Seguimos con las fechas señaladas.Recupero, de nuevo, un texto escrito hace un año, en ocasión de otras fechas señaladas. Después del drama, la humorada, otra vez. Soy un tipo dado al chascarrillo y el bufonismo. Si no fuera por la comedia...
El 31 de Diciembre siempre le había puesto nervioso. Era una de esas fechas en el calendario que más valdría no existieran o que te dieran la oportunidad de ignorarlas, meterte en la camita, bien arropado si estás en este hemisferio, y a esperar que llegue el día uno. Mejor el dos. La gente se pone muy pesada con esto del Fin de Año, que más parece el fin del mundo. Pero es imposible sustraerte al ambiente de cotillón, pachanga y matasuegras que lo inunda todo. A mí no me gusta la Nochevieja. Y te miran de un modo extraño, entre perplejo y conmiserativo. Pobrecico, es un triste. Mira que no gustarle esta noche tan especial. Y es que lo de la diversión a fecha fija, el desfilar maquinalmente con una sonrisa estúpida en la cara y el estohayquehacerloporquetoca, nunca le gustó. Tanto preparativo, tanto ritual, tanta gente borracha al mismo tiempo, tanto dominguero de la última fiesta del año, termina por estomagar. ¿No te pasa a ti?
Aquel treinta y uno se despertó de buena mañana sintiendo que era treinta y uno. Los ángeles del cielo, de nuevo, no habían atendido sus plegarias y ahí le tiraban a la fría realidad, más temprano que de costumbre, para que te enteres, con todo un fin de año por delante, nuevo, a estrenar. Enchufó la radio mientras se duchaba y casi se parte una pierna al salir apresuradamente de la bañera, a medio enjabonar, para apagar el dichoso aparatito por el que, el locutor suplente de turno, la estrella de la cadena se ha quitado de en medio para relajarse en Bali o en otro paraíso artificial que ni siquiera sabe escribir, amenazaba con hacer un repaso del año político para después conectar con los corresponsales esparcidos por todo el mundo, para que contaran las tradiciones de cada uno de los lugares en los que malvivían con su sueldo de periodista, y terminar con los mensajes de paz, amor y no sé qué más, de los inquebrantables oyentes de la mañana. No por Dios, eso sí que no. Refunfuñando se acabó de aclarar con el agua helada, no por gusto sino por cortesía de su caduca caldera y se dispuso a lamentar su mala suerte. Otra vez. La idea de comprar el periódico se le pasó pronto. No soportaría ver de nuevo el resumen gráfico del año. La televisión era una opción, al menos no estarían los niños cantores del bombo ni los saltos de esquí. Decidió no tentar a la suerte. Por sí acaso. Así que desayunó frugalmente, estas celebraciones le encogían el estómago y se dispuso a leer un poco en su sillón favorito, bueno, el único que tenía pero a él, le gustaba. Cariño, baja un momentito al súper. Creo que he hecho corto con las uvas. Casi lo había olvidado. Este año el fiestón era en su casa. Se puso el chándal y suplicó porque aquello no fuera real. Y alguna botellita más de cava, darling. Era real.
Casi no habían abierto los empleados del supermercado, ataviados con sus ridículos y anacrónicos gorritos de Papá Noel, cuando ya el gentío se arremolinaba a las puertas para hacer las compras para tan señalada fecha. Feliz Año. Feliz Año. Buena salida y entrada. A pasar buena noche. Hasta el año que viene. La gente es muy original y te regala con toda una sarta de tópicos con la mejor intención. Algunos incluso se las dan de originales y ocurrentes, como si se lo acabaran de inventar mientras te guiñan un ojo y te palmotean en la espalda. Venga hombre, alegra esa cara. Dejados atrás la portera, el vecino del quinto que jamás te dirige la palabra pero que hoy está de buen humor, el barrendero, la de los cupones, los de los periódicos gratuitos, el pobre de la esquina con su gracioso gorrito rojo y su campanilla, la gorda del perro y los que se empeñan en andar en bici por las atestadas aceras, llegó a la puerta de la moderna Meca: El híper. La frutería a rebosar, codazos por coger número hasta que te enteras de que hoy va con vez. ¿La última? Tú. La uva a precio de caviar iraní. ¿No la tienes sin pepitas? Es que la agüela se empeña en metérselas de golpe y algún año nos va a dar un disgusto. Perdone, yo sólo quiero un poquito de uva. Yo también. Será un momentito. ¡Niño! Ponme medio de moscatel, unos tomates y piña. ¿A cómo la tienes? Al fin sale del aquelarre, dos kilos de uva después y con el ardor de estómago que no presagia nada bueno. Casi en la puerta de casa se acuerda de la botellitamasdecavadarling y desanda el camino, los ojos fijos en el suelo, esquivando a los pesados de turno. Por lo menos así evitará las cacas que van trufando el moderno y resbaladizo adoquinado con el que nos obsequia el ayuntamiento.
En el ascensor ya se percibían los aromas de los más diversos manjares que se estaban empezando a cocinar en las casas de los vecinos, agraciadas con la suerte de acoger una cena tan especial. Sopa de carne, sopa de pescado, sopa de ajo... sopa de sopa. Échale más fideos que esto no hay quien se lo trague. Antes de dar la segunda vuelta en su cerradura de seguridad, una oleada de robos en el barrio ha hecho que los cerrajeros hagan su agosto con bufanda, su mujercita le daba la siguiente orden. Bájate al trastero, cari, y ve subiendo las sillas plegables. Con tía Enriqueta me parece que somos diecisiete. Debería estar prohibido meter a más de dos personas por metro cuadrado en los humildes salones españoles. Luego puedes ir arrinconando el resto de los muebles para que quede espacio delante de la televisión. De paso, súbete un poco de nuez moscada, le dará un sabor muy rico al repollo. El repollo, ni que lo untes con esencia de rosas, tendrá buen sabor. Se ponga como se ponga. Con la imagen clavada en la retina, del culo de un pavo en pompa y de los ojos de unos pobres besugos boquiabiertos, bajó las seis plantas para evitar cruzarse con nadie en la cabina. Menudo frío hace en esta covacha. Aunque dan ganas de quedarse un ratito y olvidarse de todo. ¿Dónde habrá puesto la nuez moscada? Con los dedos a punto de congelarse, vuelve al hogar impregnado por los más diversos olores. Corta un poquito de turrón y pon mazapanes alrededor. Para dar de comer a esta tropa habrá que trocear la producción anual de jijona. Del duro, no, que al final no se lo come nadie. Pon del de trufa en escabeche, que está muy rico.
Pese a que no era ni siquiera mediodía, la cocina de su casa era un auténtico hervidero. Ollas y sartenes rebosaban por la encimera y la vitrocerámica, el horno abría su portezuela deseando engullir lo que habían preparado para él, las pozas repletas del más diverso instrumental culinario, un ir y venir del frigorífico a la mesa, un desempolvar cubertería, cristalería y mantelería… Para que todo estuviera preparado y la cena fuera un éxito que ni el quisquilloso primo Marcial pudiera discutir, había que encerrarse allí desde el punto de la mañana. El panorama era aterrador, aquello más parecía un campo de batalla repleto de sangre y vísceras que el laboratorio gastronómico de un hogar medio español. Era tal el frenesí en aquella habitación que intentó desaparecer antes de que a su esposa se le ocurriera otra ocupación que encargarle. Me podías ayudar con los canapés, cielito. Demasiado tarde. Centenares de tostaditas, ahumados, curados, salados, encurtidos y crustáceos después, le tocó empezar a fregar y recoger la primera tanda para ir haciendo sitio para el ataque final que todavía se prolongaría durante buena parte de la tarde. Deseó que todo acabara lo ante posible y que no le doliera mucho.
Los invitados empezaron a llegar antes de lo previsto. Su mujer ni se había duchado para eliminar el olor a langostino, repollo, pavo y besugo, que impregnaba su ya no deseada piel y que ni siquiera frotando con la esponja de crines de caballo lograría hacer desaparecer. Hola, tía, estás estupenda, ese abrigo fucsia te sienta ideal. ¿Dónde lo has comprado? Un buen rato estuvo haciendo de portero, abriendo puertas, atendiendo el telefonillo, dando y recibiendo apretones de mano, besos y alguna patada de cierto sobrino malcarado que no le perdonaba alguna ofensa que no lograba recordar. Dame los abrigos que los coloco encima de la cama, no tenías que haberte molestado trayendo esta botella de sidra. Alguno que llega ya con unas copitas encima, el gorro incrustado en la calva y un collar hawaiano que le llega justo por encima de la barriga. Alegría, alegría… Cambia la cara, hombre, que es Nochevieja. Ya, ya…por eso, piensa mientras aprieta los dientes y esboza algo parecido a una sonrisa. El ruido empieza a aumentar, los niños que se empeñan en hacer alpinismo por la librería, la abuela cada día más sorda, el cuñado sabelotodo que da una magistral sobre el IPC y el fin de año en el Kurdistán, ponme una cervecita, majo… que me tienes seco. Así me gustaría que te quedaras. El calor le saca los colores un poco antes que su suegra recordando el día que se lo presentó su hija y la pobre impresión que le causó. Piensa en abrir la ventana para que entre algo de aire y por si se tiene que tirar por allí. Le empieza a doler la cabeza y esto no ha hecho más que empezar, si por lo menos no se hubieran acicalado con litros de esos perfumes tan inolvidables.
La cena empezó tarde porque el tío soltero, Olegario, que no había confirmado su asistencia, llamó en el último momento para decir que acudiría y que le esperaran por favor. Debe ser que se le ha fastidiado el plan con la niñata con la que sale. Aquello se convirtió en una carrera para devorar todo lo que pasaba por la mesa y llegar con tiempo de preparar las uvas. Los nervios en el estómago y que si se me ha olvidado ponerme algo rojo, no, que este año hay que llevar algo dorado, que si mete el anillo en la copa de champán, en la copa de cava, con cuidado de no tragártelo, cuenta hasta diez y piensa en un deseo mientras aguantas la respiración, ayudadme a recoger la mesa y a hacer un poco de sitio, a ver quién adivina el último anuncio, podíamos hacerlo también con el primero, a mí no me pongas las uvas tan gordas, pélamelas, no así no que no vale y con un poco de suerte al año que viene me jubilo. La gente que se acomoda donde puede para ver el momento mágico, para cumplir con la tradición milenaria, a lo mejor no tanto pero como si lo fuera y el tipo de la capa que se junta con la del escote que tirita y se empeña en repetir, un año más, lo de los cuartos y todo eso, que a ver para cuando le dan un trabajo honrado y yo le pido al año que viene salud y que reine la paz en el mundo, feliz, feliz en tu día. Juraría que hay menos gente en la Puerta del Sol que en su salón, todos con la misma cara de embobamiento y absurda esperanza en un mañana mejor que nunca llega. Viva, viva… ya es Año Nuevo. Más besos, más abrazos, algunas toses, no sé si al año que viene estaré yo por aquí, yo tampoco, salud que tengamos, a bailar, a bailar, despacito que subirá el de abajo, que menudo carácter, un día es un día, abre la ventana que voy a echar un cohete, ponte el gorro, hombre, no seas triste y alegra esa cara que parece que te deben y no te pagan
Lo bueno de la Nochevieja es que sólo es una vez al año. Tienes trescientos sesenta y tantos días por delante para olvidarte de ella, descontando el siguiente a la fechatanseñalada en el que es imposible hacerlo, recuperando el cuerpo y el espíritu de los excesos del día anterior y de la saturación de buenos deseos y mejores sentimientos que inundan la última hoja del calendario y reparando el destrozo provocado por esa familia que tanto te quiere y no te mereces. Yo la cambiaría por algún añoviejo, incluso por más nochesnuevas , eso sí, en la Tierra del Fuego viendo desfilar a las ballenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario