viernes, 29 de mayo de 2009

AHORA SOY UNA HORMIGA



Me llamo Gregorio y soy una hormiga. No, no, tranquilos. Nada que ver con Samsa, no se preocupen. Yo me apellido Aznar, Gregorio Aznar y no tengo nada que ver con cucarachas ni escarabajos. Hormiga, una hormiga es lo que soy y estoy más cerca de aquél que se convirtió en un axoltl, ajolote en según qué latitudes, de tanto mirar a los pececicos de marras, que del Gregorio que les dije. Yo también era un gran observador de las hormigas y ahora, ya soy una de ellas.

Todo empezó siendo yo bien pequeño, un amago de jovenzuelo que se pasaba los ratos muertos jugueteando con estos bichitos, allá en el corral de mis abuelos. Y no estoy queriendo decir con esto que mis abuelos vivieran en una pocilga o algo así, no, por favor, no me malinterpreten. Quiero decir que era muy aficionado a mirar las hormigas del corral de la casa de mis abuelos, que a lo mejor si hubieran vivido en otra zona de la ciudad habría sido un jardín, pero en aquel barrio al que se trasladaron allá por los duros años de la posguerra huyendo de la opresión del régimen, pocos jardines podríamos encontrar. Lo de mis abuelos era un corral, con sus jaulas para las gallinas y los conejos, su casita para el perro y todo lo que ustedes puedan imaginar en un lugar semejante. También es verdad que uno de los jardines, plantas, césped y demás verdiales, que había por aquellos andurriales, se encontraba separado de la casa de mis mayores por una gran puerta de madera que dividía dos mundos antagónicos, un portalón que daba paso a otra cosa que a mí, en mi más tierna infancia, se me antojaba trufada de peligros y aventuras.
Sea por lo que fuera, como cuando yo caí por allí ya no quedaban animales a los que poder observar y dar martirio, el perro falleció atropellado por uno de los primeros autobuses urbanos que se acercaban hasta aquella barriada, me entretenía con las hormigas. Estas eran bien hermosas, negras, carnosas, de un tamaño ni muy grande ni muy pequeño, el adecuado para pasar a convertirse en uno de mis juguetes preferidos. Me gustaba observar su afanoso trabajo, su ir y venir por lo que para ellas debía parecerles una extensión inabarcable de terreno, bien que lo sé ahora, recogiendo alimentos con los que pasar el duro invierno, sus luchas con otras especies de insectos, sus cortejos amorosos... Yo me imaginaba que era algo parecido a un Dios para ellas o un ser extraterrestre, extra-hormigueril, habría que decir, que se entretenía causándoles catástrofes y desgracias, al más puro estilo del Antiguo Testamento o de las mejores novelas de ciencia-ficción a las que tan aficionado era entonces, más que a los temas bíblicos, dicho sea de paso. Me divertía secuestrar hormiguitas expedicionarias, dejarlas lejos de su hogar convencido de que era condenarlas a una muerte segura. Otras veces el castigo venía impuesto por la tortura en forma de meticuloso desmembramiento, que terminaba en mutilación o en una piadosa muerte. Las más de las veces en el nada sutil pisotón exterminador o en una devastadora inundación proveniente de mi aparato miccionador, o si la ocasión lo merecía, de un cubo o artefacto similar, rebosante de agua. Pero no siempre les mostraba mi cara más dañina, más despiadada. En ocasiones colaboraba con ellas en el sustento del grupo, proporcionándoles moscas, granos de azúcar u otros manjares por ellas bien apreciados. De vez en cuando, ahora me arrepiento, les taponaba la salida natural de su hormiguero y me quedaba horas muertas intentando adivinar por dónde se abrirían paso al mundo exterior. Sólo una vez me adentré con palos en su guarida para que supieran lo que era un terremoto. Cómo lo siento.

No podría explicarles exactamente cómo fue el proceso que terminó en lo que ahora soy. Puede que me quedara dormido y empezara a soñar, puede que haya muerto y esto sea una reencarnación, puede que... Lo que no tiene discusión posible es que soy una hormiga y si ustedes pudieran reparar en mí, si pudieran distinguirme del resto de mis congéneres, podrían comprobarlo con sus propios ojos. A mí también me pasaba, todas las hormigas me parecían iguales e intercambiables. Qué error. Si nos miran bien, si se fijan en nosotras con mucho cuidado, podrán ver que somos bien distintas las unas de las otras, buenas y malas, trabajadoras y holgazanas, casadas y solteras. Al principio me costó acostumbrarme, no les voy a mentir, pero ahora seguramente que no me cambiaría por ninguno de ustedes. A veces pienso en la gente me quería y que me echará de menos, que ni se imagina en lo que me he convertido y que seguramente estará sufriendo por mí. Desapareció sin dejar rastro, quién sabe si me estarán buscando en un programa de televisión. La verdad es que no lo sé ni puedo saberlo, ni siquiera puedo calcular el tiempo que llevo en este estado. De todos modos, ahora soy feliz, casi puedo afirmarlo sin temor a equivocarme. Me gusta vivir en esta comunidad, sentirme parte de algo superior, de un colectivo que nos da sentido y nos unifica. Y he conocido el amor. Con el cambio inicial, no podía ni imaginármelo pero ahora veo a las hembras y algunas me producen una turbación tal diríase que limítrofe a la locura. Créanme, hay algunas hormigas que harían perder la cabeza a más de alguno. El sexo animal es maravilloso, mi potencia es fuera de lo normal, quién me lo iba a decir en mi etapa humana, yo que fui más bien corrientito, tirando a malo en las artes amatorias. Tengo montones de hijos, decenas, cientos, miles. Y lo mejor de todo es que no tienes que preocuparte de cuidarles, alimentarles y educarles. Es una tarea que asume el colectivo, aquí todo es comunitario. Si lo supieran los predicadores del Comunismo, allí arriba. Eso sí, echo de menos un regalito en el día del padre. Qué les voy a contar. Y he prosperado bastante en la escala hormiguil, no me puedo quejar, hasta la reina me mira con buenos ojos, será por mis ramalazos humanos y por un nosequé que me hace diferente a los demás machos de la especie.

No todo son ventajas, no les voy a engañar. Los inviernos son largos y duros, aburridos. Tristes cuando reaparece la primavera y ves que la mayoría de la colonia ha desaparecido. Sí, han muerto. Su esperanza de vida es muy corta, es imposible hacer amistades duraderas y los romances no van más allá de unos días. Lo cual no deja de tener su lado positivo, nada de complicaciones ni de ataduras para toda la vida. Aquí y ahora. Otro momento duro son las guerras con las hormigas rojas y los innumerables peligros que acechan ahí afuera para una hormiguita como yo. Odio a las lagartijas y a los niños. Somos tan vulnerables que no es raro el día en el que alguna compañera fallece victima de una meada fatal, de un salivazo o de una simple gota de lluvia. El agua y nosotras hacemos pocas migas.

Cuando llega la noche, el hormiguero descansa tras un agotador día de trabajo y te quedas a solas contigo mismo en tu humilde pero coqueta celda, me da por pensar, incluso creo que más de un día sueño que soy un hombre que sueña con que es una hormiga y que tarde o temprano se despertará. ¿Tú qué opinas?

3 comentarios:

edu dijo...

Qué qué opino??Es una encuesta???
Opino que se le nota a usted cuando está siendo acariciado por la inspiración, cuando está en tratos con Peter Pan, después del beso de buenas noches a la criatura cuya vida es su huella, por los amigos que descubre en las convenciones de guirlache, con más secretos que el potaje.
Y hablando de su relato. Debo verificar la autoría del mismo. Oiga ¿Ya tiene usted carné de hormiga? ¿Permiso de trabajo? Haga el favor de echarse al suelo y abrirse de patas.

JALOZA dijo...

Por supuesto que tengo carné aunque a los humanos les sea de poco utilidad. Estoy convencido de que no serían capaces de distinguirme ni con una camiseta con mi nombre.

Qué bonito lo de la huella. Deberías hacerte poeta...

José Manuel Ubé González dijo...

La cosa está negro de hormiga