Tenía la mirada ligeramente perdida, algo torcida, por
culpa de la miopía o a causa de cerrar sus pequeños ojos, tal vez por las copas
de alcohol que se habría tomado. Se acercaba mucho para hablar, de frente
mientras achinaba sus ojos marrones y regalaba una sonrisa tan larga como el
invierno en Quebec.
Su pelo era largo, castaño, liso,
cogido a los lados con algo invisible, tapando unas orejas demasiado grandes.
El pantalón vaquero de talle bajo le ceñía un culo que sus amantes recogerían
con las palmas bien abiertas. De vez en cuando metía las manos en los bolsillos
traseros componiendo una postura digna de las fotos del Rockdelux, de
cualquiera de las sexys cantantes de los grupos americanos que te miraban desde
el papel como ahora nosotros la mirábamos a ella. Bailaba levemente, se movía
balanceando su cintura en una pequeña danza ebria, la puntera de su zapatilla
deportiva llevando el ritmo de la música, de la batería o de la guitarra la
mayoría de las veces. Su camiseta florida de manga larga oculta unos mínimos pechos que solo se agitan cuando da
unos saltitos y menea la cabeza de arriba a abajo, de arriba abajo, mientras
imaginamos que cierra los ojos y piensa en otra cosa.
Devuelve su vaso vacío lleno de
hielo alargando la mano para que le pongan otro de igual color. Rebosa líquido
y tira parte del mismo al dar una vuelta en círculo para besar en los labios a
su amigo, un chico que se adivina de buena familia, de redondos ojos acuosos
con mirada penetrante ajena al pestañeo. La lengua de la chica le habrá sabido
a frío seco, rocío microscópico en una pista de patinaje. Se balancea un poco,
de forma contenida, bebe cerveza casi sin tocar la botella y mira al techo al
tiempo que pide un cigarrillo y pierde de vista a su chica que se acerca al
escenario. Ella tropieza, se suelta el pelo, empuja a un tipo que mira sin
moverse, hace añicos un vaso que se apoyaba en una mesa alta. Y piensa en otra
cosa.
Movía los párpados a cámara
lenta, se le cerraban sobre sus ojos confundidos intentando recordar la letra,
de derecha a izquierda la cabeza, de derecha a izquierda mientras apura su copa
y alguien le acerca otra. A ratos parece que la música le cansa, quiere fumar
pero no le apetece salir a la calle, bebe otro trago que pasa helado por su
garganta y levanta una mano al tiempo que su cabeza busca entre los pies de los
demás. El cantante dice algo sobre que volvería a hacerlo todo por volverte a
conocer. Ella se vuelve y sonríe, sabe que lo hace bien, que a él le volvía
loco cuando le dejaba alguna suspendida en el aire de los bares, convencida de
que iría detrás, segura de que la agarraría por la espalda y se le apretaría
con fuerza. Ahora el pelo le tapa la cara, nunca le gustaron los flequillos, es
la noche en un minuto.
Recuerdo que serpenteaba su
cuerpo sin despegar los pies, que se tocaba los muslos rítmicamente y apretaba
las manos cuando la canción se aceleraba. Un breve movimiento de hombros, un
ligero temblor para después dejarse ir mirando al techo, como ahora que todo
está acabando, como antes cuando notaba su peso sobre el pecho. Para ellos la
vida debía ser eso, rebotar, pederse, buscarse y hacerse daño como si fueran un
saltador de esquí volteado por una imprevista ráfaga de viento helado.
3 comentarios:
Un lujo leerte, amigo!
Una cerveza en el CENTRAL, otra en LA LATA DE BOMBILLAS, toca copa en LAS PUERTAS DE LA PERCEPCIÓN y multitudes en el SHAMAN.... si...aquí están mis indie´s girl de mi larguísima juventud! Me ha encantado José Antonio !!
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