martes, 26 de enero de 2010

PLASH (YA)

… que contarte. Era uno que decía que le gustaba cantar, que le gustaba cantar y bailar, que le gustaba cantar y bailar en los bares, con la música a todo volumen porque así le parecía que lo hacía bien. Un comienzo como otro cualquiera, adornarlo con algo de lirismo. Luces y sombras de colores, ojos que no se encuentran, miradas más allá del círculo mientras baila sin mover los pies. Unos años atrás en el mismo lugar. Todo esto lo escribía un tipo en una tarde tan parecida a ésta, un escritor que logró la fama después de dar todo aquello a conocer. La noche empieza a caer detrás de la ventana, ha dejado de aporrear el ordenador y se quita lentamente las gafas, con los dedos oprime los lagrimales en un gesto de cansancio a la vez que le da una calada al cigarro. No pudo evitar que la ceniza cayera sobre el teclado, opklñ, un soplido y llegamos hasta 9’?. Demasiado ruido para concentrarse. Situar la acción en el pasado del lector, presente del escritor y futuro del personaje. Lo escuchó en una canción y le pareció bien. ¿Cómo ligar todo esto con la huerta? Verduras, hortalizas, rojos y verdes que huelen criados sin aditivos. Antes o después. Entrelazarlo de algún modo, pero cómo. Hay que volver a la tierra, barro, agua, amaneceres helados reflejados en las gotas de rocío que resbalan por la piel de un tomate o algo así. Oler hasta cortar la respiración. El rastro de unas botas en el pasillo. Dudaba si poner puntos y aparte, a modo de versos apócrifos para recitar en el interior de una iglesia perdida en la montaña. No, no era eso. Un amigo que lo ha dado todo por ti se muere delante de tus ojos sin que puedas remediarlo. Nadie debería ser condenado a recoger unos sesos esparcidos sobre el asfalto. Narrador omnisciente esquizofrénico. ¿Mereció la pena? Tengo tantas cosas…




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