DAVID CONDE
CLAUDIA MARIN
4º 3ª
Le gustó cómo quedaba el letrero del buzón que acababa de recoger en la ferretería y que había colocado con mucho orgullo en el pequeño habitáculo que albergaría las cartas que el futuro le deparara. Se había mudado hacía poco a aquel barrio con fama de inseguro que se ubicaba en los límites de la ciudad, allí donde ésta casi perdía su nombre. En el viejo edificio rehabilitado en el que había adquirido una vivienda hacía unos meses y al que se acababa de trasladar, la mayoría de las casas estaban deshabitadas, esperando que algún osado comprador les devolviera su viejo esplendor y les diera la vida que no hacía mucho tiempo había estallado por sus rincones. A Claudia le había parecido buena idea colocar el nombre de un varón junto al suyo en el buzón oxidado del inmueble para de este modo ahuyentar a los posibles ladrones, estafadores, pesados en general y a otros de intenciones que ni siquiera se atrevía a imaginar. Últimamente había leído y oído muchas noticias sobre asaltos a mujeres, jóvenes y ancianas, que vivían solas con resultados muy desagradables en la mayoría de las ocasiones. David Conde. Después de mucho pensar había decidido que ése sería el nombre de su imaginario amigo, el hombre que la cuidaría y evitaría que sufriera ningún mal en la selva que estaba comenzando a habitar. Sonaba bien, David Conde, era un nombre viril, sin duda, de alguien corpulento y valiente, David Conde, como aquel compañero del Instituto del que estuvo secretamente enamorada desde 1º de BUP hasta la segunda vez que repitió COU. A David no se le daba muy bien estudiar.
Una tarde que volvía de su aburrido trabajo de administrativa en una pequeña empresa familiar dedicada a la publicación de cuentos infantiles, pasado casi un mes desde el traslado a su nuevo hogar huyendo del opresivo ambiente en el que había crecido, se paró delante del escaparate de una tiende de ropa interior para hombre. Haciendo frente a su timidez y venciendo el apuro, en forma de sonrojo, que sentía, entró en el interior. Compró un paquete de calzoncillos de tres unidades, blancos, sobrios. Y uno con un poco más de fantasía, para alguna ocasión especial. Aprovechando la euforia del momento, también adquirió un par de camisas de hombre, su sueldo no daba para más y un pantalón vaquero y otro de vestir, en un comercio del barrio. Dudó un poco cuando le preguntaron la talla de las prendas por las que acababa de preguntar, pero rápidamente despejó la incógnita de la servil dependienta. Grande, talla grande, mide más de uno ochenta y pesa alrededor de ochenta kilos, David tiene cuerpo de atleta, es fornido y muy cariñoso. Risas cómplices. Se fue corriendo a casa, puso una lavadora y antes de que el sol se ocultara tendió orgullosa, a la vista de todo el vecindario, la primera colada mixta de su nueva vida.
Así fue transcurriendo la vida, tranquila, sin sobresaltos, como a Claudia le gustaba. Los días se sucedían apaciblemente y los árboles se llenaban de hojas al igual que su tendedor de ropa de hombre. Los pocos contactos que tenía con sus escasos y seniles vecinos se fueron haciendo cada vez más frecuentes. La curiosidad de aquellos abueletes por la vida de Claudia y del chico tan discreto que vivía con ella, fue en aumento. Ya no servía, como al principio, contestar con evasivas, inventarle un trabajo nocturno bien remunerado que le obligaba a dormir de día, motivo por el cual pedía compresión y apoyo para evitar, en la medida de lo posible, ruidos que perturbaran el necesario descanso de David. Ni siquiera mandar a su compañero a largos viajes por España, algunas veces por el extranjero, motivados por su trabajo en el montaje de nuevas plantas de producción mecánica. Acababa de salir, hacía unos días, para China, ni más ni menos, debía ser un portento aquel chico al que tantas ganas tenían de conocer. Pues sí, señora, estoy muy orgullosa de él. Empezó a comprar maquinillas, espuma de afeitar, botes de cerveza que ella detestaba y algún paquete de preservativos del que extraía su humilde contenido y rellenaba con un poco de leche entera, antes de arrojarlo a la bolsa de basura que depositaba en el rellano a la vista de sus curiosos vecinos. El sábado metía dos, que un día era un día y David era muy hombre.
Todo iba bien hasta el momento en el que se sorprendió preparando la cena para David, pensando que le iba a hacer su plato preferido, calculando cuánto faltaba para que entrara por la puerta, para ir disponiendo la mesa y dando el último toque al plato que había cocinado. Un escalofrío le recorrió la espalda, se quedó parada en medio de la cocina y por un momento sintió vértigo de su propia vida. Se sentó y se bebió de un golpe una copa de vino blanco con la que estaba haciendo el guiso. Eso la relajó un poco. Tampoco hacía nada malo, se dijo para si misma. De repente se animó, ella era feliz, más feliz de lo que lo había sido nunca. Y es que conocer a David era lo mejor que le había pasado, desde que entró en su vida, Claudia era otra persona. Se levantó, añadió un poco de sal, le dio vuelta y apagó el fuego. Fue hacia su cuarto y se arregló con sus mejores ropas, se puso la braguita que David le regaló por su cumpleaños, ésa que tanto le gustaba, la misma que en más de una ocasión él le había arrancado con los dientes antes de llevarla al paraíso con su enorme vigor. Espero que no llegue muy cansado y me haga todo lo que me prometió esta mañana. Y se tumbó sobre la cama.
No hace mucho recogió del buzón una carta en la que casi no había reparado, que apunto estuvo de terminar en el cubo de basura junto a los folletos de la pizzería, las ofertas del supermercado y la hoja parroquial. Era de la madre de David. Un día de éstos tenían que ir al pueblo para que la conociera. Seguro que le iba a gustar, él ya le había hablado de su relación, su madre estaba muy contenta y esperaba que pronto la hicieran abuela, era ya mayor y no se quería morir sin que su hijo le diera esa alegría. En la carta le ponía al día de los últimos, pocos, acontecimientos del pueblo, le contaba la evolución de sus enfermedades crónicas, le pedía consejo acerca de la mejor persona para que se ocupara de trabajar las tierras que les quedaban... Pero la noticia fundamental era avisarle de la próxima visita de su hermano pequeño. Iba a empezar a trabajar en la ciudad y le pedía que los primeros días le acogiera en su casa, con su novia, mientras su hermano conseguía un alojamiento definitivo. Claudia se sorprendió con el anuncio ya que David nunca le había dicho que tenía un hermano. A veces era algo reservado con sus cosas. Qué contento se iba a poner cuando se lo dijera. A ella le hacía mucha ilusión, le abriría las puertas de su casa de par en par y le trataría como el hermano que siempre quiso tener. No podía ser más feliz.
* * * * *
Sonó el timbre del portero automático. ¿Claudia Marín? No, ya no vive aquí... No sé dónde está... No creo que vuelva. Sí, soy David pero hace tiempo que lo dejamos.
domingo, 17 de mayo de 2009
CUARTO TERCERA
Aquí os dejo uno de los primeros relatos que escribí, surgido de una conversación casual que me hizo ver lo divertido que podía ser esto de ir cazando historias por ahí. Yo le tengo un cariño especial, no sé si merecido.
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2 comentarios:
Merecido
Joder, iba a dejar unas palabras de opinión y aliento. No sabía el rollo éste telegráfico. Siempre soy el último en enterarme de todo. Sin embargo allá va.
Bien.
PD Es que Berbi olvidó la primera parte del comentario. No le digas nada, no vaya a ofenderse, encima que lo hago por ayudar.
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