Lo que viene a continuación es un relato inspirado en una canción de Ferreiro,el de ahí abajo, desciende tus bellos ojos y verás de quién te hablo. La canción se titula M y es tan hermosa, que duele. Si mis garabatos no te molan, perdón, pero lo que sería imperdonable es que no corrieras a buscar la canción entre las redes y a pescarla, de hoy para siempre.Felipe pasaba gran parte de su tiempo libre viendo vídeos de música en el youtube. La paginita en cuestión había sido un gran descubrimiento, un modo de colmar sus necesidades sonoras y de alimentar su personal partitura. Se divertía rebuscando las imágenes que la gente colgaba y que previamente habían grabado en los conciertos de sus artistas favoritos. Era un modo de estar al día, un modo de recordar los viejos temas que le habían emocionado en el transcurso de sus muchos años de vida.
Una tarde, recién llegado del trabajo, la casa sola para él, encendió el ordenador como de costumbre y se cambió de ropa, como siempre. Llevaba todo el día pensando y tarareando una canción, una de ésas que periódica y recurrentemente le venían a la imaginación. Le apetecía escuchar M, del gran Iván Ferreiro. Casi conocía de memoria las distintas tomas que de la misma existían en la red, en el bienaventurado "tutubo". Tomas buenas, tomas malas, capturas inaudibles, fragmentos invisibles, incompletos, inacabados... Debía haber bastante gente que compartía su admiración por el gallego porque eran muy numerosas las canciones de éste que podían rastrearse en la web. Así que fue dándole a la flechita hasta que llegó a un fotograma que no reconocía. Añadido hacía un día. Pinchó en él.
Se trataba de una actuación en la Sala Apolo, en Madrid, de la primavera pasada. Lo primero que le gustó fue la calidad de la imagen, su nitidez y estaticidad; la cámara situada a pocos metros del escenario, ligeramente escorada hacia la izquierda. Desde allí se distinguía perfectamente al bueno de Iván y a su hermano Amaro, a la izquierda, a la guitarra. Tras unos pocos segundos, acallados los aplausos de la anterior canción, empieza M. La gente la reconoce en los primeros acordes y, como siempre, comienzan a cantarla. Le gustó que el karaoke no fuera multitudinario, que la voz del solista no quedara sepultada bajo los bienintencionados coros de los asistentes, con poca fortuna en la mayoría de los casos. Iván se arranca con la letra pero instantáneamente, Felipe solo puede escuchar la voz femenina, que en primer plano sonoro y perfectamente afinada, da el contrapunto al autor. La chica que ha grabado la actuación, Susan82 reza su nick, arriba y a la derecha, conoce palabra por palabra, letra por letra, silencio por silencio, la canción que sale por el altavoz de Felipe. Nada del otro mundo, por otra parte, cualquier fan que se precie tiene la obligación de hacerlo. Pero esta voz tiene algo especial. Gira el mando del volumen hacia la ventana y la voz femenina resplandece, brilla en perfecta armonía con la de Iván. Ni en uno de esos "duets" tan a la moda, sonarían mejor. Felipe concentra su atención. La canción siempre logra emocionarle, no comprende muy bien qué es lo que cuenta, quizás sea eso, son sentimientos en estado puro, suspendidos en el perchero de una tienda confortable, esperando a que entres y te los pongas encima, a que los hagas tuyos. Como hace Susan.
Fluye la melodía, fluye la letra abrazada a las dos voces, a las tres cuando Felipe no puede dejar de tararearla como tantas otras veces. Se acerca la parte final y Susan sigue ahí. Notas en su voz un ligero temblor que pudiéramos achacar a la falta de respiración, a las lágrimas que pugnan por deslizarse en sus cuerdas vocales, a quién sabe qué. A Felipe le sudan las manos, le parece que no va a poder soportarlo, le duele, le quema, le ahoga... "No te preocupes, que esto pasará. Mañana estarás bien. Y me cogía la cabeza y la metía en su jersey". Justo es ahí donde más le gusta, Felipe se derrumba cuando Susan reprime un sollozo y susurra:"¡ Dios, qué bo-nii-tooo!".No recuerda nada más. Un momento de conexión, casi magia, dos almas unidas a cientos, ¿miles? de kilómetros, en dos tiempos, en dos mundos separados que se funden en una nota. Le da de nuevo al play. Y otra vez, y otra... Esa chica le ha tocado, sin saberlo ha traspasado la barrera y le ha hecho recordar, añorar una vida que ya no tiene, que quizás nunca tuvo. Si pudiera decirle lo que ha representado para él. Entonces se da cuenta. Qué estúpido ha sido. Es tan sencillo como hacer click en su usuario y ver qué otras cosas ha colgado. Entró en su nombre, Susan82, despacito, con miedo, sin querer asustarla. Por suerte se le abrió la ventana. Seis vídeos más habían sido subidos por aquel usuario. Dos canciones de Ferreiro, del mismo concierto, dos vídeos de Joy Division, uno de unos tal Galigows y un temita de jazz, Chet Baker, que resultó haber hecho ella misma con imágenes en blanco y negro del desparecido trompetista. No está mal para empezar, pensó Felipe. La conexión parece estable.
En las canciones de Ferreiro, paladeó la voz de Susan. Pidiendo fuego en voz bajita, diciendo ponte aquí, cantando alguna que otra estrofa de los temas. No las cantaba de inicio a fin como en M, ni siquiera la imagen era tan excelente como allí. No parecía hecho por la misma mano, pudiera ser que fuera otra mano. Felipe sintió entonces algo muy parecido a los celos, quién osaba tocar lo que ella tocaba, estar cerca de donde ella lo estaba. Apartó estas ideas que ennegrecían su ánimo. En los vídeos de Joy Division, ni rastro de Susan. Dos actuaciones promocionales en TV, Disorder y She Lost Control, buenos temas pero que le sabían a poco sin la voz querida, sin la voz deseada, sin la voz amada. El otro tema le dejó impasible y así lo borró de su mente. Lo de Baker sí que le gustó, no le defraudó, otro ser atormentado, otra relación entre ellos dos, Felipe y Susan, Susana si es que así se llamaba. La imaginó joven, hermosa, dulce, desamparada, suya. La colección de fotogramas era excelente, el tema elegido uno de sus favoritos "I waited for you", lo que le pareció una revelación, una promesa.
Los días pasaban y ella no volvía por la web. Las aportaciones eran muy recientes y no desesperaba, tarde o temprano volvería y con algo de suerte podría escuchar su voz, otra vez. No fue así. Imaginó lo peor. La sintió en un hospital, presa de un extraño virus, la recreó agobiada por los exámenes o por el trabajo, la lloró muerta en un accidente, a manos de un amante despechado. Felipe comprendía que no era normal, que todo esto no le estaba haciendo bien, que no habría un final feliz. Susan viviría en Madrid, podría ir allí, buscarla entre la gente de los conciertos, seguro la reconocería, le bastaba un segundo para reconocer su voz. Era una locura. Y si no era de allí, si sólo fue a ver el concierto. Pudiera ser de Vigo. Pudiera no ser. Intentó rastrear su huella informática por toda la red, buscaba un asidero, un modo de comunicarse. Contactó con el administrador del "tutubo" pero éste desoyó sus súplicas, no debieron ser convincentes sus razones, que si la protección de datos, que si la intimidad... El amor no comprende de estas cosas. Cortésmente le indicó que cesara en su actitud, que no le causaría más que problemas.
Felipe colgó algún vídeo como si fuera la botella de un naufrago en una isla desierta después de una tempestad oceánica. Se animó pensando que quizás ella aparecería, que respondería, que escribiría mensajes como los que él, torpemente, un día sí y otro también, publicaba a modo de valoración en sus aportaciones. La gente empezaba a burlarse de él. Le insultaban, le decían obscenidades, se hacían pasar por Susan para después humillarle. Muchos de sus mensajes fueron borrados por los administradores, incluso su nick, su cuenta y su a acceso al sitio, prohibidos. No desfalleció. Abrió nuevas personalidades, dobles, replicantes en busca de Susan que empezaron a ser descubiertos y eliminados cada vez más pronto. Hasta llegaron a cortarle el acceso desde su ordenador. Tuvo que peregrinar por otros equipos, utilizó los del trabajo, los cibercafés, los de los pocos amigos que le quedaban y que lo miraban con algo de pena cuando Felipe se atrevía a contarles lo que le pasaba.
El día que lo fueron a buscar, el día que se lo llevaron, por fin la pudo contemplar. Era Susan, Susana, tal y como la había imaginado desde hace tanto tiempo. Y estaba allí, magnífica, hermosa, parada delante de él. Felipe bajó los ojos, reprimió las ganas de llorar y sabiendo lo que iba a pasar, se quedó sentado en su sillón. Ella le cogió la cabeza, todo el amor del mundo en un segundo, y la metió en su jersey.