnaba su ya no deseada piel y que ni siquiera frotando con la esponja de crines de caballo lograría hacer desaparecer. Hola, tía, estás estupenda, ese abrigo fucsia te sienta ideal. ¿Dónde lo has comprado? Un buen rato estuvo haciendo de portero, abriendo puertas, atendiendo el telefonillo, dando y recibiendo apretones de mano, besos y alguna patada de cierto sobrino malcarado que no le perdonaba alguna ofensa que no lograba recordar. Dame los abrigos que los coloco encima de la cama, no tenías que haberte molestado trayendo esta botella de sidra. Alguno que llega ya con unas copitas encima, el gorro incrustado en la calva y un collar hawaiano que le llega justo por encima de la barriga. Alegría, alegría… Cambia la cara, hombre, que es Nochevieja. Ya, ya…por eso, piensa mientras aprieta los dientes y esboza algo parecido a una sonrisa. El ruido empieza a aumentar, los niños que se empeñan en hacer alpinismo por la librería, la abuela cada día más sorda, el cuñado sabelotodo que da una magistral sobre el IPC y el fin de año en el Kurdistán, ponme una cervecita, majo… que me tienes seco. Así me gustaría que te quedaras. El calor le saca los colores un poco antes que su suegra recordando el día que se lo presentó su hija y la pobre impresión que le causó. Piensa en abrir la ventana para que entre algo de aire y por si se tiene que tirar por allí. Le empieza a doler la cabeza y esto no ha hecho más que empezar, si por lo menos no se hubieran acicalado con litros de esos perfumes tan inolvidables.

La cena empezó tarde porque el tío soltero, Olegario, que no había confirmado su asistencia, llamó en el último momento para decir que acudiría y que le esperaran por favor. Debe ser que se le ha fastidiado el plan con la niñata con la que sale. Aquello se convirtió en una carrera para devorar todo lo que pasaba por la mesa y llegar con tiempo de preparar las uvas. Los nervios en el estómago y que si se me ha olvidado ponerme algo rojo, no, que este año hay que llevar algo dorado, que si mete el anillo en la copa de champán, en la copa de cava, con cuidado de no tragártelo, cuenta hasta diez y piensa en un deseo mientras aguantas la respiración, ayudadme a recoger la mesa y a hacer un poco de sitio, a ver quién adivina el último anuncio, podíamos hacerlo también con el primero, a mí no me pongas las uvas tan gordas, pélamelas, no así no que no vale y con un poco de suerte al año que viene me jubilo. La gente que se acomoda donde puede para ver el momento mágico, para cumplir con la tradición milenaria, a lo mejor no tanto pero como si lo fuera y el tipo de la capa que se junta con la del escote que tirita y se empeña en repetir, un año más, lo de los cuartos y todo eso, que a ver para cuando le dan un trabajo honrado y yo le pido al año que viene salud y que reine la paz en el mundo, feliz, feliz en tu día. Juraría que hay menos gente en la Puerta del Sol que en su salón, todos con la misma cara de embobamiento y absurda esperanza en un mañana mejor que nunca llega. Viva, viva… ya es Año Nuevo. Más besos, más abrazos, algunas toses, no sé si al año que viene estaré yo por aquí, yo tampoco, salud que tengamos, a bailar, a bailar, despacito que subirá el de abajo, que menudo carácter, un día es un día, abre la ventana que voy a echar un cohete, ponte el gorro, hombre, no seas triste y alegra esa cara que parece que te deben y no te pagan

Lo bueno de la Nochevieja es que sólo es una vez al año. Tienes trescientos sesenta y tantos días por delante para olvidarte de ella, descontando el siguiente a la fechatanseñalada en el que es imposible hacerlo, recuperando el cuerpo y el espíritu de los excesos del día anterior y de la saturación de buenos deseos y mejores sentimientos que inundan la última hoja del calendario y reparando el destrozo provocado por esa familia que tanto te quiere y no te mereces. Yo la cambiaría por algún añoviejo, incluso por más nochesnuevas , eso sí, en la Tierra del Fuego viendo desfilar a las ballenas.

domingo, 28 de diciembre de 2008

viernes, 26 de diciembre de 2008

LA ILUSION DE UN NIÑO


En estas fechas tan señaladas, no he podido por menos que acordarme de un texto que escribí hace un año, más o menos, en otras fechas igual de señaladas. ¡¡¡Otra vez es Navidad!!!




La noche era fría y él estaba aguardando su oportunidad. Había pasado mucho tiempo, demasiado, y ahora no podía fallar. Cabello largo, ensortijado, más bien enmarañado. Una peinada antes de salir no habría estado mal. Nunca se sabe con quién te puedes encontrar. La frente poblada de arrugas, apretadas como las lamas de una persiana cuando se enrollan, era ancha y ligeramente enrojecida por el sol. Generosas cejas enmarcaban unos ojillos hundidos más allá de lo normal. Todavía conservaban un rastro de alegría a pesar de todo lo que habían visto, de tanto horror difícil de imaginar. Carrillos apretados se adivinan bajo una espesa barba mal recortada, de la que asoman tímidamente unos labios de un rojo escandaloso y una incipiente sensualidad. El uniforme de rigor en estas fechas, la incomprensible raya en el pantalón. Una saca de fieltro espera enrollada a los pies. El momento se acerca. No ha sido buena idea traer la campanilla.


Un poco más allá, casi enfrente del gordito barbado, una cuadrilla a la que falta uno para tal nombre, no le pierde de vista ni un segundo. El mayor parece cansado, harto de siempre la misma historia. Peina canas, sólo peina canas, bien pudiera ser pariente del otro vejete. Piel blanquecina, grandes bolsas alrededor de unos ojos que algún día fueron negros. Ya no está para estos trotes pero hay que cumplir con lo establecido. Enrolla sus dedillos en el pelo de la barba y se siente mejor al notar los pies de su compañero a escasos centímetros de sus botas. Unas botas manchadas de barro a pesar de la montura, desgastadas de tantos caminos, con las suelas a punto de dejar de serlo. No le sientan muy bien esas mallas, demasiado apretadas, quizás. Guarda la espalda de su venerable compañero. Le apoya una mano en su fatigado hombro y le indica que no puede faltar mucho. La nuez se le quiere salir del cuello, trepar por la negra barba, apenas apuntada en la morena cara, pómulos marcados y labios apretados. Las aletas de la nariz se mueven al compás de su corazón. Un nudo en las tripas quisiera escapar, gritar, pasar a la acción. Por su frente sólo una idea, hay que cumplir con lo pactado, movimiento a movimiento. El viento agita sus cabellos y las orejas quedan al descubierto apenas por un momento. Un pequeño pendiente verde refulge a la luz de la farola. Este año también hace frío y se encasqueta el gorro para protegerse mientras se roza con el último de la terna. Si no fuera por sus brillantes ropajes ni se le vería. Cuando cierra los ojos la oscuridad le invade. Tintinean los aretes de sus orejas, una pluma le resbala por la cara, le hace cosquillas en la nariz chata. Los labios carnosos se ensanchan y esponjan cuando se acuerda de lo del año pasado y enseñan al hipotético espectador una magistral línea de marfil. El cuello se pierde debajo de la capa que ha tenido que recortar para no pisársela. Dan las diez. Ha llegado la hora.


Un estrépito recorre la plaza cuando los empleados de los grandes almacenes comienzan a bajar las persianas metálicas que protegen los escaparates. Los últimos compradores salen orgullosos y atiborrados de bolsones de plástico, qué poco costaría que fueran de papel. Nadie se da cuenta de que un gordo vestido de rojo se acerca a la entrada a una velocidad inesperada, seguido por tres tipos de estrafalaria vestimenta que desempolvan unas arcaicas armas de fuego.


"Quieto todo el mundo" - grita el canoso seboso mientras recupera el aire. De una patada ha abierto la puerta y ha derribado al sorprendido empleado que mira incrédulo cómo el abuelete desenfunda un arma. "Tú, gordo cabrón, hazte a un lado. Deja esto a los profesionales" - El negrito ha tomado el mando de las operaciones y apunta con su arma al que llegó primero mientras sus secuaces se despliegan por la Planta Baja, Sección de Complementos y Marroquinería. "¿Los juguetes? Por favor".

sábado, 20 de diciembre de 2008

NEORREALISMO


Para berbi.- Que me mostró el placer de la escritura.



... y una vez más, en el mes de Marzo la inflación ha subido y ya se sitúa en el 3.7% interanual. Eso decía la voz del locutor de la radio que le había despertado a las 6h40.Abrió los ojos. Entraba algo de luz por las rendijas mal ajustadas de la persiana de la habitación. Apartó el edredón y la sabana con su mano derecha, apoyó el peso en su escueto culo y levantando las encogidas piernas se giró hacia la izquierda. A la vez que se sentaba en el borde de la cama, apoyó los dos pies descalzos en el suelo buscando a tientas las zapatillas que no podían andar muy lejos. Metió el pie derecho y luego el izquierdo. Se levantó con cuidado para no despertarle y dio la vuelta a la cama, hasta llegar a la altura de la mesilla donde reposaba el reloj-despertador. Se agachó ligeramente y lo apagó. Desandando el camino con renovado sigilo, salió hacia el pasillo y cerró con mimo la puerta del dormitorio. De dos cortos pasos alcanzó la puerta del baño, la empujó y entró en el mismo. Sin darse la vuelta, con su mano izquierda la volteó suavemente hasta que quedó prácticamente cerrada. Guiñando los ojos para amortiguar la excesiva luz que había en su oriental baño, avanzó dos pasos más, flexionó las rodillas y levantó la tapa del inodoro. Se irguió y se giró sobre los talones para en un acto reflejo subirse el camisón, bajarse las bragas y sentarse sobre la taza, casi al mismo tiempo. El gorgoteo de su orina cayendo sobre la lejana agua, acabó de despertarla. Estiró la mano derecha y cogió entre sus dedos el blanco papel higiénico que ya necesitaba. Tiró hacia abajo y cuando estimó que era suficiente, lo cortó. Se secó con cuidado y lo lanzó a reunirse con su meada, por entre las piernas. Se levantó y con un suave movimiento se despojó de sus bragas, primero un pie y luego el otro. Bajó la tapa y apretó el botón. Un pequeño estruendo de agua purificadora sobresaltó la silenciosa casa. Descorrió la cortina de la bañera y se dobló de nuevo, esta vez para sacar el cubo de la fregona que reposaba allí adentro. Lo dejó a un lado y colocó el monomando de la ducha en posición central ligeramente escorado hacia la izquierda. Mientras, otra vez el agua, salía mansamente del grifo y rebotaba con tranquilidad en la loza, se echó hacia atrás y alargó su mano izquierda para entreabrir ligeramente la ventana corredera. Volvió hacia adelante y aproximó su mano izquierda hacia el chorro. Notó que la temperatura era la correcta y a la vez que se secaba en el bajo del camisón, lo agarró y subió hacia arriba para sacárselo por la cabeza y quedar al fin desnuda. Lo arrojó sobre el bidé y se introdujo en la bañera, levantando primero el pie derecho y luego el izquierdo. Depositó al lado, la toalla para los mismos y corrió la cortina para encerrarse lo mejor que pudo. Colocó el botón en la posición ducha y dirigió el telefonillo hacia su cara. Cerró los ojos y notó algo de frío. Agachó la cabeza y metió el pelo debajo de la cascada hasta que su melena se mojó totalmente y se le pegaba en la cara. Apartó el pelo y poniéndose recta se situó justo debajo. Cuando notó que ya estaba bien empapada, se apartó ligeramente y se mojó un brazo, luego el otro, levantó una pierna y luego la otra. A tientas cogió la esponja y del mismo modo el bote del gel. Lo abrió y vertió parte de su contenido. Dejó de nuevo el frasco y procedió a enjabonarse con mimo, ordenadamente y siguiendo el recorrido de siempre. Se demoró, como de costumbre, en sus pechos endurecidos, en las axilas y en el sexo. Frotó enérgicamente las plantas de sus pies. Aclaró la esponja, la colocó en su sitio y terminó por quitarse todo la espuma que había originado. Apagó el grifo, escurrió parte del agua que resbalaba por su piel y descorriendo la empapada cortina, salió de su sitio para quedarse de pie en la toalla, a la vez que se apropiaba del albornoz. Se enrolló otra toalla en la cabeza y tras secarse ligeramente los empeines de los pies, se calzó sus zapatillas y descorrió del todo la ventana. Introdujo el cubo en el lugar del que había salido y cogiendo la manivela de la puerta, tiró de ella para abrirla y salir al pasillo. Sin girarse la cerró con mucho cuidado y se fue a la cocina.

sábado, 13 de diciembre de 2008

SANTIAGO.RAMÓN.CAJAL.

La lluvia y las burbujas que restallan en los charcos. Alguien me contó que seguirá lloviendo. Desde mi mesa de mármol escucho a una mujer cantando algo tan triste como esta tarde. Mi pie sigue apesadumbrado el compás sobre la barra de hierro de la vieja máquina de coser en desuso, en la que se apoya el sucio tablero. Miro a través de los empañados cristales del vetusto portalón de madera que da al amplio jardín inundado de verde. Centenarios troncos enmohecidos evocan un paisaje tropical que bajo los amplios techos bien pudiera ser cubano.

Te recuerdo de blanco lino y mal afeitada barba, guiñando los ojos bajo el abrasador sol del verano americano. Aquí hace frío y un pájaro desorientado me mira titubeante desde su acogedor agujero de madera. Al otro lado de la ventana, los arbustos parecen echarse encima de mí y me asusta enfermar de malaria y no regresar nunca más. Levanto la vista y veo palmeras, helechos y cien variedades que ahora me pena no reconocer. Y es Ramón y Cajal tomando las aguas en un balneario alfonsino, con su arrinconado ascensor al que ni las carpas del lago querrían ir a parar. Santiago se ríe a mi espalda, ahora debe andar en el Paraninfo, tableteando el embaldosado pasillo, cansado de mirar por el microscopio y no ver lo que sabe que debería ver. Le ha quedado el andar bamboleante de los que vivieron en un barco de vapor o fueron heridos por las flechas de los indios.

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Una vez que se hubo secado la tinta, dobló cuidadosamente las cuartillas por la mitad, hasta que alcanzaron el tamaño adecuado para guardarlas en el bolsillo interior de la americana. Poco podía imaginar que era lo último que escribía en su vida y que años más tarde, su hijo sostendría aquellas hojas entre sus manos emocionadas.

Estaba pasando unos días en el balneario, reponiéndose de las últimas tensiones y de las malas noticias. Su familia le aconsejó que fuera allí, que se olvidara de todo y se relajara. Cuando se disponía a salir al jardín, se desplomó al borde de la escalinata de mármol y cayo rodando hasta el último peldaño. Parada cardio-respiratoria, certificaría minutos más tarde el médico que poco pudo hacer por recuperarle. "Es el de la 471", se oyó decir a uno de los camareros. "Habrá que avisar a la familia".

Cuando llegó el hijo, el director del balneario ya estaba esperándole. Tras las condolencias de rigor y las apresuradas explicaciones, le acompañaron en comitiva hasta la habitación que había ocupado su difunto padre durante los días que había permanecido en el complejo. El cadáver reposaba en la cama, apenas despojado de la americana, el nudo de la corbata aflojado, una llamativa herida en la sien derecha contrastaba con la palidez de la cara. "No sufrió nada", susurró el director mientras apoyaba una mano en el hombro del reciente huérfano. Con el mismo sigilo con el que llegaron, salieron de la habitación para dejar al hijo a solas con el padre.

Minutos más tarde, abrió la puerta e invitó a entrar a los que respetuosamente esperaban en el pasillo. Le informaron de los trámites realizados con la funeraria y de que no tardarían en llegar para hacerse cargo del cuerpo e iniciar el viaje de vuelta hasta su lugar de residencia. Le preguntaron si deseaba ayuda para hacer el equipaje y contestó que no. Fue recogiendo rápidamente la ropa, los enseres y utensilios que estaban repartidos por toda la estancia. Era como si el tiempo se hubiera instalado por encima de todas las cosas, dándoles otra dimensión distinta a la que habían tenido hasta hace unas horas escasas. El periódico abierto se apoyaba absurdo sobre la mesa, las zapatillas que aguardaban debajo de la silla el regreso de su dueño, una botella de agua bien mediada y una manzana junto a una caja de pastillas y un olvidado paquete de tabaco. En el baño, la colonia, la navaja, el jabón y el peine, tampoco se explicaban lo sucedido. Con la maleta prácticamente cerrada, alguien hizo notar que se olvidaba de la americana que llevaba puesta cuando murió y que reposaba en una silla del rincón, casi oculta por la cortina descorrida al abrir la ventana para ventilar el ambiente cada vez más cargado. La situó encima del resto y cerró la maleta definitivamente. "Nosotros se la bajamos al hall, no se preocupe, señor". "Está bien, gracias". Los de la funeraria ya habían llegado y todos abandonaron el lugar con una rara sensación de pérdida.

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Nacimos por segunda vez aquel día del setenta y cinco en el que nos dijeron que preparásemos nuestras cosas, que embarcábamos hacia España. Flacos, ojerosos y magullados , formamos un improvisado concierto de tos y lágrima, abrazados en la penumbra del barracón, la mente en el horizonte de un mar inacabable. Ramón y Santiago, Santiago Ramón, los ramones como algunos nos llamaban, los inseparables amigos supervivientes preparando las maletas rumbo a casa.

Tú volviste a la Medicina, a estudiar, a investigar, a leer sin pausa, a vivir a ratos. Yo tuve que ganarme la vida como pude, tiempos de alambre para alguien sin recursos. Pasaron los años, muchos, demasiados, hasta que nos encontramos una tarde después del café, paseando por el Coso. Te reconocí al instante. Poco pelo te quedaba pero la misma mirada soñadora de siempre. Cuando te llamé por tu nombre algo brilló en tu sonrisa. Ramón, cuánto tiempo. Entonces me enteré de que te habías casado, que habías tenido dos hijos, Fe y Santiaguito, que habías estado en Madrid, en Valencia, que la gente venía de muy lejos para escuchar tus clases. Me sentí poca cosa, imposible no hacerlo ante un gigante como en el que te habías convertido.

Paseamos un rato, te conté de mi vida, te dije alguna mentira. Me invitaste a entrar en la Facultad, en tu despacho, en tu laboratorio. Andabas detrás de no sé qué cosa del sistema nervioso. Me dijiste mira y acerqué torpe y avergonzado mi ojo al microscopio. Nunca olvidaré aquellas imágenes. Sentí que estaba cerca de algo importante. Las manos me sudaban y sin querer me apoyé en una de aquellas plaquitas de cristal. No te preocupes, aparta un momento, voy a comprobar que no se ha dañado la muestra. Tu calva se abalanzó sobre el aparato, te quedaste callado. Al cabo de un tiempo opaco, levantaste la mirada y me pareció que aguantabas las lágrimas. Lo tengo. Cuando volviste del lugar al que te llevaron tus pensamientos, recordaste que yo estaba a tu lado. Perdóname, se hace tarde, me ha encantado charlar contigo, espero volver a verte. Una estudiante me acompañó a la salida y me comentó que andabas obsesionado con aquel experimento. Pasados un par de años me enteré de que te habían dado un premio en Suecia.

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Santiago entró en la casa de sus padres sabiendo que era la última vez que lo hacía. Desde que murió su padre, en pocas ocasiones daría vuelta por allí. Habían pasado muchos años, casi tenía tantos como su padre el día que le sorprendió la muerte en el balneario. La casa llevaba demasiado tiempo cerrada, ajeno a los que le criticaban por no cuidarla más, por no ponerla en venta y sacar un dinero. No le importaba. Tenía la sensación de que si vendía aquel piso oscuro y empolvado, estaba traicionando la memoria de sus mayores. Por eso había aguantado tanto. Pero ya no podía más. Las deudas se le comían casi a la misma velocidad que el cáncer y por eso necesitaba dinero para hacer frente a las dos enfermedades.

Tuvo que abrir una ventana para que el aire dejara de parecerse a una pasta de guisantes, el polvo revoloteando en los rayos de luz, y conseguir que se le aflojara el nudo de la garganta. Quería recoger algún recuerdo, rescatar algo que pudiera tener valor antes de que los nuevos propietarios comenzaran a derribar tabiques, a cambiar puertas y ventanas, a bajar los techos enmohecidos. Entró en el dormitorio. Abrió el armario y descubrió varios vestidos suicidados en las perchas, igual que acabó su madre, colgada de la lámpara del salón.

Recogió la maleta que su padre no pudo hacer en su última morada, la abrió buscando su rastro, tal vez un olor si había suerte. Allí estaba la chaqueta que llevaba el día que murió, más grande de lo que la recordaba, mucho más recia de lo que la moda presente aconsejaba. Al doblarla de nuevo para depositarla junto al resto de sus compañeros de viaje, una hojas amarillas cayeron al suelo. Reconoció la letra redondeada y los renglones nerviosos de su padre. La lluvia y las burbujas que restallan en los charcos. Alguien me contó que seguirá lloviendo.

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Y aquí me tienes, Santiago, acordándome de ti en esta tarde gris, escribiendo no sé porqué estas líneas que nunca leerás, ahora que me acabo de enterar de que has muerto un diecisiete de octubre, a los ochenta y dos años, y que España ha perdido un genio y yo un amigo. Me alegra haberle puesto a mi hijo como tú. Tengo que avisarle para que te lleve unas flores. Tuyo, Ramón.







miércoles, 3 de diciembre de 2008

FAEMINO Y CANSADO: EL BUDISTA

Inauguramos esta sección de Humoradas con una joyita del humor patrio del último siglo. Pasen y vean.