martes, 3 de febrero de 2009

MONOLOGO DIALOGADO INTERIOR NOCHE


Deja que te cuente, sí, de verdad, no será más que un momentito, y es que a alguien tenía que contárselo. No pongas esa cara, mujer, que cuando escuches lo que te tengo que decir, tú me dirás si tenía que contártelo o no. Estábamos en la segunda planta del Corte, mirando unas televisiones de las que le gustan a Juan, escandalizadas con los precios que llevaban y esquivando al vendedor que no hacía más que preguntarnos si nos podía ayudar en algo. Pues como no tengas 1250 euros, guapetón, me parece que no, le dice Marisa, sí,no te rías, ya sabes cómo es en cuanto está un poquito alegre, veníamos de merendar y me parece que las tres cervezas que se tomó no eran sin alcohol, que estoy a dieta, Manoli, que me las pongan sin, que estoy como un trujal después de tanta Navidad y tanta tontería. Yo la veía un poco colorada y pensaba que era por la calor que hacía, el viento sur soplando en la calle y la calefacción como si estuviéramos en un descampado de Groenlandia, pero ahora me doy cuenta de que iba un poco piripi. Esta Marisa es de lo que no hay. Pues como te decía, yo estaba agobiadísima con el calor, la gente y la mala leche que me estaba dando por darme cuenta de lo pobretona que soy, que sí, chica, que no tenemos dónde caernos muertas, o es que a ti te ha tocado una herencia... Calla, que te sigo contando.

El pobre vendedor, bien guapetón, por cierto, se quedó planchado y se fue a poner en práctica el cursillo de técnicas de venta con otras dos menopaúsicas más facilonas que nosotras, chica, no sé de qué te escandalizas, tienes que ir asumiendo la edad que tienes, bonita, y Marisa se puso a dar vueltas por la sección de sonido, tocándolo todo y tropezándose de vez en cuando con la moqueta y los clientes en general. ¿Te pasa algo Marisa? , le dije un poco preocupada mientras me disculpaba en su nombre ante un hombretón muy malcarado con el que se acababa de chocar tu amiga. ¿Que si estás bien? Divinamente, Manuela, divinamente, y me sonrió de un modo tan extraño que sólo un rato más tarde supe interpretar. Vamos al baño, tengo que hacer un pis, y me agarra del brazo, que casi me lo desmonta, y me arrastra hasta el servicio. Una vez dentro, se echó agua por la nuca y se puso a reir a carcajadas. Marisa, me estás asustando, me quieres contar lo que te pasa. Y no te lo vas a creer, abre el bolsón marrón que se compró en las rebajas y me dice, mira. Casi me caigo cuando vi todo lo que llevaba dentro: Un par de botes de perfume, unas braguitas de lencería, una bufanda monísima y un dvd portátil, ¿Te imaginas? ¡Hasta un dvd portátil! Estás loca, le susurré para que no me escuchara una que acababa de salir del baño. ¡Estás loca! ¿Qué significa todo esto?

Me contó que estaba harta de ser una desgraciada, que estaba hasta las tetas de los tranquimazines y de no tener ni un duro, ya sabes que lo del euro no va con ella, para comprarse lo que quisiera. El médico me ha dicho que me relaje, date algún capricho de vez en cuando, me dice con ese vozarrón que tiene Don Ignacio. Y eso estoy haciendo, Manuela, eso estoy haciendo. Mira, yo no sabía dónde meterme, unas ganas de vomitar, no sé si por el miedo o la vergüenza, que todavía no entiendo cómo logré aguantarme. Ella me seguía hablando, de Robin Hood, de los desheredados de la tierra y de María Teresa Campos. ¿Qué tiene que ver la Campos con todo esto?, Marisa, cariño, que estás empezando a desvariar. Pues llevo más tiempo del que tú te crees, siguiendo los consejos del doctor. Chica, tú no estás bien, le dije casi llorando y mirándole a las pestañazas que tiene. Que si yo era una amargada, que si no sabía disfrutar de la vida y encima, date cuenta, que era una frígida. No te rías guapa, yo no le veo la gracia. Si no tienes narices, bájate por el ascensor que yo me busco la vida, me suelta indignadísima la tía. Casi me hace sentir culpable, te lo juro. Para cojones, los míos. Dame esas bragas, te vas a enterar.

Antes de que pudiera decir ungintonicporfavor, me metí las bragas en el bolso, las que acababa de robar, supongo que me sigues, y salí toda digna del baño, pensando en darle una lección a la Marisita de las narices, que yo cuando me pongo, tú me conoces. Si pensaba que me iba a arrugar o a escandalizar o a poner el grito en el cielo... estaba muy equivocada. Cómo, que si estoy loca yo también, calla, calla, que ahora viene lo mejor. Con el ruido del hilo musical, la algarabía de la gente en rebajas y el taconeo de tu amiga, era imposible que escuchara la vocecilla interior que me decía que aquello no estaba bien. Me sentía como Bonnie y Clyde, las Thelma y Louise del barrio pero no éramos mas que las hermanas Gilda, hagan el favor de acompañarme, señoras, me giro y me encuentro con los ojos de un mocetón vestido de verde con una porra en el cinturón. Pensé que me moría y ni siquiera habíamos empezado la escapada.Sin joder. La valiente de Marisa que se pone blanca, a punto de echarse a llorar, yo que intento buscar una excusa, pensar en una explicación mientras nos conduce muy amablemente a lo que me imagino un cuarto de interrogatorios o una celda de castigo. Ni exagerada ni nada, me gustaría haberte visto a ti en mi lugar. Alguien debería llevar esta tragedia a las tablas de un escenario, en serio.

Termino de contarte. Aún no entiendo porqué pero miré a Marisa y le dije muy bajito ¡corre, por Dios, corre!. Nos tendrías que haber visto, el de seguridad todavía se está preguntando qué ha pasado, nos faltaba planta de señora para correr, apartando al personal a codazos, buscando la escalera de bajada como alma en el infierno, la gente mirando sin entender nada de nada, nosotras batiendo alguna marca deportiva, maldiciendo la ocurrencia de las braguitas y la cara de tu amiga Marisa. Pobrecilla, ya te daré yo a ti, pobrecilla. Me rompí un tacón, me hice una carrera en las medias y medio infarto de miocardio. Que cuando pensaba que estábamos salvadas, la puerta al alcance de las manos, al atravesar la línea de meta saltó la alarma, un desconcierto de luces y sonidos, de nuevo la confusión a nuestro alrededor y una chica con chaqueta roja que cruza su mirada con la mía y se viene detrás. No exagero, no te estoy contando ninguna película, que te lo cuente la otra si se le ha pasado el susto. Tira el dvd, la bufanda y todo lo demás, por lo que más quieras. Alguno habrá tenido la segunda ración de reyes gracias a nosotras. Con los bolsos y las conciencias aligeradas juraría que llegamos a flotar por encima de las aceras. Salvadas. Tú dirás si te lo tenía que contar o no. Tengo que ir al súper, ¿te vienes?.










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