"Una silla helada es una silla
vacía. El vacío de la soledad, de la ausencia, el vacío del tiempo. Del horror,
del odio, de la locura y de la muerte. El frío asiento de la antesala de un
quirófano abandonado en el sótano de un hospital privatizado. El poyo de vieja
piedra congelada en los siglos junto a la puerta de una antigua escuela rural,
ya sin gritos ni risas ni humo en la chimenea, perdida en un paisaje invariable
de montañas, ríos, valles y bosques punteados por la nieve. El banco de madera
de un aislado apeadero del ferrocarril donde ya no se detiene ningún tren, con
las vías desiertas apuntando al fracaso del futuro desde el olvido del pasado,
y un túnel cercano sellado de quimeras y resignación. La butaca de un cine
desolado que conserva las voces de sus fantasmas en el rectángulo cóncavo de la
pantalla, huidas de un negativo de celuloide corroído, quemado, o sus
escurridizas siluetas entre las cortinas granates de los palcos, mecidas por la
corriente que se filtra por las grietas entre susurros apagados y gélidas
caricias de la brisa que acompaña la muerte. El taburete metálico, carcomido
por el óxido, del bar del área de descanso de una carretera perdida, descartada
por el progreso, devorada por la tierra removida, los socavones del tiempo y el
imperio de la naturaleza salvaje, cuyo nombre se adivina todavía en el mutilado
letrero de neón que encumbra una desangelada estructura de hormigón desnudo y
cristales rotos. En fin, las disciplinadas decenas de sillones alineados como
un ejército de sombras en la espectral sala de espera de un aeropuerto sin
salidas ni llegadas, espectadores somnolientos ante los monitores encendidos,
enormes y negros como cucarachas supervivientes de un holocausto atómico,
televisores mudos que vomitan imágenes de volcanes en erupción ahogadas por el
rumor de un hilo musical de melodías neutras, átonas, remotas, como de ascensor
para el cadalso de unos grandes almacenes convertidos en cementerios de la
opulencia, en criptas de cristal y cemento para el dinero fuera de circulación,
en panteones para la riqueza de cartón tatuada de números y logotipos."
Alfredo Moreno Agudo (Charlie Parker en la sala de espera).
Extracto del prólogo de Sentado en una silla helada.