Pasó Nochevieja y cuando creías, creiáis, que no podía ocurrir nada peor, plaf, llega Año Nuevo. Y es que después de amenizaros las fiestas con un relato pleno de espíritu navideño, los tres reyezuelos y el gordo borracho atracando el Tajo Francés, qué historia más entrañable, y tras entretener la víspera del atragantamiento de uvas con un cuentito fallido lleno de hechos reales, se me ocurre cerrar la trilogía con una historieta acerca del primer día del año nuevecito que será el mejor de nuestras vidas. Rezad para que esto no acabe en tetralogía, como la de los nibelungos y la madre que los echó.
Ha llegado la hora de pasar a la acción, de crear un grupo subversivo que acabe con el aroma que impregna el uno de enero, no me refiero al de las vomitonas en las esquinas, ya me entendéis. Pude superar lo de los Niños de San Ildefonso, alguien debería dedicar un minuto de su tiempo a indagar en la hagiografía de Ilde y ver qué hizo de malo para quedar encadenado de por vida a semejante cuadrilla de castrados potenciales, metiéndome debajo de la cama y tirando por el retrete las radios que se empeñaban en conectar con el salón de loterías. De lo que no he podido escapar ha sido de las felicitaciones del nuevo año. Me asalta una duda, ¿Hasta cuándo hay que seguir felicitándose?. Si no te veo hasta el veinte de octubre, ¿Puedo felicitarte?. Alguna fecha en el santoral debería marcar el final de esta macabra danza de buenos deseos. ¿En qué pierden el tiempo nuestros políticos?.
Propongo como medidas para hacer frente al aluvión de felicidad, las siguientes. Empezar a felicitar el año nuevo allá por el catorce de marzo, el tres de julio o el treinta de septiembre, a elegir. Cuando la gente te mire con ojos de incomprensión, simplemente encógete de hombros o explícales que tus deseos son reales y no meras fórmulas de cortesía, muletillas con las que iniciar una conversación o un soniquete automático que precede a un está usted despedido o a su madre le quedan quince minutos de vida. Yo te lo deseo de corazón, capullo, y si no lo entiendes, me he debido equivocar de persona. Otra actuación para vencer el pánico y ser capaz de salir a la calle a comprar el pan, a atracar a una viejecita o a pagar por un favorcito sexual, puede ser desearle feliz año a todo bicho viviente, a ser posible con uso de razón, con el que te cruces en tu diario caminar. Felicitarás al vecino del segundo que acaba de darle una bofetada a su mujer por no haber preparado la comida a tiempo, felicitarás al negrito que te encuentras en la esquina huyendo de la policía y de los derechos de autor, felicitarás a la monja que lleva un rato pensando en lo bien que le sentaban los vaqueros al moreno del coche caro, felicitarás al niño que le cuenta a su abuelito paralítico la carta que acaba de mandar a los reyes magos, felicitarás al que vende pañuelos en los semáforos y que te manda a tomar por no sé dónde justo un momento antes de que lo atropelle una moto que reparte pizzas, felicitarás al conductor del autobús que te cede el paso a pesar de estar en ámbar, felicitarás a la rubia que se pinta los labios en el espejito retrovisor, que ni te mira, ni se ha dado cuenta de que existes, preocupada por quedar monísima para la entrevista de trabajo, felicitarás al barrendero que se empeña en recoger lo que ya te dije, felicitarás al que hace fila en la caja de ahorros y no te escucha porque está pensando en la excusa para no pagar la letra de este mes, felicitarás a la de la ventanilla a la que le importa un bledo tu felicitación y sonríe estúpidamente esperando lo que le vayas a contar, felicitarás a tu padre y a tu madre, y a tu mujer que te suplica que dejes de hacer el bobo y que ya está bien para una broma.
Creo que voy a escribir un cuento sobre esto, empezará diciendo algo así cómo, si me ves el día de Año Nuevo, no me felicites, ni siquiera me saludes, tengo un arma en el bolsillo y sé cómo usarla.
1 comentario:
Voto por la tetralogía, a ver si el siguiente relato quita este sabor amargo de tu carente falta de Fé ...
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