Es domingo. Despiertas sin prisa, tranquilamente, acomodándote a la realidad, sabiéndote dueño del tiempo, al menos hasta el día siguiente. La luz del sol justo de la mañana, resbala entre las rendijas de la persiana que has decidido levantar despacio. Abres la ventana y todo está en su sitio, sólo oyes el silencio y algún que otro pájaro perezoso. Desayunas con calma, oyendo las conversaciones de la radio mientras piensas a dónde dirigir tus pasos. Te duchas a cámara lenta, el agua se desliza por tu cuerpo y el vaho empaña mampara y espejo. Te afeitas mirándote a los ojos, desnudo, buscando algún rasgo que pasó inadvertido durante tanto tiempo. Se te escapa una sonrisa acordándote de la última vez. La temperatura es ideal y los colores estallan alrededor, en toda la casa que amortigua tus pisadas y esparce partes de ti. Eliges la ropa que haga juego con el momento y las promesas por descubrir. Todo fluye y nada puede salir mal. Cuesta reconocer la calle de todos los días, el asfalto lejano atormentado por los vehículos ausentes, casi olvidados. La perspectiva es insólita y hasta el aire parece diluirse en el vacío absoluto. Los edificios saludan a tu paso, todo encaja. Es domingo, otra vez.
domingo, 15 de febrero de 2009
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