Se refugió en la nave industrial abandonada. Sabía que no iban a tardar en llegar y buscó el mejor escondite para recibirles como se merecían, con una tormenta de fuego y muerte. Apretó con rabia la culata de la pistola, intentando sofocar el dolor que le provocaba la herida en la pierna. Rechinó los dientes, si no conseguía acabar con ellos rápidamente, el balazo iba a terminar el trabajo que había empezado hacía una hora. Entonces oyó el ruido del motor y el chirriar de los frenos cuando el vehículo se detenía delante del portón. Plam, plam... plamm. Retumbaron tres portazos en el vacío. Imaginó a los tres sicarios descendiendo del coche y echando mano de las pistolas que guardaban bajo la chaqueta, intentando no emitir ninguna señal más que pudiera darle pistas de sus intenciones. Se agachó todo lo que pudo y contuvo la respiración, le parecía increíble que no hubieran dado ya con él, guiados por el estrépito de los latidos de su corazón. Tomás, eres un hijo de puta y por fin alguien te va a dar tu merecido, le había dicho no hacía mucho, todavía le parecía estar viendo la mirada de odio que le había dirigido mientras le disparaba. Sintió un movimiento a su derecha y casi por instinto se levantó y buscó con la vista al que lo había hecho. Disparó una vez, no podía fallar pues los otros ya sabrían dónde se ocultaba. La bala rebotó en la pared pero hizo que aquel cabrón se tirara al suelo y acabara por delatarse. Con la segunda no falló. Un tiro certero en su puta cabeza, un gritito ahogado, una salpicadura en la pared y un gran charco de sesos alrededor. Se acabó. Eres un bastardo, un maldito bastardo... es lo último que escuchó antes de que las palabras enmudecieran con el sonido de las armas. Una y otra vez, una y otra vez... El mismísimo infierno parecía estar allí. Silencio. Polvo. Un olor acre y el sabor a miedo. Sal cabrón, sal y da la cara por una vez en tu puta vida. ¡¡¡ Los cojones!!! Se levantó y volvió a disparar, a ciegas, con rabia, sin éxito. No tuvo la misma suerte que antes, no le extrañaba, asumía que era un perdedor y la próxima víctima. Eso sí, a alguno de estos dos, me lo llevo por delante. Venid de uno en uno, maricones, estoy solo, ya sabéis que estoy solo. Ni lo sue... La bala le atravesó la garganta. La siguiente, el corazón. Cayó a tierra como un saco de mierda, un pelele con una extraña mueca en la cara, un payaso. Te voy a matar, te voy a matar... bam, bam, bam... Se arrodilló detrás de su parapeto salvador. Quería llorar, sentía el terror rondando por sus tripas, intentó recomponer el ánimo y no malgastar ninguna de las tres balas que le quedaban. Tres balas para un pistolero, sonrió. Ven si tienes huevos, Marquitos, ven que te voy a romper el agujero del culo que sé que te gusta. Y Marquitos le cayó encima con un desgarrador grito, le golpeó en la cara con la pistola y casi le aprisionó con el peso de su cuerpo. Lástima que no lograra inmovilizar su mano derecha. Uno, dos, tres balazos a bocajarro, en su fofa tripota. Se desangró como un cerdo. Lo apartó como pudo y le escupió en la cara. Lo había conseguido. Había salido vivo. Tenía que salir de allí y buscar un médico que le echara una mano. Entonces sintió el frío en su nuca. Antes de volverse ya sabía lo que era. No puede ser. Le encañonó en la frente. Aquello era el final. De una patada en la boca le tiró al suelo. Escupió sangre. Bam. Ahora tenía una herida en cada pierna. No me mates, no me mates. Lloró como el día que perdió a su madre. Ahora le iban a llorar a él. El destino le había jugado una mala pasada haciendo que pensara que eran tres matones, cuando en realidad eran cuatro. Dos puertas que se cierran a la vez, parecen una. Plamm.
martes, 23 de marzo de 2010
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