Pues eso, que seguimos cosechando derrotas a la espera de la victoria final. ¡¡Feliz Día de los Trabajadores!!
Se miró al espejo y vio que era Goya. Francisco de Goya y Lucientes.
Aunque parezca mentira, no se extrañó. Después de un instante de duda, de sorpresa, asumió claramente que la imagen que le devolvía el espejo era la de Goya. Hizo el movimiento reflejo de mirar hacia atrás y, comprobado que no había nadie más en el baño de su casa, confirmó que quien le miraba desde allí era el mismísimo Goya.
Lo primero que le llevó a aceptar lo que estaba pasando era que aquellas patillas eran absolutamente goyescas, descendiendo desordenadamente a lo largo de las generosas mejillas, abundantes las canas, perdiéndose en el abotargamiento de la papada. Los párpados hinchados, las ojeras negruzcas, un algo desolado en la mirada, en aquella mirada que había contemplado la belleza de la maja, desnúdate Cayetana, se van a enterar estos mojigatos, los desastres de la guerra, la pompa y el oropel de la familia real.
No pudo precisar la edad de aquel Goya que le miraba insistentemente, que quizás tomaba notas para un próximo cuadro, tan aficionado a los autorretratos. Desde luego no era aquel Paquito que se pintó siendo un jovenzuelo regordete y mofletudo, coloradico y con algo parecido al miedo en los ojos de los que posan en contra de su voluntad, estate quieto que enseguida acabo, frente ancha y chata nariz sobre abultados belfos. Y tampoco el Don Francisco que nos legó en aquel cuadro en el que parece que se está cayendo, cercanos los setenta, suavizados los rasgos de la cara de alguien al que notamos enfermo, no me gusta nada esa tos, el pelo huyendo en claridad, las patillas a medio dibujar, con ganas de acabar.
Es un Francisco de Goya de aquellos que pintó con sombrero, paleta y pinceles en mano, emergiendo desde la oscuridad en un rincón, consciente de lo histórico de su trabajo, amante de las mujeres y los buenos vinos, el carácter cada vez más agrio, la socarronería olvidada en su negro mundo interior. Un Francisco de Goya entre santos y reyes, siempre a la moda, alborotado pelo negro, a punto de dirigir una orquesta sinfónica, con lentes para distinguir entre los ocres y el cobalto.
Cerró los ojos, tantos recuerdos que quisieran pasear, encontrar un lugar para descansar. Escucha las descargas de los franceses, el griterío del pueblo en armas, los olés en las plazas, los reniegos de los borrachos y las putas. Y el olor, ese inolvidable olor que parece colarse por debajo de la puerta. Al abrir los ojos, Goya también lo hace.
Sale al salón, escucha a lo lejos la voz de ella que le dice que se marcha a no sé dónde. Últimamente oye cada día peor, le cuesta seguir las conversaciones y por eso pone cara de que sí, claro, estoy contigo... y sonríe estúpidamente. No sabe qué pensará su mujer cuando se encuentre a Goya en su salón, cuando vuelva a casa, si es que vuelve. Y es que está perdiendo el humor, cada vez más metido en su propio mundo de lechuzas y fantasmas, de ahorcados y mutilados.
Una mano que tiembla rebusca entre la caja de ceras de su hijo pequeño.
Aunque parezca mentira, no se extrañó. Después de un instante de duda, de sorpresa, asumió claramente que la imagen que le devolvía el espejo era la de Goya. Hizo el movimiento reflejo de mirar hacia atrás y, comprobado que no había nadie más en el baño de su casa, confirmó que quien le miraba desde allí era el mismísimo Goya.
Lo primero que le llevó a aceptar lo que estaba pasando era que aquellas patillas eran absolutamente goyescas, descendiendo desordenadamente a lo largo de las generosas mejillas, abundantes las canas, perdiéndose en el abotargamiento de la papada. Los párpados hinchados, las ojeras negruzcas, un algo desolado en la mirada, en aquella mirada que había contemplado la belleza de la maja, desnúdate Cayetana, se van a enterar estos mojigatos, los desastres de la guerra, la pompa y el oropel de la familia real.
No pudo precisar la edad de aquel Goya que le miraba insistentemente, que quizás tomaba notas para un próximo cuadro, tan aficionado a los autorretratos. Desde luego no era aquel Paquito que se pintó siendo un jovenzuelo regordete y mofletudo, coloradico y con algo parecido al miedo en los ojos de los que posan en contra de su voluntad, estate quieto que enseguida acabo, frente ancha y chata nariz sobre abultados belfos. Y tampoco el Don Francisco que nos legó en aquel cuadro en el que parece que se está cayendo, cercanos los setenta, suavizados los rasgos de la cara de alguien al que notamos enfermo, no me gusta nada esa tos, el pelo huyendo en claridad, las patillas a medio dibujar, con ganas de acabar.
Es un Francisco de Goya de aquellos que pintó con sombrero, paleta y pinceles en mano, emergiendo desde la oscuridad en un rincón, consciente de lo histórico de su trabajo, amante de las mujeres y los buenos vinos, el carácter cada vez más agrio, la socarronería olvidada en su negro mundo interior. Un Francisco de Goya entre santos y reyes, siempre a la moda, alborotado pelo negro, a punto de dirigir una orquesta sinfónica, con lentes para distinguir entre los ocres y el cobalto.
Cerró los ojos, tantos recuerdos que quisieran pasear, encontrar un lugar para descansar. Escucha las descargas de los franceses, el griterío del pueblo en armas, los olés en las plazas, los reniegos de los borrachos y las putas. Y el olor, ese inolvidable olor que parece colarse por debajo de la puerta. Al abrir los ojos, Goya también lo hace.
Sale al salón, escucha a lo lejos la voz de ella que le dice que se marcha a no sé dónde. Últimamente oye cada día peor, le cuesta seguir las conversaciones y por eso pone cara de que sí, claro, estoy contigo... y sonríe estúpidamente. No sabe qué pensará su mujer cuando se encuentre a Goya en su salón, cuando vuelva a casa, si es que vuelve. Y es que está perdiendo el humor, cada vez más metido en su propio mundo de lechuzas y fantasmas, de ahorcados y mutilados.
Una mano que tiembla rebusca entre la caja de ceras de su hijo pequeño.
3 comentarios:
Pues a mí me parece un relato ganador... Pero en fin... Estas cosas... Ya se sabe...
Tengo en mi base de datos unos cuantos concursos literarios para mayo por Teruel y Zaragoza. Os enviaré un correo, que mola eso de participar en bloque. Es más estimulante. Y, si gana uno de los tres, la alegría siempre es mayor que si gana un desconocido.
¿Os animaréis a participar?
Saludos.
YO me apunto.Gracias por tus palabras y la información. Aunque me parece que me he cogido mal compañero de viaje jojojo
Un saludo
¿Por qué derrotas? El día que un editor te apoye, estos cuentos dejarán de ser derrotas para convertirse en joyas. Además, ¿Quién juzgó tu mundo literario? ¿Cela?
Es como ir disparando a una diana, cada vez más cerca.
Un culé como tú no puede desanimarse jamás.
Con todo, a mí me gustó. Puedes pensar lo que quieras, pero me gustó.
Saludos de 2 a 6
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