Era demasiado pronto para casi cualquier cosa. Ezequiel aparcó el coche en la plaza desierta. Era la primera mañana de invierno aunque todavía no lo fuera. La ciudad dormía y su vida estaba en una encrucijada. Hacía menos de una hora que dejó su cama, casi no desayunó y bajó en el ascensor al encuentro de su destino. Le atendieron con profesionalidad y discreción. ¿Ezequiel me ha dicho? Perdone, es que no son horas. Camino del bar en el que tomar un café y por fin despertar pensó en lo que había sido su vida hasta entonces. El frío le hacía daño en las orejas, se subió el cuello del abrigo y apretó los puños en el fondo de los bolsillos del gabán mientras esperaba que el semáforo se pusiera verde. Pese a lo desierto de la avenida, no se atrevía a cruzar por si acaso pasaba algún conductor desesperado. La oscuridad le inquietaba y la sintió como un presagio negativo. El viento le incomodaba al caminar y decidió tomar la primera calle a la derecha, buscando el abrigo lejos de la vía principal. Estaba triste. Una tristeza que le venía desde muy adentro y que parecía dispuesta a instalarse allí a la espera de algo mejor que hacer. Hacía tiempo que no sonreía y un rictus parecido a la perplejidad le acompañaba a todas partes. Las hojas del suelo acolchaban sus pasos y le susurraban cosas que no lograba entender. En momentos así le gustaría ser fumador para encender un cigarrillo, como hacían en las películas, la mano protegiendo la lumbre y un brillo en la mirada. Casi hizo el gesto de buscar el mechero. Ése no era él.
Por fin llegó al lugar que buscaba. Le haría bien un cafecito y si fuera bebedor se pediría una copita de anís. Al entrar en la galería comercial su alma se relajó. Mientras dejaba atrás las tiendas todavía cerradas y se acercaba al Estepa sintió una paz como hacía tiempo no recordaba. La cristalera que le protegía del frío viento también le alejaba del ruido de la calle que empezaba a recuperar su lugar. Le pareció que entraba en una pecera, en una burbuja de jabón, en el fondo del mar. El hilo musical lanzaba discretamente las notas de una melodía sinfónica, una banda sonora vagamente familiar que le traía resonancias de un tiempo feliz. Todavía lejos de la puerta, la contempló a través de la luna del bar. Estaba sentada en una mesa, sola, dándole vueltas a la taza, la cabeza agachada concentrada en la tarea. Sintió una punzada en las tripas sin saber el motivo. La última ficha del dominó terminaba de caer después de mucho tiempo de dar golpes. La cristalería interior se derrumbó en el mueble de su casa deshabitada. La gota que siempre decimos. Podrías ser tú, lo que siempre he esperado. Su pelo rubio, liso, excesivamente largo para la moda del momento. El abrigo negro abotonado hasta el final, las uñas rojas alrededor del calor mientras unos labios se enfrentan al humillo. No se atrevió a entrar, el hechizo se rompió, de nuevo calabaza de una triste realidad. Había escuchado violines que no eran para él. Tampoco hoy. Cuando volvía por donde había venido, la mirada en el suelo, un picor en la garganta, no sintió los ojos de ella que se clavaban en su espalda encogida.
Rediós, qué frío. Hasta los huevos estoy de esta puta vida. Todas las noches igual y no sé si lo voy a aguantar mucho tiempo más. Y es que ya no siento los pies, estos taconazos, la faldita de marras... No puedo. Ni sé el tiempo que llevo aquí plantada para dos servicios, para dos babosos que vergüenza debería darles a sus años. Que se jodan. Se acabó lo que se daba, bajamos la persiana y echamos la cortina al escaparate. Anda que no tiene botoncitos el abriguito, si pudiera me lo agarraba a la garganta. Cómo no voy a estar todo el día estornudando, medio en pelotas con este tiempo, si no fuera por la medicina del Ray esto sería insoportable. Que nada, que me tomo un café con leche y a casita a dormir que ya vale por hoy. Joder, qué suerte, un garito abierto. Anda que no hay gente rulando todas las noches por ahí, con lo bien que estarían en sus casicas, durmiendo, ¡jodidos! Que no sé lo que se os ha perdido por ahí. Niño: Un café con leche bien calentito, ardiendo, como el infierno. Será insolente, pues menuda mirada me ha echado, de arriba a abajo, que hasta me han temblado las bragas. Pues no te hagas ilusiones, niñato, que La Choni ha cerrado el kiosco, por lo menos hasta mañana. Tráemelo a la mesa, cariño, que vengo reventada. Sí, en la del fondo, que no tengo ganas de historias. Lo tengo que dejar. Hasta el coño estoy de toda esta mierda. Si no fuera por lo que es... Gracias, chato, sí. Está a mi gusto. Si te vas a meter algo al cuerpo que esté lo más caliente posible. Y piérdete un ratito, anda, que te estará buscando tu mamá. Todos son iguales. Lo llevaré escrito en la cara. Qué descanso, qué bien me va a sentar este tazón. Ya no me reconozco, seré yo quien me mira desde el fondo, si parece el fondo de un pozo. Un pozo negro.Como mi vida. Sentimental me está dando, lo veía venir. Si fuera tan fácil como darle vueltas al café. Mira, uno como ése es lo que yo necesitaría, un tipo elegante, con un bonito abrigo, que hasta de espaldas los tengo calaos.
4 comentarios:
Me gusta el título.
Me gusta el cambio. Las dos voces.
Me gustan este tipo de historias. Esas que esconden las miradas en silencio.
Esos caminos cortados. Esas oportunidades rotas. Cortadas de un solo tajo.
Un abrazo.
Borrás, estás hecho todo un lírico.
Gracias
La de historias que se pueden encontrar en la "Estepa". La vida es así, como una pista de autos de choque. Unas veces chocas (con la persona adecuada, con la persona equivocada) y la mayoría no.
Bien visto, invisible, bien visto. Lo cual no deja de ser paradójico para alguien al que no podemos ver.
Publicar un comentario