Prefiero no pensar en las horas que me quedan por delante. Un vuelo transatlántico siempre me ha puesto nervioso, demasiado tiempo a bordo de un avión, aprisionado entre estos hierros, con la cabeza dándome vueltas, acaso por el efecto de la presión. Han pasado meses desde la ida y ahora tengo que volver a casa, a Mallorca, la isla en la que nací y en la que he pasado la mayor parte de mi larga vida. En la sucursal americana de la agencia de viajes con la que suelo trabajar me pidieron disculpas por perder parte de mi equipaje y ahora, en compensación, me han sacado un billete en business. Esto ha hecho aumentar mi nerviosismo, me siento extraño rodeado de esta gente con la que no compartiría ni un café en el bar de mi barrio. Creo que la azafata se ha dado cuenta de mi incomodidad y me regala una sonrisa que logra tranquilizarme. Tengo un amigo que dice que lo mejor para el mareo es el alcohol. Así que levanto tímidamente la mano hasta que mi ángel de la guarda se fija en mí y me alquila por unos segundos sus hermosos labios. Le pido un ron, sin hielo, doble a ser posible, lo vi en una película. No tengo preferencia por ninguna marca. Después de dos tragos me siento mejor. No logro concentrarme en la pantalla de plasma, prefiero no mirar por la ventanilla, de modo que comienzo a hojear el periódico,que sin yo pedirlo, me dejaron hace un rato. Hablan del G20, de las bolsas, de partidos congresuales, de deportes que no me interesan, de un concierto del James Carter Quintet en el festival de jazz de Zaragoza. Eso sí me habría gustado verlo. Tuve la suerte de asistir a una sesión inolvidable no hace muchos años. Ese negro sopla cualquier instrumento de viento como el mismísimo diablo. Y de mi paisano Barceló, el tercero en esta noche, como la agencia y la bebida que me empieza a aletargar. Parece que se ha metido en un lío. Un montón de meses de trabajo para terminar en la portada de algún diario sensacionalista acusado de derrochador, farsante o alguna cosa peor. Ahora agradezco el confortable sillón, me reclino y cierro los ojos, no sin antes notar, que mi hada buena me ha tapado con una mantita que huele a perfume de señora. Ya queda menos para llegar a casa.
En la cálida mañana de un febrero balear Miquel duda entre poner una bomba en el Gobierno Civil o marchar a casa a pintar algo en el lienzo. Su madre ha intentado que se interese por el arte, por que siga su ejemplo de pintora de paisajes, por que se aleje de esos amigos que no le gustan nada, por que pise un poquito con los pies en el suelo. Miquel piensa que ya habrá tiempo de lo del Gobierno y que su madre se alegrará de verle por allí.
Estoy dentro de una caja negra con un cristal y un pez. Parece una radio, una partitura absurda que huele mal. El mar. Siempre el mar. Si Georgina me dijera que sí, se lo regalaría a ella.
Vámonos a París, cariño, ya verás cómo te gusta. Y es la Vanguardia y los maestros. Poco a poco se va olvidando de las bombas y se centra en la península, lejos de casa, con gente que siente como él y brinda porque al fin Franco se murió. Tengo que leer mucho, aprender, saber qué nos trajo aquí y dónde podemos ir.
Y en el principio de los tiempos fue la Geometría. Herramientas de un escolar, pinturas de madera, escuadra y cartabón. Algún día alguien pagará por colgar esto en su salón .Ponme una cuadrícula y una piedra. Que parezca la luna. Me siento encorsetado en esta hoja, me gustaba más la caja, aunque oliera a rayos, a plátano y verduras podridas. Ójala se oxide y parezca un barco hundido en medio del desierto. No olvidará el día que conoció a Miró, impensable que aquel abuelete hubiera hecho todo aquello.
Si te dijeran que parece que has escupido en el lienzo, que has vomitado sangre entre tenedores prehistóricos, tú qué dirías.Con puntitos exploraremos la gama cromática, la madre loba que amamanta a dos borrachos. Al fin y al cabo, no está mal dibujar figuras con ojos picassianos. Podemos tomar café entre una mota roja y una mancha anaranjada. Esto ya se va pareciendo a una sinfonía. Y no son ni las tres. Van todos desnudos, prepárales una sopa y que venga el perro también.
Cada vez pinta más, cada vez duerme menos. La pintura ya no sale ni con aguarrás. Hay días que cree que el olor se puede pintar, que el olor se puede comer. La cerveza me sabe rara. Sabe que debe buscar un sitio nuevo, un almacén medieval para buscar la rima del tiempo, para encontrar el fresco y la imprimación, para saltar desde la azotea y despertar justo antes de tocar el suelo. La perspectiva es imposible y el equilibrio animal. Me gustaría despegarme de este grumo que casi me atraganta la memoria. Nenúfares, juncos y sombras. Algo de clasicismo. El desierto, por fin.
Le gusta Mali, le recuerda a la infancia, las calles sin asfaltar, sin televisión ni ruidos que rompen la sordera. Ha llegado allí sin nada que ofrecer, el crucifijo se quedó en el avión, y tampoco viene a llevarse nada. Un hombre blanco que ha decidido ser uno más, confundirse con la tierra y las túnicas que ya no le asustan. El infinito debe ser así. Y el universo. De constelación en constelación y meto en tu agujero toda la leche que me sobra. Un paisaje lunar, puede que abisal, dentro de la cueva entre estos gujarros que un día seran moluscos y dentro de un cuarto de hora mamuts. El ártico y el antártico con sus círculos que bien serían plazas de toros. Es hermoso visto desde arriba, una caracola infinita, una grieta que se abre en la oscuridad de la tarde insolada. Otra vez huele a carne. Y a sangre. Cuando llegue el frío me marcharé a África. San Juan de la Cruz montaba en bicicleta y comía calamares mientras naufragaban las barquitas de los negritos. Otra gota en el mar. Si vas a crucificarme, que sea comiendo una zanahoria o jugando al futbolín.
En la cálida mañana de un febrero balear Miquel duda entre poner una bomba en el Gobierno Civil o marchar a casa a pintar algo en el lienzo. Su madre ha intentado que se interese por el arte, por que siga su ejemplo de pintora de paisajes, por que se aleje de esos amigos que no le gustan nada, por que pise un poquito con los pies en el suelo. Miquel piensa que ya habrá tiempo de lo del Gobierno y que su madre se alegrará de verle por allí.
Estoy dentro de una caja negra con un cristal y un pez. Parece una radio, una partitura absurda que huele mal. El mar. Siempre el mar. Si Georgina me dijera que sí, se lo regalaría a ella.
Vámonos a París, cariño, ya verás cómo te gusta. Y es la Vanguardia y los maestros. Poco a poco se va olvidando de las bombas y se centra en la península, lejos de casa, con gente que siente como él y brinda porque al fin Franco se murió. Tengo que leer mucho, aprender, saber qué nos trajo aquí y dónde podemos ir.
Y en el principio de los tiempos fue la Geometría. Herramientas de un escolar, pinturas de madera, escuadra y cartabón. Algún día alguien pagará por colgar esto en su salón .Ponme una cuadrícula y una piedra. Que parezca la luna. Me siento encorsetado en esta hoja, me gustaba más la caja, aunque oliera a rayos, a plátano y verduras podridas. Ójala se oxide y parezca un barco hundido en medio del desierto. No olvidará el día que conoció a Miró, impensable que aquel abuelete hubiera hecho todo aquello.
Si te dijeran que parece que has escupido en el lienzo, que has vomitado sangre entre tenedores prehistóricos, tú qué dirías.Con puntitos exploraremos la gama cromática, la madre loba que amamanta a dos borrachos. Al fin y al cabo, no está mal dibujar figuras con ojos picassianos. Podemos tomar café entre una mota roja y una mancha anaranjada. Esto ya se va pareciendo a una sinfonía. Y no son ni las tres. Van todos desnudos, prepárales una sopa y que venga el perro también.
Cada vez pinta más, cada vez duerme menos. La pintura ya no sale ni con aguarrás. Hay días que cree que el olor se puede pintar, que el olor se puede comer. La cerveza me sabe rara. Sabe que debe buscar un sitio nuevo, un almacén medieval para buscar la rima del tiempo, para encontrar el fresco y la imprimación, para saltar desde la azotea y despertar justo antes de tocar el suelo. La perspectiva es imposible y el equilibrio animal. Me gustaría despegarme de este grumo que casi me atraganta la memoria. Nenúfares, juncos y sombras. Algo de clasicismo. El desierto, por fin.
Le gusta Mali, le recuerda a la infancia, las calles sin asfaltar, sin televisión ni ruidos que rompen la sordera. Ha llegado allí sin nada que ofrecer, el crucifijo se quedó en el avión, y tampoco viene a llevarse nada. Un hombre blanco que ha decidido ser uno más, confundirse con la tierra y las túnicas que ya no le asustan. El infinito debe ser así. Y el universo. De constelación en constelación y meto en tu agujero toda la leche que me sobra. Un paisaje lunar, puede que abisal, dentro de la cueva entre estos gujarros que un día seran moluscos y dentro de un cuarto de hora mamuts. El ártico y el antártico con sus círculos que bien serían plazas de toros. Es hermoso visto desde arriba, una caracola infinita, una grieta que se abre en la oscuridad de la tarde insolada. Otra vez huele a carne. Y a sangre. Cuando llegue el frío me marcharé a África. San Juan de la Cruz montaba en bicicleta y comía calamares mientras naufragaban las barquitas de los negritos. Otra gota en el mar. Si vas a crucificarme, que sea comiendo una zanahoria o jugando al futbolín.
Caras, tomates, una hija, exponer, exponer, viajar, exponer. Enterrar a los amigos. Los peces viajarán en una tormenta, son las nubes sobre el mar , sobre este mar y sobre el tuyo. Congelar un instante y envolvértelo para regalo. Si sigues así llegarás a la universidad y darás clase a tus hijos. Cuidado con el amarillo, ayer comí un trocito y me pareció algo aturdido.
Me despierto y tengo frío a pesar de la manta perfumada. Me duele la cabeza y noto un vacío en el estómago. El reloj me confirma lo que mi corazón me había avisado: Ya estamos llegando. Meo en un retrete de categoría y me aguanto las ganas de cagar. Será la emoción o que no termino de acostumbrarme a los lujos de la primera división. Era de día y ahora es de noche o al revés. Busco a la azafata y no la encuentro. Se habrá apeado hace un rato. Me animo a mirar por la ventanilla y veo que el vuelo continúa. La línea de la costa, el azul, el naranja, la vida allá abajo despreocupada de mi existencia. La Catedral de Palma parece levitar, chorrea peces y calaveras en la capilla de San Pedro. Tendré que pasar un día. A lo mejor rezo y todo. Jesusito de mi vida. Pongo recto el respaldo, me abrocho el cinturón, contengo las ganas de preguntar por ti y vomito en la bolsita. Odio viajar en avión. Me estás esperando al otro lado del cristal, asombrado de verme sin maletas. Te escribo en una hojita del cuaderno rayado que estoy en tránsito. Que tengo que enlazar con un vuelo a Ginebra.
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